El vuelo del dragón (27 page)

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Authors: Anne McCaffrey

Lessa le miró fijamente, con una expresión de incredulidad en los ojos.

—¿Gracias a Ramoth?

—Gracias a Ramoth y a las reinas que nacerán de ella. No olvides que hay constancia de que Faranth puso sesenta huevos de una sola vez, incluyendo varios huevos de reina.

Lessa sólo pudo sacudir la cabeza lentamente, asombrada.

—«Una Hebra de plata / En el cielo... / Con calor, todo revive / Y se mueve más aprisa» —recitó F'lar.

—Tienen que transcurrir varias semanas para que la reina ponga los huevos, y luego hay que incubarlos...

—¿Has estado últimamente en la Sala de Eclosión? Si vas allí, ponte las botas. A través de las sandalias te quemarías los pies.

Lessa descartó aquello con un sonido gutural. F'lar se retrepó en su asiento, visiblemente divertido por la incredulidad de la Dama del Weyr.

—Y luego hay que llevar a cabo la Impresión, y esperar hasta que los caballeros... —continuó Lessa.

—¿Por qué crees que he insistido en que los muchachos no fueran demasiado jóvenes? Los dragones maduran mucho antes que sus jinetes.

—Entonces, el sistema es deficiente.

F'lar entornó ligeramente los ojos, sacudiendo su estilo delante de Lessa.

—La tradición dragonil empezó como una orientación... pero llega un momento en que un hombre se convierte también en demasiado tradicional... ¿qué fue lo que dijiste tú?... «Demasiado apegados a nuestras pieles». Sí, es tradicional utilizar jinetes criados en el Weyr, porque ha sido conveniente. Los muchachos criados en el Weyr son más sensibles a los dragones. Pero esto no significa que sean necesariamente los mejores. Tú, por ejemplo...

—En el linaje ruathano hay sangre Weyr —declaró Lessa orgullosamente.

—Lo admito. Pero tomemos al joven Naton; se crió en Nabol, y sin embargo F'nor me dice que puede hacer que Canth le entienda.

—Oh, eso no es difícil —dijo Lessa.

—¿Qué quieres decir? —inquirió F'lar, intrigado.

Se vieron interrumpidos por un estridente gemido. F'lar escuchó con atención durante unos instantes, y terminó encogiéndose de hombros, sonriendo.

—Algún dragón hembra verde perseguida por un macho —comentó.

—Y hay otra cosa que esos Archivos, que según tú lo saben todo, no mencionan nunca. ¿Por qué pueden reproducirse solamente los dragones dorados?

F'lar no reprimió una risita lasciva.

—Bueno, en primer lugar, el pedernal inhibe la reproducción. Si no masticara nunca piedra, un dragón hembra verde pondría huevos, pero en el mejor de los casos produciría animales pequeños, y nosotros los necesitamos grandes. Y en segundo lugar —añadió F'lar, sonriendo maliciosamente—, si los verdes pudieran reproducirse, teniendo en cuenta sus aficiones amorosas y lo abundantes que son, no tardaríamos en tener una superpoblación de dragones, con los consiguientes problemas.

El primer gemido fue seguido de otro, y a continuación estalló un inmenso zumbido que resonó en todas las paredes del Weyr.

F'lar, con el rostro cambiando rápidamente de la sorpresa al triunfal asombro, se precipitó hacia el pasillo.

—¿Qué pasa? —preguntó Lessa, recogiendo su falda para correr detrás de él—. ¿Qué significa eso?

El zumbido, resonando en todas partes, era ensordecedor en la cámara del weyr de la reina. Lessa registró el hecho de que Ramoth no estaba allí. Oyó las botas de F'lar repiqueteando en el pasillo que conducía al saledizo, un agudo ta-ta-tat que se imponía a todos los demás sonidos. El gemido era ahora tan estridente que resultaba inaudible, aunque no por ello dejaba de sacudir los nervios. Aturdida, asustada, Lessa siguió a F'lar al exterior.

