Read El vuelo del dragón Online
Authors: Anne McCaffrey
—¿Hemos interrumpido el programa de tu patrulla? —preguntó Lessa, en tono de amable disculpa.
—No importa. Un vuelo de rutina —respondió F'lar, impertérrito. Se situó a un lado de Lessa para poder ver mejor a la reina—. Es más grande que la mayoría de los pardos. Se han producido mareas altas e inundaciones en Telgar. Y en Igen la situación es parecida. —Su sonrisa se ensanchó como si este pequeño desastre le complaciera.
Dado que F'lar no decía nada sin un determinado propósito, Lessa archivó aquella noticia para futura referencia. Por irritante que resultara F'lar, Lessa prefería su compañía a la de los otros caballeros bronce.
Ramoth interrumpió las reflexiones de Lessa con un acerbo recuerdo: Si tenía que bañarse antes de comer, ¿podían poner manos a la obra antes de que falleciera de hambre?
Lessa oyó el divertido murmullo de Mnementh en el interior de la caverna.
—Mnementh dice que será mejor que complazcamos a Ramoth —observó F'lar en tono indulgente.
Lessa reprimió el deseo de replicar que ella podía oír perfectamente lo que Mnementh decía. Algún día sería más saludable presenciar la reacción asombrada de F'lar al enterarse de que ella podía oír y hablar a todos los dragones del Weyr.
—La he descuidado imperdonablemente —dijo Lessa, en tono contrito.
Vio que F'lar estaba a punto de decir algo. Pero cambió de idea, frunciendo ligeramente sus ojos color ámbar. Sonriendo afablemente, hizo una seña a Lessa para que pasara delante.
Una especie de perversidad impulsaba a Lessa a fastidiar a F'lar siempre que se presentara la ocasión de hacerlo. Algún día penetraría a través de aquella corteza de impasibilidad. No resultaría fácil. F'lar era sumamente perspicaz.
Los tres se unieron a Mnementh en el saledizo. Mnementh se irguió con un gesto protector sobre Ramoth mientras ésta se deslizaba torpemente hacia el extremo más alejado del largo óvalo del Cuenco del Weyr. La niebla que se levantaba del agua caliente del pequeño lago se abrió, hendida por las inseguras alas de Ramoth. Su crecimiento había sido tan rápido que no había tenido tiempo de coordinar músculo y masa. Mientras F'lar instalaba a Lessa sobre el cuello de Mnementh para el breve descanso, Lessa contempló ansiosamente a la desgarbada reina.
Las reinas no vuelan porque no pueden hacerlo, se dijo Lessa a sí misma con amarga franqueza, comparando el grotesco descenso de Ramoth con el seguro planeo de Mnementh.
—Mnementh dice que puede asegurarte que Ramoth será más graciosa cuando se haya desarrollado del todo —dijo en su oído la divertida voz de F'lar.
—Pero los jóvenes machos crecen tan aprisa como ella y no son tan... —Lessa se interrumpió. No quería admitir aquello ante F'lar.
—Ellos no alcanzarán el mismo tamaño, y practican continuamente...
—¡Volando! —A Lessa se le escapó la palabra y, observando de reojo el rostro del caballero bronce, no dijo nada más. F'lar captaba rápidamente lo que se ocultaba detrás de una observación aparentemente casual.
Ramoth se había sumergido en el agua y esperaba impaciente ser frotada con arena limpiadora. La parte izquierda del espinazo le picaba de un modo espantoso. Lessa frotó servicialmente la zona afectada.
No, su vida en el Weyr no era distinta de la que llevaba en Ruatha. Seguía fregando. Y cada día había un poco más de Ramoth para fregar, pensó mientras enviaba finalmente al dorado animal a aguas más profundas para enjuagarse. Ramoth se adentró en el lago, sumergiéndose hasta la punta del hocico. Sus ojos, cubiertos por el delgado párpado interior, brillaron inmediatamente debajo de la superficie: joyas aguadas. Ramoth dio media vuelta sobre sí misma lánguidamente, lamió los tobillos de Lessa.
