El trono de diamante (56 page)

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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

—No conseguiréis ir muy lejos con esta embarcación, Sparhawk —advirtió en voz baja.

—¿De veras? —replicó éste—. Me parece que tendréis que considerarlo dos veces. Por supuesto, podéis intentar seguirme, pero probablemente se interpondrán en vuestro camino esos pelotones que patrullan las orillas del río. Además, creo que una vez que hayáis superado vuestro enfado, os daréis cuenta de que es preferible que permanezcáis en Dabour para tratar de sonsacar a Arasham la palabra mágica. Toda la trama que habéis urdido en Rendor pende de vuestras dotes de persuasión.

—Me lo pagaréis, Sparhawk —prometió siniestramente Martel.

—Pensaba que ya había saldado mi deuda, mi viejo amigo —repuso Sparhawk—. Acordaos de Cippria. —Alargó la mano y Martel se apartó de un salto para protegerse el hombro. Sin embargo, en su lugar Sparhawk le dio una palmadita insultante en la mejilla—. Cuidaos mucho, Martel —le indicó—. Deseo que nos encontremos pronto y debéis encontraros en perfecta posesión de vuestras facultades, porque os aseguro que vais a necesitarlas. —Entonces se volvió y atravesó la pasarela de la barcaza.

Los marineros soltaron amarras e impulsaron la embarcación hacia la mansa corriente. Después tomaron los remos y comenzaron a bogar lentamente río abajo. Los muelles, con la solitaria silueta de Martel, se perdieron pronto de vista a sus espaldas.

—¡Oh, Dios! —gritó exultante Sparhawk—. ¡Cómo he disfrutado!

Tardaron un día y medio en recorrer el río y desembarcaron algunas millas antes de Jiroch, en previsión de que Martel hubiera logrado apostar espías en el puerto. Aunque Sparhawk admitió que aquella precaución seguramente resultaba innecesaria, no quería correr riesgos inútilmente. Se adentraron en la ciudad por la puerta occidental y se confundieron entre la multitud con intención de dirigirse nuevamente a la morada de Voren. Al atardecer, llamaron a su puerta.

Este se sorprendió al verlos.

—Habéis regresado muy pronto —dijo mientras los conducía al jardín.

—La suerte nos ha sido propicia —repuso Sparhawk con un encogimiento de hombros.

—Han intervenido otros factores además del azar —puntualizó malhumoradamente Sephrenia.

El enfado de la mujer apenas había remitido desde que abandonaran Dabour, hasta el punto de que se negaba incluso a dirigirle la palabra a Sparhawk.

—¿Ha habido algún contratiempo? —preguntó prudentemente Voren.

—Ninguno, que yo sepa —respondió alegremente Sparhawk.

—Dejad de congratularos, Sparhawk —espetó Sephrenia—. Estoy profundamente disgustada con vos.

—Me duele vuestra actitud, Sephrenia, pero actué de la forma más correcta. —Se volvió hacia Voren—. Topamos con Martel —explicó—, y logré desbaratar sus planes. Todo cuanto había tramado se vino abajo delante de él.

Voren lanzó un silbido.

—No me parece un comportamiento reprensible, Sephrenia.

—No critico lo que hizo, Voren, sino la manera en que lo consiguió.

—¿Cómo?

—No quiero tratar ese tema —zanjó la mujer, y tomó luego a Flauta en brazos y se encaminó al banco situado junto a la fuente, donde se sentó y le susurró malhumorada unas palabras en estirio a la niña.

—Necesitamos embarcar sin ser vistos en un veloz bajel que se dirija a Vardenais —declaró Sparhawk a Voren—. ¿Se os ocurre algún modo para pasar inadvertidos?

