El vuelo del dragón (32 page)

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Authors: Anne McCaffrey

F'lar logró disimular a duras penas lo mucho que le divertían los apuros de F'nor. Kylara había tratado de conquistar a todos los caballeros y, dado que F'nor se había resistido a sus encantos, ella estaba decidida a tener éxito con él.

—Espero que dos bronce sean suficientes. Pridith puede tener su propia opinión llegada la época del apareamiento.

—¡No puedes convertir a un pardo en un bronce! —exclamó F'nor con tanto desaliento que F'lar no pudo contener por más tiempo la risa.

—¡Oh, no te rías! —refunfuñó F'nor. Lo cual desencadenó la risa de Lessa —Sois tal para cual— gruñó el caballero pardo—. Si vamos a ir hacia el sur, Dama del Weyr, será mejor que nos pongamos en marcha. Particularmente si tenemos que darle a este hilarante maníaco la oportunidad de recobrarse de su ataque de risa antes de que lleguen los solemnes Señores. Voy a pedirle provisiones a Manora. Bien, Lessa: ¿vas a venir conmigo?

Ahogando su propia risa, Lessa cogió su capa de vuelo y siguió a F'nor. Al menos, la aventura empezaba bien.

Cargando con el cántaro de
klah
y su cubilete, F'lar se dirigió a la Sala del Consejo, discutiendo consigo mismo si debía hablarles o no a los Señores y Maestros Artesanos de aquella aventura meridional. La facultad de los dragones de volar por el
inter
tiempo tanto como por el
inter
espacio no era aún bien conocida. Los Señores podrían no darse cuenta de que había sido utilizada el día anterior para anticiparse a las Hebras. Si F'lar pudiera estar seguro de que el proyecto tendría éxito... bueno, añadiría una nota optimista a la reunión.

Preparó los mapas, con las oleadas y las épocas de los ataques de las Hebras claramente visibles, para tranquilizar a los Señores.

Los visitantes no tardaron en reunirse. Y la mayoría de ellos no lograban ocultar su aprensión, y la impresión que les había causado el hecho de que las Hebras hubieran caído de nuevo del cielo para amenazar todo género de vida en Pern. La sesión iba a resultar difícil, decidió F'lar ceñudamente. Ojalá, pensó, me hubiera marchado con F'nor y Lessa al Continente Meridional. Pero descartó rápidamente aquella idea y se inclinó con aparente diligencia hacia los mapas desplegados ante él.

Sólo faltaban por llegar dos de los Señores, Meron de Nabol (al cual le hubiera gustado no incluir, ya que el hombre era un chismoso) y Lytol de Ruatha. F'lar había colocado a Lytol en el último lugar de la lista porque no deseaba que Lessa se encontrara con él. Lessa no había acabado de digerir —absurdamente, en opinión de F'lar— el hecho de haber tenido que renunciar a sus pretensiones sobre el Fuerte de Ruatha en favor del hijo póstumo de Dama Gemma. Lytol, como Gobernador de Ruatha, tenía un lugar en esta conferencia. El hombre era también un ex dragonero, y su regreso al Weyr ya era bastante penoso sin que Lessa lo agravara con su resentimiento. Exceptuando al joven Larad de Telgar, Lytol era el aliado más valioso del Weyr.

S'lel entró, seguido a poca distancia por Meron. A este último le había enfurecido esta llamada; se notaba en su modo de andar, en sus ojos, en su porte altivo. Pero era también tan inquisitivo como tortuoso. Saludó únicamente a Larad de entre todos los Señores, y ocupó el asiento reservado para él al lado de Larad. La actitud de Meron hizo evidente que aquel lugar se encontraba media Sala demasiado cerca de F'lar.

El caudillo del Weyr respondió al saludo de S'lel y le indicó al caballero bronce que debía sentarse. F'lar había dispuesto cuidadosamente los lugares que debían ocupar los asistentes a la conferencia, intercalando dragoneros pardo y bronce entre Señores de los Fuertes y Maestros Artesanos. Ahora apenas había espacio para moverse en la caverna de amplias proporciones, pero tampoco había espacio para empuñar las dagas si los ánimos se calentaban con exceso.

