Read El vuelo del dragón Online
Authors: Anne McCaffrey
Finalmente, tuvo consciencia de una suave mano sobre su brazo, de un líquido, caliente y de sabor agradable, en su boca. Movió la lengua y el líquido se deslizó por su dolorida garganta. Un acceso de tos la dejó jadeante y débil. Luego abrió los ojos, lentamente, y las imágenes no oscilaron ya delante de ella.
—¿Quién... eres... tú? —logró articular.
—Oh, mi querida Lessa...
—¿Es ése mi nombre? —inquirió, aturdida.
—Eso es lo que tu Ramoth nos ha dicho —le aseguraron—. Yo soy Mardra, del Weyr de Fort.
—Oh, F'lar estará furioso conmigo —gimió Lessa, recobrando lentamente la memoria—. Me sacudirá, una y otra vez... Siempre me sacude cuando le desobedezco. Pero yo tenía razón. Yo tenía razón. ¿Mardra? Oh, aquella... espantosa... nada —y Lessa se sintió arrastrada al sueño, incapaz de resistir aquel abrumador apremio. Afortunadamente, su lecho no oscilaba ya debajo de ella.
La estancia, débilmente iluminada por lámparas de pared, era al mismo tiempo muy parecida a la suya del Weyr de Benden y sutilmente distinta. Lessa permaneció completamente inmóvil, tratando de aislar aquella diferencia. Ah, las paredes del weyr eran muy lisas aquí. La estancia era más espaciosa también, y el techo más alto y abovedado. El mobiliario, ahora que sus ojos estaban acostumbrados a la penumbra y podía distinguir detalles, estaba tallado con más arte. Lessa se removió en el lecho, inquieta.
—Ah, te has despertado otra vez, dama misterio —dijo un hombre. Las entreabiertas cortinas dejaban penetrar la luz del weyr exterior. Lessa intuyó más que vio la presencia de otras personas en la estancia contigua.
Una mujer pasó por debajo del brazo del hombre, acercándose rápidamente al lecho.
—Me acuerdo de ti. Eres Mardra —dijo Lessa, sorprendida.
—Efectivamente. Y aquí está T'ron, caudillo del Weyr de Fort.
T'ron estaba encendiendo más lámparas, volviéndose a mirar a Lessa para comprobar si la luz la molestaba.
—¡Ramoth! —exclamó Lessa, sentándose en la cama, consciente por primera vez de que no era la mente de Ramoth la que contactaba en el weyr exterior.
—¡Oh, esa! —Mardra rió con divertido desaliento—. Parece que pretende echamos del Weyr, e incluso mi Loranth ha tenido que llamar a las otras reinas para que no le hagan caso.
—Se ha instalado sobre la Piedra de la Estrella como si fuera su dueña, y grita continuamente —añadió T'ron, menos caritativo. Ladeó ligeramente la cabeza, tendiendo el oído—. Ja. Se ha callado.
—Iréis, ¿no es cierto? —inquirió Lessa ansiosamente.
—¿Iremos? ¿A dónde, querida? —preguntó Mardra, desconcertada—. No has dejado de preguntamos si «iríamos», hablando de las Hebras aproximándose, y de la Estrella Roja enmarcada en el Ojo de Roca, y... querida, ¿olvidas que la Estrella Roja se ha estado alejando de Pern desde hace dos meses?
—No, no, han empezado a caer. Por eso he retrocedido por el
inter
tiempo...
—¿Retrocedido? ¿Por el
inter
tiempo? —exclamó T'ron, acercándose a la cama y mirando a Lessa intensamente.
—¿Podría tomar un poco de
klah
? Sé que lo que digo no tiene sentido para vosotros, y aún no estoy despierta del todo. Pero no estoy loca, y esto es más bien complicado.
—Sí, desde luego —asintió T'ron con engañosa amabilidad. Pero fue a asomarse al pozo de servicio para encargar
klah
, y luego arrastró una silla hasta el lado de la cama, instalándose en ella para escuchar a Lessa.
