El vuelo del dragón (21 page)

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Authors: Anne McCaffrey

—Meron de Nabol.

F'lar reconoció inmediatamente el rostro atezado de facciones angulosas y ojos inquietos. F'lar asintió imperceptiblemente y siguió atendiendo a las presentaciones.

—He sido nombrado portavoz —empezó Larad de Telgar—. Los Señores de los Fuertes han acordado por unanimidad que el Weyr ya no sirve para nada. En consecuencia exigen que deje de atribuirse funciones que no le corresponden. No habrá más Búsquedas entre nuestros Fuertes. No habrá más incursiones a los graneros y rebaños de ningún Fuerte por parte de los dragoneros.

F'lar le prestó una cortés atención. Larad se había expresado con toda claridad, sin divagaciones superfluas. F'lar asintió. Miró atentamente a cada uno de los Señores que tenía delante, midiéndoles mentalmente. Sus severos rostros expresaban su convencimiento y su justificada indignación.

—En mi calidad de caudillo del Weyr, yo, F'lar, jinete de Mnementh, te contesto. Vuestra queja ha sido oída. Ahora escuchad lo que ordena el caudillo del Weyr.

Su actitud de aparente indiferencia se había trocado en otra de imperioso dominio. Mnementh murmuró un contrapunto amenazador a la voz de su jinete que resonaba ronca y metálica a través de la meseta, transportando sus palabras lejos a fin de que incluso la soldadesca pudiera oírlas.

—Daréis media vuelta y regresaréis a vuestros Fuertes. Al llegar allí revisaréis vuestros graneros y vuestros rebaños y reuniréis un diezmo justo y equitativo. El diezmo estará de camino hacia el Weyr tres días después de vuestro regreso.

—¿El caudillo del Weyr está ordenando a los Señores que entreguen un diezmo? —inquirió Meron de Nabol, con una ruidosa y burlona risotada.

F'lar hizo una señal, y otros dos escuadrones de dragoneros aparecieron y se situaron encima del contingente de Nabol.

—El caudillo del Weyr ordena a los Señores que entreguen un diezmo —afirmó F'lar—. Y hasta el momento en que los Señores envíen sus diezmos, lamentamos que las damas de Nabol, Telgar, Fort, Igen y Keroon tengan que compartir nuestros hogares. También, las damas de Fuerte Balan, Fuerte Gar, Fuerte...

—Tu baladronada no dará resultado —se mofó Meron, avanzando unos pasos, con la mano en el pomo de su espada. Podía darse crédito al pillaje entre los rebaños: se había producido. ¡Pero los Fuertes eran sacrosantos! Ellos no se atreverían...

F'lar le pidió a Mnementh que transmitiera la señal, y apareció el escuadrón de T'sum. Cada uno de los jinetes sujetaba a una Dama sobre el cuello de su dragón. T'sum mantenía a su grupo a una altura adecuada para que los Señores pudieran identificar a cada una de las asustadas o histéricas mujeres.

El rostro de Meron reflejó el mayor de los asombros y un odio acrecentado.

Larad avanzó unos pasos arrancando su mirada de su propia Dama. Era una esposa nueva para él y muy amada. Resultaba un menguado consuelo el hecho de que ella no sollozara ni se desmayara, comportándose tranquila y valientemente.

—Has adquirido ventaja sobre nosotros —admitió Larad, muy pálido—. Nos retiraremos y enviaremos el diezmo.

Estaba a punto de dar media vuelta cuando Meron se precipitó hacia él, con una expresión salvaje en el rostro.

—¿Vamos a sometemos cobardemente a sus exigencias? ¿Quién es un dragonero para damos órdenes?

—¡Cállate! —ordenó Larad, agarrando el brazo del nabolense.

F'lar levantó su brazo en una señal imperativa. Apareció un escuadrón de azules, transportando a los «montañeros» de Meron, algunos de ellos con huellas de su lucha con la cara meridional del Pico Benden.

