El vuelo del dragón (36 page)

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Authors: Anne McCaffrey

Fandarel hizo una seña a los dos artesanos que le habían acompañado. Iban cargados con un extraño aparato: un largo cilindro de metal al que estaba unida una varilla rematada por una boquilla más ancha. En el otro extremo del cilindro había un trozo de tubería más corto y luego un cilindro más pequeño con un émbolo interior. Uno de los artesanos movió vigorosamente el émbolo en tanto que el segundo, manteniendo a duras penas sus manos quietas, apuntaba la boquilla hacia la madriguera de las Hebras. A una señal del primero de los artesanos, su compañero accionó un pequeño resorte de la boquilla y la situó encima mismo de la madriguera, apartando rápidamente sus manos. Una lluvia pulverizada brotó de la boquilla y cayó en la madriguera. Cuando las gotas de líquido entraron en contacto con las Hebras, de la madriguera surgió una nubecilla de vapor. Al cabo de unos instantes, lo único que quedaba en el agujero era una masa humeante de hilachas ennegrecidas. Mucho después de haber despedido a los dos artesanos, Fandarel examinó la tumba. Finalmente gruñó y, provisto de un largo palo, hurgó en los restos. Ni una sola Hebra se movió.

—¡Uf! —gruñó, con visible satisfacción—. Sin embargo, no podemos ir por ahí excavando todas las madrigueras. Necesitamos otra prueba.

Con el Señor de Nerat retorciéndose las manos y gimiendo detrás de ellos, fueron escoltados por los agricultores hasta otra madriguera intacta en el lado del bosque que daba al mar. Las Hebras habían penetrado en la tierra junto a un árbol enorme que empezaba ya a agostarse.

Con su largo palo, Fandarel practicó un pequeño agujero en la parte superior de la madriguera y luego hizo una seña a sus artesanos para que se acercaran. El encargado del émbolo trabajó activamente mientras su compañero ajustaba la boquilla antes de insertarla en el agujero. Fandarel dio la señal de empezar y contó lentamente: cuando bajó la mano y el artesano apartó la boquilla, una nubecilla de humo brotó del pequeño agujero.

Transcurrido un tiempo prudencial, Fandarel ordenó a los agricultores que cavaran, recordándoles que no debían establecer contacto con el agenothree líquido. Cuando la madriguera quedó al descubierto, el ácido había actuado, dejando únicamente una masa de hilachas completamente carbonizadas.

Fandarel hizo una mueca, pero esta vez se rascó la cabeza con aire de insatisfacción.

—Se tarda demasiado tiempo, de las dos maneras. Es preferible acabar con ellas cuando todavía están en la superficie —gruñó el Maestro Herrero.

—Es preferible acabar con ellas en el aire —protestó Vincet—. ¿Y qué les hará ese líquido a mis huertas? ¿Qué les hará?

Fandarel giró sobre sí mismo, contemplando al angustiado Señor de Nerat como si le viera por primera vez.

—Amigo mío, el agenothree en forma diluida es lo que utilizáis para abonar vuestras plantas en primavera. Es cierto que este campo será improductivo durante unos cuantos años, pero no está lleno de Hebras. Sería preferible que pudiéramos esparcir el líquido en el aire. Entonces caería como una finísima lluvia y se disiparía inofensivamente... abonando los campos de un modo muy uniforme, además. —El Maestro Herrero hizo una pausa y se rascó la cabeza ruidosamente—. Dragones jóvenes podrían transportar un equipo a lo alto... Hmmmm. Una posibilidad, pero el aparato es aún voluminoso. —Le volvió la espalda al sorprendido Señor del Fuerte y le preguntó a F'lar si el tapiz había sido devuelto—. Todavía no he podido encontrar la manera de construir un tubo lanzallamas. Este mecanismo es una copia de los que construimos para los agricultores.

—Sigo esperando noticias sobre el tapiz —respondió F'lar—, pero ese rociador es eficaz. Aniquila las madrigueras de Hebras.

