El valle de los caballos (42 page)

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Authors: Jean M. Auel

–Tienes razón, Serenio. Siento mejor. No sé qué está mal.

–No todos los días toma compañera un hermano. Se comprende que estés un poco nervioso.

Volvió a cogerla en sus brazos y la besó con una pasión que le hizo desear no tener que salir tan pronto.

–Te veré esta noche, Serenio –le susurró al oído.

–Jondalar, esta noche habrá un festival para honrar a la Madre –le recordó Serenio–. No creo que ninguno de los dos deba comprometerse, habiendo tantos visitantes. ¿Por qué no dejar que la noche transcurra como quiera? Podemos estar juntos en cualquier momento.

–Se me olvidó –dijo, asintiendo, pero se dio cuenta de que le habían rechazado. Era curioso; nunca anteriormente se había sentido así. En realidad, siempre había sido él quien se aseguraba de quedar en libertad durante un festival. ¿Por qué había de sentirse lastimado si Serenio se lo había facilitado? El impulso del momento le hizo tomar la decisión de pasar la noche con ella... Festival de la Madre o no.

–¡Jondalar! –Darvo llegaba otra vez corriendo–. Me mandan a buscarte. Quieren que vayas –estaba ahogándose de excitación por haberse visto encargado de una misión tan importante y resoplaba de impaciencia–. Date prisa, Jondalar, quieren que vayas.

–Tranquilo, Darvo –dijo el hombre, sonriendo al muchacho–. Ya voy. No perder Matrimonial de hermano.

Darvo sonrió con timidez, comprendiendo que no comenzarían sin la presencia de Jondalar, pero eso no mitigó su impaciencia. Echó nuevamente a correr. Jondalar respiró hondo y le siguió.

Hubo un crescendo en el murmullo de voces cuando apareció; se alegró al ver a las dos mujeres que le estaban esperando. Roshario y Tholie le condujeron al montículo donde esperaban los demás. De pie en la parte superior del montículo, dominando a la multitud con hombros y cabeza, se encontraba un personaje de blanca cabellera, con el rostro parcialmente cubierto por un antifaz hecho de madera que representaba las facciones estilizadas de un ave.

Mientras se acercaba, Thonolan le dedicó una sonrisa nerviosa. Jondalar trató de transmitirle su comprensión al sonreírle a su vez. Si él había estado tenso, podía imaginar cómo debería sentirse Thonolan y lamentaba que las costumbres Sharamudoi les hubieran impedido estar juntos. Vio lo bien que encajaba allí su hermano y experimentó una punzada aguda, intensa, de pena. No podía haber habido dos personas que se sintieran más próximas que los dos hermanos mientras realizaron su Viaje, pero ya habían tomado caminos diferentes, y Jondalar lamentaba la separación. Por un instante se sintió abrumado por un dolor inesperado.

Cerró los ojos y apretó los puños para dominarse. Oyó voces de la multitud y creyó reconocer algunas palabras: «alto» y «ropas». Al abrir los ojos se le hizo evidente que una de las razones por las que Thonolan encajaba tan bien allí era porque sus ropas eran totalmente Shamudoi.

No era extraño que se hicieran comentarios sobre sus prendas de vestir, y por un momento lamentó haber decidido ponerse un atuendo tan extranjero. Pero en verdad Thonolan ya era uno de ellos, había sido adoptado para facilitar el emparejamiento. Jondalar seguía siendo Zelandonii.

El hombre alto se unió al grupo de la nueva familia de su hermano. Aunque oficialmente no era Sharamudoi, también eran su parentela. Ellos, además de los parientes de Jetamio, fueron quienes aportaron alimentos y regalos que serían repartidos entre los invitados. Y como había seguido llegando gente, habían aumentado los regalos. El gran número de visitantes correspondía a la alta posición y consideración de la joven pareja y, precisamente por ello, sería vergonzoso que se fueran insatisfechos.

Un silencio repentino les hizo volver a todos la cabeza en dirección a un grupo que avanzaba hacia ellos.

–¿La has visto? –preguntó Thonolan impaciente poniéndose de puntillas.

–No, pero ya viene, ya lo sabes –dijo Jondalar.

Al llegar donde se encontraba Thonolan y su parentela, la falange protectora abrió una brecha para revelar su tesoro oculto. Se le secó la garganta a Thonolan al contemplar la belleza cubierta de flores que le lanzó la sonrisa más radiante que había visto en su vida. Su felicidad era tan transparente que también Jondalar sonrió, divertido y contento. Así como la abeja es atraída por la flor, Thonolan fue atraído hacia la mujer a la que amaba, llevando su séquito al centro de su grupo, hasta que los parientes de Jetamio rodearon a Thonolan y los suyos.

Los dos grupos se fusionaron y después formaron en parejas, mientras el Shamud comenzaba a tocar con el caramillo una serie de silbidos que se repetían. El ritmo estaba marcado por otra persona que llevaba puesto un antifaz de pájaro y que tocaba un tambor grande, de un solo aro. Otro Shamud, supuso Jondalar. La mujer era una extraña para él; aun así, su aspecto le resultaba familiar, tal vez sólo por la similitud que comparten Todos los que Sirven a la Madre; el caso fue que le hizo recordar el hogar.