—Los dragoneros dan órdenes. Y nada escapa a su atención —declaró F'lar fríamente—. Os retiraréis a vuestros Fuertes. Enviaréis el diezmo que os corresponda, porque si intentáis falsearlo nos enteraremos. Luego, bajo pena de pedernal, procederéis a eliminar la hierba alrededor de vuestras viviendas, en todo el Fuerte. Tú, Larad, cuida de un modo especial de la parte meridional de tu Fuerte, particularmente vulnerable. Limpiad todos los pozos de pedernal a orillas de las defensas. Habéis dejado que se cieguen. Hay que volver a abrir las minas y almacenar pedernal.

—Los diezmos, sí, pero el resto... —le interrumpió Larad.

El brazo de F'lar se disparó hacia el cielo.

—Mira hacia arriba, Señor. Mira bien. La Estrella Roja parpadea durante el día lo mismo que por la noche. Las montañas más allá de Ista humean y arrojan roca ardiente. El mar levanta olas enormes e inunda la costa. ¿Habéis olvidado las Sagas y las Baladas, del mismo modo que habéis olvidado las facultades de los dragones? ¿Pretendéis ignorar esos portentos que presagian siempre la llegada de las Hebras?

Meron los ignoraría hasta que viera caer de los cielos las plateadas Hebras. Pero F'lar sabía que este no sería el caso de Larad y de la mayoría de los otros Señores.

—Y la reina —continuó— ha remontado el vuelo para aparearse en su segundo año. Y ha volado alto y lejos.

Las cabezas de todos los que estaban delante de él se alzaron al unísono, con una expresión de asombro en los ojos. El propio Meron parecía desconcertado. F'lar oyó la exclamación de R'gul detrás de él, pero no se atrevió a mirar hacia arriba, temiendo que pudiera tratarse de una añagaza.

Súbitamente, en la periferia de su campo visual, captó un brillo dorado en el cielo.

¡Mnementh!
, gritó, pero Mnementh se limitó a emitir un alegre susurro. La reina viró en redondo en aquel preciso instante para hacerse visible, un bello espectáculo, admitió F'lar a regañadientes.

Con sus blancas vestiduras ondeando al viento, Lessa era claramente visible sobre el dorado cuello. Ramoth planeó, con las alas completamente extendidas, con lo que su tamaño superaba al del propio Mnementh. Por su modo de arquear el cuello, era evidente que Ramoth disfrutaba inmensamente con aquel vuelo, pero F'lar estaba furioso.

El espectáculo de la reina en lo alto ejerció un gran efecto sobre todo el mundo. F'lar tuvo consciencia de su impacto en él mismo, y lo vio reflejado en los rostros de los incrédulos habitantes de los Fuertes, lo supo a través de los zumbidos de los dragones, lo oyó de Mnementh.

—Y, desde luego, nuestras mejores Damas del Weyr, Moreta, Torene, para no alargar la lista, han procedido todas del Fuerte de Ruatha, como Lessa de Pern.

—Ruatha... —susurró roncamente Meron, con las mandíbulas apretadas y el rostro muy pálido.

—¿Se acercan las Hebras? —preguntó Larad.

F'lar asintió lentamente.

—Tu arpista puede volver a instruirte sobre las señales. Señores de los Fuertes, enviad el diezmo y vuestras mujeres os serán devueltas. Los Fuertes se prepararán bajo la supervisión del Weyr, ya que el Weyr tiene como misión proteger a Pern. Se espera vuestra colaboración... —hizo una pausa significativa— que en caso necesario será exigida por la fuerza.

Pronunciadas estas palabras, se encaramó al cuello de Mnementh, sin perder de vista a la reina. Vio como ésta agitaba sus doradas alas mientras el dragón extendía las suyas y remontaba el vuelo.

