El único testigo (4 page)

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Authors: Jude Watson

—Tardaré un tiempo en hacerme con los documentos. Quizá los tenga para mañana por la noche —dijo—. Hay que tener muchísimo cuidado. Si Solan sospechara algo...

De repente, una voz estruendosa resonó justo a las puertas de la biblioteca. Qui-Gon mostró su gesto de preocupación. Era una voz masculina con un evidente enfado.

Lena soltó el brazo de su suegra y le indicó que guardara silencio. Sin perder un segundo, se puso en pie y se escondió tras una pesada cortina que cubría las puertas de transpariacero de la biblioteca.

Un momento después, las puertas se abrieron y Solan irrumpió en la habitación.

—Madre —le dijo con brusquedad, mirándola como si fuera una niña a la que hubiera que regañar—. ¿Qué haces aquí?

Zanita miró tranquilamente a su hijo. No era una niña, y, al parecer, no le agradaba que la trataran como tal.

—Sólo estoy descansando un rato —se limitó a decir. En su rostro no había ni un ápice de temor.

Solan se mostró impaciente.

—Eres la anfitriona de la celebración del cumpleaños de tu hijo —sentenció él—. No me parece bien que te escapes para descansar un rato. Ya lo harás cuando acabe la fiesta.

—Deja de agobiarme, Solan. Estoy en mi casa y haré lo que me dé la gana —miró a su hijo fijamente. Solan parpadeó y dio un paso atrás.

—Juno necesita que vayas a la cocina —dijo él con más calma—. No sabe qué vajilla poner para la cena.

—Bien. Ya iré a hablar con ella —respondió Zanita.

—De acuerdo. Entonces vuelve a la fiesta.

Zanita pasó por alto el hecho de que su hijo le acababa de dar una orden. Se limitó a seguirle dócilmente, saliendo de la biblioteca. No se giró cuando la puerta se cerró tras ella.

Tras esperar un momento. Lena también salió de la habitación. Minutos después se reunió con los Jedi en el puesto de guardia.

—Supongo que habréis oído todo lo que ha pasado —dijo—. Ese Solan me pone histérica, hablándole así a su madre. A veces me gustaría que ella le pusiera en su sitio —su voz se calmó—. Pero supongo que eso acabaría con su vida.

Lena se detuvo mientras su rápida mente se movía hasta el siguiente pensamiento. De repente, su mirada dejó ver un brillo de agitación. Qui-Gon no estaba seguro de si era por la emoción de haber escapado o por el resultado de la reunión con su suegra.

—¿No es genial? —preguntó, quizá demasiado alegre—. Zanita nos va a ayudar. Sabía que lo haría. Sólo una mujer podría entender que la violencia del mundo del crimen no conduce a nada más que a la destrucción y el odio.

Qui-Gon no pudo evitar pensar en Jenna Zan Arbor, una científica loca que había realizado experimentos terribles en sujetos humanos vivos..., incluido él. Conocía a muchas mujeres que llevaban vidas delictivas y violentas, Pero no dijo nada.

—Ahora estoy más tranquila. El encuentro no podía haber salido mejor.

—Sí, parece que tu suegra está dispuesta a ayudarte a testificar —asintió Qui-Gon—. Esperemos que mantenga su palabra.

Lena asintió mientras daba la espalda a las pantallas de seguridad.

—Todavía tenemos que salir de aquí sin que nos descubran —dijo. Miró las pantallas, fijándose en la ubicación de cada uno en la casa. Qui-Gon se dio cuenta de que estaba calculando cuál era el mejor momento para salir de allí.

—Seguidme —dijo Lena al cabo de un rato. Sacó la cabeza por la puerta del puesto de guardia y miró al pasillo. Indicó a los Jedi que la siguieran y salieron de la sala. Zanita seguía en las cocinas con Juno, por lo que salieron por otra entrada que casi nunca se usaba, en un lateral de la mansión.

