Read El vuelo del dragón Online
Authors: Anne McCaffrey
Su voz era acerada. Le respondió un murmullo afirmativo. Bien, se había hecho con ellos.
—Por ejemplo, ahora están aquí, a las puertas del Weyr. Han viajado desde muy lejos para alcanzar este remoto lugar. Indudablemente, algunas unidades han estado andando semanas enteras. F'nor —dijo en un calculado aparte—, recuérdame que hemos de fijar los horarios de las patrullas. Quiero que os formuléis una pregunta, dragoneros: si los Señores de los Fuertes están aquí, ¿quién está conservando los Fuertes para los Señores? ¿Quién monta guardia en el Fuerte Interior, predilecto de todos los Señores?
Oyó la risita maliciosa de Lessa. Ella era más rápida que cualquiera de los caballeros bronce. Había elegido bien aquel día en Ruatha, aunque ello hubiera significado matar en el curso de una Búsqueda.
—Nuestra Dama del Weyr entiende mi plan. T'sum, ponlo en marcha.
T'sum abandonó la Sala con una ancha sonrisa en el rostro.
—Yo no entiendo nada —se lamentó S'lel, parpadeando desconcertado.
—Oh, permíteme que te lo explique —intervino Lessa rápidamente, en aquel tono suave y razonable que F'lar estaba aprendiendo a identificar como el más temible en Lessa. No podía reprocharle que quisiera tomarse el desquite sobre S'lel, pero esta afición suya a la venganza podía resultar perniciosa.
—Alguien debería explicar algo —dijo S'lel quejumbrosamente—. No me gusta lo que está pasando. Señores en el Camino del Túnel. Dragones autorizados a usar el pedernal. No lo entiendo.
—Es muy sencillo —le aseguró Lessa en tono suave, sin esperar el permiso de F'lar—. Me avergüenza tener que explicarlo.
F'lar la llamó bruscamente al orden.
—¡Dama del Weyr!
Lessa no le miró, pero no dejó de aguijonear a S'lel.
—Los Señores han dejado sus Fuertes sin protección —dijo—. Al parecer no han tenido en cuenta que los dragones pueden desplazarse por el
inter
en cuestión de segundos. T'sum, si no me equivoco, ha ido a reunir suficientes rehenes de los Fuertes sin vigilancia como para asegurarse de que los Señores respetarán la santidad del Weyr. —F'lar asintió con un gesto. Los ojos de Lessa llamearon furiosamente mientras continuaba—: Los Señores no son culpables de haberle perdido el respeto al Weyr. El Weyr ha...
—El Weyr —intervino F'lar bruscamente. Sí, tendría que vigilar a esta frágil muchacha con mucha atención y mucho respeto— ...el Weyr está a punto de insistir en sus derechos y prerrogativas tradicionales. Antes de que explique exactamente cómo, Dama del Weyr, ¿tendrías inconveniente en recibir a nuestros recién llegados huéspedes? Unas cuantas palabras pueden resultar muy oportunas para reforzar los efectos de la lección que hoy daremos a todos los perneses.
Los ojos de la muchacha brillaron con anticipada satisfacción. Sonrió con un placer tan intenso que F'lar se preguntó si sería prudente permitir que instruyera a los indefensos rehenes.
—Confío en tu discreción e inteligencia —dijo enfáticamente— para desempeñar esta misión como es debido.
Captó la mirada de Lessa, y la sostuvo hasta que ella inclinó brevemente la cabeza dándose por enterada de la advertencia de F'lar. Mientras Lessa salía de la estancia, F'lar envió aviso a Mnementh para que no la perdiera de vista.
Mnementh le informó que sería un esfuerzo perdido. ¿Acaso Lessa no había demostrado tener más sentido común que cualquier otra persona del Weyr? Era circunspecta por naturaleza.
Lo bastante circunspecta como para haber precipitado la invasión de hoy
, le recordó F'lar a su dragón.
—Pero... los... Señores... —estaba farfullando R'gul.
—Oh, cállate de una vez —sugirió K'net—. Si no te hubiéramos escuchado durante tanto tiempo no nos encontraríamos en esta situación. Piérdete en el
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si no te gusta, pero ahora el caudillo del Weyr es F'lar. ¡Y yo digo que ya era hora!
—¡K'net! ¡R'gul! —F'lar les llamó al orden, gritando por encima de los vítores que las descaradas palabras de K'net habían provocado—. Estas son mis órdenes —continuó, cuando se restableció el silencio—. Espero que sean cumplidas al pie de la letra.
Miró a cada uno de los hombres para asegurarse de que ninguno de ellos discutía su autoridad. Luego bosquejó sus intenciones concisa y rápidamente, contemplando con satisfacción cómo la incertidumbre era reemplazada por un admirativo respeto.
Convencido de que todos los caballeros bronce y pardo habían entendido el plan perfectamente, le pidió a Mnementh el último informe.
El ejército en progresión estaba irrumpiendo a través de la meseta del lago, con sus unidades más avanzadas en el camino del Túnel, el único acceso por tierra al Weyr. Mnementh añadió que las mujeres de los Fuertes estaban aprovechando su estancia en el Weyr.