Todas las ocupaciones eran suspendidas cuando Ramoth estaba en el exterior. Lessa vio a las mujeres agrupadas delante de la entrada de las Cavernas Inferiores, con los ojos muy abiertos por la fascinación. Los dragones estiraban el cuello en sus saledizos o volaban lentamente en círculo encima del lago. Incluso los dragones jóvenes y sus jóvenes caballeros salían de los barracones del campo de entrenamiento impulsados por la curiosidad.
Un dragón trompeteó inesperadamente en las alturas junto a la Piedra de la Estrella. La bestia y su jinete descendieron en espiral.
—Diezmos, F'lar, un convoy en el Paso —anunció el caballero azul, sonriendo ampliamente hasta que se sintió decepcionado por la tranquilidad con la que aquella inesperada buena noticia era acogida por el caballero bronce.
—F'nor se ocupará de ello —dijo F'lar en tono indiferente.
El dragón azul elevó obedientemente a su jinete hasta el saledizo del segundo jefe del escuadrón.
—¿Quién puede ser? —le preguntó Lessa a F'lar—. Los tres leales ya han enviado sus diezmos.
F'lar esperó hasta que vio a F'nor sobre el pardo Canth remontando el vuelo, seguido de varios caballeros verdes del escuadrón.
—No tardaremos en saberlo —respondió.
Volvió pensativamente la cabeza hacia el este, con una desagradable sonrisa en la comisura de su boca. También Lessa miró hacia el este donde, a pesar de que el sol brillaba con toda su intensidad, la mirada conocedora podía detectar el leve centelleo de la Estrella Roja.
—Los leales serán protegidos —murmuró F'lar entre dientes— cuando pase la Estrella Roja.
Lessa ignoraba cómo y por qué los dos estaban de acuerdo en su creencia impopular en el significado de la Estrella Roja. Sólo sabía que ella también la reconocía como una Amenaza. En realidad había sido la consideración principal en todos los argumentos de F'lar para que Lessa abandonara Ruatha y se trasladara al Weyr. Lessa no sabía por qué F'lar no había sucumbido a la perniciosa indiferencia que castraba a los otros dragoneros. Nunca se lo había preguntado, debido a que su creencia era tan obvia que no podía ponerse en duda. Él
sabía
. Y ella
sabía
.
Y, ocasionalmente, aquel conocimiento debía repercutir en los dragones. Al amanecer, todos a una, se removían inquietos en su sueño —si dormían— o agitaban sus colas y extendían sus alas en señal de protesta si estaban despiertos. También Manora parecía creer. Lo mismo que F'nor. Y tal vez algo de la seguridad de F'lar había contagiado a los jinetes de su escuadrón. Desde luego, él exigía a su caballeros obediencia implícita a la tradición y la recibía, hasta el punto de abierta devoción.
Ramoth salió del lago y se encaminó hacia el comedero con paso inseguro, agitando torpemente las alas. Mnementh se instaló cómodamente en el saledizo y permitió que Lessa se sentara sobre su pata delantera. Lejos del borde del Cuenco, el suelo era frío.
Ramoth comió, quejándose amargamente de lo flacos que estaban los animales que constituían su comida, y que Lessa los hubiera limitado a media docena.
—Hay otros que también tienen que comer, ¿sabes?
Ramoth informó a Lessa que ella era reina y tenía prioridad.
—Mañana tendrás picor.
Mnementh dijo que Ramoth podía comerse su ración. Él se había hartado en Keroon dos días antes. Lessa contempló a Mnementh con gran interés. ¿Era por eso por lo que todos los dragones del escuadrón de F'lar tenían un aspecto tan lustroso? Tenía que prestar más atención a quién frecuentaba y cuán a menudo los comederos.
Ramoth se había instalado de nuevo en su weyr y dormitaba ya cuando F'lar se presentó con el jefe del convoy.
—Dama del Weyr —dijo F'lar—, este mensajero viene de parte de Lytol, con sus respetos para ti.