—Los gusanos de arena también son eficaces, pero no del todo —gruñó Fandarel, insatisfecho.

Bruscamente, hizo una seña a sus ayudantes y echó a andar hacia los dragones a la incierta claridad del crepúsculo.

Robinton esperaba su regreso en el Weyr, sin que su aspecto aparentemente tranquilo ocultara del todo su excitación interior. Sin embargo, se interesó cortésmente por los esfuerzos de Fandarel. El Maestro Herrero gruñó y se encogió de hombros.

—Tengo a todos mis artesanos trabajando.

—El Maestro Herrero es demasiado modesto—intervino F'lar—. Ha construido ya un ingenioso aparato que esparce agenothree en las madrigueras de las Hebras y las convierte en pulpa negra.

—No es eficaz. A

me gusta la idea de los lanzallamas —dijo el herrero, con sus ojos brillando en su rostro inexpresivo—. Un lanzallamas —repitió, poniendo los ojos en blanco. Luego sacudió su pesada cabeza—. Me voy —gruñó. Y dirigiendo un leve gesto de saludo al arpista y al caudillo del Weyr, se marchó.

—Me gusta la dedicación de ese hombre a una idea —observó Robinton. A pesar de la excéntrica conducta del herrero, en su fuero interno el Maestro Arpista le respetaba profundamente—. Haré que mis aprendices se dediquen a elaborar una apropiada Saga sobre el Maestro Herrero. Tengo entendido —dijo, volviéndose hacia F'lar— que ha empezado la aventura meridional.

F'lar asintió sin entusiasmo.

—¿Han aumentado tus dudas? —inquirió Robinton.

—Este viajar por el
inter
tiempo se cobra su tributo —admitió F'lar, dirigiendo una ansiosa mirada al dormitorio.

—¿Está enferma la Dama del Weyr?

—Duerme, pero el viaje de hoy la ha afectado. ¡Necesitamos otra respuesta, menos peligrosa! —y F'lar golpeó con su puño derecho la palma de su mano izquierda.

—No traigo ninguna respuesta real —se apresuró a decir Robinton—, sino lo que creo que es otra parte del rompecabezas. He encontrado una anotación. Hace cuatrocientas Revoluciones, el entonces Maestro Arpista fue llamado al Weyr de Fort poco después de que la Estrella Roja se alejara de Pern en el cielo nocturno.

—¿Una anotación? ¿Sobre qué?

—Verás, los ataques de las Hebras acababan de cesar y el Maestro Arpista fue convocado a última hora de la tarde al Weyr de Fort. Un llamada anormal. Sin embargo —y Robinton subrayó la distinción apuntando un largo dedo de yema callosa hacia F'lar—, aquella visita no volvió a ser mencionada nunca. Y tenía que haberlo sido, ya que todas las llamadas de ese tipo tienen una finalidad. Todas las otras reuniones están registradas, pero no se da ninguna explicación de aquella específicamente. En el registro redactado por el Maestro Arpista unas semanas después, no menciona su salida del artesanado. Diez meses más tarde, aproximadamente, la Canción Pregunta fue añadida a las Baladas Docentes obligatorias.

—¿Crees que las dos están relacionadas con el abandono de los cinco Weyrs?

—Lo creo, pero no podría decir por qué. Sólo tengo la impresión de que los acontecimientos, la visita, las desapariciones y la Canción Pregunta están relacionados.

F'lar llenó dos copas de vino.

—Yo también he investigado, buscando alguna indicación. —Se encogió de hombros—. Todo debió transcurrir normalmente hasta el momento de las desapariciones. Hay Registros de convoyes de diezmos recibidos, de provisiones almacenadas, las listas de dragones y caballeros heridos al regreso de patrullas activas. Y luego los Registros se interrumpen en pleno Frío, dejando solamente el Weyr de Benden ocupado.

