Authors: Jude Watson
—Pero no dejaremos que vayas sola —dijo Obi-Wan, y Mica pareció aliviada al oír aquello.
—Claro que no —repitió Qui-Gon—. No es seguro.
—Ésa la única forma de convencer a Zanita —replicó Lena—. Ya os vio en la finca. Probablemente sepa que habéis venido en representación de la República Galáctica. Y así no podré convencerla de que he cambiado de idea, si me ve acompañada de Jedi.
—Estamos aquí para protegerte —dijo Qui-Gon con firmeza.
Y para asegurarnos de que eres quien dices ser.
Tras saber que Lena había vuelto a su casa mientras estaba sola, Qui-Gon sintió de nuevo crecer la sospecha en su interior. Podía haber hecho de todo mientras estaba allí. Aunque sabía que su dolor por la pérdida era sincero, no iba a pasar por alto el hecho de que podía estar sometida a presiones de las que ellos no supieran nada.
—Me temo que no te vas a librar de nosotros hasta que estemos de vuelta sanos y salvos en Coruscant —sonrió Obi-Wan—. Permaneceremos ocultos, pero no irás sola.
Lena le devolvió la sonrisa a Obi-Wan.
—De acuerdo —dijo—, pero más nos vale apresurarnos, para llegar antes. No es lejos de aquí.
—Ten cuidado —dijo Mica, abrazando a su prima—. Estaré aquí si me necesitas. Siempre estaré aquí si me necesitas.
Lena le acarició la mejilla.
—¡Volveré enseguida! —prometió.
Qui-Gon, Obi-Wan y Lena abandonaron el almacén y avanzaron por las oscuras callejuelas, iluminadas únicamente por la luz ocasional de las dos lunas del planeta. La noche caía, y Frego parecía un lugar menos hospitalario. Era como si la oscuridad sacara a relucir las mentiras y los engaños que infestaban el planeta.
Cuando se acercaron a la estación. Qui-Gon y Obi-Wan se ocultaron entre las sombras. Lena insistió en caminar tranquilamente por la calle, a la luz de las farolas.
—Tendría que tener más cuidado —murmuró Obi-Wan.
—No, padawan —dijo Qui-Gon— No puede dar la impresión de que tiene algo que ocultar. Además, su presencia aquí ayudará a eclipsar la nuestra.
En el muelle 12 había un silencio escalofriante. Unos edificios bajos rodeaban una pista enorme de aterrizaje en la que descansaban unas cuantas naves cargadas de mercancía. Los extremos de la pista estaban sumidos en una oscuridad casi total.
Obi-Wan hizo una señal a su Maestro y ambos saltaron sin hacer ruido sobre el tejado de una de las construcciones. Tras acercarse hasta el borde. Qui-Gon se tumbó junto a Obi-Wan y los dos contemplaron a Lena caminando lentamente hacia el cuadrado naranja de luz que había en el centro de la pista de aterrizaje. Desde su atalaya, los Jedi podían verlo todo y podían acudir en ayuda de Lena en cualquier momento.
Aunque Lena era la única figura que se podía vislumbrar en la oscuridad, se dio cuenta de que no estaban solos. Había sentido otra presencia casi en el momento en que habían salido del escondite, y ahora esa sensación se incrementaba, se hacía más amenazadora.
Zanita apareció en el otro lado de la pista. Lena abrió los brazos y se dirigió hacia su suegra. Pero Zanita no alzó los brazos ni ofreció ningún gesto de saludo. Tras dar otro paso adelante, la razón se hizo obvia.
Su boca estaba cubierta por una mordaza. Tras ella, agarrando firmemente sus brazos atados en la espalda, estaba su hijo mayor. Solan Cobral.
Obi-Wan se puso en pie de un salto cuando aparecieron tres figuras más tras Solan y Zanita. Pero Qui-Gon le obligó a volver a agacharse.