—¿En qué sentido? —preguntó F'lar inmediatamente. Mnementh emitió un murmullo que en el dragón equivalía a la risa. Dos de los jóvenes bisoños verdes se estaban alimentando, eso era todo. Pero, por algún motivo desconocido, una ocupación tan normal parecía trastornar a las mujeres.
La Dama era diabólicamente lista, pensó F'lar en su fuero interno, procurando que Mnementh no captará su preocupación. Aquel payaso de bronce estaba tan embelesado con el jinete como con la reina. ¿Qué clase de fascinación tenía la Dama del Weyr para un dragón bronce?
—Nuestros huéspedes están en la meseta del lago —les dijo F'lar a los dragoneros—. Tenéis vuestras posiciones. Ordenad a vuestros escuadrones que las ocupen.
Salió de la Sala del Consejo sin mirar ni una sola vez hacia atrás, dominando un intenso deseo de correr hacia el saledizo. No quería en absoluto que aquellos rehenes se asustaran tontamente.
Abajo en el valle, junto al lago, las mujeres estaban discretamente vigiladas por cuatro de los bisoños verdes más pequeños —bastante grandes para los no iniciados—, y probablemente se sentían demasiado asustadas para observar que los cuatro jinetes apenas habían salido de la adolescencia. F'lar localizó la esbelta figura de la Dama del Weyr, sentada a un lado del grupo principal. Un sonido de ahogados sollozos se elevó hasta sus oídos. Miró más allá de las mujeres, hacia el comedero, y vio a un dragón verde atrapando a una presa y alejándose con ella. Otro verde estaba posado en un saledizo, comiendo con la típica glotonería dragonil. F'lar se encogió de hombros y montó sobre Mnementh, despejando el saledizo para los dragones que planeaban en espera de recoger a sus propios jinetes.
Mientras Mnementh se elevaba por encima de la confusión de alas y cuerpos resplandecientes, F'lar hizo un gesto de aprobación. Un vuelo nupcial alto y emocionante y la promesa de una pronta acción mejoraba la moral de cualquiera.
Mnementh resopló.
F'lar no le prestó la menor atención, observando cómo R'gul reunía a su escuadrón. El hombre había encajado una derrota psicológica. Tendría que ser vigilado y tratado cuidadosamente. Una vez que las Hebras empezaran a caer y R'gul hubiera recobrado su confianza en sí mismo, no habría problemas con él.
Mnementh le preguntó si tenían que recoger a la Dama del Weyr.
—Ella no tiene nada que ver con esto —respondió F'lar bruscamente, preguntándose por qué, por las dobles lunas, el bronce había hecho aquella sugerencia. Mnementh replicó que creía que a Lessa le gustaría estar allí.
Los escuadrones de D'nol y de T'bor se elevaron en correcta formación. Aquellos dos se estaban convirtiendo en excelentes jefes. K'net se puso al frente de un doble escuadrón que debía situarse detrás del ejército que se aproximaba al Weyr. C'gan, el viejo caballero azul, había organizado a los dragones más jóvenes.
F'lar le dijo a Mnementh que se comunicara con Canth para que éste le dijera a F'nor que iniciara la operación. Con una mirada fanal para asegurarse de que las piedras de las Cavernas Inferiores estaban en su lugar, F'lar le dio a Mnementh la señal de ir al
inter
.
Desde el Weyr y desde el Cuenco,
Bronce y pardo y azul y verde,
Se elevan los dragoneros de Pern,
Arriba, en escuadrón, visibles, luego invisibles.
Larad, Señor de Telgar, contempló las monolíticas alturas del Weyr de Benden. La piedra estriada semejaba una sucesión de cataratas heladas en el crepúsculo. Y casi tan hospitalarias. Una especie de pavor se insinuó en alguna parte de su cerebro por el sacrilegio que el ejército que mandaba y él mismo estaban a punto de cometer. Reprimió aquella idea con firmeza.
El Weyr había dejado de ser útil. Esto era evidente. No había ya ninguna necesidad de que los habitantes de los Fuertes compartieran los beneficios de su sudor y de su trabajo con los perezosos moradores del Weyr. Habían sido muy pacientes. Habían mantenido al Weyr en prueba de gratitud por pasados servicios. Pero los dragoneros habían sobrepasado las fronteras de una agradecida generosidad.
En primer lugar, aquella arcaica tontería de la Búsqueda. A fin de que fuera puesto un huevo-reina. ¿Por qué tenían que llevarse los dragoneros las mujeres más bonitas de los Fuertes, si tenían mujeres de su clase en el propio Weyr? No tenían ninguna necesidad de haberse apoderado de la hermana de Larad, Kylora, esperando ávidamente una alianza muy distinta con Brant de Igen una noche, y desaparecida en aquella absurda Búsqueda a la noche siguiente. Desde entonces no había vuelto a tener noticias de ella.
¡Y matar a Fax! Aunque el hombre había sido peligrosamente ambicioso, era de la Sangre. Y nadie había pedido al Weyr que se mezclara en los asuntos de las Altas Extensiones.
