El valle de los caballos (39 page)

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Authors: Jean M. Auel

A la luz menguante del fuego, el Shamud parecía tan antiguo como la Tierra misma, mirando los carbones sin verlos, como si contemplara otra época y otro lugar. Jondalar se levantó para echar más leña y cuidó el fuego hasta que lo hizo resplandecer de nuevo. Cuando las llamas se afirmaron, el curandero se enderezó y la mirada irónica retornó a sus ojos.

–Eso fue hace mucho tiempo, y ha habido... compensaciones. Desde luego no ha sido la menor de todas descubrir el talento que se tiene y aumentar los conocimientos. Cuando la Madre le llama a uno a Su servicio, no todo es sacrificio.

–Con los Zelandonii, no todos los que sirven a la Madre saben cuando jóvenes, no todos como Shamud. Una vez pensé servir a Doni. No todos son llamados –dijo Jondalar, y el Shamud se sorprendió al ver cómo se le apretaban los labios y se le arrugaba el ceño, revelando así una amargura que seguía viva. Había heridas enterradas muy profundamente en el alto joven que parecía tan favorecido.

–Es cierto, no todos los que lo desean son llamados, y no todos los llamados tienen el mismo talento... o similares inclinaciones. Si uno no está seguro, hay medios para descubrirlo, para poner a prueba su fe y su voluntad propias. Antes de ser iniciado, hay que pasar cierto tiempo a solas. Puede ser ilustrativo, pero se pueden aprender muchas cosas más sobre uno mismo de las que uno quisiera saber. A menudo aconsejo a quienes consideran la posibilidad de entrar al servicio de la Madre, que vivan solos una temporada. Si no pueden sufrir la soledad, jamás podrán soportar las pruebas más rigurosas.

–¿Qué clase de pruebas? –como el Shamud nunca se había mostrado tan sincero con él, Jondalar estaba fascinado.

–Períodos de abstinencia y continencia durante los cuales hay que prescindir de todos los placeres, períodos de silencio sin poder hablar con nadie, períodos de ayuno, temporadas en que hay que permanecer sin dormir el mayor tiempo posible. Aprendemos a aplicar esos métodos para buscar respuestas, revelaciones de la Madre, especialmente para los que están en la fase de adiestramiento. Al cabo de algún tiempo se aprende a inducir el estado conveniente a voluntad, pero es beneficioso seguir provocándolo de cuando en cuando.

Hubo un prolongado silencio. El Shamud se las había arreglado para facilitar la conversación acerca de la cuestión real, las respuestas que Jondalar deseaba. Sólo había que preguntar.

–Sabes lo que es necesario. ¿Dirá el Shamud lo que significa... todo esto? –y Jondalar tendió el brazo en un ademán que lo abarcaba todo.

–Sí. Sé lo que quieres. Te preocupa tu hermano después de lo sucedido esta noche, y, en un sentido más amplio, también lo de él y Jetamio... y tú –Jondalar asintió con la cabeza–. No hay nada seguro..., eso ya lo sabes –Jondalar asintió nuevamente. El Shamud le miró, estudiándole para saber cuánto podría revelar. Entonces el viejo rostro se volvió hacia el fuego y una mirada vacía quedó fija en sus ojos. El joven sintió un distanciamiento, como si un gran espacio los hubiera separado aunque ninguno de los dos se había movido–. Es fuerte el amor que le tienes a tu hermano –había un eco fantasmagórico, hueco, en la voz, una resonancia de otro mundo–. Te preocupa que sea demasiado fuerte, y temes llevar la vida de él y no la tuya. Estás equivocado. Él te conduce adonde debes ir, pero adonde no irías solo. Tú sigues tu propio destino, no el suyo; sólo caminas con él por un tiempo.

»Vuestras fuerzas son de índole diferente. Tú tienes un gran poder cuando tu necesidad es grande. Sentí que me necesitabas para tu hermano aun antes de que halláramos su camisa ensangrentada en el tronco que me fue enviado.

–Yo no mandé tronco. Fue casualidad, suerte.

–No fue casualidad que yo percibiera tu necesidad. Otros también la han sentido. No se te puede negar nada. Ni siquiera la Madre te lo negaría. Es tu dádiva. Pero sé prudente con las dádivas de la Madre. Te deja en deuda con ella. Con una dádiva tan fuerte como la tuya indica que tiene algún propósito para ti. Nada se da sin imponer la obligación de recibir algo a cambio. Incluso su Dádiva del Placer no es generosidad; hay un propósito en ello, lo sepamos o no...

»Recuerda esto: tú sigues el propósito de la Madre. No necesitas ser llamado, naciste para este destino. Pero serás sometido a prueba. Causarás dolor y eso te hará sufrir... –Los ojos del joven se abrieron mucho, revelando su asombro.

