El viajero (58 page)

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Authors: David Lozano

Tags: #Terror, Fantástico, Infantil y Juvenil

La situación del niño maniatado era una cuestión mucho más espinosa. ¿Cómo pensar en él, si ni ella misma podía garantizar su propia libertad? Aquel argumento tranquilizó un poco su agotada conciencia.

* * *

—Soy el padre Martín y estoy aquí para combatir la herejía en estas tierras. Vos parecéis el cabecilla del grupo —sentenció aquel hombre señalándolo con una mano enjoyada, sin suavizar su postura altiva—. Por eso os han traído a mi presencia. Lo mejor será que reconozcáis los hechos: os evitaréis muchos problemas y mucho dolor. Vos... y los demás.

Pascal había sido conducido por los carceleros ante aquel tipo grueso, ataviado con un hábito de calidad, que se movía de forma ceremoniosa en el interior de un salón bastante lujoso. Llevaba al cuello una gruesa cadena de oro de la que pendía un crucifijo, lo que confirmó a Pascal que se encontraba ante un religioso. La forma de hablar de aquel individuo traslucía un radicalismo que en aquellas circunstancias resultaba amenazador.

—¿Qué hechos? —se atrevió a preguntar el chico, intentando ganar tiempo e información.

El padre Martín esbozó una sonrisa sarcástica.

—Os imaginaba más inteligente —repuso—. Al igual que con la penitencia, reducir el tiempo de dolor es reducir el sufrimiento. Y no estáis ayudando a que vuestro paso por aquí sea breve...

Estaba claro que el religioso había malinterpretado la duda de Pascal, tomándola como la insolente manifestación de una descarada actitud rebelde.

—¿No vais a hablar? —insistió el religioso con el rostro vuelto hacia un amplio ventanal, como ignorando la miserable presencia de Pascal—. Los dominicos somos pacientes, pero todo tiene un límite.

Hablaba sin alzar la voz, modulando sus palabras con la complacencia del que sabe en sus manos el poder sobre la vida y la muerte. Beatrice, inquieta, se aproximó al Viajero.

—¿Qué hacemos? —ella susurraba, a pesar de que nadie más que Pascal podía oírla.

El chico, cargado con los dolorosos grilletes, la miró de un modo sutil, pero no contestó; no quería parecer un loco hablando solo delante de aquel orondo desconocido del que irradiaba una peligrosa autoridad. A su espalda, varios guardianes esperaban órdenes.

El dominico hizo un gesto con la mano y un soldado se acercó portando en sus manos la piedra transparente. El religioso la cogió, tanteando su peso.

—¿Y esto qué es? ¿Lo utilizáis para algún rito pagano? Os animo a que cooperéis, pues tarde o temprano acabaremos llegando al mismo punto. Todos los que se resisten terminan hablando, algo que podrían haber hecho... sin sufrir daño en sus cuerpos pecadores.

Por un momento pareció que el padre Martín iba a estrellar el mineral contra el suelo. Pascal contuvo la respiración, aunque procuró no exteriorizar su ansiedad; sí el dominico se daba cuenta, sin duda materializaría aquella idea. La propia curiosidad del religioso evitó el desastre; no rompería aquella extraña roca hasta averiguar para qué servía.

—Lleváoslo —ordenó por fin el dominico con cara de infinito desprecio—. Mañana volveré a llamaros, y entonces me contaréis lo que quiero saber. Me lo contaréis todo.

Pascal tembló ante la advertencia implícita en aquellas palabras. Sin embargo, todavía tenía tan poca información sobre dónde se encontraban que no se atrevía a intervenir más. Necesitaba lo que solo Mathieu podía ofrecerle: datos.

En cuanto tuviese oportunidad, se concentraría para intentar contactar con la Vieja Daphne. El tiempo en aquella nueva época transcurría desde hacía rato; no podía olvidar que cada viaje en la Colmena constituía una implacable cuenta atrás.

Ya se lo llevaban a rastras por los pasadizos que descendían hacia las mazmorras de aquel palacio, seguido por la fiel presencia de Beatrice. El espíritu errante había logrado fijarse en dónde guardaba el religioso la piedra transparente, antes de abandonar la estancia con la comitiva de carceleros. No hacía falta ser muy perspicaz para comprender que tendría que volver por ella.

Pascal, mientras tanto, ardía en deseos de hablar con Beatrice sin incómodos testigos, para organizar sus movimientos. Poco después, encerrados en una minúscula celda —debían de haber juzgado conveniente aislar a Pascal del resto de los detenidos—, el Viajero consultaba su reloj y le asustó el tiempo que había pasado ya. A continuación, inició el proceso de comunicación con el mundo de los vivos.

* * *

Daphne era consciente de que tener a un miembro del grupo con la moral baja constituía un lujo que podía salir muy caro. Y no estaba dispuesta a otorgar más facilidades al vampiro.