Una vez fuera de la casa, Qui-Gon pensó en la familia Cobral. Aparentemente, eran como cualquier otra familia: unidos, cariñosos..., pero con algunas tensiones. Pero bajo la superficie quedaban puntos oscuros. Había miedo, y posiblemente también odio.

Pero, claro, aquello no era del todo sorprendente para Qui-Gon. Era de esperar que una familia que gobernaba el planeta gracias a la corrupción y a la violencia estuviera unida por una oscura red.

Distraído con sus pensamientos. Qui-Gon no percibió el peligro inminente. Fue Obi-Wan el primero que gritó:

—¡Cuidado! —exclamó, empujando a Qui-Gon y Lena para apartarles del deslizador.

Mientras los tres caían al suelo, una gran estatua de metal se desplomó justo en el sitio donde habían estado ellos y fue a parar al morro de su deslizador, apenas a unos centímetros de los tres.

Su vehículo estaba destrozado. Y, si no hubiera sido por unos pocos segundos, ellos también podrían haber muerto.

Capítulo 6

Los Jedi y Lena seguían en el suelo cuando Zanita y Juno salieron por la puerta de las cocinas. Qui-Gon percibió la tensión de Lena ante la mirada del asistente y. por un momento, Juno le dirigió a la chica una mirada de odio. Pero su rostro dibujó enseguida un gesto de preocupación.

—¿Se encuentra bien? —preguntó, tendiendo una mano para ayudarla.

Lena se levantó sola y se sacudió la ropa.

—Sí —respondió bruscamente. Miró a su alrededor para ver si venía alguien más. Se alegró de haber aparcado el vehículo al otro lado de la zona de la fiesta.

A Qui-Gon le impresionó la compostura de Lena. Y no necesitaba mirar a su padawan para saber que a Obi-Wan también.

Zanita tenía el turbante ladeado y parecía ligeramente cansada, pero no se sorprendió en absoluto ante el hecho de que Lena hubiera aparecido en su casa con dos personas a las que no había visto jamás.

—Tenemos que reforzar la base de esa estatua —dijo Juno, contemplando la gigantesca mole metálica del suelo—. Es bastante inestable.

—Bastante —repitió Qui-Gon con frialdad.

—Zanita, ¿recuerdas a Obi-Wan Kenobi y Qui-Gon Jinn? —preguntó Lena, alzando las cejas ligeramente y mirando a su suegra—. Son amigos míos. Qui-Gon supo instintivamente que Lena estaba intentando que la madre de su difunto marido no dijera ni diera a entender que jamás los había visto antes. Y se dio cuenta de que era por Juno.

—Claro —replicó Zanita encantada—. Me alegro de volver a veros.

Qui-Gon sonrió con una amabilidad que no sentía.

—Lo mismo digo —dijo, tomándola de la mano por un instante, según la costumbre fregana.

Juno parecía molesto por no ser presentado a los Jedi. Se aclaró la garganta y dio un paso adelante.

—Por favor, pasen, tienen que descansar —dijo—. Tenemos un androide médico que examinará sus heridas.

Qui-Gon intentó disimular una mueca al darse cuenta de que para una familia como los Cobral tener un androide médico era una necesidad vital, pero había algo extraño en la oferta de Juno. Qui-Gon estaba convencido de que, pese a su gesto preocupado, el sirviente no tenía el menor interés en su bienestar. Quizá tenía otros motivos para desear que el grupo regresara a la casa.

—Creo que no va a ser necesario, Juno —dijo Zanita con tono autoritario—. Lena y sus amigos ya se iban —miró a su alrededor furtivamente. Tras la conversación que había tenido con su hijo en la biblioteca, Qui-Gon supuso que la idea de entrar en la casa, o la posibilidad de que saliera alguien, le ponía nerviosa.

—Puedes coger un deslizador, Lena —añadió—. Es lo menos que puedo hacer por ti.

Lena sonrió a su suegra.