Cuando llegó al saledizo, el Cuenco era un hervidero de dragones que se dirigían hacia la entrada superior de la Sala de Eclosión. Debajo, toda la gente del Weyr, jinetes, mujeres y niños, gritando de excitación, cruzaban el Cuenco en dirección a la entrada inferior de la Sala.

Lessa vio a F'lar que se abría paso en la entrada, y le gritó que la esperase. Pero F'lar no podía oírla en medio de aquel alboroto.

Llena de enojo porque tenía que bajar las largas escaleras y luego dar la vuelta, ya que las escaleras estaban encaradas a los comederos, al extremo contrario del Cuenco, Lessa se dio cuenta de que ella, la Dama del Weyr, sería la última en llegar allí.

¿Por qué se había mostrado Ramoth tan reservada acerca de la puesta? ¿No estaba suficientemente identificada con su compañera de Weyr como para desear que estuviera a su lado?

Un dragón sabe lo que tiene que hacer
, la informó Ramoth tranquilamente.

Podías habérmelo dicho
, se lamentó Lessa, decepcionada.

Mientras F'lar hablaba de puestas fantásticas y de tres mil animales, la joven reina había decidido apoyar sus palabras con una primera demostración de su capacidad reproductora...

El estado de ánimo de Lessa no mejoró al tener que recordar otra observación de F'lar acerca de la Sala de Eclosión. En el momento en que penetró en la caverna, notó el calor a través de las suelas de sus sandalias. Todo el mundo estaba agrupado en un amplio círculo al final de la caverna. Y todo el mundo oscilaba de un pie al otro. Como Lessa era bajita, además, las probabilidades de ver lo que Ramoth había hecho le parecían remotas.

—¡Dejadme pasar! —exigió en tono imperioso, golpeando las anchas espaldas de dos altos caballeros.

De mala gana, abrieron un pasillo para ella y Lessa avanzó, sin mirar a derecha ni a izquierda a la excitada multitud. Estaba furiosa, desconcertada, dolida, y sabía que su aspecto era ridículo debido a que la cálida arena la obligaba a andar a saltitos, como un ave mareada.

Se detuvo, aturdida y con los ojos desorbitados ante la masa de huevos, y olvidó cosas tan triviales como unos pies calientes.

Ramoth estaba agazapada junto a los huevos, abriendo y cerrando un ala protectora sobre ellos, de modo que resultaba difícil contarlos. Parecía estar muy satisfecha de sí misma.

Deja ya de moverte, tonta, nadie va a robártelos
, dijo Lessa, mientras trataba de contar los huevos.

Ramoth plegó obedientemente sus alas. No obstante, para aliviar su maternal ansiedad, proyectó su cabeza a través del círculo de huevos moteados, mirando hacia uno y otro lado de la caverna, sacando y ocultando alternativamente su lengua bífida.

Un inmenso suspiro, como una ráfaga de viento, recorrió la caverna. Ya que allí, ahora que las alas de Ramoth estaban plegadas, brillaba un resplandeciente huevo dorado entre los moteados. ¡Un huevo de reina!

—¡Un huevo de reina!

El grito brotó simultáneamente de medio centenar de gargantas. Y la Sala de Eclosión se llenó de vítores, gritos, alaridos y aullidos de júbilo.

Alguien agarró a Lessa y la hizo girar alocadamente, en un exceso de alegría. Un beso aterrizó en la vecindad de su boca. Apenas se había recuperado del leve mareo cuando se vio empujada por otra persona —Lessa creyó que era Manora— y todo el mundo empezó a felicitarla tratando, y a veces consiguiendo, palmear sus hombros y su espalda, hasta que se encontró girando en una especie de danza para eludir a sus entusiasmados vecinos y al mismo tiempo calmar el creciente dolor de sus pies.

