El vuelo del dragón (14 page)

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Authors: Anne McCaffrey

Pero si F'lar no había vacilado en entablar aquel desesperado duelo con Fax en el Fuerte de Ruatha para salvar la vida de Lessa y llevarla al Weyr como candidata a la Impresión, ¿por qué no había impuesto su autoridad en el Weyr cuando ella resultó vencedora, desplazando a R'gul? ¿A qué esperaba? Había sido lo bastante vehemente y persuasivo como para convencer a Lessa de que debía renunciar a Ruatha y acompañarle al Weyr de Benden. ¿Por qué, ahora, adoptaba una actitud de indiferencia mientras el Weyr rodaba cada vez más cuesta abajo?

«Para salvar Pern», habían sido sus palabras. ¿De qué, sino de R'gul? Lo mejor que podía hacer F'lar era poner en marcha los procedimientos de salvación. ¿O se reservaba en espera de que R'gul cometiera un error fatal? R'gul no cometería ningún error, pensó Lessa con amargura, porque no hacía nada. Y más particularmente no explicaría lo que ella deseaba saber.

«
Piedra de la Estrella Roja vigila, escruta el cielo
.» Desde su saledizo, Lessa podía ver el gigantesco rectángulo de la Piedra de la Estrella recortándose contra el cielo. Junto a ella había siempre un caballero de vigilancia. Algún día, Lessa subiría allí. Desde aquel lugar se dominaba la Cordillera Benden y la alta meseta que se prolongaba rectamente hasta el pie del Weyr. La última Revolución se recordaba por la gran ceremonia celebrada en la Piedra de la Estrella, cuando el sol naciente parecía instalarse brevemente en el Dedo de Roca, marcando el solsticio de invierno. Sin embargo, eso explicaba únicamente el significado del Dedo de Roca, y no el de la Piedra de la Estrella. Había que añadir otro misterio inexplicado.

«
Preparados los Weyrs
», escribió Lessa lentamente. Plural. No Weyr, sino Weyrs. R'gul no podía negar que había cinco Weyrs vacíos alrededor de Pern, abandonados desde hacía quién sabe cuántas Revoluciones. Lessa tuvo que aprender los nombres, y también el orden de su establecimiento. Fort fue el primero y más poderoso, luego Benden, Altas Extensiones, Ardiente Igen, Mar de Ista y la llanura Telgar. Pero no le dieron ninguna explicación de por qué habían sido abandonados. Ni por qué el gran Benden, capaz de albergar quinientos animales en su miríada de cavernas-weyr, mantenía apenas doscientos. Desde luego, R'gul había embaucado a su nueva Dama del Weyr con el cómodo pretexto de que Jora había sido una Dama del Weyr incompetente y neurótica, permitiendo a su dragón reina que comiera sin medida. (Nadie le había dicho a Lessa por qué era tan indeseable esto, ni por qué, contradictoriamente, se mostraban tan complacidos cuando Ramoth se atracaba a su gusto). Desde luego, Ramoth estaba creciendo, creciendo con tanta rapidez que los cambios se hacían visibles de la noche a la mañana.

Lessa sonrió, con una tierna sonrisa que ni siquiera la presencia de R'gul y S'lel podían enturbiar. Alzó la mirada de su pizarra hacia el pasadizo que conducía desde la Sala del Consejo hasta la gran caverna que era el weyr de Ramoth. Pudo captar que Ramoth estaba aún profundamente dormida. Lessa anhelaba que el dragón hembra despertara, anhelaba la tranquilizadora mirada de aquellos ojos arco iris, la consoladora compañía que hacía soportable su vida en el Weyr. A veces, Lessa tenía la impresión de que había dos personas en ella: una alegre y satisfecha cuando atendía a Ramoth, otra gris y frustrada cuando Ramoth dormía. Bruscamente, Lessa se arrancó de sus deprimentes reflexiones y se inclinó diligentemente hacia su lección. Era una manera de pasar el tiempo.