—Te lo agradeceríamos mucho —dijo ella—. Gracias, Zanita.

Juno dirigió una mirada iracunda a Lena y se dirigió hacia el edificio de almacenamiento de vehículos.

—Lena sabe dónde se guardan los deslizadores, Juno —dijo Zanita—, y puede coger el que quiera de los míos. No es necesario que la lleves.

La expresión de Juno se volvió más sombría, pero no dijo nada.

—Más nos vale volver dentro —dijo Zanita al ver que Juno no se movía—. Tenemos imitados a los que atender.

Dirigiendo una última mirada a los tres visitantes, Juno se giró y siguió a su jefa de vuelta a las cocinas.

—Otra vez hemos estado cerca —susurró Lena, temblando ligeramente—. A Rutin nunca le cayó bien Juno, y a mí me da miedo —miró hacia la puerta por la que Juno y Zanita acababan de desaparecer, y luego se giró, dirigiéndose hacia el hangar de vehículos—. Vámonos de aquí antes de que pase algo más.

Minutos después. Lena y los Jedi estaban en el camino de regreso a la ciudad.

—Qué amable ha sido Zanita al ofrecemos su propio deslizador —comentó Obi-Wan desde el asiento del copiloto.

—Muy amable —asintió Lena, pero no añadió nada más. De repente parecía muy concentrada en la conducción del deslizador.

De vuelta en el asiento de atrás, Qui-Gon pensó en las cosas que habían ocurrido en las últimas horas. Aunque no le gustaba admitirlo, se sentía perdido. No era capaz de descifrar si Zanita o Lena eran sinceras, tanto entre ellas como con Obi-Wan y él.

Qui-Gon suspiró. Por millonésima vez, deseó que Tahl siguiera viva. Aparte del dolor insoportable por su ausencia, que todavía le quemaba por dentro, sabía que la aguda percepción y la intuición de su amiga habrían descubierto la verdad. Ella no se hubiera dejado distraer por las superficies serenas y refinadas de aquellas mujeres. Ella hubiera traspasado todo aquello y habría adivinado sus verdaderas intenciones, sus motivos.

Qui-Gon agachó la cabeza e intentó que el dolor por la pérdida de Tahl fluyera a través de él. ¿No era eso lo que le había enseñado Yoda, lo que él mismo le había dicho a su padawan tantas veces?

Tienes que permitirte sentir las cosas, para luego dejarlas ir.
Qui-Gon se concentró en las palabras. Sintió el dolor arremolinándose en su interior hasta que supo que se iba a romper, que se iba a venir abajo. Entonces, con cada átomo de su cuerpo. intentó dejar fluir el dolor hacia fuera.

Pero no pudo.

Le dolía la cabeza, y abrió los ojos. Siempre le pasaba lo mismo. Sentía el dolor en su totalidad y luego un vacío infinito. El dolor nunca se iba. Le dejaba vacío, pero no le dejaba en paz.

Capítulo 7

Obi-Wan no dijo nada mientras el deslizador atravesaba la ciudad. Podía percibir el humor melancólico de su Maestro, y Lena tenía toda su concentración puesta en la conducción. Ella pilotaba muy bien por la ciudad, y Obi-Wan volvió a sentirse impresionado por su compostura. Hacía menos de media hora que habían estado a punto de morir, pero ella parecía haber borrado aquello de su memoria con la facilidad de alguien que corre una cortina.

Obi-Wan había supuesto que iban a regresar al escondite de Lena en el almacén. En lugar de eso, y tras asegurarse de que nadie les seguía, ella se dirigió hacia su saqueado apartamento. Obi-Wan pensó decir algo al respecto, pero cambió de idea. Supuso que Lena estaba guardando silencio por alguna razón.

Lena aparcó el deslizador a unos cientos de metros de su edificio. Se acercaron con precaución, y sólo encontraron a un guardia adormilado en la puerta del turboascensor. Pasaron rápido por delante de él y entraron en el ascensor, que les llevó rápidamente a la planta superior. Cuando entraron en el piso, Lena fue de una habitación a otra rápidamente, con los Jedi siguiéndola de cerca.