Por eso no tardó en suavizar su semblante severo para hablar con Jules, perdonando aquel error que no quedaba más remedio que aceptar, dadas las circunstancias. A fin de cuentas, ni Dominique ni Jules eran profesionales en aquel tipo de desafíos. En el fondo, quizá el fallo había sido suyo, pues sus obligaciones en aquella aventura incluían estar pendiente de los dos jóvenes.

—Basta con que a partir de ahora estés al cien por cien —le dijo la vidente al larguirucho muchacho colocándole una mano en el hombro en ademán indulgente—, y así compensas tu tropiezo, ¿de acuerdo?

Jules asintió, agradecido por aquella segunda oportunidad que se le brindaba para estar a la altura. No obstante, seguía escociéndole la facilidad con la que había caído en la trampa de Varney. Se sentía como un estúpido. Su propio juicio estaba siendo el más riguroso, pues hacía rato que los demás lo habían perdonado.

—Venga, anímate —añadió Dominique mientras comprobaba el cerrojo de la puerta del desván—. De algún modo habría conseguido entrar, eso seguro. Ahora, al menos, no nos pillará desprevenidos.

Daphne, de hecho, se estaba preguntando por qué el vampiro no había atacado ya. ¿Qué tramaba? Sus reflexiones se cortaron de cuajo cuando un hormigueo familiar empezó a entumecerle los dedos. Pronto comenzarían las convulsiones suaves y, por fin, la pérdida de conciencia.

Algún espíritu la llamaba. ¿Sería Pascal desde el Más Allá?

—Chicos, llamad a Mathieu, podemos necesitarlo. Capto señales de otro mundo.

Dominique confió en que, en esta nueva comunicación, no fuese necesaria la intervención de aquel amigo, pues a saber si a esas horas ya había vuelto a casa y estaba durmiendo. Aun así, cogió su móvil y marcó el número.

* * *

Varney se deslizaba por las escaleras a gran velocidad, ávido, ascendiendo hacia el desván por aquel camino de peldaños que rodeaba el hueco del ascensor. Los compañeros del Viajero no esperarían verlo llegar por la puerta, por eso había escogido aquella vía tan... humana. Pero el vampiro, al llegar a la cuarta planta, ocupada por oficinas vacías a aquella hora, se vio obligado a detenerse.

Unos escalones más arriba se interponía una figura que ya conocía: el Guardián de la Puerta. Aquel hombre, inalterable una vez más ante la aparición del monstruo, acababa de desenfundar su larga espada de plata y la blandía en el aire con gesto solemne en medio del hedor a criatura del Mal.

Era el ademán hipnótico del que se prepara para un combate inminente. Sobre su cuello colgaba el medallón de la Hermandad que, desde generaciones, se encargaba de que nunca faltara un centinela que custodiase la Puerta Oscura.

Ese medallón que tanto molestaba al vampiro.

—Te esperaba —afirmó el Guardián mirando al recién llegado sin perder la máxima concentración.

—Otra vez tú —escupió Varney, con una voz apenas reconocible, mientras agudizaba su pose de caza—. Tu estúpida imprudencia no tiene límites. Vives tus últimas horas.

El Guardián no respondió a la provocación. Se mantenía en pie, muy digno, bloqueando la única vía para llegar hasta las buhardillas.

—La Puerta Oscura debe ser protegida —advirtió, luchando por no perder su convicción ante la apariencia perversa de aquel ser no-muerto—. Abandona tus intenciones ahora, criatura del Mal, doblégate a la Luz. O acabaré contigo y te disolverás en la oscuridad para siempre.

Varney soltó una carcajada cruel que heló la sangre del Guardián.

—¡Insensato! —bramó exhibiendo sus colmillos—. ¿De verdad crees que vas a poder detenerme?

—Deberías tener miedo —dijo el Guardián, manteniendo su osadía bajo los latidos desbocados de su corazón—. Puedo acabar contigo. Y lo haré si es necesario.

—¿Tener miedo? —Varney deformaba su cuerpo a placer, encorvado, adquiriendo un aspecto siniestro y mortífero—. ¡Yo soy el miedo, iluso mortal! ¡Yo soy el miedo!

Aquella declaración, mientras el monstruo cabeceaba enseñando los afilados dientes y movía voluptuosamente sus dedos de curvas uñas, resultaba de lo más elocuente.

—Disfruta de tus últimos momentos de sangre caliente, mortal...

En realidad, el Guardián nunca había visto a un vampiro entrar en acción, y lo que se ofreció ante sus ojos superó todas sus expectativas. Y es que en un instante ya tenía a Varney sobre él, cayéndole desde el aire tras un inesperado salto que cubrió sin problemas una distancia de varios metros.

En el brillo de los ojos del vampiro, el Guardián descubrió que aquel depredador estaba disfrutando.

El hombre lanzó una estocada defensiva que logró detener la caída letal del demonio, obligando a la criatura a esquivar el prolongado filo de plata y la visión incómoda del medallón. Varney gruñó, hambriento, y volvió a atacar avanzando por la pared como una araña oscura. Ya muy cerca, impulsó uno de sus brazos contra el pecho de su adversario, que retrocedió dos peldaños sintiendo cómo se desgarraba la ropa sobre su corazón tras el zarpazo.