«
Que la Estrella Roja pasa

Aquella Estrella Roja sorprendida por la noche... y Lessa apretó su estilo contra la blanda cera para dibujar el símbolo final.

Había existido aquel inolvidable amanecer, hacia más de dos Revoluciones, en el que ella había sido despertada por un ominoso presentimiento mientras dormía en la húmeda paja de la quesería en Ruatha. Y la Estrella Roja había brillado para ella.

Sin embargo, estaba aquí. Y aquel brillante y activo futuro que F'lar había pintado con colores tan vivos no se había materializado. En vez de utilizar su poder sutil para manipular acontecimientos y personas por el bien de Pern, estaba encerrada en un círculo de días tediosos, rutinarios y estériles, aburrida hasta la náusea por R'gul y S'lel, confinada a sus apartamentos de Dama del Weyr (por mucho que representaran una mejora sobre su metro cuadrado de suelo de la quesería), a los comederos y a la laguna del baño. La única vez que utilizó su capacidad fue para acabar con aquellas sesiones con sus llamados tutores. Rechinando los dientes, Lessa pensó que si no fuera por Ramoth sencillamente se marcharía. Expulsaría al hijo de Gemma y se apoderaría de Ruatha, como tenía que haber hecho inmediatamente después de la muerte de Fax.

Se mordió el labio inferior, sonriendo, mofándose de sí misma. De no haber sido por Ramoth, no hubiera permanecido aquí un solo minuto después de la Impresión, de todos modos. Pero desde el momento en que sus ojos se habían encontrado con los de la joven reina en la Sala de Eclosión, no le había importado nada que no fuera Ramoth. Lessa era de Ramoth y Ramoth era suya, mente y corazón, irrevocablemente unidos. Sólo la muerte podía disolver aquel increíble lazo.

Ocasionalmente, un hombre sin dragón seguía viviendo, como en el caso de Lytol, Gobernador de Ruatha, pero era medio sombra y vivía atormentado. Cuando su jinete moría, un dragón iba a morir al
inter
, aquella nada glacial a través de la cual un dragón transportaba a su jinete, instantáneamente, de un punto geográfico de Pern a otro. Penetrar en el
inter
entrañaba peligro para el no iniciado, sabía Lessa, el peligro de quedar atrapado en el
inter
durante más tiempo del que tardaba un hombre en toser tres veces.

Pero el único vuelo de Lessa sobre el cuello de Mnementh la había llenado de un insaciable deseo de repetir la experiencia. Ingenuamente, había creído que la adiestrarían como eran adiestrados los caballeros y los dragones jóvenes. Sin embargo, ella, teóricamente el habitante más importante del Weyr después de Ramoth, permanecía atada al suelo mientras los más jóvenes entraban y salían del
inter
encima del Weyr en interminables prácticas. Y Lessa se enfurecía ante la intolerable restricción.

Hembra o no, Ramoth debía poseer la misma capacidad congénita para pasar por el
inter
como hacían los machos. Esta teoría era apoyada —inequívocamente en opinión de Lessa— por «La Balada de la Cabalgata de Moreta». ¿No se construían las baladas para informar? ¿Para enseñar a aquellos que no sabían leer ni escribir? ¿De modo que el joven pernense, lo mismo si era dragonero, Señor o súbdito, pudiera aprender sus deberes hacia Pern y repasar la brillante historia de Pern? Aquellos dos idiotas podían negar la existencia de aquella Balada, pero, ¿cómo la había aprendido Lessa si no existía? ¡Sin duda, pensó Lessa sarcásticamente, por el mismo motivo que las reinas tenían alas!

Cuando R'gul consintiera —y Lessa le importunaría hasta que lo hiciera— en permitirle que asumiera su responsabilidad «tradicional» como Conservadora de los Archivos, ella encontraría aquella Balada. Algún día tenía que llegar lo que R'gul calificaba de «momento oportuno».

