El vuelo del dragón (33 page)

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Authors: Anne McCaffrey

—¿Y ahora, en este momento crítico, tenéis la increíble presunción de protestar contra cualquier medida que sugiera el Weyr? —La voz de Robinton rezumaba ahora escarnio y asombro—. ¡Atended a lo que el caudillo del Weyr diga y ahorradle vuestras necias censuras! —Pronunció aquellas palabras como un padre reprendiendo a un hijo descarriado. Luego se volvió hacia F'lar—. Creo que estabas pidiendo nuestra colaboración. ¿Cómo podemos prestártela?

F'lar se aclaró apresuradamente la garganta.

—Es preciso que los Fuertes monten servicios de patrulla en sus propios campos y bosques, durante los ataques si es posible, indispensablemente después de que hayan pasado las Hebras. Todas las madrigueras subterráneas que puedan albergar a una Hebra tienen que ser localizadas, señaladas y destruidas. Cuanto antes sean localizadas, más fácil resultará librarse de ellas.

—No hay tiempo para excavar pozos de pedernal a través de todas las tierras... perderíamos la mitad de nuestro espacio vital —exclamó Nessel.

—Existen otros medios, utilizados en tiempos antiguos, que creo que nuestro Maestro Herrero podría conocer —y F'lar hizo un gesto cortés en dirección a Fandarel, el prototipo de su profesión, si alguna vez había existido.

El Maestro Herrero superaba en varios centímetros la estatura del más alto de los hombres presentes en la Sala del Consejo. Sus macizos hombros y sus musculosos brazos quedaban como encajonados entre sus dos vecinos, a pesar de sus esfuerzos por encogerse, por así decirlo. Se puso en pie, gigantesco, con unos pulgares como cuernos engarfiados en el ancho cinturón que rodeaba la parte central de su cuerpo. Su voz distaba mucho de ser suave, después de Revoluciones enteras de aullar por encima del rugir de fogatas y mallos.

—Había máquinas, seguramente —declaró, en un tono deliberadamente pensativo—. Mi padre me habló de ellas como una curiosidad del Artesanado. Es posible que haya bocetos en el Vestíbulo. Y es posible que no. Esas cosas no se conservan en las pieles durante mucho tiempo —y dirigió una oblicua mirada, con el entrecejo fruncido, hacia el Maestro Curtidor.

—Lo que se trata de conservar son nuestras propias pieles —observó F'lar para anticiparse a cualquier disputa entre Artesanados.

Fandarel gruñó en su garganta de un modo que dejó a F'lar en la duda de si el sonido era la risa del hombre o un asentimiento gutural.

—Estudiaré el asunto. Y lo mismo tendrían que hacer todos mis camaradas artesanos —declaró Fandarel—. Eliminar Hebras del suelo sin perjudicar al terreno puede resultar difícil. Es cierto que existen líquidos que lo queman casi todo. Nosotros utilizamos un ácido para grabar dibujos en dagas y metales de adorno. Lo llamamos agenothree. Existe también el agua pesada negra que flota sobre la superficie de charcas en Igen y Boll. Quema mucho y sus efectos son prolongados. Y si, como tú dices, la Revolución Fría desintegra a las Hebras y las convierte en polvo, quizás el hielo de las regiones más septentrionales podría congelar y desintegrar las Hebras enterradas. Sin embargo, el problema estriba en llevar esos elementos al lugar en el que caen las Hebras, puesto que ellas no nos ayudarán cayendo donde nosotros deseamos que caigan... —Y Fanderel contrajo su ancho rostro en una mueca.

F'lar le miró, sorprendido. ¿Estaba hablando en broma? No, lo hacía con sincera preocupación.

El Maestro Herrero se rascó la cabeza: sus recios dedos produjeron unos sonidos casi chirriantes y perfectamente audibles a lo largo de sus crespos cabellos y de su cuero cabelludo endurecido por el calor.

—Un problema interesante. Un problema interesante —musitó, impertérrito—. Le dedicaré toda mi atención. Se sentó, y el pesado banco crujió bajo su peso. El Maestro Agricultor alzó la mano, pidiendo el uso de la palabra.