Se elevó un murmullo de entre los reunidos, y F'lar alzó la mirada y vio que el rechoncho ex dragonero de Ruatha se había detenido en el umbral de la Sala. Levantó su mano para saludar respetuosamente al caudillo del Weyr. Mientras F'lar devolvía el saludo, observó que el tic en la mejilla izquierda de Lytol palpitaba de un modo casi continuo.

Los ojos de Lytol, sombríos de dolor y de inquietud, recorrieron la estancia. Saludó con un gesto a los miembros de su anterior escuadrón, a Larad y a Zurg, jefe de su propio equipo de tejedores. Con paso rígido, se dirigió hacia el único asiento que estaba vacío, murmurando un saludo a T'sum, sentado a su izquierda.

F'lar se puso en pie.

—Agradezco vuestra presencia, Señores y Maestros Artesanos. Las Hebras han empezado a caer de nuevo. El primer ataque ha sido desbaratado y las Hebras han sido eliminadas del cielo. Señor Vincet —y el preocupado Señor de Narat alzó la mirada, alarmado—, hemos enviado una patrulla a los bosques para que efectúen unas pasadas en vuelo rasante, a fin de asegurarnos de que no hay madrigueras de Hebras.

Vincet tragó saliva nerviosamente, palideciendo al pensar en lo que las Hebras podían hacer en sus feraces y óptimas posesiones.

—Necesitaremos la ayuda de tus mejores forestales...

—¿Ayuda? Pero... acabas de decir que las Hebras fueron eliminadas en el cielo...

—No podemos correr ningún riesgo —replicó F'lar, dando a entender que la patrulla no era más que una precaución, en vez de una necesidad como él sabía perfectamente.

Vincet volvió a tragar saliva, mirando ansiosamente a su alrededor en busca de simpatía, pero no la encontró. Todo el mundo estaría muy pronto en su misma situación.

—Seguirán patrullas a Keroon y a Igen —F'lar miró primero a Corman, y luego a Banger, que asintieron gravemente—. Para vuestra tranquilidad, permitidme que os diga que no habrá más ataques durante tres días y cuatro horas —F'lar señaló uno de los mapas—. Las Hebras empezarán a caer aproximadamente aquí, en Telgar, derivarán hacia el oeste a través de la zona más meridional de Crom, que es montañosa, y seguirán a través de Ruatha y del extremo más meridional de Nabol.

—¿Cómo puedes estar seguro de eso?

F'lar reconoció la despectiva voz de Meron de Nabol.

—Las Hebras no caen como un juego infantil de pajitas, Meron —replicó F'lar—. Caen de acuerdo con una pauta perfectamente predecible; los ataques duran exactamente seis horas. Los intervalos entre los ataques se acortarán gradualmente en las próximas Revoluciones, a medida que la Estrella Roja se acerque más a nosotros. Luego, durante casi cuarenta Revoluciones, a medida que la Estrella Roja se aleje de nosotros, los ataques se producirán cada catorce horas, avanzando a través de nuestro mundo de un modo controlable.

—Eso es lo que

dices —gruñó Meron, y se oyó un leve murmullo de aprobación.

—Eso es lo que dicen las Baladas Docentes —intervino Larad en tono firme.

Meron miró al Señor de Telgar y continuó:

—Recuerdo otra de tus predicciones, según la cual las Hebras empezarían a caer inmediatamente después del Solsticio.

—Lo cual hicieron —le interrumpió F'lar—. En forma de polvo negro en los Fuertes septentrionales. Si hemos tenido un respiro, podemos agradecerlo a la afortunada circunstancia de que hemos disfrutado de un Período Frío anormalmente intenso y prolongado.