Por fin logró evadirse y corrió a través de la Sala hacia Ramoth. Se detuvo bruscamente delante de los huevos. Parecían estar latiendo. Los cascarones tenían un aspecto fláccido. Lessa habría jurado que eran duros el día que ella Impresionó a Ramoth. Quiso tocar uno, sólo para asegurarse, pero no se atrevió.

Puedes hacerlo
, le susurró Ramoth en tono condescendiente, al tiempo que tocaba cariñosamente el hombro de Lessa con su lengua.

El huevo era blando al tacto, y Lessa apartó la mano rápidamente, temiendo causarle algún daño.

El calor lo endurecerá
, dijo Ramoth.

—Ramoth, estoy muy orgullosa de ti —suspiró Lessa, mirando con adoración los grandes ojos que brillaban en arco iris de ufanía—. Eres la reina más maravillosa que ha existido nunca. Creo que repoblarás de dragones todos los Weyrs. Creo que lo harás.

Ramoth inclinó su cabeza regiamente, y luego empezó a moverla de un lado a otro sobre los huevos, en un gesto protector. De pronto se irguió y agitó fuertemente las alas, con un agudo siseo, antes de volver a agacharse para poner otro huevo.

Los habitantes del Weyr, incómodos sobre las arenas calientes, empezaban a abandonar la Sala de Eclosión, ahora que habían rendido tributo a la llegada del huevo dorado. Una reina tardaba varios días en completar su nidada, de modo que no había ningún motivo para esperar. Había ya siete huevos al lado del dorado, y siendo ya siete el augurio para el total no podía ser más favorable. Mientras Ramoth producía su noveno huevo moteado, empezaban a cruzarse apuestas.

—Tal como predije, un huevo reina, por la madre de todos nosotros —dijo la voz de F'lar al oído de Lessa—. Y apuesto a que habrá al menos diez bronce.

Lessa alzó la mirada hacia él, en completa armonía en aquel momento con el caudillo del Weyr. Ahora vio a Mnementh, agachado orgullosamente sobre un saledizo, contemplando cariñosamente a su pareja. Lessa posó impulsivamente una mano sobre el brazo de F'lar.

—F'lar, ahora te creo.

—¿Sólo ahora? —inquirió F'lar en tono irónico, pero su sonrisa era ancha y sus ojos brillaban de satisfacción.

Hombre del Weyr, vigila; hombre del Weyr, aprende

Algo nuevo en cada Revolución.

Lo más viejo puede ser más frío también.

¡Capta lo correcto; descubre la verdad!

Aunque las órdenes de F'lar en los meses siguientes provocaron interminables discusiones y murmuraciones entre los habitantes del Weyr, a Lessa le parecían las consecuencias lógicas de lo que habían discutido después de que Ramoth completara su impresionante puesta de cuarenta y un huevos.

F'lar descartaba la tradición a diestro y siniestro, eludiendo los caminos más que trillados del conservador R'gul.

Por ser contraria a los sistemas que tanto la habían enojado durante el caudillaje de R'gul, y por respeto a la inteligencia de F'lar, Lessa apoyaba a este último de un modo absoluto. Es posible que no hubiera respetado su anterior promesa de que creería en él hasta la primavera si no hubiera visto que las predicciones de F'lar se cumplían, una tras otra. Sin embargo, no estaban basadas en las premoniciones en las que Lessa no confiaba ya después de su experiencia con el
inter
tiempo, sino en hechos registrados.

En cuanto los huevos se hubieron endurecido y Ramoth hubo apartado su huevo reina especial de los moteados para una incubación más cuidadosa, F'lar hizo acudir a los futuros caballeros a la Sala de Eclosión. Tradicionalmente, los candidatos veían los huevos por primera vez el día de la Impresión. A este precedente F'lar añadió otros: muy pocos de los sesenta y pico de candidatos se habían criado en el Weyr, y la mayoría de ellos estaban más cerca de los veinte años que de los quince. Los jóvenes tenían que tocar los huevos, acariciarlos, acostumbrarse a la idea de que de aquellos huevos saldrían unas crías de dragón ávidas por ser Impresionadas. F'lar creía que este sistema podía eliminar accidentes durante la Impresión, cuando los muchachos estaban demasiado asustados para apartarse del camino de las torpes crías.