—Desde luego, no estás loca —la tranquilizó Mardra, dirigiendo una significativa mirada a su compañero de weyr—. Una mujer loca no hubiera montado sobre una reina.
T'ron tuvo que admitirlo. Lessa esperó a que llegara el
klah
, y cuando se lo ofrecieron sorbió ávidamente su estimulante calor.
Luego aspiró profundamente, llenando de aire sus pulmones, y empezó su relato, hablando del Largo Intervalo entre las peligrosas pasadas de la Estrella Roja; de cómo el único Weyr había caído en desgracia, perdiendo el respeto de los Fuertes; de cómo Jora había perdido el control sobre su reina, Nemorth, de modo que cuando la Estrella Roja se aproximó, no se produjo un súbito aumento del volumen de las nidadas. De cómo ella, Lessa, había Impresionado a Ramoth para convertirse en Dama del Weyr de Benden. De cómo F'lar había escarmentado a los rebeldes Señores de los Fuertes un día después del primer vuelo de apareamiento de Ramoth, empuñando a continuación con mano firme las riendas del Weyr y de Pern y preparándose para combatir a las Hebras que sabía que estaban a punto de llegar. Contó a su auditorio, ahora pendiente de sus labios, sus primeras tentativas para montar a Ramoth, y lo ocurrido cuando, inadvertidamente, retrocedió por el
inter
tiempo al día en que Fax invadió el Fuerte de Ruatha.
—¿Invadió... el Fuerte de mi familia? —exclamó Mardra, horrorizada.
—Ruatha ha dado a los Weyrs muchas Damas del Weyr famosas —dijo Lessa, con una maliciosa sonrisa que hizo estallar a T'ron en una carcajada.
—Es ruathana, indiscutiblemente —le aseguró a Mardra.
Lessa les habló de la situación en que se encontraban ahora los dragoneros, con una fuerza insuficiente para replicar al ataque de las Hebras. De la Canción Pregunta y del gran tapiz.
—¿Un tapiz? —gritó Mardra, llevándose una mano a la mejilla, alarmada—. ¡Descríbemelo!
Y cuando Lessa lo hizo vio —por fin— credulidad en los dos rostros.
—Mi padre acaba de encargar un tapiz con esa escena. Me habló de ello hace unos días, porque la última batalla contra las Hebras tuvo lugar sobre Ruatha. —Mardra se volvió hacia T'ron, que ahora estaba muy serio—. Tiene que haber hecho lo que ha dicho. ¿Cómo, si no, podría estar enterada de lo del tapiz?
—Puedes interrogar también a tu dragón reina, y al mío —sugirió Lessa.
—Querida, ahora ya no dudamos de ti —dijo Mardra sinceramente—; pero es una hazaña increíble.
—Creo que no volvería a intentarlo —dijo Lessa—, sabiendo lo que ahora sé.
—Sí, esta impresión convierte a un salto por el
inter
tiempo en un verdadero problema, si tu F'lar ha de disponer de una fuerza combatiente eficaz —observó T'ron.
—¿Iréis? ¿Iréis?
—Existe una clara posibilidad de que lo hagamos —dijo T'ron gravemente, y luego sonrió—. Has dicho que dejamos los Weyrs... que los abandonamos, de hecho... sin dejar ninguna explicación. Fuimos a alguna parte, es decir, a algún cuándo, ya que todavía estamos aquí...
Permanecieron todos silenciosos, ya que se les había ocurrido simultáneamente la misma alternativa. Los Weyrs habían quedado vacíos, pero Lessa no podía demostrar que los cinco Weyrs reaparecerían en su época.
—Tiene que haber un medio. Tiene que haber un medio —exclamó Lessa, angustiada—. Y no hay tiempo que perder. ¡Ni un solo minuto!
T'ron se echó a reír.
—En este extremo de la historia hay mucho tiempo, querida.
