El trono de diamante (54 page)

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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

—Cree que ha llegado el momento de purificar la Iglesia elenia y está convencido de que Dios os ha elegido para lavar la afrenta de sus pecados.

—¿Habéis escuchado mi sermón de esta noche? —preguntó vivamente el anciano—. Ha versado sobre ese tema.

—Desde luego —respondió Sparhawk—. Me ha asombrado sobremanera comprobar la gran coincidencia que existe con las palabras pronunciadas por Su Majestad cuando me encomendó la tarea de traeros este mensaje. No obstante, debéis saber, venerable Arasham, que el monarca pretende suministraros una ayuda que rebasa el mero consuelo de su saludo y su respetuoso afecto. Sin embargo, la explicación de sus intenciones sólo debe ser escuchada por vos. —Dirigió suspicazmente la vista hacia la multitud que se apiñaba a su alrededor—. Entre una muchedumbre de tal dimensión, podrían infiltrarse diversos individuos al servicio de otras ideas, y si lo que debo comunicaros llegara a oídos de la jerarquía de Chyrellos, la Iglesia concentraría todos sus esfuerzos en entorpecer los designios de Su Majestad.

Arasham trató infructuosamente de adoptar un semblante astuto.

—Vuestra prudencia os honra, joven —convino—. Entremos en mi pabellón para que podáis expresar libremente los objetivos de mi querido hermano Obler.

Tras apartar a los oficiosos discípulos, Sparhawk se abrió camino entre sus filas para ofrecer el soporte de su brazo y su hombro al senil predicador.

—Venerable —le dijo con tono servil—, no temáis sosteneros en mí, puesto que, como nos ordenó el bendito Eshand, es deber del joven y fuerte servir al sabio anciano.

—Vuestras palabras son acertadas, hijo mío.

De este modo, cruzaron la puerta de la estacada y el trecho de arena, manchado de excrementos de cordero, que se extendía frente a la vivienda.

El interior de la carpa de Arasham presentaba un lujo mucho mayor que lo que cabía esperar al contemplar su sobrio aspecto exterior. Una única lámpara, alimentada con aceite de primera calidad, iluminaba el recinto, tapizado con alfombras de precio incalculable. La parte posterior del pabellón estaba aislada por cortinas de seda, detrás de las cuales sonaban ahogadas risitas de adolescentes.

—Sentaos, por favor, y acomodaos a vuestro gusto —invitó expansivamente Arasham antes de desplomarse sobre un montón de cojines de seda—. Tomemos un refresco y después me relataréis los planes de mi querido hermano Obler de Deira. —Batió las palmas y un muchacho de mirada esquiva salió de entre los paneles de seda.

—Traednos un poco de melón fresco, Saboud —le mandó Arasham.

—A vuestras órdenes, santo Arasham.

El efebo se retiró con una reverencia al recinto posterior.

El anciano se arrellanó en los cojines.

—No me sorprende en absoluto la información que me habéis traído referente a la creciente simpatía por nuestra causa en Deira —explicó entre balbuceos a Sparhawk—. Me han llegado noticias de que tales sentimientos no resultan infrecuentes en los reinos del norte. Precisamente, he recibido recientemente uno de estos comunicados. —Se detuvo, pensativo—. Esta coincidencia me hace pensar, tal vez a instancias del propio Dios, quien siempre comparte conmigo sus ideas, que tal vez conozcáis al otro mensajero. —Se volvió hacia las cortinas y descubrió el otro compartimiento, que se hallaba medio en penumbras—. Acercaos, mi amigo y consejero. Observad el rostro de nuestro noble visitante de Deira y decidme si os resulta conocido.

Tras las telas se agitó una sombra. Pareció titubear por un momento, pero finalmente se aproximó a la luz alguien vestido con un largo sayo con capucha. Aquel hombre era casi tan alto como Sparhawk y sus anchas espaldas delataban su condición de guerrero. Al descubrirse la cabeza, mostró sus penetrantes ojos negros y una espesa cabellera completamente blanca.