—Cuando me convertí en Maestro Artesano, recuerdo haber leído una referencia a los gusanos de arena de Igen. En otros tiempos eran criados como una protección...

—Igen no ha producido nunca nada útil, salvo calor y arena —le interrumpió alguien.

—Necesitamos todas las sugerencias —dijo F'lar bruscamente, tratando de identificar al que había hablado—. Por favor, Maestro Artesano, procura localizar esa referencia. ¡Y tú, Banger de Igen, encuéntrame algunos de esos gusanos de arena!

Banger, igualmente sorprendido de que su árido Fuerte poseyera algo de valor oculto, asintió vigorosamente.

—Hasta que dispongamos de medios más eficaces para eliminar a las Hebras, todos los Fuertes deben organizar patrullas que recorran el terreno durante los ataques, a fin de localizar y señalar madrigueras y quemar pedernal en ellas. No deseo que se produzcan heridos, pero todos sabemos la rapidez con la que las Hebras se entierran profundamente, y no puede dejarse ninguna madriguera para que se multipliquen. Vosotros perderíais más —F'lar señaló enfáticamente a los Señores de los Fuertes— que cualquier otro. No os limitéis a cuidar de vosotros mismos, ya que una madriguera en la frontera de un hombre puede extenderse a la de su vecino. Movilizad todos los hombres, mujeres y niños, agricultores y artesanos. En seguida.

La Sala del Consejo quedó cargada de tensión y de aturdida reflexión hasta que Zurg, el Maestro Tejedor, se levantó para hablar.

—Mi artesanado tiene algo que ofrecer también... lo cual es lógico ya que tratamos con hebras todo los días de nuestras vidas... en virtud de los antiguos métodos —la voz de Zurg era incisiva y seca, y sus ojos, rodeados de arrugas, no permanecían quietos sino que saltaban de uno a otro rostro de los presentes—. En cierta ocasión vi en una de las paredes del Fuerte de Ruatha... ¿quién sabe donde se encuentra ahora el tapiz? —Su mirada se deslizó de Meron de Nabol a Bargen de las Altas Extensiones, que había heredado los títulos de Fax allí—. La obra era tan antigua como la dragonería y mostraba, entre otras cosas, a un hombre a pie, portando sobre su espalda un extraño aparato. Empuñaba en su mano un objeto redondeado, largo como una espada, del cual brotaban lenguas de fuego... espléndidamente tejidas con los tonos rojo-anaranjados que se han perdido para nosotros... encaradas hacia el suelo. Encima, desde luego, había dragones en formación cerrada, predominando los bronce... también hemos perdido el tono bronce-dragón exacto. He recordado la obra porque creo que puede estar relacionada con el tema que nos ocupa.

—¿Un lanzallamas? —rugió el Herrero—. Un lanzallamas —repitió, con menos ímpetu—. Un lanzallamas —murmuró pensativamente, fruncidas sus pobladas cejas—. ¿Un lanzador de qué clase de llamas? Esto requiere meditación.

Inclinó la cabeza y no dijo nada más, tan enfrascado en la meditación requerida que perdió interés en el resto de la conversación.

—Sí, Zurg, en las Revoluciones más recientes se han perdido muchos procedimientos de todos los artesanados —comentó F'lar sardónicamente—. Si queremos seguir viviendo, tenemos que recuperar tales conocimientos... y pronto. Me gustaría particularmente recuperar el tapiz al que se refiere el Maestro Zurg.

F'lar miró significativamente a los Señores que habían pleiteado por los siete Fuertes de Fax después de su muerte.

—Puede ahorraros muchas pérdidas a todos. Sugiero que aparezca en Ruatha. O en el taller de Zurg o de Fandarel. Donde resulte más cómodo.

Se oyó un restregar de pies, pero nadie admitió ser propietario del tapiz.