—Por supuesto —repuso Voren—. Con harta frecuencia debemos enfrentarnos al riesgo de que quede desvelada la verdadera identidad de uno de nuestros hermanos, por lo que finalmente ideamos un método para sacarlos de Rendor con garantías de seguridad. —Sonrió irónicamente—. De hecho, en eso consistió mi primera ocupación al llegar a Jiroch. Además, estaba casi convencido de que yo mismo iba a precisarlo sin tardanza. Dispongo de un embarcadero en el puerto, cuyo emplazamiento queda próximo a una posada de marineros. Dicho establecimiento está regentado por uno de nuestros hermanos y ofrece los servicios habituales: cervecería, establos, dormitorios, etc… La particularidad estriba en que su sótano se une mediante un pasadizo subterráneo a mi embarcadero. Cuando la marea esté baja, podréis subir a bordo desde la bodega sin ser vistos desde el muelle.

—¿Esa estratagema servirá para engañar al damork, Sephrenia? —le preguntó Sparhawk.

La mujer lo miró fijamente y luego aplacó su ira. Se apretó ligeramente las sienes con las puntas de los dedos. Sparhawk advirtió que su cabello había encanecido de forma perceptible.

—Creo que sí —respondió—. Además, no sabemos a ciencia cierta que el damork esté aquí. Es posible que Martel no mintiera.

—Yo no me fiaría de él —gruñó Kurik.

—Aun así —continuó ella—, probablemente el damork es incapaz de comprender el concepto de un sótano, y mucho menos de un pasaje subterráneo.

—¿Qué es un damork? —inquirió Voren.

Sparhawk le describió las características de la criatura y le relató lo sucedido a la embarcación del capitán Mabin en el estrecho de Arcium a la salida de Madel.

Voren se puso en pie y comenzó a caminar de arriba abajo.

—Nuestra ruta de escape no fue diseñada para este tipo de peligros —admitió—. Creo que tendré que tomar algunas precauciones adicionales. ¿Qué os parece si hago salir a la mar a todos los barcos al mismo tiempo? Si navegáis en medio de una flotilla, resultará más difícil dilucidar en qué bajel os halláis.

—¿No representa una excesiva complicación? —le preguntó Sparhawk.

—Sparhawk, me consta vuestra modestia, pero debemos reconocer que en estos momentos sois probablemente el hombre más importante del mundo, al menos hasta que lleguéis a Cimmura e informéis a Vanion de vuestras pesquisas. Si puedo evitarlo, no estoy dispuesto a exponeros a ningún incidente. —Se acercó a la pared del jardín y escrutó el cielo de poniente—. Tendremos que apresurarnos —les anunció—. La marea baja se inicia justo después del atardecer, y quiero que os encontréis en la bodega cuando encajen la barandilla del barco a unos metros por debajo de la altura del muelle. Os acompañaré para asegurarme de que no ocurra ningún imprevisto.

Cabalgaron juntos hacia la zona portuaria. La ruta elegida los obligó a recorrer el barrio donde Sparhawk había ejercido el oficio de tendero durante los años en que se había ocultado allí. Los edificios que flanqueaban ambos lados de las calles resultaban casi viejos amigos para él; incluso creyó reconocer a algunos de los viandantes que se dirigían con paso presuroso a sus casas a través de las callejuelas mientras el sol se ponía en el horizonte.

—¡Bestia! —El grito, espantosamente familiar, exhalado a sus espaldas, probablemente llegó a escucharse en el estrecho de Arcium—. ¡Asesino!

—¡Oh, no! —gruñó Sparhawk, al tiempo que refrenaba a
Faran
—. ¡Precisamente ahora que ya estábamos tan cerca! —Miró anhelante la posada adonde los conducía Voren, situada tan sólo una calle más abajo.

—¡Monstruo! —continuó los insultos la estridente voz.

—Sparhawk —llamó cautelosamente Kurik—, ¿son imaginaciones mías o esa dama intenta atraer vuestra atención?

—Finge no oírla.

—Como vos deseéis, mi señor.

—¡Asesino! ¡Bestia! ¡Monstruo! ¡Desertor!

Se abrió una breve pausa.

—¡Asesino! —agregó la mujer.

—No merezco tal apelativo —murmuró Sparhawk. Resignado, volvió grupas—. Hola, Lillias —saludó a la escandalosa mujer vestida con túnica y con el rostro velado. Utilizó un tono de voz tan plácido e inofensivo como le fue posible.

—¿Hola, Lillias? —chilló la interpelada—. ¡Hola, Lillias! ¿Eso es todo cuanto se os ocurre, bandido?