Pero lo que colmaba toda medida era aquel sistemático pillaje. Oh, un habitante de un Fuerte podía disculpar unos cuantos animales de vez en cuando. Pero cuando aparecía un dragón surgido de ninguna parte (una facultad que intrigaba profundamente a Larad) y arramblaba con los mejores ejemplares de un rebaño cuidadosamente protegido y alimentado, la cosa resultaba intolerable.
El Weyr tenía que admitir, a las buenas o a las malas, lo subordinado de su posición en Pern. Tendría que arbitrar otros medios para abastecer a su gente, ya que no recibiría más diezmos de nadie. Benden, Bitra y Lemos no tardarían en entrar en razón. También a ellos debía satisfacerles que terminara de una vez el dominio supersticioso que ejercía el Weyr.
Sin embargo, cuanto más se acercaban a la gigantesca montaña, mayores eran las dudas que Larad experimentaba acerca de cómo penetrarían los Señores en aquella fortaleza natural. Hizo una seña a Meron, que se hacía llamar Señor de Nabol (en realidad no confiaba demasiado en aquel ex Gobernador que no era de la Sangre), para que se acercara a él.
Meron hostigó a su montura hasta situarla al lado de la de Larad.
—¿No hay ningún otro acceso al Weyr que no sea el Túnel?
Meron agitó la cabeza.
—Absolutamente ninguno.
Esto no desalentaba a Meron, pero captó la expresión dubitativa de Larad.
—He enviado una patrulla de reconocimiento al borde meridional del Pico —dijo, señalando la zona—. Tengo la impresión de que allí puede haber un acantilado que ofrezca menos dificultades para la escalada.
—¿Has envido una patrulla sin consultar con nosotros? Yo fui nombrado jefe...
—Es cierto —asintió Meron, con una amable exhibición de dientes—. Una simple idea mía.
—Es una posibilidad, lo admito, pero hubiera sido preferible...
Larad alzó la mirada hacia el Pico.
—Nos han visto, de eso no hay duda, Larad —le aseguró Meron, contemplando desdeñosamente el silencioso Weyr—. Eso será suficiente. Entrega nuestro ultimátum, y se rendirán ante una fuerza como la nuestra. Han demostrado su cobardía una y otra vez. Yo insulté dos veces al caballero bronce al que ellos llaman F'lar, y él lo ignoró. ¿Qué
hombre
lo hubiera hecho?
Un súbito rugido susurrante y una ráfaga del aire más frío del mundo interrumpió su coloquio. Mientras dominaban a su sobresaltada montura, Larad captó un confuso panorama de dragones, de todos los tamaños y colores, y en todas partes a la vez. El aire estaba lleno con los chillidos de los sobresaltados animales y los gritos de hombres aterrorizados.
Larad consiguió, con un gran esfuerzo, que su montura diera media vuelta para encararse con los dragoneros.
Por el Vacío que nos engendró, pensó, luchando por dominar su propio temor, había olvidado que los dragones fueran tan grandes.
En punta de lanza de aquella impresionante fuerza había una formación triangular de cuatro enormes animales color bronce, agitando sus inmensas alas para mantenerse inmóviles a poca distancia del suelo. A una longitud de dragón encima y detrás de ellos se extendía una segunda hilera, más larga y más ancha, de animales pardos. Y todavía más allá y a más altura había animales azules y verdes y más pardos, todos agitando sus alas y proyectando ráfagas de aire frío sobre la aterrada multitud que había sido un ejército momentos antes.
Larad se preguntó de dónde procedía aquel frío lacerante. Tiró con fuerza de las riendas de su montura, que empezaba a sobresaltarse de nuevo.
Los dragoneros permanecían sentados sobre los cuellos de sus dragones, observando, esperando.
—Si continuamos a lomos de nuestros animales no podremos hablar —le gritó Meron a Larad, mientras su montura se encabritaba y chillaba de terror.
Larad hizo una seña a unos soldados a pie para que se adelantaran, pero fueron precisos cuatro hombres por montura para sujetarlas mientras los Señores se apeaban.
Error número dos, pensó Larad malhumorado. Hemos olvidado el efecto de los dragones sobre los animales de Pern. Incluido el hombre. Ajustando su espada al cinto y tirando de sus guantes por encima de sus muñecas, Larad hizo una seña con la cabeza a los otros Señores, y todos ellos avanzaron unos pasos.
Mientras veía desmontar a los Señores, F'lar le dijo a Mnementh que corriera la voz para que las tres primeras hileras tomaran tierra. Como una gran ola, los dragones se posaron obedientemente en el suelo, plegando sus alas con un enorme suspiro susurrante.
Mnementh le dijo a F'lar que los dragones estaban excitados y complacidos. Esto era mucho más divertido que los Juegos.
F'lar le dijo severamente a Mnementh que esto no era ninguna diversión.
—Larad de Telgar —se presentó a sí mismo el hombre que iba en cabeza de los Señores, con voz firme y actitud marcial, envalentonado tal vez por la relativa juventud de F'lar.