Mientras los miembros de las dos ramas de parientes se formaban y volvían a formarse en diseños que parecían complicados pero que, en realidad, eran variaciones sobre una simple serie de pasos, el Shamud de cabellera blanca tocaba el caramillo. Se trataba de un palo largo, vaciado con un carbón ardiente, que tenía una boquilla de silbato, orificios practicados a lo largo y una cabeza de ave con el pico abierto labrada en el extremo. Y algunos de los sonidos que surgían del instrumento imitaban exactamente los gorjeos de los pájaros.

Los dos grupos terminaron haciéndose frente en dos hileras con las manos unidas y levantadas para formar un gran arco. Mientras la pareja pasaba por debajo, los que estaban detrás los siguieron hasta que un séquito de parejas conducidas por el Shamud se encontró caminando en dirección al extremo de la terraza rodeando la muralla. Jetamio y Thonolan iban juntos detrás del flautista, seguidos por Markeno y Tholie, después Jondalar y Roshario como los parientes más próximos de la joven pareja. El resto del grupo de parientes iba detrás, y toda la multitud de miembros de la Caverna e invitados cerraba la retaguardia. El Shamud visitante que tocaba el tambor se unió a la gente de su Caverna.

El Shamud de cabellera blanca les condujo por el sendero abajo hacia el calvero donde se construían los barcos, pero se desvió hacia un camino lateral y les llevó hasta el Árbol de las Bendiciones. Mientras los asistentes les daban alcance y se repartían alrededor del enorme y viejo roble, el Shamud habló bajo a la pareja..., dándoles instrucciones y consejos para asegurar una relación dichosa y de esa manera incitar las bendiciones de la Madre. Sólo los parientes cercanos y unos pocos más que estaban cerca se enteraron de esta parte de la ceremonia. Los demás charlaron entre ellos hasta que se dieron cuenta de que el Shamud estaba esperando pacientemente. Los miembros del grupo se hicieron señas mutuamente para callarse, pero su silencio no tardaría en ser roto por otros sonidos. En la quietud intensa, el graznido estridente de un grajo resonó como un clamor exigente y el tableteo de unos picamaderos de grandes manchas resonó en el bosque. Después, un canto más dulce llenó el aire al alzar el vuelo una alondra del bosque.

Como si se estuviera esperando esa señal, el personaje con antifaz de ave hizo señas a los dos jóvenes de que se acercaran. El Shamud sacó un trozo de cuerda y con medio nudo formó un lazo. Mirándose y sin ojos para nadie más, Jetamio y Thonolan unieron sus manos y las introdujeron en el lazo.

–Jetamio a Thonolan, Thonolan a Jetamio: os uno el uno a la otra –dijo el Shamud, y tiró de la cuerda, tensándola, uniendo sus muñecas en un nudo estrecho–. Así como ato este nudo, estáis unidos, comprometidos el uno al otro, y a través de vosotros a los vínculos de parentesco y Caverna. Con vuestra unión completáis el cuadro iniciado por Markeno y Tholie –estos dos se acercaron al oír sus nombres, y los cuatro unieron sus manos–. Así como los Shamudoi comparten las dádivas de la tierra y los Ramudoi comparten las dádivas del agua, así juntos ahora sois Sharamudoi para ayudaros por siempre el uno al otro.

Tholie y Markeno volvieron a su sitio, y mientras el Shamud iniciaba una música aguda en el caramillo, Thonolan y Jetamio comenzaron lentamente a dar la vuelta al viejo roble. A la segunda vuelta, los espectadores les gritaron sus buenos deseos arrojándoles plumón de aves, pétalos de flores y agujas de pino.

A la tercera vuelta al Árbol de las Bendiciones, los espectadores se unieron a ellos, riendo y gritando. Alguien comenzó un canto tradicional y surgieron más caramillos para acompañar a los cantantes. Otros golpeaban tambores y tubos huecos. Entonces, una de las Mamutoi que habían ido de visita, sacó el omoplato de un mamut. Lo golpeó con un mazo y todos se detuvieron un instante: el tono vibrante y lleno de resonancias sorprendió a la mayoría, pero como la mujer seguía tocando, se sorprendieron aún más, porque podía cambiar el tono y el timbre golpeando el hueso en diferentes puntos, y seguía la melodía del cantante y del caramillo. Al terminar el tercer circuito, el Shamud estaba nuevamente frente a todos y condujo al grupo hacia el calvero junto al río.

Jondalar había faltado a los últimos toques que se dieron a la barca. Aunque había colaborado en casi todas las fases de su construcción, el producto terminado le dejó sin aliento. Parecía mucho más grande de lo que recordaba, y eso que desde el principio no había sido pequeño, pero ahora sus casi quince metros de longitud estaban equilibrados con altas bandas de tablas suavemente combadas y un alto poste saliente en la popa. Pero fue la sección delantera la que le arrancó exclamaciones de admiración. La sección de proa curva se había prolongado graciosamente en un ave acuática de largo cuello esculpida en madera y ensamblada con clavijas.