¡Momento oportuno! caviló Lessa, encolerizada. ¡Momento oportuno! Yo tengo en mis manos demasiado tiempo inoportuno. ¿Cuándo llegará ese momento oportuno particular suyo? ¿Cuando las lunas sean verdes? ¿A qué están esperando? ¿Y a qué puede estar esperando el superior F'lar? ¿A que pase la Estrella Roja en la que sólo él cree?

Lessa se interrumpió, ya que incluso la referencia más casual a aquel fenómeno despertaba una fría y burlona sensación de amenaza dentro de ella.

Sacudió la cabeza para descartarla. Su gesto fue imprudente: llamó la atención de R'gul, el cual levantó la mirada de los documentos que estaba leyendo laboriosamente. Cuando lanzó la pizarra de Lessa a través de la mesa de piedra del Consejo, el sonido despertó a S'lel. El dragonero irguió la cabeza, sobresaltado.

—¿Qué? ¿Eh? ¿Sí? —murmuró, parpadeando con ojos embotados por el sueño.

Era demasiado. Lessa estableció rápidamente contacto con el Tuenth de S'lel, que también acababa de despertar de una siesta. Tuenth era muy agradable.

—Tuenth está nervioso, debo salir —no tardó en murmurar S'lel.

Se dirigió apresuradamente hacia el pasadizo, y su alivio al marcharse no era menor que el de Lessa al verle salir. Quedó sorprendida al oírle que saludaba a alguien en el pasillo, y confió en que el recién llegado la proporcionaría un pretexto para librarse de R'gul.

La que entró fue Manora. Lessa acogió a la mujer principal de las Cavernas Inferiores con mal disimulado alivio. R'gul, siempre nervioso en presencia de Manora, se marchó inmediatamente.

Manora, una majestuosa mujer de mediana edad, exudaba un aura de fuerza y determinación silenciosas, habiendo llegado a un difícil compromiso con la vida que ella mantenía con serena dignidad. Su actitud paciente no tardó en tranquilizar a Lessa. De todas las mujeres que había conocido en el Weyr (cuando los dragoneros le permitían establecer contacto con alguna), a la que más admiraba y respetaba era a Manora. Algún instinto hacía a Lessa amargamente consciente de que nunca podría mantener unas relaciones de íntima amistad con ninguna de las mujeres del Weyr. Sin embargo, sus relaciones cuidadosamente formales con Manora resultaban a la vez complacientes y satisfactorias.

Manora había traído las tablillas de cuentas de las Cuevas de Abastecimientos. En su calidad de mujer principal, tenía la obligación de mantener informada a la Dama del Weyr del gobierno doméstico del Weyr. (Una tarea que R'gul insistía en que Lessa debía asumir personalmente).

—Bitra, Benden y Lemos han enviado sus diezmos, pero eso no será suficiente para que salgamos adelante a través del intenso frío de esta Revolución.

—En la pasada Revolución recibimos solamente esos tres y comimos bastante bien.

Manora sonrió amablemente, pero era obvio que no consideraba al Weyr generosamente abastecido.

—Es cierto, pero eso fue debido a que disponíamos de reservas de alimentos en conserva y secos que habían sobrado de otras Revoluciones más abundantes. Ahora, esas reservas se han agotado. A excepción de barriles y barriles de pescado de Tillek...

Manora hizo una pausa significativa.

Lessa se estremeció. Pescado seco, pescado salado, pescado... Últimamente lo habían servido con demasiada frecuencia.

—Nuestras existencias de grano y harina en las Cuevas Secas son muy escasas, ya que Benden, Bitra y Lemos no son productores de grano.

—¿Nuestras mayores necesidades son de granos y carne?

—Podríamos comer más fruta y raíces vegetales para variar —dijo Manora pensativamente—. De un modo especial si el frío se prolonga tanto como ha predicho el sabio del tiempo. Ahora iremos a la Llanura de Igen en busca de las nueces y bayas de la primavera y el otoño...

