El vuelo del dragón (11 page)

Read El vuelo del dragón Online

Authors: Anne McCaffrey

Miró hacia arriba, en torno a ella, hacia abajo de aquella fachada rocosa. No había manera de salir de allí salvo a lomos de un dragón. Las bocas de las cuevas más próximas se hallaban a una distancia inalcanzable encima de ella, a un lado, debajo de ella, en el otro. De modo que estaba completamente aislada aquí.

Dama del Weyr, le había dicho F'lar. ¿Su Dama? ¿En su weyr? ¿Era eso lo que había querido decir? No, esa no era la impresión que Lessa había obtenido del dragón. Se le ocurrió súbitamente que era muy raro que ella hubiese entendido al dragón. ¿Podía hacerlo la gente vulgar? ¿O se debía a la Sangre de dragonero que había en su linaje? En cualquier caso, Mnementh había sugerido algo más importante, algún rango especial. Debían referirse, por tanto, a ser Dama del Weyr para el dragón reina virgen. Pero, ¿cómo lo conseguirían? Lessa recordaba vagamente que cuando los dragoneros salían de Búsqueda, trataban de localizar unas mujeres determinadas. Ah, mujeres determinadas. Ella era una más, pues, de varias competidoras. Sin embargo, el caballero bronce le había ofrecido el puesto como si únicamente ella estuviera calificada para ocuparlo. Aquel dragonero tenía su propia parte generosa de disimulo, decidió Lessa. Era arrogante, aunque no el fanfarrón que había sido Fax.

Pudo ver al dragón bronce lanzarse en picado sobre el rebaño, agarrar a uno de los animales y remontarse de nuevo hasta un saledizo lejano para comer. Instintivamente se apartó de la abertura, retrocediendo a la penumbra y a la seguridad relativa del pasillo.

El dragón alimentándose evocaba el recuerdo de horribles leyendas. Leyendas que la habían hecho sonreír, aunque ahora... ¿Era cierto, pues, que los dragones comían carne humana? ¿Que...? Lessa descartó aquellos pensamientos. La raza de los dragones no era menos cruel que la raza humana. Y el dragón, al menos, actuaba por una necesidad bestial y no por una codicia bestial.

Segura de que el dragonero estaría ocupado en otra parte, Lessa cruzó la gran caverna hasta el dormitorio. Allí recogió las ropas y la bolsa de arena limpiadora y entró en la sala de baño. Era pequeña, pero suficientemente espaciosa para su cometido. Un ancho anaquel formaba un labio parcial del círculo irregular de la piscina. Había un banco y varios estantes para las ropas secas. Lessa vio que la parte más próxima de la piscina tenía muy poca profundidad, de modo que. un bañista podía permanecer allí cómodamente. Luego iba descendiendo gradualmente hasta alcanzar su mayor profundidad en la pared de roca que era uno de sus límites.

¡Bañarse! Quedar completamente limpia y poder continuar estándolo. Con una sensación de desagrado no menos intensa que la del dragonero al tocarlos, se despojó de los restos de sus harapos, apartándolos a un lado de un puntapié, no sabiendo dónde tirarlos. Luego cogió un generoso puñado de arena limpiadora e, inclinándose hacia la piscina, la humedeció.

Haciendo una pasta con aquella especie de jabón, se frotó las manos y la cara. Humedeciendo más arena, atacó sus brazos y piernas, y luego su cuerpo y sus pies. Frotó con fuerza hasta hacer brotar sangre de cortes semicicatrizados. Luego se introdujo, o mejor dicho saltó a la piscina, mordiéndose los labios para no gritar cuando el agua caliente hacía que la pasta de arena espumeara en sus arañazos. Se sumergió bajo la superficie, sacudiendo la cabeza para asegurarse de que sus cabellos quedaban completamente mojados. Después los frotó con arena, aclarándolos y volviendo a frotarlos hasta que pensó que sus cabellos podían estar limpios. Habían acumulado la suciedad de muchos años. Largas hebras enmarañadas flotaban hacia el extremo más lejano de la piscina, donde desaparecían. Lessa notó con satisfacción que el agua circulaba continuamente, de modo que la turbia y sucia era reemplazada por agua limpia. Volvió de nuevo la atención a su cuerpo, frotando la suciedad rebelde hasta que la piel le escoció. Aquello era algo más que un baño rutinario y superficial. Lessa experimentó un placer muy próximo al éxtasis por el lujo de la limpieza.