La obligaron a descansar, informándola de que había estado enferma varias semanas, gritando en su delirio que estaba cayendo y que no podía ver, que no podía oír, que no podía tocar. También Ramoth, le dijeron, había padecido las consecuencias de una prolongada permanencia en el
inter
, y era una pálida sombra de sí misma la que había surgido sobre la antigua Ruatha.
El Señor del Fuerte de Ruatha, padre de Mardra, había quedado estupefacto ante la aparición de aquellas dos desconocidas en tan lastimoso estado. Lógica y afortunadamente, había pedido ayuda su hija, Dama del Weyr de Fort. Lessa y Ramoth habían sido transportadas al Weyr, y el Señor de Ruatha guardó silencio sobre el asunto.
Cuando Lessa recuperó sus fuerzas, T'ron convocó un Consejo de caudillos de Weyr. Curiosamente, no hubo oposición a marchar con tal de que pudieran resolver el problema del shock provocado por el tiempo y encontrar puntos de referencia a lo largo del camino. Lessa no tardó en comprender por qué los dragoneros se mostraban tan bien dispuestos a intentar el viaje. La mayoría de ellos se habían hecho caballeros durante las recientes incursiones de las Hebras. Ahora llevaban casi cuatro meses de patrullas rutinarias y aburridas. Los Juegos de adiestramiento resultaban monótonos comparados con las verdaderas batallas en las que habían tomado parte. Los Fuertes, que otrora mostraban un respeto rayano en la veneración hacia los dragoneros, empezaban a mostrarse indiferentes. Los caudillos de los Weyrs veían aumentar aquella indiferencia a medida que disminuía el temor engendrado por las Hebras. La alternativa que Lessa les ofrecía les parecía preferible a una lenta decadencia en su propia época.
En lo que respecta a Benden, la única persona que estaba enterada de aquellas reuniones era el caudillo del Weyr. Dado que Benden era el único Weyr en la época de Lessa, debía permanecer ignorante, e intacto, hasta la época de Lessa. Y no podía mencionarse la presencia de Lessa, ya que era un hecho desconocido también en la Revolución de la visitante.
Lessa insistió en que convocaran al Maestro Arpista, ya que en los Archivos se decía que había sido llamado. Pero cuando el Arpista le pidió que le recitara la Canción Pregunta, Lessa sonrió y se negó a hacerlo.
—La escribirás tú, o tu sucesor, cuando se descubra que los Weyrs han sido abandonados —dijo—. Pero debe ser obra vuestra, y no una repetición de mis palabras.
—Difícil tarea la de escribir una canción que cuatrocientas Revoluciones más tarde proporcione una pista valiosa...
—Sólo tienes que asegurarte de que es una Balada Docente —le advirtió Lessa—. No debe ser olvidada, ya que formula preguntas que yo tengo que contestar.
Al ver la sonrisa que iluminaba el rostro del Maestro Arpista, Lessa supo que el artesano realizaría concienzudamente su tarea.
Las discusiones acerca de la mejor manera de llegar tan lejos en perfectas condiciones fueron acaloradas. Se presentaron sugerencias más constructivas, pero impracticables, en lo que atañe a encontrar puntos de referencia a lo largo del camino. Los cinco Weyrs no habían ido nunca adelante en el tiempo, y Lessa, en su único y gigantesco salto atrás, no se había detenido a fijar marcas temporales intermedias.
—¿Dices que un salto de diez años por el
inter
tiempo no provocó ninguna dificultad? —le preguntó T'ron a Lessa en presencia de todos los caudillos de los Weyrs y del Maestro Arpista.
—Ninguna. Se tarda... oh, dos veces más que en el salto
inter
espacio.
—Lo que te dejó desequilibrada fue el salto de cuatrocientas Revoluciones. Hmmm... Tal vez veinte o veinticinco fragmentos de Revolución significarían una seguridad suficiente.
Aquella sugerencia fue bien acogida hasta que el prudente caudillo de Ista, D'ram, tomó la palabra.