—¿Iremos? ¿A la Llanura de Igen? —la interrumpió Lessa, desconcertada.

—Sí —respondió Manora, sorprendida ante la reacción de Lessa—. Siempre vamos en busca de ellas.

—¿Cómo os trasladáis allí? —preguntó Lessa bruscamente. Sólo podía haber una respuesta.

—Bueno, los viejos nos llevan en dragón. A ellos no les importa, y los animales pueden realizar un ejercicio que no resulta fatigoso. Ya sabías eso, ¿no es cierto?

—¿Que las mujeres de las Cavernas Inferiores volaban con dragoneros? —Lessa frunció los labios rabiosamente—. No. No me lo habían dicho.

A Lessa no le sirvió de consuelo la compasión y el pesar que se reflejaron en los ojos de Manora.

—Como Dama del Weyr —dijo Manora amablemente—, tus deberes te obligan a permanecer...

—Si yo pidiera que me llevaran a... Ruatha, por ejemplo —la interrumpió Lessa, prolongando un tema que intuía que Manora deseaba eludir—, ¿me sería negado?

Manora miró a Lessa con sus ojos oscuros llenos de preocupación. Lessa esperó. Había colocado deliberadamente a Manora en una situación en la cual se vería obligada a mentir, lo cual resultaría desagradable para una persona tan íntegra como ella, o a prevaricar, lo cual podría resultar más instructivo.

—Una ausencia por cualquier motivo esos días podría ser desastrosa. Absolutamente desastrosa —dijo Manora en tono firme e, inexplicablemente, enrojeció—. La reina está creciendo con mucha rapidez. Tú
tienes
que estar aquí.

El tono de ansiedad de Manora impresionó a Lessa mucho más que todas las pomposas exhortaciones de R'gul acerca de la continua ayuda que debía prestar a Ramoth.

—Tienes que estar aquí —repitió Manora, sin disimular su temor.

—Las reinas no vuelan —le recordó Lessa secamente. Sospechó que Manora estaba a punto de repetir los argumentos de S'lel a propósito de aquella afirmación, pero la mujer derivó súbitamente a un tema más seguro.

—No podemos, ni siquiera racionando la comida —declaró Manora, agitando nerviosamente sus tablillas—, resistir todo el frío.

—¿No se había producido nunca una escasez semejante... en toda la Tradición? —preguntó Lessa con cáustica suavidad.

Manora alzó unos ojos interrogadores hacia Lessa, que enrojeció, avergonzada de sí misma por desahogar sus frustraciones con los dragoneros sobre la mujer principal. Se sintió doblemente contrita cuando Manora aceptó gravemente su muda disculpa. En aquel momento cristalizó la decisión de Lessa de acabar con el dominio de R'gul sobre el Weyr y sobre ella misma.

—No —continuó Manora tranquilamente—. Tradicionalmente —y dedicó a Lessa una maliciosa sonrisa—, el Weyr es abastecido de los primeros frutos del suelo y de la caza. Es cierto que desde hace varias Revoluciones nuestra escasez ha sido crónica, pero no tenía demasiada importancia. No había que alimentar a dragones jóvenes. Y ellos comen, como ya sabes. —Las miradas de las dos mujeres se encontraron, hablándose con femenino placer de los caprichos de los jóvenes a su cuidado. Luego, Manora se encogió de hombros—. Los jinetes solían cazar sus animales en las Altas Extensiones o en la meseta de Keroon. Ahora, en cambio...

Hizo una mueca de indefensión para dar a entender que las restricciones de R'gul les privaban de aquella fuente de suministro.

—En otros tiempos —dijo, con la voz teñida de nostalgia—, habríamos pasado la parte más fría de la Revolución en uno de los Fuertes meridionales. O, si queríamos y podíamos, regresar a nuestros lugares de nacimiento. Las familias solían mostrarse orgullosas de sus hijas al servicio del Weyr. —En su rostro se reflejó una gran tristeza—. Pero el mundo gira y los tiempos cambian.

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