El hombre, apartando de mala gana sus ojos de la resplandeciente reina dorada, se inclinó ante Lessa.
—Tilarek, Dama del Weyr, de parte de Lytol, Gobernador del Fuerte de Ruatha —dijo en tono respetuoso; pero sus ojos, al mirar a Lessa, tenían una expresión tan admirativa que rayaba en el descaro. Sacó un mensaje de su cinto y vaciló, luchando entre el conocimiento de que las mujeres no leían y sus instrucciones de entregárselo a la Dama del Weyr. Miró a F'lar por el rabillo del ojo, pero Lessa extendió su mano imperiosamente.
—Le reina duerme —observó F'lar, señalando al pasillo que conducía a la Sala del Consejo.
Muy inteligente por parte de F'lar, pensó Lessa, para asegurarse de que el mensajero veía a Ramoth a sus anchas. En su viaje de regreso, Tilarek hablaría largo y tendido del tamaño descomunal y de la excelente salud de la reina, enriqueciendo su relato con nuevos detalles cada vez que lo repetía. Tilarek propagaría también su opinión de la nueva Dama del Weyr.
Lessa esperó hasta que vio que F'lar ofrecía vino al correo antes de abrir el mensaje. Mientras descifraba la escritura de Lytol, Lessa se dio cuenta de lo mucho que la alegraba recibir noticias de Ruatha. Pero se preguntaba por qué las primeras palabras de Lytol tenían que ser:
El niño crece fuerte y saludable...
A ella le tenía sin cuidado la prosperidad de aquel niño. Ah...
Ruatha está libre de hierba, desde lo alto de las colinas hasta las moradas de los artesanos. La cosecha ha sido muy buena, y los animales se multiplican gracias a los nuevos sementales. Con este mensaje envío el diezmo que nos corresponde. Ojalá beneficie al Weyr que nos protege.
Lessa refunfuñó para sus adentros. Ruatha conocía su obligación, ciertamente, pero ni siquiera los otros tres Fuertes que entregaban sus diezmos habían enviado adecuados saludos. El mensaje de Lytol continuaba ominosamente:
Unas palabras de aviso. Con la muerte de Fax, Telgar se ha puesto al frente del movimiento sedicioso. Meron, llamado Señor de Nabol, es fuerte y quiere ocupar el primer puesto: Telgar es demasiado cauteloso para su gusto. La disensión adquiere vigor y está más extendida que la última vez que hablé con el caballero bronce F'lar. El Weyr debe estar doblemente en guardia. Si Ruatha puede servir, séanos comunicado.
Lessa frunció el ceño ante la última frase. No hacía más que subrayar el hecho de que los Fuertes dispuestos a servir de alguna manera eran demasiado pocos.
—...se reían a nuestro paso —estaba diciendo Tilarek, humedeciendo su garganta con un generoso sorbo de vino del Weyr— por cumplir con nuestro deber de hombres.
«Lo raro es que, cuanto más cerca estábamos de la Cordillera Benden, menos risas oíamos. A veces resulta difícil comprender algunas cosas, tal vez porque no se está acostumbrado a ellas. Es como si yo no mantuviera mi brazo fuerte y habituado al peso de una espada —y Tilarek movió vigorosamente su brazo derecho, como si estuviera fintando contra un rival invisible—, y me viera obligado a defenderme en una larga lucha. Algunas personas creen lo que dice el que habla en voz más alta. Y otras se dejan llevar por el miedo... Sin embargo —continuó animadamente—, yo nací soldado y me resulta difícil aguantar las mofas de simples artesanos y agricultores. Pero tenemos órdenes de mantener las espadas envainadas, y las cumplimos. Lo mismo que las de hablar en tono suave —añadió con una torcida sonrisa—. Los Señores permanecen muy vigilantes desde... desde la Búsqueda...
Lessa se preguntó qué había estado a punto de decir, pero Tilarek continuó sobriamente:
—Algunos lo lamentarán cuando las Hebras vuelvan a caer sobre toda esa hierba alrededor de sus puertas.