Resultaba irritante que Lessa hubiera escogido aquel momento, cuando toda la atención y toda la energía de F'lar debían concentrarse en resolver el problema planteado por la rebeldía de los Señores de los Fuertes. ¿Por qué había querido hacer alarde de su independencia a la vista de todo el Weyr y todos los Señores? Anhelaba volar tras ella inmediatamente, pero no podía hacerlo. Antes tenía que comprobar que el ejército de los Señores se retiraba, antes tenía que dar la orden para la exhibición final de la fuerza del Weyr, a fin de que los Señores de los Fuertes tuvieran tema de meditación.

Rechinando los dientes, dio la señal convenida, y tras él remontaron el vuelo los escuadrones con espectaculares maniobras en el aire y ruidosos trompeteos, de modo que parecía haber millares de dragones volando cuando en realidad apenas llegaban a los doscientos en todo el Weyr de Benden.

Seguro de que aquella parte de su estrategia se estaba desarrollando correctamente, F'lar ordenó a Mnementh que volara detrás de la Dama del Weyr, que ahora estaba zambulléndose y remontándose a mucha altura por encima del Weyr.

Cuando pusiera sus manos sobre aquella muchacha, le diría un par de cosas...

Mnementh le informó cáusticamente que decirle a Lessa un par de cosas podría ser una idea excelente. Mucho mejor que volar de un modo tan vengativo detrás de una pareja que sólo intentaba poner sus alas a prueba. Mnementh le recordó a su encolerizado jinete que, después de todo, Ramoth había volado alto y lejos ayer, después de beber la sangre de cuatro presas, pero que no había comido desde entonces. Ramoth no era capaz ni estaba interesada en un vuelo prolongado sin haber saciado su apetito. Sin embargo, si F'lar insistía en esta desconsiderada y completamente innecesaria persecución, podría enojar a Ramoth hasta el punto de inducirla a penetrar en el
inter
para escapar de él.

La idea de aquella inexperta pareja penetrando en el
inter
enfrió a F'lar instantáneamente. Controlándose a sí mismo, se dio cuenta de que el criterio de Mnementh era más de fiar que el suyo en aquel momento. El permitía que la rabia y la ansiedad influyeran en sus decisiones, pero...

Mnementh voló en círculo para posarse en la Piedra de la Estrella, ya que la cumbre del Pico Bender era un observatorio excelente desde el cual F'lar podría contemplar al mismo tiempo al ejército en retirada y a la reina.

Los grandes ojos de Mnementh giraron en sus órbitas mientras el dragón adaptaba su visión a su alcance más lejano.

Informó a F'lar de que el jinete de Piyanth creía que la supervisión de la retirada por parte de los dragones estaba causando histeria entre los hombres y animales. Algunos habían resultado heridos en las subsiguientes estampidas.

F'lar ordenó inmediatamente a K'net que asumiera la vigilancia en altura hasta que el ejército acampara para pasar la noche. Sin embargo, debía vigilar de cerca al contingente de Nabol en todo momento.

Mientras Mnementh transmitía aquellas órdenes, F'lar se dio cuenta de que el asunto se había borrado ya de su mente. Toda su atención estaba concentrada en aquella pareja en vuelo.

Será mejor que la enseñes a volar en el ínter
, observó Mnementh, con uno de sus grandes ojos brillando directamente encima del hombro de F'lar.
Ella es bastante rápida para intentarlo por sí misma, y, ¿dónde estaremos nosotros entonces?

F'lar dejó que la acerada réplica muriera en sus labios, mientras miraba sin aliento. Ramoth plegó súbitamente sus alas, lanzándose en picado a través del cielo. Al llegar al punto crítico, y sin esfuerzo aparente, volvió a remontarse.

Mnementh le recordó deliberadamente su primer vuelo salvajemente acrobático. Una tierna sonrisa iluminó el rostro de F'lar, y súbitamente supo hasta qué punto Lessa había anhelado volar, cuan amargo tenía que haber sido para ella ver practicar a los jóvenes dragones, mientras que a ella le estaba prohibido intentarlo.