Obi-Wan se zafó del brazo de su Maestro. Tenía que proteger a Lena. La chica iba desarmada y se enfrentaba a dos androides, a Solan Cobral y a su hermano, Bard. La joven viuda no era rival para unos malhechores capaces de apresar a su propia madre, o de ordenar la muerte de su propio hermano.
—Espera —le susurró Qui-Gon—. Veamos qué tienen pensado estos hombres.
Obi-Wan se puso de rodillas. Podía esperar, de momento, pero si alguien volvía a hacer un movimiento hacia Lena, ni siquiera Qui-Gon podría detenerle.
En la luz anaranjada de la pista de aterrizaje, Lena retrocedió unos pasos.
—Solan —dijo. Su voz le sonó extraña a Obi-Wan, casi llena de remordimiento. Se preguntó si quizá ella se sentía responsable por lo que le estaba pasando a Zanita.
—Tenías que venir sola —exclamó el jefe mafioso.
—Y así ha sido —respondió Lena sin parpadear.
Nervioso ante la posibilidad de que les hubieran visto, Obi-Wan cogió el sable láser. Intentó levantarse, pero la mano de Qui-Gon en su hombro le obligó a volver a arrodillarse.
—No se refiere a nosotros —musitó Qui-Gon.
—No le hagas daño —gritó una voz en la oscuridad—. Lena no sabía que yo iba a venir—. Obi-Wan reconoció la voz de inmediato. Era Mica. Al cabo de un momento, estaba de pie junto a su prima. Obi-Wan no sabía que estaba allí.
—Por favor, no le hagas daño. Ella jamás se volvería contra los Cobral. Sólo ha estado intentando protegerme a mí. Soy yo la que buscas. Soy la que sabe cómo operáis. Yo soy la que quiere testificar contra vosotros.
—Mica, no. Calla —susurró Lena intentando detener aquella iniciativa repentina de su prima.
—No la escuchéis —dijo Lena a los Cobral—. Me está protegiendo a mí. No sabe que he venido para decirle a Zanita que he cambiado de opinión. Que fue una tontería pensar que podía luchar contra los Cobral. Solan, escúchame, por favor. Bard, Zanita y tú sois lo único que me queda de mi amado marido, Rutin. Me he dado cuenta de que lo que necesito es permanecer junto a la familia que me queda, ahora más que nunca. ¿Dónde estaría yo si os apartara de mí? Da igual lo que ocurriera en el pasado, siempre seremos familia. Y la familia es más importante para mí que nada.
—Qué lista —respondió Solan con una risilla. Empujó a Zanita hacia Bard, que la cogió con una mano. En la otra empuñaba una pistola láser.
—Me emociona que sigas queriendo ser parte de la familia —prosiguió él, dando un paso adelante—. Y doy las gracias por el hecho de que hayáis venido juntas —continuó, acercándose todavía más—. Será mucho más fácil limpiar el desastre cuando todo acabe.
Solan se acercó a Lena y Mica mientras los dos androides se aproximaban por los lados.
Sobre el tejado. Obi-Wan supo que había llegado el momento. Qui-Gon saltó junto a él hacia el suelo, y ambos corrieron hacia las dos indefensas primas.
Mica fue apresada por Solan, pero Lena consiguió zafarse justo a tiempo. Se dio la vuelta y se encontró cara a cara con un androide desgarbado pero potencialmente letal.
Los brazos del ciclópeo androide salieron disparados y comenzaron a enrollarse alrededor de la chica. Lena se agachó justo en el momento en que el sable láser de Obi-Wan cercenaba un brazo y, con un poderoso revés, separaba la cabeza del androide de su cuerpo.
Obi-Wan empujó a Lena detrás de él y se acercó al siguiente androide.
A su lado. Qui-Gon rechazó un proyectil láser de Bard y lo mandó a los pies de Solan, que se esforzó por mantener agarrada a Mica y apuntar su arma a los Jedi. No se fijó en Lena, que se aproximaba a él por la espalda.
Lena agarró la pistola de Solan con fuerza mientras Mica se agitaba bruscamente, dándole un fuerte codazo a Solan en la mandíbula, hasta que consiguió soltarse. Solan perdió el arma.