Sparhawk tuvo que esforzarse para reprimir una sonrisa. Amaba a Lillias de un modo peculiar, y se alegraba de verla disfrutar con su espectáculo.

—Tenéis buen aspecto, Lillias —añadió amigablemente, pese a ser consciente de que ese comentario espolearía los improperios de la mujer.

—¿Que tengo buen aspecto? ¿Buen aspecto? ¿Cuando me habéis asesinado? ¿Cuando me habéis arrancado el corazón? ¿Cuando me habéis arrojado a la más espantosa desesperación? —Se inclinó hacia atrás con ademán trágico, la cabeza erguida y los brazos extendidos—. Apenas he probado bocado desde el aciago día en que me abandonasteis a mi suerte y me dejasteis sola y en la miseria.

—Os quedasteis con la tienda, Lillias —objetó Sparhawk—. Antes de irme, proporcionaba la manutención para ambos. Estoy seguro de que las ganancias bastan para satisfacer vuestras necesidades.

—¡La tienda! ¿Qué me importa a mí la tienda? ¡Es el corazón lo que me habéis roto, Mahkra! —Se bajó la capucha y se deshizo del velo que le cubría el rostro—. ¡Asesino! —gritó—. ¡Ved el resultado de vuestra fechoría! —Entonces comenzó a estirarse de los relucientes cabellos negros y a arañarse su moreno y sensual rostro.

—¡Lillias! —rugió Sparhawk con una autoridad que pocas veces había tenido que utilizar durante sus años de convivencia—. ¡Deteneos! ¡Os vais a lastimar!

Pero Lillias se había envalentonado y no permitía que la contuvieran.

—¿Qué importa si me hago daño? —gritó trágicamente—. ¿Qué dolor puede sentir una mujer muerta? ¿Queréis contemplar mis heridas, Mahkra? ¡Ved mi corazón! —Tras esta exclamación, se rasgó la parte delantera del vestido, mas lo que salió a la luz no era su corazón.

—¡Oh, Dios mío! —exclamó Kurik, con voz desfallecida, ante los atributos de la mujer desvelados súbitamente. Voren volvió la cabeza para ocultar una sonrisa. Por su parte, Sephrenia miró a Sparhawk con una expresión ligeramente modificada.

—Oh, Dios —gruñó Sparhawk antes de descender del caballo—. ¡Lillias! —murmuró tajantemente—. ¡Cubríos ahora mismo! Pensad en los vecinos y en todos los niños que os observan.

—¡Me tienen sin cuidado los vecinos! ¡Que miren si quieren! —Puso al descubierto sus henchidos pechos—. ¿Puede afectar la vergüenza a alguien cuyo corazón ha dejado de latir?

Sparhawk avanzó hacia ella con torvo semblante. Cuando se hubo aproximado lo bastante, le habló quedamente con las mandíbulas contraídas.

—Son muy hermosos, Lillias —declaró—, pero, realmente, no creo que representen una novedad para ningún hombre que habite en los alrededores de esta calle. ¿De veras queréis continuar con esta farsa?

De pronto, Lillias pareció menos segura de sí. Sin embargo, no accedió a cubrir su busto.

—Como prefiráis —añadió Sparhawk con un encogimiento de hombros. A continuación, comenzó a vocear—. Vuestro corazón no está muerto, Lillias —anunció a la audiencia arracimada en los balcones—. Ni mucho menos. ¿Cómo explicáis lo de Georgias, el panadero? ¿Y lo de Nendan, el charcutero? —Seleccionaba nombres al azar.

Con el rostro palidecido, la mujer retrocedió y tapó su generoso pecho con el vestido.

—¿Lo sabíais? —preguntó con voz quebrada.

Aunque aquella confesión ofendió levemente a Sparhawk, no mostró ninguna alteración.

—Desde luego —afirmó, a fin de proseguir con la representación dirigida al auditorio—, pero os perdono. Sois toda una mujer, Lillias, y no habéis nacido para estar sola. —Alargó la mano y le cubrió suavemente el cabello con la capucha—. ¿Os ha ido bien? —inquirió con dulzura, nuevamente en voz baja.

