Read El vuelo del dragón Online
Authors: Anne McCaffrey
—¡Ha muerto! —chilló una de las mujeres. Huyó, gritando, de la cámara. Su voz reverberó en la roca de los pasillos. «Muerta... erta... erta... aaaaa» repitió el eco una y otra vez.
Lessa soltó el cuerpo de Dama Gemma, dejándolo reposar sobre el lecho, contemplando asombrada la extraña sonrisa de triunfo estereotipada en el rostro de la muerta. Se retiró a las sombras, mucho más impresionada que el resto de las mujeres. Ella, que nunca había vacilado en hacer cualquier cosa que pudiera perjudicar a Fax o empobrecer todavía más a Ruatha, estaba temblando de remordimiento. Sumida en su idea fija, había olvidado que podían existir otras personas impulsadas por el odio a Fax. Dama Gemma era una de ellas, y había sufrido brutalidades y humillaciones mucho más subjetivas que las de Lessa. Sin embargo, Lessa había odiado a Gemma, había hecho víctima de su odio a una mujer que había merecido su respeto y su apoyo más bien que su condena.
Lessa sacudió la cabeza para disipar el aura de tragedia y de autorrepulsión que empezaba a abrumarla. No tenía tiempo para lamentarse o arrepentirse. Ahora no. No cuando, con la muerte de Fax, podría vengar no sólo sus propios agravios sino también los de Gemma.
Ese era el objetivo. Y ella tenía la palanca. El niño... sí, el niño. Diría que estaba vivo. Que era varón. El dragonero tendría que luchar. Había oído y atestiguado el juramento de Fax.
Una sonrisa, parecida a la que exhibía el rostro de la mujer muerta, iluminó el de Lessa mientras corría por los pasillos en dirección al Vestíbulo.
Estaba a punto de penetrar en el propio Vestíbulo cuando se dio cuenta de que su anticipación del triunfo había destruido su autodisciplina. Lessa se detuvo delante del portal y reposó deliberadamente para recobrar el aliento. Luego dejó caer sus hombros y avanzó arrastrando los pies, convertida una vez más en la insignificante fregona.
El heraldo de muerte estaba sollozando, arrebujada a los pies de Fax.
Lessa apretó los dientes, notando que su odio hacia el soberano se hacía más intenso. Fax se alegraba de que Dama Gemma hubiera muerto, frustrando su semilla. Incluso ahora le estaba ordenando a la histérica mujer que fuera en busca de su última favorita, sin duda para nombrarla su primera dama.
—¡El niño vive! —gritó Lessa, con la voz distorsionada por la rabia y el odio—. ¡Es varón!
Fax se puso en pie de un salto, apartando de un puntapié a la mujer sollozante y mirando furiosamente a Lessa.
—¿Qué estás diciendo, mujer?
—El niño vive. Es varón —repitió Lessa, acercándose.
La incredulidad y el furor que se reflejaron en el rostro de Fax eran algo digno de verse. Los hombres del Gobernador sofocaron sus inadvertidos vítores.
—¡Ruatha tiene un nuevo Señor! —rugieron los dragoneros.
Lessa estaba tan obsesionada con su objetivo que no observó las reacciones de las personas que se encontraban en el Vestíbulo, ni oyó el rugido de los dragones en el exterior.
Fax entró en acción. Cruzó de un salto el espacio que le separaba de Lessa, aullando la falsedad de la noticia. Antes de que Lessa pudiera esquivarlo, el puño del soberano golpeó su rostro. El impacto la levantó del suelo y la hizo caer pesadamente sobre las piedras, donde permaneció inmóvil, un montón de sucios harapos.
—¡Quieto, Fax! —la voz de F'lar rompió el silencio en el instante en que el Señor de las Altas Extensiones levantaba su pierna para patear el cuerpo inconsciente.
Fax giró en redondo, cerrando maquinalmente su mano sobre la empuñadura de su cuchillo.