—¿Y por qué fue elegido ese Weyr de entre los seis? —preguntó Robinton—. Si sólo tenía que quedar un Weyr, la isla Ista habría sido una elección más apropiada. Benden se encuentra demasiado al norte, y no es un lugar adecuado para pasar cuatrocientas Revoluciones.

—Benden es un lugar alto y aislado. ¿Se trataba de evitar que lo alcanzara una epidemia que había afectado a los otros?

—¿Sin ninguna explicación? Resulta imposible que todos, dragones, caballeros, habitantes de los Weyrs, cayeran muertos en el mismo instante sin que quedara ningún cadáver pudriéndose al sol.

—Entonces, preguntémonos a nosotros mismos por qué fue llamado el arpista... ¿Le dijeron que elaborase una Balada Docente cubriendo esta desaparición?

—Bueno —respondió Robinton en tono sarcástico—, no puede decirse que sirva para tranquilizarnos precisamente con esa melodía, si alguien quiere llamarla melodía, el cual no es mi caso. Además, no contesta a ninguna pregunta. ¡Las formula!

—¿Para que las contestemos nosotros? —sugirió F'lar.

—Sí —dijo Robinton, con los ojos brillantes—. Para que las contestemos nosotros, ya que es una canción difícil de olvidar. Lo cual significa que se pretendía que fuera recordada. ¡Esas preguntas son importantes, F'lar!

—¿Qué preguntas son importantes? —inquirió Lessa, que había entrado silenciosamente.

Los dos hombres se pusieron simultáneamente en pie. F'lar, con desacostumbrada cortesía, acercó una silla para Lessa y sirvió a la Dama del Weyr una copa de vino.

—No soy una inválida —dijo Lessa en tono brusco, casi enojada ante aquel exceso de amabilidad. Luego miró a F'lar sonriendo, como si quisiera borrar el mal efecto de sus palabras—. He dormido y me encuentro mucho mejor. ¿De qué estabais hablando con tanto apasionamiento, si puede saberse?

F'lar le contó a grandes rasgos lo que el Maestro Arpista y él habían estado discutiendo. Cuando mencionó la Canción Pregunta, Lessa se estremeció.

—Tampoco yo puedo olvidarla —dijo—. Siempre me habían asegurado —hizo una mueca, recordando las odiosas lecciones con R'gul— que era importante. Pero, ¿por qué? Sólo formula preguntas...

Súbitamente parpadeó y luego abrió mucho los ojos, asombrada.

—«Marcha lejos, marcha...
adelante
» —exclamó, poniéndose en pie—. ¡Eso es! Los cinco Weyrs se marcharon...
adelante
. Pero, ¿a cuándo?

F'lar se volvió hacia ella, sin habla.

—¡Se marcharon adelante a nuestra época! Cinco Weyrs llenos de dragones —repitió Lessa con voz despavorida.

—No, eso es imposible —declaró F'lar.

—¿Por qué? —preguntó Robinton excitadamente—. ¿No resuelve eso el problema con el que nos enfrentamos? ¿La necesidad de dragones combatientes? ¿No explica por qué se marcharon tan de repente sin ninguna explicación excepto esa Canción Pregunta?

F'lar echó bruscamente hacia atrás el mechón de cabellos que caía sobre sus ojos.

—Explicaría sus acciones al marcharse —admitió—, porque no podían dejar ninguna pista diciendo a dónde iban, ya que ello hubiera cancelado todo el asunto. Del mismo modo que yo no podía decirle a F'nor que sabía que la aventura meridional tendría problemas. Pero, ¿cómo llegaron aquí... si aquí es a
cuándo
se dirigían? No están aquí ahora. ¿Cómo podían saber que serían necesarios... ni cuándo serían necesarios? Y existe el verdadero problema: ¿cómo se le pueden dar a un dragón referencias de un
cuándo
que todavía no se ha producido?

—Alguien de aquí debió retroceder hasta ellos para darles las referencias apropiadas —replicó Lessa en voz baja.