—Aceptablemente —susurró Lillias.

—Me alegro. ¿Hacemos las paces?

—Creo que falta un detalle para acabar de redondear la escena, ¿no os parece? —preguntó esperanzada.

Sparhawk luchó contra el irreprimible impulso de soltar una carcajada.

—Se trata de una puntualización importante, Mahkra —musitó—. Mi posición en la comunidad depende de ella.

—Contad conmigo —murmuró el caballero—. Me habéis traicionado, Lillias —declamó de cara al público—, pero os concedo mi perdón, porque yo no he permanecido aquí para evitar que os descarriaseis.

Después de reflexionar unos instantes, la mujer se arrojó sollozante en sus brazos y hundió el rostro en su cuello.

—Os había añorado tanto, Mahkra. Me ha vencido mi debilidad. Sólo soy una pobre e ignorante mujer, una esclava de mis pasiones. ¿Podréis disculparme alguna vez?

—¿Acaso yo puedo juzgar vuestra conducta, Lillias? —dijo grandilocuentemente—. Vos sois como la tierra, como el mar. Vuestro destino consiste en entregaros como lo hace la naturaleza.

Lillias se apartó unos pasos de él.

—¡Pegadme! —pidió—. ¡Merezco ser azotada! —Gruesas lágrimas que, a juicio de Sparhawk, destilaban sinceridad, manaban de sus resplandecientes ojos negros.

—¡Oh, no! —rehusó, pese a saber exactamente en qué desembocaría el espectáculo—. Nada de azotes, Lillias —aseguró—. Sólo esto. —Entonces la besó castamente en los labios—. Os deseo mucha suerte, Lillias —murmuró con afecto. Después retrocedió velozmente, antes de que ella pudiera rodearlo con sus brazos, pues conocía la fuerza que poseían—. Ahora, pese al dolor que lacera mi alma, debo partir de nuevo —declaró—. Acordaos de mí alguna vez mientras sigo el destino que la fortuna me depare. —Consiguió resistir el impulso de llevarse la mano al corazón.

—¡Lo sabía! —gritó en dirección a los observadores más que a Sparhawk—. ¡Sabía que os dedicabais a asuntos importantes! Guardaré nuestro amor en mi corazón para toda la eternidad, Mahkra, y os seré fiel hasta la muerte. Volved a mí cuando lo deseéis. —Había extendido nuevamente los brazos—. Y, si fallecéis, enviadme a vuestro fantasma en mis sueños para que pueda otorgar mi consuelo a vuestra pálida sombra.

Sparhawk se alejó de sus brazos tendidos y luego giró sobre sí para agitar dramáticamente sus ropajes, gesto del que consideraba a Lillias merecedora, y subió a lomos de
Faran
.

—Adiós, Lillias querida —se despidió con voz melodramática, al tiempo que tiraba de las riendas para hacer corvetear a
Faran
—. Si no volvemos a vernos en este mundo, quiera Dios que nos encontremos de nuevo en la vida de ultratumba. —Después clavó los talones en los flancos del caballo y pasó junto a ella al galope.

—Habéis efectuado deliberadamente toda esa comedia, ¿no es cierto? —le preguntó Sephrenia cuando desmontaron en el patio de la posada.

—Tal vez me he propasado en la exaltación —admitió Sparhawk—. Lillias realiza frecuentemente escenas similares. —Sonrió con cierto pesar—. Se le destroza el corazón con una periodicidad aproximada de tres veces por semana —apuntó clínicamente—. Siempre fue activamente infiel y un poco deshonesta en lo concerniente al dinero. Constituye una persona engreída, vulgar y autocomplaciente, además de mentirosa, codiciosa y extremadamente melodramática. —Hizo una pausa mientras rememoraba los años vividos junto a ella—. Sin embargo, me gustaba. A pesar de sus defectos, es una buena chica y nunca permitía a nadie aburrirse a su lado. Tras esa representación podrá caminar por el barrio como una reina. Le debía ese favor, y tampoco me ha costado mucho esfuerzo complacerla.

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