—También podría ser devuelto al hijo de Fax, que ahora es el Señor de Ruatha —añadió F'lar, entre indignado y divertido ante el sentido de la justicia que demostraban aquellos Señores.

Lytol refunfuñó en voz baja y dirigió una insolente mirada a su alrededor. F'lar imaginó que Lytol se estaba divirtiendo mucho y experimentó una fugaz compasión hacia el huérfano Jaxom, educado por un tutor tan severo, aunque honrado.

—Si se me permite decirlo, Señor caudillo del Weyr —intervino Robinton—, todos podríamos beneficiamos, como nos demuestran tus mapas, de investigaciones en nuestros propios Archivos. —Sonrió súbitamente, con una sonrisa levemente irónica—. Confieso que yo soy el primero en tener que reprocharme algo, ya que los Arpistas hemos dejado perder baladas impopulares y mutilado algunas de las Baladas y Sagas Docentes más largas... por falta de oyentes y, ocasionalmente, con la intención de conservar nuestros pellejos.

F'lar ahogó una risa con una tos. Robinton era un genio.

—Tengo que ver ese tapiz ruathano —estalló súbitamente Fandarel.

—Estoy seguro de que llegará a tus manos muy pronto —le garantizó F'lar, con más confianza de la que se atrevía a sentir—. Señores, hay mucho que hacer. Ahora que comprendéis con lo que nos enfrentamos, dejo en vuestras manos como caudillos de vuestros Fuertes y artesanados independientes la mejor manera de organizar a vuestra propia gente. Maestros artesanos, dedicad vuestras mejores mentes a nuestro problema particular: revisad todos los Archivos en busca de algo que pueda sernos útil. Telgar, Crom, Ruatha y Nabol, estaré con vosotros dentro de tres días. Nerat, Igen y Keroon, estoy a vuestra disposición para ayudaros a destruir madrigueras en vuestras tierras. Ahora que tenemos al Maestro Minero aquí, habladle de vuestras necesidades. ¿Cómo marcha tu artesanado?

—El trabajo no falta, y esto nos hace felices, caudillo del Weyr —respondió el Maestro Minero con voz aflautada.

En aquel preciso instante F'lar vio a F'nor en la penumbra de la antecámara, tratando de llamar su atención. El jinete pardo exhibía una sonrisa exultante, y era obvio que estallaba de noticias.

F'lar se preguntó cómo había podido regresar tan rápidamente del Continente Meridional, y luego se dio cuenta de que F'nor —otra vez— estaba bronceado por el sol. Hizo un gesto con la cabeza, indicándole a F'nor que se dirigiera al dormitorio y le esperase allí.

—Señores y Maestros Artesanos, habrá un joven dragón a disposición de cada uno de vosotros para mensajes y transporte. Ahora, buenos días.

Salió de la Sala del Consejo, recorrió el pasillo hasta el weyr de la reina, y apartó la cortina todavía oscilante del dormitorio en el momento en que F'nor se estaba sirviendo una copa de vino.

—¡Éxito! —exclamó F'nor al ver entrar a su hermanastro—. Aunque nunca llegaré a entender cómo sabías que había que enviar treinta y dos candidatos exactamente. Creí que estabas insultando a nuestra noble Pridith. Pero ha puesto treinta y dos huevos en cuatro días. Tuve que hacer un gran esfuerzo para no precipitarme hacia aquí cuando apareció el primero.

F'lar respondió con calurosas felicitaciones, aliviado al comprobar que, como mínimo, aquella aventura aparentemente absurda produciría aquel beneficio. Ahora, lo único que tenía que calcular era cuanto tiempo había permanecido F'nor en el sur hasta su frenética visita de la noche anterior. Ya que en el rostro bronceado y sonriente de F'nor no había arrugas de preocupación ni la menor tensión.

—¿Ningún huevo reina? —preguntó F'lar, esperanzado. Con treinta y dos en el primer experimento, quizá podrían enviar atrás una segunda reina y volver a intentarlo.

El rostro de F'nor se ensombreció.