El segundo androide disparó rápidamente a Obi-Wan, que rechazó con facilidad los proyectiles. Aunque al androide le cayó una impresionante ráfaga, no pareció sufrir ningún daño. Parecía rociar la pista con fuego mientras extendía rápidamente un largo brazo en dirección a Mica.
Qui-Gon cercenó aquel brazo con una elegante pasada de su sable láser y dio un paso adelante para terminar la maniobra. Un golpe certero en la sección media de la máquina acabó por derribarla.
Mientras Qui-Gon se ocupaba del androide. Obi-Wan echó un vistazo al panorama. Tras él, Mica parecía sufrir una conmoción. Estaba en el suelo, mirando fijamente a la oscuridad. Lena apuntaba con valentía a Solan.
De repente, Obi-Wan dio un salto en el aire, por encima de Lena. Sabía lo que iba a pasar antes de que pasara, pero no llegó a tiempo de rechazar el disparo. Desde su escondite entre las sombras, sin soltar a la amordazada Zanita. Bard disparó directamente a Lena.
Mica se apartó. Lena gritó. Y el disparo dio en el blanco.
Mientras Obi-Wan corría hacia las dos mujeres, Qui-Gon se acercó rápidamente a Bard y a su rehén, pero no podía ver dónde se habían ocultado en la oscuridad. Apenas percibía el sonido ahogado de unos pasos huyendo ante él.
Qui-Gon dobló una esquina justo a tiempo para ver a Solan subiendo a su vehículo propulsado. Bard empujó a su madre al interior, detrás de su hermano, y el motor arrancó.
Qui-Gon se detuvo en seco, jadeando sin aliento. Los Cobral tenían un vehículo esperándoles. Era inútil perseguirlos a pie. Además. Qui-Gon estaba ansioso por regresar a la pista. Tenía un presentimiento terrible respecto a lo que iba a encontrar allí.
Qui-Gon dobló la esquina del edificio. En el cuadrado de luz anaranjada vio a dos figuras arrodilladas. Una tercera yacía en los brazos de su padawan. El cuerpo no emitía señales vitales.
Mica estaba muerta.
Lena se arrojó sobre el cuerpo de su prima sollozando.
—No, Mica —gritó suplicante—. Tú no. No me dejes.
Qui-Gon contempló la escena petrificado. Su mente volvió al momento en que Tahl se dirigió a él por última vez. Sintió un dolor horrible en el pecho.
Adonde quiera que vaya, te esperaré, Qui-Gon
, le dijo ella.
Siempre me gustó viajar sola.
No lo volverás a hacer
, bromeó él.
A partir de ahora iremos juntos. Me lo prometiste, no puedes echarte atrás ahora. Jamás dejaré que lo olvides.
Tahl esbozó una sonrisa con gran esfuerzo. Qui-Gon se dio cuenta en ese momento de que ella corría un grave peligro. Que iba a morir. Invocó a la Fuerza, a los Jedi, a su enorme amor por ella. Nada consiguió salvar a la mujer que amaba.
Qui-Gon apoyó la frente en la de Tahl. Sus alientos se entremezclaron.
Que este momento sea el último
, dijo ella.
Y así fue.
—Maestro —dijo Obi-Wan en voz baja, y Qui-Gon volvió de repente al presente. Lena estaba sobre Mica, delante de él, revolcándose de dolor. No había ni rastro de la mujer fuerte y decidida que Qui-Gon conoció al llegar a Frego. No era la mujer que sospechó les estaba engañando. Sólo vio a una mujer agachada sobre un cadáver, incapaz de soportar la agonía.
Y él sabía exactamente cómo se sentía. Pero él había sobrevivido, lo había superado. Y sabía que Lena también podía hacerlo.
Qui-Gon se agachó junto a ella.
—Lo siento muchísimo —le dijo en voz baja—. Sé que no puedo compartir tu dolor, pero lo entiendo.