Asaltado por un curioso sentimiento de indiferencia, Sparhawk se preguntó por qué no había desenvainado la espada al instante.

—En efecto, santo Arasham —afirmó Martel con su voz profunda y cavernosa—. Sparhawk y yo nos conocemos desde hace mucho tiempo.

Capítulo 23

—Han pasado muchos años, ¿no es cierto, Sparhawk? —agregó Martel con tono inexpresivo. No obstante, sus pupilas se mantenían al acecho.

No sin esfuerzo, Sparhawk consiguió relajar su rígida musculatura.

—Así es —repuso—. Deben de haber transcurrido al menos diez. Tendríamos que intentar ponernos en contacto con más frecuencia.

—Lo consideraremos como algo prioritario.

El corto diálogo se detuvo en ese punto, aunque ambos continuaron escrutándose mutuamente. El aire parecía crepitar con la tensión mientras cada uno de ellos aguardaba a que el otro tomara la iniciativa.

—Sparhawk —musitó Arasham—, un nombre poco corriente. Creo haberlo escuchado en algún sitio.

—Es un nombre muy antiguo —le explicó Sparhawk—. En nuestra familia lo hemos conservado a lo largo de muchas generaciones. Algunos de mis antepasados adquirieron cierta relevancia.

—Quizá mi recuerdo se relacione con alguno de ellos —murmuró complaciente Arasham—. Estoy encantado de haber podido reunir a dos viejos y queridos amigos.

—Nos sentiremos eternamente en deuda hacia vos, Su Santidad —replicó Martel—. No podéis imaginar hasta qué extremo deseaba volver a ver el rostro de Sparhawk.

—No más de lo que yo anhelaba contemplar el vuestro —aseguró éste. A continuación volvió el semblante hacia el lunático anciano—. En otro tiempo, Martel y yo estábamos tan unidos como hermanos. Desgraciadamente, los años nos han conducido por caminos distintos.

—He intentado encontraros, Sparhawk —indicó Martel fríamente—, a decir verdad, en más de una ocasión.

—Sí, me consta vuestro interés. Por mi parte, siempre me he apresurado a acudir al lugar donde os habían visto, pero, cuando llegaba, ya habíais partido.

—Acuciado por urgentes ocupaciones —murmuró Martel.

—Siempre ocurre lo mismo —balbuceó Arasham, cuyas palabras luchaban por adoptar una pronunciación congruente en su desdentada boca—. Los amigos de juventud se alejan de nosotros y nos dejan solos en la vejez. —Sus ojos se cerraron, al tiempo que se sumía en una melancólica ensoñación. No volvió a abrirlos; al cabo de un momento comenzó a roncar.

—Se cansa rápidamente —declaró tranquilamente Martel. Giró el semblante hacia Sephrenia, sin bajar la guardia respecto a Sparhawk—. Pequeña madre —la saludó con un tono que oscilaba entre la ironía y la añoranza.

—Martel. —Ella inclinó la cabeza con suma brevedad.

—Ah —exclamó—. Al parecer, os he decepcionado.

—Creo que menos de lo que os habéis decepcionado a vos mismo.

—¿Utilizáis un tono represivo, Sephrenia? —preguntó sarcásticamente—. ¿No os parece que ya he recibido suficiente castigo?

—Esa pregunta no encaja con mis ideas, Martel. La naturaleza no comporta galardones ni castigos, únicamente consecuencias.

—De acuerdo. Entonces, acepto las consecuencias. ¿Me permitiréis al menos saludaros y solicitar vuestra bendición? —Tomó las muñecas de la mujer para girar hacia arriba las palmas.

—No, Martel —replicó, al tiempo que cerraba las manos—. Ahora ya no sois mi alumno. En estos momentos seguís los dictados de otro ser.