Qui-Gon no dijo nada, pero la siguió con seguridad. Obi-Wan sintió una punzada de frustración al darse cuenta de que su Maestro no estaba experimentando la misma confusión que él. Incluso en aquel estado depresivo parecía saber exactamente lo que estaba pasando.

A Obi-Wan le costó un poco mantener el ritmo de las dos personas que tenía delante. Lena les guió por la salida secreta que habían empleado antes, y luego bajaron tramo tras tramo de las escaleras. No bajó el ritmo cuando llegaron al callejón. Caminó rápidamente por las calles, yendo de un lado a otro. Por último, paró un aerotaxi y todos se subieron.

Aliviado por haber dejado de perseguir a Qui-Gon y Lena, Obi-Wan se desplomó contra el respaldo.

—¿Nos estaban siguiendo? —preguntó. Era la única razón lógica para las acciones de Lena.

—No, que yo sepa —dijo Lena con voz rara. Parecía casi frívola, como si le divirtiera la idea—. Zanita es una mujer realmente maravillosa. Qué suerte tengo de conocerla.

Obi-Wan pensó que era extraño que Lena estuviera hablando de su suegra como si les uniera una amistad, y no un parentesco, pero guardó silencio una vez más. Después de todo, él no sabía nada sobre familias.

Lena dijo al aerotaxista que les dejara a unas manzanas del almacén. Cuando volvieron a caminar, ella se relajó un poco. Un rato después alzó la mano y dio un toque a Obi-Wan en el brazo.

—Lo siento —dijo, mirándole a los ojos. Obi-Wan intentó reprimir la forma en que se sentía cuando ella le miraba.

—No podía hablar en el aerotaxi por el gremio de conductores aéreos —explicó la chica—. Son partidarios de Cobral. Y en cuanto al vehículo de Zanita, bueno, digamos que está repleto de equipo de vigilancia extra que probablemente ni siquiera Zanita conoce.

Obi-Wan asintió, y Lena se giró y siguió caminando. Habló bajando el volumen lo suficiente como para que Obi-Wan y Qui-Gon pudieran oírla.

—El derrumbe de la estatua no fue accidental. Estoy segura de que la base era estable, por mucho que dijera Juno. Hay unas cuantas trampas repartidas por la finca, los Cobral las llaman "medidas de seguridad". Dicen que son para proteger lo que es suyo.

—¿Quién crees que lo provocó? —preguntó Qui-Gon, hablando por primera vez desde que salieron de la finca Cobral.

—No lo sé —respondió Lena—. Los Cobral tienen muchos aliados, remunerados o no. Aunque Juno es el sirviente de Zanita, es fiel a Solan. Estoy segura de que le caería una buena recompensa si consiguiera matarme.

El humor del grupo era sombrío mientras avanzaban por las calles y llegaban al almacén.

En el interior. Mica iba de un lado a otro. Un paquete de tamaño mediano yacía sobre la mesita baja.

—Esto llegó mientras estabas fuera —dijo Mica. Alzó el paquete y lo lanzó a las manos de su prima. Parecía algo nerviosa.

Lena cogió el paquete y le dio la vuelta. Estaba cubierto de un fino material de envoltura gris. No tenía nada escrito aparte de su nombre en letras mayúsculas: "LENA COBRAL".

Capítulo 8

—Rutin —dijo Lena, mirando al paquete. Pasó los dedos por su nombre—. Es la letra de Rutin —explicó mirando a los Jedi—. La reconocería en cualquier parte.

Qui-Gon miró al paquete, con la casi total seguridad de que era una especie de trampa. Rutin estaba muerto. ¿O no?

—Si no te importa, me gustaría echarle un vistazo —dijo él, dando un paso adelante—. Quiero asegurarme de que no es peligroso antes de que lo abras.

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