—Fue oído y atestiguado, Fax —le advirtió F'lar, con una mano agresivamente extendida—. Por dragoneros. ¡Cumple lo que juraste delante de testigos!
—¿Testigos? ¿Los dragoneros? —inquirió Fax con una risa desdeñosa—. Querrás decir las dragoneras —añadió, con los ojos cargados de desprecio.
La rapidez con la cual el cuchillo del caballero bronce apareció en su mano le pilló momentáneamente desprevenido.
—¿Dragoneras? —inquirió F'lar, con los labios entreabiertos mostrando sus dientes y la voz peligrosamente suave. La luz de las lámparas se reflejó sobre la hoja de su cuchillo mientras avanzaba hacia Fax.
—¡Mujeres! ¡Parásitos de Pern! ¡El poder del Weyr se ha agotado! Agotado para bien —rugió Fax, saltando hacia adelante al encuentro de su adversario.
Los dos rivales apenas se dieron cuenta de lo que ocurría detrás de ellos, de las mesas que eran apartadas bruscamente para dejar espacio a los duelistas. F'lar no pudo distraer su mirada para fijarla en la caída figura de la fregona, pero estaba seguro, a través y más allá del instinto, que ella era la fuente de poder. Lo había sentido cuando entró en el Vestíbulo. El rugido de los dragones lo había confirmado. Si aquella caída la había matado... Avanzó sobre Fax, dando un salto de costado para esquivar la centelleante hoja que Fax había proyectado hacia él con su poderoso brazo.
F'lar eludió el ataque fácilmente, dándose cuenta del alcance del brazo de su adversario y decidiendo que en este aspecto tenía una leve ventaja. Se dijo severamente a sí mismo que la ventaja no era mucha. Fax tenía mucha más experiencia en los combates a muerte cuerpo a cuerpo que él, cuyos duelos siempre habían terminado con la primera sangre en el terreno de prácticas. F'lar tomó nota de que debía evitar todo contacto con el robusto Señor. La fuerza del peso estaba de parte de su rival. F'lar debía utilizar como arma la agilidad, no la fuerza bruta.
Fax hizo una finta, tanteando las debilidades o los fallos de F'lar. Los dos permanecían agachados, moviéndose a través de un espacio de seis pasos agitando las manos que empuñaban los cuchillos y con las manos libres extendidas y abiertas, al acecho de la ocasión de hacer presa.
Fax se lanzó de nuevo al ataque. F'lar le permitió acercarse, sólo lo suficiente para lanzarle un golpe de revés y retroceder rápidamente. Notó el desgarro de la tela bajo la punta de su cuchillo y oyó el gruñido de Fax. El soberano volvió a embestirle con más rapidez de la que permitía sospechar lo macizo de su cuerpo, y F'lar tuvo que retroceder de nuevo, sintiendo el arañazo del cuchillo de Fax a través de su recio justillo de piel de wher.
Los dos duelistas se movieron en círculo, buscando cada uno de ellos una abertura en la defensa del otro. Fax maniobró de modo que pudiera arrinconar a su adversario, más ligero y más rápido que él, entre una plataforma y la pared, para aprovechar así la ventaja de su peso y su masa superiores.
Pero F'lar contraatacó súbitamente, deslizándose por debajo del brazo extendido de Fax y proyectando oblicuamente su cuchillo a través del costado de su rival. El soberano se lanzó sobre él, aullando salvajemente, y F'lar quedo atrapado contra el costado del otro hombre, forcejeando desesperadamente con su mano izquierda para mantener en alto el brazo armado con el cuchillo. De pronto, F'lar proyectó su rodilla hacia arriba, golpeando a Fax en la ingle. Fax abrió la boca como si le faltara aire para respirar, gruñendo de dolor. El caballero bronce aprovechó la ocasión para ponerse en pie. Un súbito fuego en su hombro izquierdo le hizo saber que no había escapado incólume.