—La decisión no fue enteramente mía. Vos me repudiasteis, no lo olvidéis. —Con un suspiro, le soltó las muñecas y miró nuevamente a Sparhawk—. De veras, me sorprende veros, hermano mío, sobre todo si consideramos las numerosas ocasiones que he enviado a Adus para que se encargara de vos. Tendré que aleccionarlo muy severamente al respecto, a no ser que ya lo hayáis matado, por supuesto.

—Sangraba un poco la última vez que lo vi —contestó Sparhawk—, pero su estado no comportaba gravedad.

—A Adus no lo arredra la sangre, ni siquiera la suya.

—¿Os importaría apartaros a un lado, Sephrenia? —indicó Sparhawk mientras se desabotonaba el sayo y hacía girar levemente la empuñadura de la espada—. Martel y yo sostuvimos una pequeña discusión en nuestro último encuentro. Creo que es el momento de retomarla.

Martel entornó los ojos, al tiempo que abría la pechera de su atuendo. Al igual que Sparhawk, llevaba cota de malla y una espada.

—Una excelente idea, Sparhawk —aceptó, con su profunda voz reducida a poco más que un susurro.

Sephrenia se interpuso entre ambos.

—Deteneos —les ordenó—. No nos hallamos en el lugar apropiado. Nos encontramos justo en medio de un ejército. Si os entregáis a ese tipo de juegos, la mitad de la población de Rendor caerá sobre vosotros antes de que hayáis finalizado.

Pese a su súbito acceso de impotencia y desilusión, Sparhawk tuvo que reconocer que Sephrenia tenía razón; por tanto, retiró pesaroso la mano del puño de su arma.

—Lo aplazaremos para otro día, que espero sea muy próximo, Martel —anunció con espeluznante calma.

—Constituirá un placer para mí otorgaros cumplida respuesta —replicó Martel antes de realizar una irónica reverencia. Frunció el entrecejo con aire especulativo—. ¿A qué habéis venido a Rendor? —inquirió—. Os imaginaba aún en Cammoria.

—Nos ha traído una cuestión de negocios.

—Ah, habéis averiguado lo del darestim. Siento tener que comunicaros que perdéis el tiempo. No existe ningún antídoto. Lo comprobé con gran meticulosidad antes de recomendárselo a cierto amigo de Cimmura.

—Confiáis demasiado en vuestra buena suerte, Martel —le advirtió de manera amenazadora Sparhawk.

—Siempre me ha sido fiel, hermano mío. De todas formas, no hay beneficio que no comporte un riesgo. Lycheas alcanzará el trono y Annias será nombrado archiprelado. Espero obtener una provechosa cantidad a cuenta de mi intervención.

—¿Acaso sólo os mueve ese motivo?

—¿Qué otra meta podría perseguir? —contestó Martel con un encogimiento de hombros—. Cualquier otro objetivo resultaría ilusorio. ¿Qué tal se encuentra Vanion últimamente?

—Bien —repuso Sparhawk—. Le diré que os habéis interesado por él.

—En caso de que viváis lo bastante para verlo de nuevo. Os halláis en una situación muy precaria, mi viejo amigo.

—La vuestra tampoco ofrece seguridad, Martel.

—Lo sé, pero ya estoy acostumbrado a estos asuntos. A vos os estorban los escrúpulos y los prejuicios. Yo me liberé de ellos hace mucho tiempo.

—¿Dónde está vuestro damork domesticado, Martel? — preguntó Sephrenia de improviso.

—Realmente, no tengo ni la más remota idea, pequeña madre —respondió prontamente Martel tras un instante de sorpresa—. Acude a mi encuentro sin que yo lo invoque, de modo que nunca puedo prever cuándo va a hacer su aparición. Tal vez regresó al lugar de donde procede. Como sabéis, debe hacerlo con cierta frecuencia.

—Nunca me he sentido tan atraída por las criaturas del inframundo.

—Podría suponer un grave descuido por vuestra parte.

—Tal vez.

Arasham se agitó entre los cojines y abrió los ojos.

—¿Me he quedado dormido?