F'lar llenó de nuevo la copa del hombre, preguntándole en tono casual por las cosechas que había visto al venir hacia aquí.
—Excelentes, en cantidad y calidad —le aseguró el mensajero—. Dicen que esta Revolución ha sido la mejor que se recuerda. ¡Mira, las viñas de Crom tienen racimos de este tamaño! —Trazó un amplio círculo con sus dos enormes manos, y sus oyentes se asombraron adecuadamente—. Y nunca había visto el grano de Telgar tan gordo y abundante. Nunca.
—Pern prospera —comentó F'lar secamente.
—Con vuestro permiso —Tilarek cogió una marchita pieza de fruta de la bandeja—. Perdonad que os lo diga, pero he recogido fruta mejor que ésta tirada en el camino detrás de una carreta de cosechadores. —Se comió la fruta en dos bocados, secándose las manos contra la túnica. Luego, dándose cuenta de lo que había dicho, se apresuró a añadir—: Ruatha os envía lo mejor que tiene. Frutas de primera, como es debido. Nada de desechos, podéis estar seguros.
—Resulta tranquilizador saber que contamos con la lealtad de Ruatha en todos los sentidos —dijo F'lar—. ¿Estaban despejados los caminos?
—Sí, y hay una cosa rara en esta época del año. Frío, y luego súbitamente calor, como si el tiempo no pudiera recordar la estación en que nos encontramos. Nada de nieve y poca lluvia. Los vientos, en cambio... Algo increíble. En las costas han levantado olas de una altura fabulosa. —Hizo girar sus ojos expresivamente y luego, inclinándose un poco, añadió en tono confidencial—: Dicen que la montaña humeante de Ista, que aparece y luego...
phffst...
desaparece... ha aparecido de nuevo.
F'lar se mostró adecuadamente escéptico, aunque a Lessa no le pasó inadvertido el brillo de excitación en sus ojos. Las palabras del hombre sonaban como uno de los ambiguos versos de R'gul.
—Tienes que quedarte aquí unos cuantos días para un buen descanso —invitó F'lar a Tilarek, guiándole por delante de la dormida Ramoth.
—Te lo agradezco mucho. Un hombre viene al Weyr tal vez un par de veces en toda su vida —estaba diciendo Tilarek con aire ausente, concentrada toda su atención en contemplar a Ramoth ahora que F'lar, delante de él, no le observaba—. No sabía que las reinas crecían tanto.
—Ramoth es ya mucho mayor y más fuerte que Nemorth —le aseguró F'lar, haciéndose a un lado para que el mensajero se reuniera con la escolta que debía acompañarle a su alojamiento.
—Lee esto —dijo Lessa en tono impaciente, entregando al caballero bronce el mensaje de Lytol, en cuanto hubieron regresado a la Sala del Consejo.
—No esperaba otra cosa —comentó F'lar despreocupado, sentándose en el borde de la gran mesa de piedra.
—¿Y...? —preguntó Lessa con vehemencia.
—El tiempo lo dirá —respondió F'lar tranquilamente, examinando una fruta en busca de alguna mancha.
—Tilarek ha dado a entender que no todos los habitantes de los Fuertes comparten los sentimientos sediciosos de sus Señores —comentó Lessa, intentando tranquilizarse a sí misma.
F'lar se encogió de hombros.
—Tilarek procura siempre «complacer a sus oyentes» —dijo.
—Será mejor que sepáis, también —dijo F'nor desde el umbral—, que no todos sus hombres hablan como él —F'nor saludó a Lessa con la debida cortesía pero con aire ausente—. Se murmura mucho entre la escolta. Se quejan de que Ruatha ha sido pobre durante demasiado tiempo para entregar al Weyr un diezmo tan generoso en su primera Revolución provechosa. Y yo digo que, efectivamente, Lytol ha sido más generoso de lo debido. Nosotros comeremos bien... durante una temporada.