—¿Polvo? —inquirió Nessel de Crom—. ¿Aquel polvo eran Hebras? —El hombre era uno de los parientes consanguíneos de Fax, y estaba bajo la influencia de Meron: un hombre anciano que había aprendido los métodos sanguinarios de conquista de su pariente y no había tenido la inteligencia suficiente para mejorar ni modificar el original—. Mi Fuerte está aún lleno de polvo. ¿Es peligroso?

F'lar agitó enfáticamente la cabeza.

—¿Cuánto tiempo hace que cae polvo en tu Fuerte? ¿Semanas? ¿Ha causado algún daño?

Nessel enarcó las cejas.

—Estoy interesado en tus mapas, caudillo del Weyr —dijo Larad de Telgar con voz tranquila—. ¿Nos darán una idea exacta de la frecuencia con que podemos esperar que caigan Hebras en nuestros Fuertes?

—Sí. Puedes anticipar también que los dragoneros llegarán poco antes de que se produzca la invasión. Sin embargo, es preciso que adoptéis algunas medidas por vuestra parte, y este es el motivo de que haya convocado el Consejo.

—Un momento —gruñó Corman de Keroon—. Quiero una copia de esos fantásticos mapas para mi uso personal. Quiero saber qué significan realmente esas franjas y esas líneas onduladas. Quiero...

—Naturalmente, te serán facilitados. Voy a encargar al Maestro Arpista Robinton —F'lar inclinó respetuosamente la cabeza saludando al Maestro Artesano— que se ocupe de realizar las copias y de asegurarse de que todo el mundo las entiende perfectamente.

Robinton, un hombre alto y delgado, con un rostro arrugado y melancólico, correspondió al saludo del caudillo del Weyr. Una leve sonrisa asomó a sus labios ante la atención que ahora le dedicaban los Señores de los Fuertes. Su profesión de arpista, lo mismo que la de dragonero, había sido muy menospreciada, y este súbito respeto le divertía. Era un hombre con un agudo sentido de lo ridículo y una activa imaginación. Las circunstancias en las cuales se encontraba el incrédulo Pern eran demasiado irónicas para no apelar a su innato sentido de la justicia. Ahora se contentó a si mismo con una profunda inclinación y una frase cortés.

—Realmente, todos prestarán atención al maestro. —Su voz era profunda, y pronunciaba las palabras sin el menor acento provinciano.

F'lar, a punto de hablar, miró incisivamente a Robinton al captar el doble filo de aquella frase. Larad miró también al Maestro Arpista y se aclaró la garganta apresuradamente.

—Tendremos nuestros mapas —dijo Larad, anticipándose a Meron, que había abierto la boca para hablar—. Tendremos los dragoneros cuando caigan las Hebras. ¿Cuáles son esas medidas adicionales? ¿Y por qué son necesarias?

Todas las miradas volvieron a fijarse en F'lar.

—Tenemos un solo Weyr donde otrora hubo seis.

—Pero se dice que Ramoth ha incubado más de cuarenta dragones —dijo alguien desde el fondo de la Sala—. ¿Y por qué ordenaste la Búsqueda para llevarte más jóvenes de nuestros Fuertes?

—Cuarenta y uno, que no han madurado aún —dijo F'lar. En su fuero interno, confiaba en que aquella aventura meridional daría resultado. Había verdadero miedo en la voz de aquel hombre—. Crecen bien y rápidamente. En estos momentos, mientras las Hebras no ataquen con más frecuencia a medida que la Estrella Roja inicie su Pasada, nuestro Weyr es suficiente... si contamos con vuestra colaboración en tierra. La tradición establece —inclinó diplomáticamente la cabeza hacia Robinton, dispensador de los usos Tradicionales— que los Señores son responsables únicamente de sus respectivos Fuertes, los cuales, desde luego, están adecuadamente protegidos por pozos de pedernal y piedra viva. Sin embargo, se ha permitido que nuestras alturas se llenen de vegetación. Y las tierras de cultivo abundan en cosechas. Esto significa que existen vastas extensiones de terreno vulnerable que un solo Weyr, en estos momentos, no puede proteger sin agotar seriamente la vitalidad de nuestros dragones y caballeros.