Finalmente, convencida de que había eliminado de su cuerpo toda la suciedad posible en una larga sesión, frotó sus cabellos por tercera vez. Salió de la piscina casi a regañadientes, retorciendo sus cabellos y enrollándolos sobre su cabeza mientras se secaba. Rebuscó entre las ropas y apoyó una prenda contra su cuerpo, para ver cómo le sentaba. La tela, de color verde pálido, tenía un tacto suave bajo sus dedos arrugados por el agua, aunque la pelusilla se enganchaba en sus agrietadas manos. La pasó a través de su cabeza. Le quedaba ancha, pero la sobretúnica de color verde más oscuro tenía un ceñidor que Lessa apretó fuertemente en su cintura. La anormal sensación de suavidad contra su piel desnuda hizo que Lessa se estremeciera de voluptuoso placer. La falda, cayendo en airosos pliegues alrededor de sus tobillos, provocó en ella una sonrisa de femenino deleite. Tomó un paño de secar limpio y empezó a trabajar en sus cabellos.

Un sonido apagado llegó a sus oídos y se interrumpió, con las manos suspendidas en el aire y la cabeza inclinada a un lado. Tensando el oído, escuchó. Sí. Había alguien fuera. El dragonero y su animal habían regresado, seguramente. Lessa hizo una mueca de fastidio ante aquella inoportuna interrupción y frotó con más fuerza sus cabellos. Deslizó sus dedos a través de los embrollos semisecos, sin lograr desenredarlos. Exasperada, rebuscó en los estantes hasta que encontró, tal como había esperado, un peine de metal de recias púas. Atacó sus cabellos con él y, a través de muchos gruñidos y gemidos, logró desenredar lo que había tardado años en enmarañarse.

Secos ahora, sus cabellos tenían súbitamente una vida propia, crujiendo en torno a sus manos y pegándose a la cara, al peine y al vestido. Resultaba difícil controlar la sedosa mata. Y sus cabellos eran más largos de lo que había creído, ya que, limpios y desenredados, caían hasta su cintura... cuando no se pegaban a sus manos.

Hizo una pausa, escuchando, y no oyó ningún sonido. Aprensivamente, apartó la cortina y echó una ojeada al dormitorio. Estaba vacío. Escuchó y captó los pensamientos perceptibles del soñoliento dragón. Bueno, prefería encontrar al hombre en presencia de un dragón soñoliento que en un dormitorio. Echó a andar y, por el rabillo del ojo, vio a una mujer desconocida cuando pasaba por delante de un trozo de metal bruñido colgado de la pared.

Sorprendida, se paró en seco, mirando con aire de incredulidad el rostro que reflejaba el metal. Sólo cuando se llevó las manos a sus salientes pómulos en un gesto de involuntario asombro y el reflejo imitó el gesto, se dio cuenta de que se estaba viendo a sí misma.

¡Vaya, la muchacha reflejada allí era más hermosa que Dama Tela, que la hija del pañero! Pero muy delgada. Las manos de Lessa, con un impulso propio, rozaron su cuello, las salientes clavículas, los senos, que no reflejaban del todo la delgadez del resto de su cuerpo. El vestido era demasiado ancho para su talla, observó Lessa con una inesperada emergencia de vanidad nacida en aquel instante de deleitada valoración. Y sus cabellos... rodeaban su cabeza como una aureola. Los alisó con dedos impacientes, llevando automáticamente rizos hacia adelante para que colgaran alrededor de su rostro. Mientras los empujaba nerviosamente hacia atrás, descartada la necesidad de un disfraz, los cabellos volvían a erguirse.