—Estás loca, Lessa —le gritó F'lar, con la alarma escrita en su rostro—. Sabes lo que te ha ocurrido hoy. ¿Cómo puedes pensar en retroceder a un
cuándo
que no puedes imaginar ni siquiera remotamente? ¿A un
cuándo
de hace cuatrocientas Revoluciones? Retroceder diez Revoluciones te ha dejado agotada y medio enferma.

—¿No valdría la pena? —le preguntó Lessa mirándole fijamente, muy seria—. ¿Acaso Pern no lo merece?

F'lar la agarró por los hombros, sacudiéndola, con los ojos llenos de miedo.

—Ni siquiera Pern justificaría el perderte a ti, ni a Ramoth. Lessa, Lessa, no te atrevas a desobedecerme en esto —susurró apasionadamente el caudillo del Weyr, sacudiéndola con más rabia.

—Oh, es posible que exista un medio para alcanzar esa solución y que momentáneamente nos sea desconocido, Dama del Weyr —intervino oportunamente Robinton—. ¿Quién sabe lo que nos reserva el mañana? Desde luego, no es algo que pueda hacerse sin considerar todos los aspectos.

Lessa no hizo ningún esfuerzo para liberarse de las manos de F'lar, que seguían aferrando sus hombros mientras miraba a Robinton.

—¿Un poco de vino? —sugirió el Maestro Arpista, llenando una copa para Lessa.

La tensión se relajó inmediatamente, y F'lar soltó a la Dama del Weyr.

—Ramoth no tendría inconveniente en intentarlo —dijo Lessa, con los labios fruncidos en una mueca de obstinación.

F'lar miró al dragón hembra que estaba contemplando a los humanos, con el cuello doblado casi hasta la articulación del hombro de su enorme ala.

—Ramoth es joven —dijo F'lar, en tono casi despectivo... y captó el desabrido pensamiento de Mnementh al mismo tiempo que Lessa.

La Dama del Weyr echó su cabeza hacia atrás y estalló en una carcajada que resonó contra la bóveda de la Sala.

—Bueno, no me sentaría mal que alguien me contara un buen chiste —observó Robinton, levemente desconcertado por aquella risa.

—Mnementh le ha dicho a F'lar que él no era joven y que no tendría inconveniente en intentarlo tampoco... —explicó Lessa, secándose las lágrimas de los ojos.

F'lar tendió la mirada a lo largo del pasillo a cuyo final Mnementh permanecía en su acostumbrado saledizo.

Llega un dragón cargado
, advirtió el bronce a los del Weyr.
Es Lytol detrás del joven B'rat, sobre el pardo Fanth
.

—¿Ahora nos trae en persona sus malas noticias? —preguntó Lessa con aspereza.

—Para Lytol resulta bastante duro tener que montar en el dragón de otro caballero, e incluso venir aquí, Lessa de Ruatha. No aumentes su tortura con tus chiquilladas —dijo F'lar severamente.

Lessa inclinó la mirada, furiosa con F'lar por hablarle de aquel tono delante de Robinton.

Lytol entró en el weyr de la reina, sosteniendo un extremo de un largo tapiz enrollado. El joven B'rant, luchando por sostener en alto el otro extremo, sudaba a causa del esfuerzo. Lytol se inclinó respetuosamente hacia Ramoth y le indicó al joven caballero pardo que le ayudara a desenrollar su carga. Una vez desenrollado el inmenso tapiz, F'lar pudo comprender por qué lo había recordado el Maestro Tejedor. Los colores, a pesar de su indiscutible antigüedad, conservaban su frescor y su brillo originales. El tema de la tela era todavía más interesante.

—Mnementh, envía un aviso a Fandarel. Aquí está el modelo que necesita para su lanzallamas —dijo F'lar.

—Ese tapiz pertenece a Ruatha —exclamó Lessa en tono indignado—. Lo recuerdo de mi infancia. Estaba colgado en el Gran Vestíbulo, y era la más preciada de las posesiones de mi Linaje. ¿Dónde ha estado? —sus ojos llameaban.

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