Ante aquella sincera admisión, un murmullo asustado y furioso se extendió rápidamente a través de la Sala.

—Ramoth no tardará en remontar el vuelo para otro apareamiento —continuó F'lar, ignorando aquellos murmullos—. Desde luego, en otras épocas las reinas empezaban a producir abundantes nidadas muchas Revoluciones antes del solsticio crítico, así como más reinas. Por desgracia, Jora era vieja y estaba enferma, y Nemorth se mostraba intratable. El caso...

Fue interrumpido.

—¡Los dragoneros, con vuestros aires de superioridad, acarrearéis nuestra ruina!

—Vosotros mismos tenéis mucho que reprocharos —resonó la voz de Robinton a través del griterío que siguió a aquellas palabras—. Admitidlo, todos y cada uno de vosotros. Habéis tenido menos consideraciones con el Weyr que con la madriguera de vuestro wher guardián... que ya es decir. Pero ahora los ladrones están en las alturas, y vosotros gritáis porque el pobre reptil se encuentra a las puertas de la muerte por falta de atenciones. Os quejáis, cuando lo cierto es que le exiliasteis a su madriguera porque trataba de advertiros. Trataba de conseguir que os prepararais contra los invasores... La culpa es
vuestra
, y no del caudillo del Weyr ni de los dragoneros, que han cumplido honradamente con su deber durante esos centenares de Revoluciones conservando viva la dragonería... a pesar de vuestras protestas. ¿Cuántos de vosotros —su tono era incisivo— habéis sido generosos de pensamiento y de obra con la dragonería? Desde que me convertí en maestro de mi artesanado, mis arpistas me han dicho con frecuencia que habían sido golpeados por cantar las antiguas Baladas, como era su obligación. Sólo os habéis ganado el derecho, Señores y Maestros Artesanos, a encerraros en vuestros Fuertes de piedra y retorceros de rabia y de impotencia mientras vuestras cosechas mueren antes de nacer. Se puso en pie.

—«No caerá ninguna Hebra. Son cuentos de viejas de los arpistas» —continuó, imitando impecablemente a Nessel—. «Esos dragoneros pretenden despojamos de nuestros herederos y de nuestras cosechas» —añadió, remedando ahora una voz atenorada que sólo podía ser la de Meron—. Y ahora la verdad es tan amarga como el miedo de un hombre valiente y tan difícil de tragar como el agracillo. En justa correspondencia a las consideraciones que habéis tenido con ellos, los dragoneros deberían dejaros a merced de las Hebras.

—Bitra, Lemos y yo —intervino Raid, Señor de Benden, con la barbilla erguida belicosamente— hemos cumplido siempre con nuestras obligaciones para con el Weyr.

Robinton se volvió hacia él y le miró en silencio unos instantes.

—Sí, es cierto —dijo finalmente—. De todos los Grandes Fuertes, vosotros tres habéis sido los únicos leales. Pero, como portavoz de mi artesanado, conozco muy bien lo que opinan de la dragonería todos los demás. ¿Habéis olvidado acaso vuestra tentativa de marchar contra el Weyr? —Robinton rio roncamente y apuntó un largo dedo hacia Vincet—. ¿Dónde estarías hoy, Señor de Nerat, si el Weyr no te hubiera enviado hacia atrás con la esperanza de que te fueran devueltas tus damas? Todos vosotros —y su dedo acusador señaló a cada uno de los Señores que habían tomado parte en aquella abortada tentativa— marchasteis contra el Weyr porque... ¡«las... Hebras... habían... dejado... de... existir»!

Apretó sus puños contra sus caderas y contempló a los reunidos con ojos llameantes. F'lar sintió deseos de aplaudir. Se comprendía fácilmente por qué Robinton era Maestro Arpista, y F'lar agradeció la circunstancia de que un hombre semejante fuera partidario del Weyr.

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