Un leve sonido, el roce de una bota contra la piedra, la interrumpió en su tarea. Esperó, temiendo ver aparecer al dragonero de un momento a otro. Súbitamente la había invadido una gran timidez. Con su rostro desnudo para el mundo, sus cabellos detrás de sus orejas, su cuerpo perfilado por una tela que se pegaba a la carne, Lessa había sido despojada de su acostumbrado anonimato y en consecuencia resultaba, en su apreciación, vulnerable.

Dominó bruscamente el deseo de huir, la irracional oleada de temor. Observándose a sí misma en el bruñido metal, echó sus hombros hacia atrás, irguió la cabeza, con la barbilla levantada; el movimiento hizo que sus cabellos volvieran a alzarse alrededor de su cabeza. Era Lessa de Ruatha, de una noble Sangre antigua. Ya no necesitaba recurrir al artificio para protegerse a sí misma, de modo que debía mostrarse orgullosamente con la cara descubierta ante el mundo... y ante aquel dragonero.

Cruzó decididamente la estancia, apartando a un lado la cortina del umbral de la gran caverna.

Él estaba allí, al lado de la cabeza del dragón, rascando sus párpados, con una rara expresión de ternura en el rostro. Era un cuadro que no encajaba en absoluto con todo lo que ella había oído acerca de los dragoneros.

Había oído hablar, desde luego, de la extraña afinidad entre caballero y dragón, pero esta era la primera vez que. comprobaba que el amor formaba parte de aquel lazo. O que este hombre frío y reservado era capaz de una emoción tan profunda. Se había mostrado bastante brusco con ella a propósito del wher guardián. Y no era de extrañar que el wher guardián creyera que se proponía causarle algún daño. Los dragones habían sido más tolerantes, recordó Lessa con un involuntario bufido.

F'lar se giró lentamente, como si le doliera separarse del broncíneo animal. Al ver a Lessa giró en redondo, con los ojos brillantes mientras tomaba nota del nuevo aspecto de la muchacha. Con pasos rápidos y ligeros cruzó la distancia entre ellos y empujó a Lessa hacia el dormitorio, agarrándola fuertemente del codo con una mano.

—Mnementh ha comido ligeramente y necesitará silencio para descansar —dijo en voz baja, como si esta fuera la consideración más importante.

Empujó la pesada cortina a través de la abertura. Luego, sin soltar a Lessa, la apartó ligeramente de él, haciéndole girar a uno y otro lado, observándola con la mayor atención, con una curiosa expresión de sorpresa en el rostro.

—Un buen lavado... hermosa, sí, casi hermosa —admitió, en un tono tan condescendiente que Lessa se separó bruscamente de él, indignada. F'lar se echó a reír—. ¿Cómo podía sospechar, después de todo, lo que había debajo de la mugre de... diez Revoluciones completas? Sí, desde luego eres lo bastante hermosa como para aplacar a F'nor.

Enfurecida por la actitud del dragonero, Lessa inquirió en tono glacial:

—¿Y F'nor debe ser aplacado a toda costa?

F'lar la miró sonriendo en silencio hasta que ella tuvo que apretar sus puños contra sus costados para no dejarse vencer por la tentación de golpear aquel rostro burlón. Finalmente, F'lar dijo:

—No importa, tenemos que comer, y yo necesitaré tus servicios. —Ante la exclamación de alarma de Lessa, el dragonero se giró, sonriendo maliciosamente, mientras su movimiento revelaba la sangre cuajada en su manga izquierda—. Lo menos que puedes hacer es curar las heridas honrosamente recibidas luchando por ti.

Empujó a un lado una parte de la cortina que cubría la pared interior.

—¡Comida para dos! —rugió, acercando su boca a un negro agujero abierto en la roca.

Lessa oyó un eco subterráneo mucho más abajo, mientras la voz de F'lar resonaba a lo largo de lo que debía ser un profundo pozo.