—No, y yo estaba convencido de que habría alguno. Pero hay catorce bronce. En esto, Pridith ha superado a Ramoth —añadió con orgullo.

—Es cierto. ¿Cómo marcha el Weyr en los otros aspectos? F'nor frunció el ceño, sacudiendo la cabeza contra un desconcierto interior.

—Kylara es... bueno, es un problema. Provoca conflictos continuamente. T'bor lo pasa muy mal con ella, y se muestra tan susceptible que todo el mundo se mantiene alejado de él. —F'nor se animó un poco—. El joven N'ton se está convirtiendo en un excelente jefe de escuadrón, y su bronce puede aventajar al Orth de T'bor la próxima vez que Pridith remonte el vuelo para aparearse. Y no es que yo desee ver a Kylara con N'ton... ni con nadie.

—Entonces, ¿ningún problema con los suministros?

F'nor rió abiertamente.

—Si no hubieras insistido tanto en que no debíamos comunicamos contigo, podríamos abastecerte de frutas y de verduras frescas muy superiores a las del norte. ¡Por fin comemos como tienen que comer los dragoneros! F'lar, podríamos establecer allí un Weyr que nos resolvería el problema del abastecimiento, y no tendríamos que preocupamos de convoyes de diezmos ni...

—A su debido tiempo. Ahora tienes que regresar. Ya sabes que tus visitas aquí tienen que ser muy breves. F'nor hizo una mueca.

—Oh, no es tan malo. De todos modos, no estoy aquí en este momento.

—Cierto —convino F'lar—, pero no te equivoques de momento y vengas mientras aún estás aquí.

—¿Hmmmm? Oh, sí, es verdad. Olvidaba que el tiempo es muy lento para nosotros y muy rápido para ti. Bueno, no volveré aquí hasta que Pridith ponga la segunda nidada.

Con un alegre adiós, F'nor salió del weyr. F'lar le contempló pensativamente mientras se dirigía de nuevo a la Sala del Consejo. Treinta y dos crías de dragón, catorce de ellas bronce, eran un buen resultado y parecían justificar el riesgo. ¿O se haría mayor el riesgo?

Alguien carraspeó deliberadamente. F'lar alzó la mirada y vio a Robinton de pie en la abovedada antecámara de la Sala del Consejo.

—Antes de que pueda copiar e instruir a otros acerca de esos mapas, caudillo del Weyr, debo comprenderlos yo mismo del todo. Me he tomado la libertad de esperarte.

—Eres un buen paladín, Maestro Arpista.

—Y la tuya es una noble causa, caudillo del Weyr. —Luego, Robinton guiñó maliciosamente un ojo—. Le había estado suplicando al Huevo que me concediera la oportunidad de hablar ante un auditorio tan noble.

—¿Una copa de vino?

—Las uvas de Benden son la envidia de Pern.

—Si se tiene paladar para un bouquet tan delicado.

—Los entendidos lo cultivan cuidadosamente. F'lar se preguntó cuándo dejaría el hombre de jugar con las palabras. Tenía en su mente algo más que el estudio de los mapas del tiempo.

—Estoy pensando en una balada que, por falta de explicación, dejé de lado cuando me convertí en Maestro de mi artesanado —dijo Robinton juiciosamente, después de saborear su vino—. Es una canción «incómoda», lo mismo la melodía que la letra. Un arpista desarrolla, como es lógico, cierta sensibilidad hacia lo que será aceptado y lo que será rechazado... violentamente. Descubrí que la balada en cuestión trastornaba tanto al artista como al auditorio, y la retiré de la circulación. Ahora, al igual que ese tapiz, valdría la pena redescubrirla.

Después de la muerte de C'gan, su instrumento había sido colgado en la pared de la Sala del Consejo hasta que se nombrara un nuevo Cantor del Weyr. La guitarra era muy antigua, su madera delgada. El viejo C'gan la había conservado bien afinada y protegida del polvo. El Maestro Arpista la tomó en sus manos con reverencia, pulsando ligeramente las cuerdas para oír el tono, enarcando las cejas ante la fina voz del instrumento.

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