F'lar había hecho también que Lessa convenciera a Ramoth para que dejara permanecer a Kylara cerca de su valioso huevo dorado. Kylara destetó pronto a su hijo y pasaba horas enteras, asesorada por Lessa, junto al huevo dorado. A pesar de que Kylara vivía abiertamente con T'bor, no ocultaba su preferencia por la compañía de F'lar. En consecuencia, Lessa secundaba de muy buena gana el plan de F'lar para Kylara, dado que el plan en cuestión significaba que Kylara se trasladaría, con la reina recién nacida, al Weyr de Fort.

La utilización como jinetes de muchachos nacidos en los Holds servía a un objetivo adicional. Poco antes de la Impresión, Lytol, el Gobernador del Fuerte de Ruatha envió otro mensaje.

—A este hombre le encanta positivamente enviar malas noticias —observó Lessa cuando F'lar le pasó el mensaje para que lo leyera.

—Tiene un temperamento lúgubre —asintió F'nor, que había traído el mensaje—. Lo siento por el muchachito enjaulado con semejante pesimista.

Lessa miró al caballero pardo con el ceño fruncido. Seguía encontrando insoportable cualquier mención al hijo de Gemma, ahora Señor de su Fuerte ancestral. Sin embargo... dado que ella había causado involuntariamente la muerte de su madre y no podía ser Dama del Weyr y Señora del Fuerte al mismo tiempo, era lógico que Jaxom de Gemma fuera el Señor de Ruatha.

—Por mi parte —dijo F'lar—, le estoy agradecido por sus advertencias. Sospechaba que Meron volvería a plantear problemas.

—Tiene los ojos huidizos, como los de Fax —observó Lessa.

—Ojos huidizos o no, es peligroso —declaró F'lar—. Y no puedo permitir que ande por ahí propagando el rumor de que estamos eligiendo deliberadamente hombres de la Sangre para debilitar los Linajes Familiares.

—Hay más hijos de artesanos que muchachos de los Fuertes, en cualquier caso —intervino F'nor.

—No me gusta que se interrogue acerca del hecho de que las Hebras no hayan aparecido —dijo Lessa con aire sombrío.

F'lar se encogió de hombros.

—Aparecerán a su debido tiempo. Demos gracias a que la temperatura se ha mantenido fría. Me preocuparé cuando haga calor y las Hebras sigan sin aparecer —y F'lar sonrió a Lessa, en un íntimo recordatorio de su promesa.

F'nor carraspeó apresuradamente y desvió la mirada.

—Sin embargo —continuó el caudillo del Weyr animadamente—, puedo hacer algo en lo que respecta a la otra cuestión.

De modo que, cuando se hizo evidente que los huevos estaban a punto de abrirse, rompió con otra antigua tradición y envió caballeros en busca de los padres de los jóvenes candidatos del artesanado y del Fuerte.

La gran Caverna de Eclosión daba la impresión de estar casi llena debido al gran número de espectadores procedentes de los Fuertes. Esta vez, observó Lessa, el ambiente no era de temor. Los jóvenes candidatos estaban tensos, sí, pero no asustados en presencia de los huevos. Cuando las crías echaron a andar torpemente —a Lessa le pareció que miraban deliberadamente a los ávidos rostros, como si estuvieran pre-Impresionados—, los jóvenes se hicieron a un lado o avanzaron rápidamente cuando una cría canturreaba su elección. Las Impresiones fueron rápidas y sin incidentes. Demasiado pronto, pensó Lessa, el cortejo triunfal de dragones vacilando sobre sus débiles patas y de orgullosos nuevos caballeros abandonó la Sala de Eclosión en dirección a los barracones.

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