–... Serás lastimado. Buscarás la plenitud y hallarás frustración; buscarás la certidumbre y sólo hallarás indecisión. Pero hay compensaciones. Estás favorecido en mente y cuerpo, tienes habilidades especiales, talentos exclusivos, y tienes el don de una sensibilidad fuera de lo normal. Tus desazones serán el resultado de tu capacidad. Recibiste demasiado. Deberás aprender de tus pruebas.

»Recuerda también esto: servir a la Madre no es sólo sacrificio. Hallarás lo que buscas. Es tu destino.

–Pero, ¿y Thonolan?

–Siento una ruptura; tu destino sigue otro camino. El debe seguir el suyo. Es uno de los predilectos de Mudo.

Jondalar frunció el ceño. Los Zelandonii tenían un dicho semejante, que no significaba forzosamente buena suerte. La Gran Madre Tierra tenía fama de ser celosa de sus predilectos y los llamaba pronto para que volvieran junto a Ella. Esperó, pero el Shamud no dijo nada más. Jondalar no había comprendido muy bien el sentido de «necesidad», «poder» y «propósito de la Madre»... Los que Servían a la Madre solían hablar en términos oscuros, pero no le gustó la impresión que aquellas palabras le habían producido.

Cuando el fuego se apagó, Jondalar se puso de pie para alejarse. Se dirigió a los refugios situados en la parte posterior del saliente, pero el Shamud no había terminado.

–¡No! ¡La madre y el hijo no!... –clamó en la oscuridad la voz suplicante.

Jondalar, cogido por sorpresa, sintió un escalofrío en la espalda. Se preguntó si Tholie y su pequeña estarían más quemadas de lo que creía, y también por qué estaría temblando si no tenía frío.

Capítulo 12

–¡Jondalar! –gritó Markeno. El hombre alto y rubio esperó a que el otro hombre de elevada estatura le diera alcance–. Busca la forma de retrasar la subida esta noche –dijo Markeno en voz baja–. Ya ha tenido Thonolan suficientes restricciones y rituales desde el Compromiso. Es hora de que se divierta un poco –quitó el tapón de una bolsa de agua y se la tendió a Jondalar para que oliera el vino de arándano, sonriendo astutamente.

El Zelandonii asintió y le devolvió la sonrisa. Había diferencias entre su pueblo y los Sharamudoi, pero algunas costumbres, por lo visto, estaban muy difundidas. Se preguntó si los jóvenes no proyectarían un «ritual» por su cuenta. Los dos echaron a andar marcando el mismo paso mientras seguían vereda abajo.

–¿Cómo están Tholie y Shamio?

–A Tholie le preocupa que Shamio vaya a tener una cicatriz en la cara, pero ambas mejoran. Serenio dice que no cree que la quemadura deje marca, pero ni siquiera el Shamud lo puede afirmar con seguridad.

La expresión preocupada de Jondalar hacía juego con la de Markeno hasta que llegaron a una curva de la vereda y tropezaron con Carlono, que se encontraba estudiando un árbol y que sonrió ampliamente al verlos. Su parecido con Markeno se acentuaba al sonreír. No era tan alto como el hijo de su hogar, pero la constitución enjuta era la misma. Volvió a mirar el árbol y después movió la cabeza.

–No, no sirve.

–¿No sirve? –preguntó Jondalar.

–Para soportes –dijo Carlono–. No veo la barca en este árbol. Ninguna de las ramas se adaptaría a la curva interior, ni siquiera después de trabajarlas.

–¿Cómo sabes? Barca no terminada –dijo Jondalar.

–Él sabe –repuso Markeno–. Carlono siempre encuentra ramas con el encaje correcto. Puedes quedarte hablando de árboles si quieres. Yo bajo hasta el calvero.

Jondalar le vio alejarse a zancadas y después preguntó a Carlono:

–¿Cómo ves en árbol que encaja barca?

–Tienes que desarrollar un sentido..., eso necesita práctica. No buscarás árboles altos y rectos esta vez. Quieres árboles con curvas y nudos en las ramas. Entonces piensas en la madera en que reposarán sobre el fondo y se curvarán a los lados. Buscas árboles que crecen solos allí donde hay espacio para crecer como quieran. Como los hombres: algunos se desarrollan mejor acompañados, se esfuerzan por superar a los demás. Otros necesitan desarrollarse a su manera, aunque sea en solitario. Cada cual tiene su valor.

Carlono se apartó de la vereda principal para seguir un sendero menos transitado. Jondalar le siguió.

–A veces encontramos dos que crecen juntos –prosiguió el jefe Ramudoi–, como ésos –y señaló un par de árboles enroscados el uno al otro. Decimos que son un par de amantes. A veces, si cortas uno, el otro muere también –dijo Carlono, y el ceño de Jondalar se frunció.