—Nemorth está casi rígida —continuó diciendo el dragonero, mientras sacaba algo de otro estante oculto detrás de una cortina—, y la Eclosión empezará pronto, en cualquier caso.

Algo muy frío se instaló en el estómago de Lessa al oír mencionar una Eclosión. Los relatos más moderados que había oído acerca de aquella parte de la dragonería ponían la carne de gallina: los peores eran francamente macabros. Con manos gélidas cogió las cosas que le entregaba F'lar.

—¿Qué? ¿Asustada? —inquirió irónicamente el dragonero, mientras se despojaba de su desgarrada y ensangrentada camisa.

Sacudiendo negativamente la cabeza, Lessa volvió su atención a la espalda de anchos hombros y poderosa musculatura que F'lar le presentaba, con la piel más pálida de su cuerpo veteada de estrías sanguinolentas. Su hombro sangraba, ya que al quitarse la camisa había arrancado las costras de su herida, muy tiernas aún.

—Necesitaré agua —dijo Lessa, y vio que había una jofaina entre los objetos que F'lar le había entregado. Se dirigió rápidamente a la piscina en busca de agua, preguntándose cómo había accedido a aventurarse tan lejos de Ruatha. Arruinado como estaba, Ruatha era su Fuerte, con el que estaba familiarizada, desde la Torre hasta el sótano más profundo. En el momento en que la idea le había sido insidiosamente sugerida por el dragonero, Lessa se había sentido capaz de cualquier cosa, habiendo alcanzando, al fin, la muerte de Fax. Ahora, lo único que podía hacer era evitar que el agua se derramara de la jofaina que temblaba inexplicablemente en sus manos.

Se obligó a sí misma a concentrarse únicamente en la herida. Era una fea cuchillada, profunda donde había penetrado la punta para desviarse después hacia arriba en un corte más superficial. La piel de F'lar era suave al tacto bajo sus dedos mientras limpiaba la herida. A pesar de sí misma, percibió el olor masculino del dragonero, un olor que distaba mucho de resultar desagradable, a sudor, a cuero y a almizcle, esto último debido probablemente a su estrecho contacto con dragones.

Aunque debió dolerle mientras Lessa desprendía los coágulos de sangre, F'lar permaneció completamente impasible, como si la operación no fuera con él. Esto enojó tanto más a Lessa por cuanto se había dejado vencer por la tentación de tratarle bruscamente en pago del menosprecio de sus sentimientos de que había hecho gala F'lar.

Lessa rechinó los dientes, decepcionada, mientras untaba generosamente la herida con el ungüento que el dragonero le había proporcionado. Luego procedió a vendar el hombro con tiras de tela, retrocediendo ligeramente al dar por terminada la cura. F'lar flexionó el brazo experimentalmente en el apretado vendaje, y el movimiento hizo ondular los músculos a lo largo de su costado y de su espalda.

Cuando se encaró con ella, sus ojos tenían una expresión pensativa.

—Una cura perfecta, mi dama. Gracias. —Su sonrisa era irónica.

Lessa retrocedió cuando F'lar se levantó, pero el dragonero se limitó a acercarse al baúl en busca de una camisa blanca, limpia.

En aquel momento resonó un sordo rumor que se intensificó rápidamente.

¿Dragones rugiendo?, se preguntó Lessa, tratando de dominar el absurdo temor que la estaba invadiendo. ¿Había empezado la Eclosión? Aquí no había ninguna madriguera de wher guardián para ocultarse...

Como si comprendiera su confusión, el dragonero estalló en una alegre carcajada y, sin dejar de mirarla, apartó a un lado la cortina de la pared en el preciso instante en que un ruidoso mecanismo en el interior del pozo hacía visible una bandeja con comida.

Other books

Souls of Fire by Vanessa Black
If Ever I Loved You by Phyllis Halldorson
Eat Fat, Lose Fat by Mary Enig
A World of Love by Elizabeth Bowen
The Revolution by Ron Paul
The Night by Heaton, Felicity
Shadows of Doubt by Elizabeth Johns
Designed by Love by Mary Manners