Estremeciéndose, Lena soltó el cuerpo de Mica.
—Me gustaría envolver el cuerpo —dijo, limpiándose los ojos—. Es la costumbre.
Obi-Wan encontró una vieja lona junto a una nave cercana y Lena mostró a los Jedi la costumbre tradicional para envolver a los muertos.
—Mica siempre me cuidó —dijo Lena mientras envolvía cuidadosamente el cuerpo en el suelo—. Siempre intentó guiarme en la dirección adecuada.
Los tres guardaron unos minutos de silencio, a modo de despedida. Luego dejaron a Mica yaciendo bajo la luz anaranjada.
—El parque —dijo Lena mientras se alejaban lentamente del cadáver—. Mica me dijo que estuvisteis allí horas.
—Así es —le confirmó Obi-Wan.
Lena estiró los hombros y su mirada se despejó.
—Ya sé lo que Rutin me estaba intentando decir —dijo con una seguridad repentina—. Tenemos que ir al parque inmediatamente.
Qui-Gon se maravilló ante la capacidad de Lena para volver a centrarse en encontrar las pruebas necesarias. Su rostro estaba marcado por una profunda tristeza, pero guardó la compostura mientras guiaba a los Jedi por el parque Tubal.
Una vez dentro, Lena se encaminó directamente hacia un punto en la parte más alejada del parque. Seguía estando oscuro, pero el cielo estaba despejado y las dos lunas del planeta relucían en el firmamento. Su luz plateada iluminaba senderos, puentes y arroyuelos.
Qui-Gon siguió escaneando el área a su alrededor. No percibió nada peligroso: el parque parecía sereno y tranquilo, al igual que durante el resto del día, pero hubiera sido una tontería bajar la guardia. Obi-Wan permaneció a una distancia prudencial, vigilando que no apareciera nadie.
De repente, Lena se detuvo junto a unos árboles tropicales. Una corriente manaba de entre las rocas pulidas hasta una poza de aguas cristalinas.
Con un suspiro, Lena se sentó.
—Éste era nuestro sitio especial —dijo—. Recuerdo la primera vez que Rutin me trajo aquí, hace cuatro años. Ni siquiera estábamos casados. Pero teníamos tantos planes, tantos sueños —sus ojos brillaron de felicidad un momento, pero poco tardaron en llenarse de lágrimas y ella se vino abajo entre sollozos.
—Lo siento muchísimo —dijo—. Hay momentos en los que me resulta insoportable. Me encuentro deseando que ojalá me hubieran asesinado a mí, y no a él. Yo hubiera dado mi vida sin dudarlo para salvar la suya.
Qui-Gon asintió.
—Yo también hubiera deseado dar mi vida para salvar otra, alguien a quien amé, pero ahora sé que puede ser peor ser el que se queda. Yo jamás hubiera querido que ella sintiera esta soledad, que pasara por lo que yo he tenido que pasar —acarició brevemente el brazo a Lena—. Rutin dejó estas cosas para ti porque sabía que su muerte era posible, y confió en que siguieras adelante.
Qui-Gon miró fijamente a Lena a los ojos y supo que sus palabras estaban haciendo efecto. Sorprendentemente, él también sintió un alivio en el pecho. Su dolor por Tahl seguía siendo insoportable, pero de repente supo que llegaría un día en el que podría sobrellevarlo. Y sabía de corazón que Tahl así lo hubiera querido. Ella hubiera detestado la forma en la que él decidió llorar por ella, pensó de repente. Se había permitido dejar que su dolor le apartara de todos los que habían intentado ayudarle. Porque el peso de su sufrimiento era tan enorme que no podía alzar la cabeza para ver que había otros sufriendo también. Obi-Wan. Yoda. Bant. Clec Rhava. La lista era larga.
Vio la cara de Tahl en su mente. Pudo ver su sonrisa irónica.
—¿Y ahora quién es el ciego? —le dijo.
Y su voz sonó tan real. Qui-Gon deseó poder contestar...