El Guardián también percibió el fluido tibio de su propia sangre: la garra del vampiro le había alcanzado a pesar de su movimiento. Estaba herido, aunque no era grave. Sus reflejos lo habían salvado de unas uñas que habían estado a punto de atravesar su corazón.

Varney enloqueció ante la vista de aquel líquido rojo resbalando por la ropa de su enemigo, aulló babeante con sus ojos felinos clavados en la presa. Se movía inquieto, como un animal enjaulado, aguardando su próximo asalto desde el rellano inferior, a salvo del alcance de la espada de plata que sí podía hacerle mucho daño.

El hombre apenas tuvo tiempo para comprobar su estado, pues Varney se lanzó de nuevo contra él sin aguardar más, desplegando su capa oscura para intentar desorientarlo. En esta ocasión, el manejo experto del centinela sí logró que la espada de plata alcanzase al vampiro en un costado, abriendo una brecha en su carne muerta.

Varney aulló de dolor, al tiempo que terminaba su maniobra descargando contra el Guardián un tremendo golpe con sus garras que lo tiró escaleras abajo, abriéndole un segundo corte en un brazo.

Al menos, el monstruo no había herido a aquel hombre con sus colmillos, lo que habría condenado al Guardián transformándolo en un no-muerto para siempre.

El protector de la Puerta Oscura acabó tirado en el rellano, dolorido y magullado. No podría recuperarse antes del siguiente asalto del vampiro, así que se preparó para lo peor, alzando su espada como pudo. Varney, también herido, se disponía a destrozar a su adversario, pero no continuó su hostigamiento; una puerta se había abierto un piso más arriba, y su excepcional oído de cazador había detectado el sonido y unas tenues pisadas.

—¿Hay alguien ahí? —preguntaba Blanche Pelen, la única alquilada en el edificio de los Marceaux, sin sospechar el terrible peligro que corría al asomarse a la escalera en aquellos instantes.

Varney miraba con ojos acerados al Guardián, que permanecía resollando en su patética posición defensiva a la espera del último embate. El vampiro volvía alternativamente su rostro hacia los escalones superiores, como dudando entre culminar aquella lucha o encargarse de la inoportuna mujer que seguía incordiando con su estúpida vocecita.

Varney pareció decidirse: si la mujer avisaba a la policía, su misión se complicaría mucho, así que convirtió a aquella señora en su prioridad. La mataría y después entraría en su piso para acabar con cualquier mortal que pudiera echarla en falta durante esa noche. No quería más testigos. Después subiría hasta el desván, se negó a retardar más su encuentro con la Puerta Oscura. El Viajero podía regresar en cualquier momento.

El Guardián había adivinado desde su rincón, horrorizado, lo que el monstruo se disponía a hacer.

—¡Huya, señora! —gritó poniéndose en pie, a pesar de sus dolores, para llamar la atención del vampiro—. ¡Métase en su casa, no salga!

Fue inútil. La velocidad de aquella criatura, unida al estado somnoliento de la mujer, hicieron que en pocos segundos su cadáver estuviese tirado sobre los peldaños, con la cabeza arrancada. Varney la había decapitado de un zarpazo para continuar con su avance letal. El vampiro hizo un esfuerzo para no quedarse deleitándose con la sangre caliente derramada sobre las paredes. Ya habría tiempo.

Por suerte, Varney no encontraría a nadie más en aquel hogar cuya puerta permanecía abierta, otorgándole la invitación que le hacía falta para entrar en él.

* * *

Mathieu se quejó, al otro lado de la línea, con voz de sueño.

—Vale que mañana sea sábado, pero os estáis pasando... ¡Ya estaba en la cama!

Dominique se disculpó con rapidez. Su tono rezumaba tal presión que incluso Mathieu, medio adormilado, lo percibió.

—Al final me lo explicaréis todo, supongo...

—Claro, claro —accedió Dominique para salir del paso.

El vampiro, además, podía aparecer en cualquier momento. El chico envidió la tranquilidad de Mathieu en su casa. Pero sabía que el protagonismo tenía un precio y él debía pagarlo por su implicación en el secreto de la Puerta Oscura. Nunca le había importado aquel coste a cambio de figurar. Nunca, hasta aquel instante de miedo en el que empezaba a dudar si compensaba.

Y es que podía morir... o algo peor.

—Venga, dime de qué se trata esta vez —murmuró Mathieu, casi sin vocalizar.

Dominique repitió todo lo que salía de la boca de la Vieja Daphne, punto por punto. Lo primero que Pascal quiso saber era en qué consistía una herejía, qué significaba exactamente ser un hereje, pues, en aquel otro mundo, esa era la acusación que pendía sobre su cabeza.

Dominique, centrado en lo suyo, habría podido aventurar una respuesta aproximada al interrogante planteado por Pascal, sin esperar a la contestación de Mathieu. Aun así, prefirió limitarse a su labor de intermediario.

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