—Sólo un momento, Su Santidad —repuso Martel—. Sparhawk y yo hemos renovado nuestra amistad. Nos habéis proporcionado el tiempo suficiente para hablar de muchos asuntos.

—Muchos —acordó Sparhawk; Dudó unos segundos, pero llegó a la conclusión de que Martel se encontraba tan seguro de sí mismo que no alcanzaría probablemente a detectar el propósito de la pregunta—. Durante vuestro sermón, habéis hecho mención de un talismán, venerable —dijo a Arasham—. ¿Nos concederíais el honor de verlo?

—¿La reliquia sagrada? Desde luego. —El anciano buscó a tientas entre sus vestiduras y extrajo algo que parecía un retorcido fragmento de hueso. Después lo levantó orgullosamente en el aire—. ¿Sabéis qué es esto, Sparhawk? —preguntó.

—Me temo que no, santo Arasham.

—Ya sabéis que el bendito Eshand fue pastor en los inicios de su vida.

—Sí, lo he oído.

—Un día, cuando era muy joven, una oveja de su rebaño parió un cordero de una blancura tal como no había visto ninguno hasta entonces. Al contrario de los demás corderos de su raza, éste tenía cuernos en la frente, lo que, sin duda, era una señal de Dios. La pureza del cordero simbolizaba al propio Eshand, y el detalle de los cuernos sólo podía significar que Eshand había sido elegido para castigar a la Iglesia por su iniquidad.

—Cuán misteriosos son los caminos del Señor —se maravilló Sparhawk.

—Ciertamente, hijo mío. Eshand cuidó tiernamente al carnero, el cual, con el tiempo, comenzó a hablarle. Su voz era la voz de Dios. Por ese medio Dios informó a Eshand de cómo debía obrar. Esta sagrada reliquia es un pedazo del cuerno de ese cordero. Ahora podéis comprender por qué posee tan enorme poder.

—Con total evidencia, Su Santidad —admitió Sparhawk con una reverencia—. Acercaos, hermana —indicó a Sephrenia—. Contemplad esta milagrosa reliquia.

La mujer se adelantó unos pasos y observó atentamente el retorcido pedazo de asta que reposaba en la mano de Arasham.

—Admirable —murmuró. Después dirigió la mirada a Sparhawk y sacudió casi imperceptiblemente la cabeza.

El caballero sintió en la boca el sabor amargo de la decepción.

—El poder de este talismán superará la fuerza concertada de los condenados caballeros de la Iglesia y su estúpida brujería —declaró Arasham—. El mismo Dios me lo ha revelado. —Sonrió casi con timidez—. He descubierto algo verdaderamente extraordinario —les anunció confidencialmente—. Cuando me hallo a solas, puedo llevarme la sagrada reliquia al oído y escuchar la voz de Dios. De ese modo me instruye, al igual que lo hizo con el bendito Eshand.

—¡Un milagro! —exclamó Martel con irreverente asombro.

—¿Acaso no lo es? —tronó Arasham.

—Nuestra gratitud por haber consentido enseñarnos este talismán resulta completamente inexpresable, Su Santidad —intervino Sparhawk—. No ahorraremos esfuerzos para propagar la noticia de su existencia en los reinos del norte, ¿no es cierto, Martel?

—Desde luego, desde luego —respondió éste con un semblante algo desconcertado mientras miraba con suspicacia a Sparhawk.

—Ahora comprendo que nuestra visita forma parte de los designios de Dios —prosiguió Sparhawk—. Nuestra misión consiste en informar del advenimiento de este milagro a los habitantes de los reinos norteños, en cada pueblo y en cada encrucijada. En estos momentos puedo sentir el espíritu de Dios que infunde elocuencia a mis palabras para que sea capaz de describir lo que he presenciado. —Alargó la mano y propinó una airosa palmada en el hombro de Martel—. ¿No captáis vos lo mismo, querido hermano? —inquirió con entusiasmo.

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