—No pretendo ser un aguafiestas, pero existe una posibilidad que no hemos mencionado. ¿Cómo sabremos que estamos realizando el salto al
inter
hacia la época de Lessa? Marchar por el
inter
es algo aventurado. Los hombres yerran a menudo el camino. Y Lessa ha llegado aquí medio muerta.
—Bien argumentado, D'ram —asintió T'ron vivamente—, pero yo creo que existen pruebas suficientes de que vamos... fuimos... iremos hacia adelante. En primer lugar, las pistas apuntaban a Lessa. La misma emergencia que dejó cinco Weyrs vacíos la envió atrás en busca de nuestra ayuda...
—De acuerdo, de acuerdo —le interrumpió D'ram—, pero lo que yo quiero decir es si podemos estar seguros de que alcanzaremos la época de Lessa. No ha ocurrido aún. ¿Sabemos que es posible?
T'ron no fue el único que rebuscó en su mente una respuesta a aquella pregunta. Súbitamente, dejó caer las dos manos, con las palmas hacia abajo, sobre la mesa.
—Por el Huevo, se puede morir lentamente, sin hacer nada. o morir aprisa, intentando hacer algo. Estoy harto de la vida tranquila que los dragoneros padecen una vez ha pasado la Estrella Roja y hasta que la vejez les hace marchar al
inter
. Confieso que casi lamento ver alejarse cada vez más de nosotros la Estrella Roja en el cielo nocturno. Yo digo: agarra el riesgo con las dos manos y sacúdelo hasta que haya desaparecido. Somos dragoneros, ¿no es cierto? Y hemos nacido para combatir a las Hebras. ¡Vamos a luchar contra ellas... cuatrocientas Revoluciones adelante!
El contraído rostro de Lessa se relajó. Había reconocido la validez de la posibilidad alterna de D'ram, que había llenado de miedo su corazón. Arriesgarse ella misma era responsabilidad suya, pero arriesgar a aquellos centenares de hombres y dragones, a las gentes del weyr que acompañarían a sus hombres...
Las enérgicas palabras de T'ron disiparon del todo aquellas incertidumbres.
—Y yo creo —gritó el Maestro Arpista para hacerse oír por encima de las exclamaciones de asentimiento— que tengo vuestros puntos de referencia. —Una sonrisa iluminó su rostro—. ¡Veinte Revoluciones o dos mil Revoluciones, siempre tendréis una orientación! Y T'ron lo ha dicho: «...ver alejarse cada vez más de nosotros la Estrella Roja en el cielo nocturno.»
Más tarde, mientras trazaban la órbita de la Estrella Roja descubrieron lo fácil que era en realidad aquella solución, y bromearon sobre lo irónico que resultaba que su antigua enemiga tuviera que ser su guía.
En las alturas del Weyr de Fort, como en todos los Weyrs, había grandes piedras. Estaban situadas de modo que en determinadas épocas del año señalaban la aproximación y la retirada de la Estrella Roja, mientras orbitaba en su errático curso de doscientas Revoluciones de duración alrededor de su sol. Consultando los Archivos, que entre otras informaciones incluían las andanzas de la Estrella Roja, no resultó difícil planear saltos
inter
de veinticinco Revoluciones para cada uno de los Weyrs. Se había decidido que el complemento de cada Weyr saltaría al
inter
encima de su propia base, ya que era indiscutible que se producirían accidentes si cerca de mil ochocientos animales cargados lo intentaban en un mismo lugar.
Para Lessa, cada instante que transcurría la situaba ahora un instante demasiado lejos de su propia época. Hacía un mes que no veía a F'lar, y le echaba de menos más de lo que había creído posible. Le preocupaba también que Ramoth pudiera aparearse lejos de Mnementh. Desde luego, había dragones bronce y caballeros bronce ávidos por prestar aquel servicio, pero Lessa no estaba interesada en ellos.
T'ron y Mardra la mantuvieron ocupada con los numerosos detalles de organización del éxodo, que debía desarrollarse sin que quedara en los Weyrs ninguna pista, aparte del tapiz y de la Canción Pregunta, que serían compuestos en una fecha posterior.