El rostro de Fax estaba rojo de furor sanguinario, y jadeaba de cansancio y de dolor. Pero F'lar no tuvo tiempo de aprovechar aquella momentánea ventaja, ya que el enfurecido Señor se repuso rápidamente y volvió a embestir. F'lar se vio obligado a saltar de costado antes de que Fax pudiera establecer contacto directo con él. F'lar situó la mesa de trinchar entre los dos, dando vueltas en torno a ella, flexionando su hombro para comprobar la extensión de su herida. La cuchillada le dolía como si le hubieran marcado con un hierro candente. El movimiento resultaba doloroso, pero podía utilizar el brazo.
Súbitamente, Fax cogió un puñado de piltrafas grasientas de la bandeja de la carne y las lanzó contra F'lar. El dragonero se dejó caer al suelo, y Fax cerró la distancia alrededor de la mesa de un salto. El instinto impulsó a F'lar a dar varias vueltas sobre sí mismo mientras la centelleante hoja de Fax pasaba a pocos centímetros de su abdomen. Su propio cuchillo se hundió en la parte exterior del brazo de Fax. Los dos hombres se incorporaron simultáneamente para encararse de nuevo el uno con el otro, pero el brazo izquierdo de Fax colgaba inerte de su costado.
F'lar se lanzó hacia adelante, forzando su suerte mientras el Señor de las Altas Extensiones se tambaleaba. Pero F'lar había sido demasiado optimista al juzgar el estado en que se encontraba su rival, y recibió una terrible patada en el costado cuando trataba de esquivar el zigzagueante cuchillo. Retorciéndose de dolor, F'lar rodó frenéticamente sobre sí mismo, alejándose de su adversario que trataba de caer sobre él para abrumarle con su peso y asestarle el golpe definitivo. Reuniendo todas sus fuerzas, F'lar logró incorporarse, aunque sin llegar a ponerse en pie. Su misma postura le salvó. Fax calculó que su rival se levantaría y falló el golpe, perdiendo así el equilibrio. F'lar sólo tuvo que extender su mano derecha para hundir su cuchillo en la espalda sin protección de Fax, hasta que notó que la punta se clavaba en el esternón.
El derrotado Señor cayó sobre las losas boca abajo, y la fuerza del golpe desalojó la daga de su esternón, de modo que unos tres centímetros de la hoja ensangrentada volvieron a surgir del orificio de entrada.
Un leve gemir taladró la niebla de dolor y alivio. F'lar alzó la mirada y vio, a través de unos ojos anegados en sudor, a las mujeres agrupadas en el umbral del Fuerte. Una de ellas sostenía en sus brazos un objeto envuelto en fajas. F'lar no pudo captar inmediatamente el significado de aquel cuadro, pero supo que era muy importante para aclarar sus ideas.
Miró al hombre muerto. Se dio cuenta de que no sentía ningún placer en haber matado al hombre, sólo alivio por el hecho de que él mismo seguía estando vivo. Se secó la frente con la manga y se obligó a erguirse, con su costado latiendo con el dolor de aquella última patada y su hombro izquierdo ardiendo. Avanzó tambaleándose hacia la fregona, que continuaba en el mismo lugar en el que había caído.
La giró cuidadosamente boca arriba, observando la terrible magulladura extendiéndose a través de su mejilla debajo de la sucia piel. Oyó que F'nor daba órdenes para dominar el tumulto en el Vestíbulo.
El dragonero posó una mano, temblorosa a pesar del esfuerzo por controlarse a sí mismo, sobre el pecho de la mujer en busca de un latido del corazón... Estaba allí, lento pero fuerte.
F'lar suspiró profundamente, ya que lo mismo el golpe que la caída podían haber resultado fatales. Fatales, quizá, para el propio Pern.
El alivio estaba teñido de disgusto. Bajo aquella capa de suciedad no había manera de saber qué edad podía tener aquella mujer. F'lar la levantó en brazos, sin que el ligero cuerpo representara una carga, ni siquiera después del cansancio del combate que acababa de librar. Sabiendo que F'nor resolvería eficazmente cualquier problema, F'lar transportó a la fregona a su propia cámara.