Llegaron a un claro y Carlono condujo al hombre alto por una pendiente soleada hacia un gigante macizo, un viejo roble retorcido y nudoso. Mientras se aproximaban, a Jondalar le pareció ver unas curiosas frutas en el árbol. Cuando estuvo más cerca, se sorprendió al ver que estaba decorado con un surtido insólito de objetos. Había canastillos diminutos y delicados con diseños de plumas secas teñidas, bolsitas de cuero bordadas con cuentas de concha de molusco y cuerdas retorcidas y anudadas formando dibujos. Un largo collar había sido colgado alrededor del viejo tronco tantos años atrás, que estaba incrustado en la corteza. Examinándolo de cerca, vio que estaba compuesto de cuentas de concha cuidadosamente formadas con orificios que atravesaban el centro de cada una, alternando con vértebras separadas de raspa de pescado que tenían un orificio central natural. Vio barquitas finamente esculpidas colgando de las ramas, caninos oscilando de correas de cuero, plumas de ave, colas de ardillas. Nunca había visto nada semejante.

Carlono rió bajito ante su reacción y sus ojos pasmados.

–Es el Árbol que Bendice o de las Bendiciones. Me imagino que Jetamio le habrá traído un obsequio. Generalmente lo hacen las mujeres cuando desean que Mudo las bendiga con un hijo. Las mujeres creen que el árbol es suyo, pero más de un hombre le ha traído ofrendas. Piden suerte en la primera cacería, favor para una nueva barca, felicidad con una nueva compañera. No se pide con frecuencia, sólo tratándose de algo especial.

–¡Es tan enorme!

–Sí. Es el árbol de la Madre, pero no te he traído aquí por eso. ¿Ves lo curvas e inclinadas que están sus ramas? Éste sería demasiado grande, aunque no fuera el Árbol de las Bendiciones, pero para soportes buscarás árboles como éste. Entonces, estudias las ramas para descubrir cuáles encajarán en el fondo de tu barca.

Siguieron un camino diferente para bajar al calvero donde se construían las embarcaciones y se acercaron a Markeno y Thonolan, que estaban trabajando en un tronco que tenía dimensiones muy grandes a lo largo y a lo ancho. Estaban abriéndole un canal con hachuelas. En esta fase, el tronco parecía más la artesa rústica que se usaba para hacer las infusiones que una de las graciosas embarcaciones, pero la forma ya había sido esbozada en bruto. Más tarde se labrarían la popa y la proa, pero primero había que terminar el interior.

–A Jondalar le está interesando mucho la construcción de embarcaciones –dijo Carlono.

–Tal vez tengamos que encontrarle una mujer del río para que se pueda convertir en Ramudoi. Sería justo, puesto que su hermano va a ser Shamudoi –bromeó Markeno–. Sé de un par de ellas que le han estado echando miradas muy prolongadas. Una de ellas podría dejarse persuadir.

–No creo que lleguen muy lejos con Serenio por aquí –dijo Carlono guiñándole un ojo a Jondalar–. Pero algunos de los mejores constructores de barcos son Shamudoi. No es el barco en tierra, es el barco sobre el agua lo que hace al hombre del río.

–Si tantas ganas tienes de aprender la construcción de barcos, ¿por qué no coges un hacha y ayudas? –preguntó Thonolan–. Me parece que a mi hermano mayor le gusta más hablar que trabajar –tenía las manos negras y una mejilla embadurnada del mismo color–. Te puedo prestar la mía –agregó, arrojándole la herramienta a Jondalar, que la cogió al vuelo en un movimiento reflejo. El hacha, una hoja robusta montada en ángulo recto sobre un mango, le dejó una huella negra en la mano.

Thonolan bajó de un brinco y se aproximó a una fogata cercana, reducida a unas brasas de las cuales surgían lenguas de fuego anaranjada de cuando en cuando. Cogió un trozo de tabla rota cuya parte superior tenía orificios quemados, y con una rama barrió carbones ardiendo hacia fuera y los recogió con la tabla; después los llevó donde estaba el tronco, y en medio de un surtidor de humo y chispas, los dispersó por el canal que estaban abriendo. Markeno agregó más carbón al fuego y volvió junto al tronco con un recipiente lleno de agua: querían que los carbones quemaran el tronco y lo ahuecaran, no que lo incendiaran.

Thonolan agitó los carbones con un palo y luego agregó un chorrito de agua en un punto estratégico. Un silbido de vapor y un fuerte olor a madera quemada evidenciaron la batalla elemental entre el agua y el fuego. Pero, finalmente, el agua ganó la partida. Thonolan recogió los restos de carbón mojado, volvió a subirse al canal del tronco y comenzó a raspar la madera chamuscada, ahondando y ensanchando el canal.

–Déjame hacerlo un rato –pidió Jondalar, después de haber observado el proceso.

–Me estaba preguntando si te ibas a quedar mirando todo el día –dijo Thonolan con una sonrisa. Los dos hermanos tenían tendencia a volver a su lengua natal cuando hablaban entre sí. La facilidad y familiaridad que representaba eran reconfortantes. Los dos estaban perfeccionando su uso del nuevo lenguaje, pero Thonolan lo hablaba mejor.

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