La figura de proa estaba pintada con tonos de ocre rojo oscuro y de ocre pardo amarillo, negro de manganeso y tierras blancas de piedra caliza calcinada. Los ojos estaban pintados muy abajo en el casco, para ver por debajo del agua y evitar los peligros subacuáticos, y diseños geométricos cubrían proa y popa. Los asientos para los remeros ocupaban el interior, y estaban listos los remos de mango largo y anchas palas. Un toldo de piel de gamo amarilla coronaba la sección mediana como protección contra la lluvia o la nieve y la embarcación entera estaba adornada con flores y plumas.

Era una gloria. Causaba pasmo. Jondalar experimentó una sensación de orgullo y un nudo en la garganta al pensar que había tomado parte en su creación.

Todos los casamientos exigían que una barca, nueva o reconstruida, formara parte de la ceremonia, pero no todos disfrutaban de una tan grande y espléndida. Fue una casualidad que la Caverna decidiera que era necesaria otra embarcación grande casi al mismo tiempo que los jóvenes manifestaban sus intenciones. Sin embargo, ahora parecía especialmente apropiada, sobre todo porque habían llegado tantos visitantes. Tanto la Caverna Sharamudoi como la pareja habían visto aumentar su prestigio gracias a aquel logro.

Los recién casados subieron a la nave, algo torpemente porque sus muñecas todavía estaban atadas, para sentarse bajo el toldo. Muchos de sus parientes próximos los siguieron y algunos empuñaron los remos. La embarcación había estado instalada entre troncos para evitar que se volcara; esos troncos llegaban hasta la orilla del agua. Miembros de la Caverna y visitantes se agruparon para botar la embarcación y, entre jadeos y risas, la nueva barca entró en el río.

La mantuvieron cerca de la orilla hasta que fue declarada apta, sin problemas de estabilidad ni vías de agua, y entonces se fueron río abajo para el viaje inaugural hasta el muelle Ramudoi. Varias barcas de diferentes tamaños se lanzaron al agua y rodearon al gran pájaro acuático como si fueran patitos.

Los que no regresaban por el río se apresuraron a seguir de nuevo el sendero, esperando llegar a la elevada ensenada antes que la joven pareja. En el muelle, varias personas treparon por el escarpado sendero y se prepararon para lanzar abajo el enorme canasto plano en que Thonolan y Jondalar habían sido subidos por vez primera hasta la terraza. Esta vez lo serían Thonolan y Jetamio, que quedaron izados con las manos atadas. Habían aceptado unirse el uno al otro y, al menos ese día, no se separarían.

Se sirvieron enormes cantidades de comida, acompañadas con enormes tragos de vino de amargón de luna nueva, y se repartieron regalos a todos los visitantes, que fueron correspondidos de forma similar: era cuestión de prestigio. Al llegar la noche, el nuevo alojamiento que había sido construido para la joven pareja comenzó a presenciar la llegada de visitantes, cuando los invitados se deslizaban dentro y dejaban «algo» para los recién casados, deseándoles lo mejor. Los regalos eran aparentemente anónimos, para no quitar méritos a la riqueza nupcial desplegada por la Caverna anfitriona. Pero en realidad el valor de los objetos recibidos sería calculado de acuerdo con el atribuido a los presentes repartidos, llevándose además una especie de registro mental, porque los regalos no eran anónimos.

En efecto, la forma, el diseño y los rasgos pintados o labrados denunciaban al donante tan claramente como si se hubieran presentado los regalos individualmente; no al artesano individual, que tenía relativamente poca importancia, sino a la familia, al grupo o a la Caverna. Mediante sistemas de valores conocidos y mutuamente comprendidos, los obsequios entregados y recibidos tendrían una repercusión importante con respecto a los privilegios, el honor y la posición de cada uno de los diversos grupos. Aun cuando no era violenta, la competencia en materia de prestigio resultaba feroz.

–Desde luego, le están prestando muchísima atención, Thonolan –observó Jetamio, viendo un puñado de mujeres que rodeaban al hombre alto y rubio recostado en un árbol cerca del saliente.

–Siempre es así. Sus grandes ojos azules hacen que las mujeres vayan a él como... las polillas al fuego –dijo Thonolan, ayudando a Jetamio a levantar una caja de roble llena de vino de arándano y llevarla a los invitados–. ¿No te has fijado? ¿No sientes ninguna atracción?

–Tú me sonreíste primero –contestó, y la amplia sonrisa del joven provocó su bella respuesta–. Pero creo que lo entiendo. Es algo más que los ojos. Destaca entre todos, especialmente con ese atuendo; le sienta bien. Pero es más que eso. Creo que las mujeres sienten que es..., que busca. Busca a alguien. Y es tan..., tan sensible..., alto, y tiene tan buena figura... Realmente es muy guapo. Y hay algo en sus ojos. ¿Te has fijado que se vuelven de color violeta junto al fuego?

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