Depositó el cuerpo sobre el alto lecho, y luego atizó el fuego y añadió más teas al candelabro situado junto a la cama. Tragó saliva ante la idea de tocar la sucia mata de pelo, pero terminó por echarla hacia atrás suavemente, girando la cabeza de la fregona a uno y otro lado. Las facciones eran pequeñas y regulares. Un brazo, libre de harapos, estaba razonablemente limpio por encima del codo, aunque lleno de magulladuras y de antiguas cicatrices. La piel era firme y sin arrugas. Las manos, cuando las tomó entre las suyas, tenían una costra de suciedad, pero debajo de ella se adivinaban delicadas y perfectamente modeladas.
F'lar empezó a sonreír. Sí, ella había hurtado tan hábilmente aquella mano de su vista cuando acompañaba a Dama Gemma, que F'lar había dudado de la primera impresión que le había producido. Y sí, debajo del tizne y de la grasa, aquella mujer era joven. Suficientemente joven para el Weyr. Y sin bastardía. No era suficientemente joven, por fortuna, para haber sido engendrada por Fax. ¿Bastarda de alguno de los anteriores Señores? No, en ella no había una sola gota de sangre ordinaria. Era pura, fuera cual fuese su línea, y F'lar se inclinaba a creer que era realmente ruathana, y que, por algún medio desconocido había escapado a la matanza hacía diez Revoluciones, consagrando desde entonces todo su tiempo a la venganza. ¿Por qué otro motivo podría haber obligado a Fax a renunciar al Fuerte?
Deleitado y fascinado por esta inesperada suerte, F'lar extendió la mano para arrancar el vestido del cuerpo inconsciente, y se encontró constreñido a no hacerlo. La muchacha había despertado. Sus grandes y hambrientos ojos se clavaron en los de F'lar, ni temerosos ni expectantes: sagaces.
Un cambio sutil se produjo en su rostro. F'lar observó, con una sonrisa cada vez más ancha, cómo la muchacha infundía a sus facciones regulares una ilusión de desagradable fealdad.
—¿Tratando de confundir a un dragonero, muchacha? —inquirió F'lar, sonriendo.
No hizo ningún otro movimiento para tocarla, sino que se apoyó contra el gran cabezal labrado de la cama, cruzó los brazos sobre su pecho, y luego los elevó súbitamente para aliviar su brazo dolorido.
—Tu nombre, muchacha, y rango.
Lessa se irguió lentamente, sin desfigurar sus facciones. Se deslizó deliberadamente hacia atrás para apoyarse en el otro cabezal, de modo que se enfrentaron el uno al otro a través de la longitud de, la alta cama.
—¿Fax?
—Muerto. ¡Tu nombre!
Una expresión de exultante triunfo inundó el rostro de Lessa. Se deslizó fuera del lecho, apareciendo inesperadamente alta.
—Entonces, reclamo lo que es mío. Soy de la Sangre ruathana. Reclamo Ruatha —anunció con voz resonante.
F'lar la miró fijamente unos instantes, deleitado por su porte orgulloso. Luego echó la cabeza hacia atrás y rió.
—¿Esto? ¿Este montón de harapos? —La disparidad entre la arrogancia de los modales de la muchacha y sus ropas resultaba realmente cómica—. Oh, no. Además, mi estimada dama, los dragoneros oímos y atestiguamos el juramento de Fax renunciando al Fuerte en favor de su heredero. ¿Tengo que desafiar al bebé, también, por ti? ¿Y estrangularle con sus propias fajas?
Los ojos de Lessa llamearon y sus labios se entreabrieron en una terrible sonrisa.
—No existe ningún heredero. Gemma murió, el niño no llegó a nacer. Mentí.
—¿Mentiste? —inquirió F'lar, furioso.
—Sí —Lessa irguió insolentemente su barbilla hacia él—. Mentí. No nació ningún niño. Sólo quería asegurarme de que retarías a Fax.