Bueno, él no era R'gul, corroído por la indecisión y por la duda.

Y ella no es Jora
, le recordó Mnementh mordazmente.
Les estoy llamando, añadió el dragón. Ramoth se está poniendo anaranjada
.

F'lar contempló cómo Ramoth iniciaba obedientemente el descenso, arqueando sus alas para ralentizar su enorme velocidad. ¡Alimentada o no, podía volar!

Montó en Mnementh, sin dejar de observar el descenso de la pareja hacia el comedero. Vio fugazmente el rostro de Lessa, reflejando un júbilo y una rebeldía inenarrables.

Ramoth tomó tierra y Lessa se dejó caer al suelo, indicándole con un gesto al dragón hembra que podía comer.

Luego, la muchacha se giró, contemplando cómo Mnementh planeaba para que F'lar desmontara. Irguió sus hombros, levantando belicosamente su barbilla y preparándose para enfrentarse con la reprimenda del dragonero. Se comportaba como cualquiera de los jóvenes caballeros del Weyr, anticipando el castigo y decididos a aguantarlo sin proferir ninguna queja. ¡No estaba arrepentida de lo que había hecho!

La admiración por aquella indomable personalidad borró el último rastro del enojo de F'lar. Dejó asomar una sonrisa a su rostro mientras recorría la distancia que les separaba.

Desconcertada por aquella actitud completamente inesperada, Lessa inició un movimiento de retroceso:

—Las reinas pueden volar también —exclamó, en tono desafiante.

La sonrisa de F'lar se ensanchó hasta inundar su rostro. Apoyando las manos sobre los hombros de Lessa, la sacudió cariñosamente.

—Desde luego que pueden volar —le aseguró, con voz llena de orgullo y de respeto—. ¡Por eso tienen alas!

TERCERA PARTE

CAE POLVO

El Dedo apunta

A un Ojo inyectado en sangre.

Alerta a los Weyrs

Para chamuscar a la Hebra.

—¿Dudas todavía, R'gul? —preguntó F'lar, mostrándose ligeramente divertido ante la terquedad del viejo caballero bronce.

R'gul, con sus agraciadas facciones obstinadamente endurecidas, no replicó a la mofa del caudillo del Weyr. Rechinó los dientes, como si con ello pudiera triturar la autoridad de F'lar sobre él.

—¡No ha habido Hebras en los cielos de Pern durante más de cuatrocientas Revoluciones! ¡Han dejado de existir!

—Siempre hay esa posibilidad —concedió F'lar amablemente. Sin embargo, en sus ojos ambarinos no había el menor rastro de tolerancia. Ni el menos indicio de compromiso en sus modales.

Era más parecido a F'lon, su padre, decidió R'gul, de lo que un hijo tiene derecho a ser. Siempre tan seguro de sí mismo, siempre ligeramente desdeñoso de lo que otros hacían o pensaban. Arrogante, eso era F'lar. Impertinente también, y esquivo en el asunto de aquella joven Dama del Weyr. R'gul la había educado para que fuera una de las mejores Damas del Weyr en muchas Revoluciones. Antes de que él terminara de instruirla, ella se sabía al pie de la letra todas las Baladas y Sagas Docentes. Y luego la estúpida chiquilla se había vuelto hacia F'lar. No tenía bastante sentido común para apreciar los méritos de un hombre más viejo y con más experiencia. Indudablemente se sentía obligada con F'lar por haberla descubierto en la Búsqueda.

—Sin embargo —estaba diciendo F'lar—, ¿admites que cuando el sol golpea el Dedo de Roca al amanecer se ha alcanzado el solsticio de invierno?

—Cualquier tonto sabe para qué sirve el Dedo de Roca —gruñó R'gul.

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