Read El vuelo del dragón Online
Authors: Anne McCaffrey
La ceremonia terminó muy pronto. Los jóvenes dragones escogieron su pareja entre los muchachos. Luego descendieron caballeros verdes para llevarse a los que no habían sido aceptados. Caballeros azules se posaron en el suelo con sus animales para transportar a las parejas fuera de la caverna, con los jóvenes dragones chillando, canturreando y agitando sus húmedas alas, estimulados por sus camaradas de Weyr recientemente adquiridos.
Lessa se volvió resueltamente hacia el oscilante huevo dorado, sabiendo lo que debía esperar y tratando de adivinar qué habían hecho o dejado de hacer los muchachos favorecidos por el éxito para que los jóvenes dragones les eligieran.
Una grieta apareció en el cascarón dorado y fue acogida por los aterrorizados gritos de las muchachas. Algunas habían caído formando pequeños montones de tela blanca, otras se abrazaban fuertemente en su mutuo temor. La grieta se ensanchó y a través de ella surgió la cabeza cuneiforme, seguida rápidamente por el cuello, de un dorado resplandeciente. Lessa se preguntó con inesperado despego cuánto tardaría el animal en madurar, teniendo en cuenta su gran tamaño al nacer. Ya que la cabeza era mayor que la de los dragones machos, que había sido suficientemente grande como para derribar a robustos muchachos que habían cumplido las diez Revoluciones.
Lessa tuvo consciencia de un ruidoso zumbido en el interior del Vestíbulo. Alzó la mirada hacia el auditorio y comprobó que procedía de los dragones bronce, ya que este era el nacimiento de su pareja, su reina. El zumbido aumentó de volumen a medida que el huevo se rompía en fragmentos y emergía el dorado cuerpo de la nueva hembra. La nueva hembra en cuestión se tambaleó, hundiendo su agudo pico en la blanda arena, momentáneamente atrapada. Agitando sus húmedas alas se liberó a sí misma, ridícula en su débil torpeza. Con repentina e inesperada rapidez, se precipitó hacia las aterrorizadas muchachas. Antes de que Lessa pudiera parpadear, embistió a la primera muchacha con tanta violencia que su cabeza chasqueó audiblemente y la muchacha se desplomó sobre la arena. Sin prestarle la menor atención, el dragón hembra saltó hacia la segunda muchacha, pero calculó mal la distancia y cayó, extendiendo una garra en busca de apoyo y rastrillando el cuerpo de la muchacha desde el hombro hasta la cadera. Gritando, la mortalmente herida muchacha distrajo al dragón hembra y liberó a sus compañeras de su horrorizado trance. Se dispersaron en trágica confusión, corriendo, saltando, tropezando, cayendo a través de la arena hacia la salida que los muchachos habían utilizado.
Mientras el dorado animal, gimiendo de un modo lastimero, contemplaba a las mujeres que huían de ella, Lessa avanzó. Aquella estúpida muchacha... ¿Por qué no se había hecho a un lado?, pensó, extendiendo una mano hacia la cabeza cuneiforme, no mucho mayor que su propio torso. El dragón hembra era tan torpe y tan débil que ella misma era su peor enemigo.
Lessa hizo girar la cabeza de modo que los ojos de múltiples facetas se vieran obligados a mirarla... y se encontró a sí misma perdida en aquella mirada de arco iris.
Una sensación de dicha inundó a Lessa; una sensación de calor, ternura, afecto puro, e inmediato respeto y admiración, llenó su mente, su corazón y su alma. A Lessa no le faltaría nunca más un abogado, un defensor, un amigo íntimo, que adivinaría instantáneamente su estado de ánimo, sus deseos. ¡Cuán maravillosa era Lessa! El pensamiento se introdujo en las reflexiones de Lessa. Era hermosa, amable, cariñosa, valiente y lista...
Maquinalmente, Lessa extendió una mano para rascar el lugar exacto en el blando párpado.
El dragón hembra parpadeó ansiosamente, sumamente triste por haber sido causa de inquietud para Lessa. Lessa se apresuró a tranquilizarla, palmeando el blando y húmedo cuello que se arqueaba confiadamente hacia ella. El dragón hembra se tambaleó hacia un costado y una de sus alas se enganchó en la garra posterior. Le dolía. Lessa levantó cuidadosamente la pata afectada, liberó el ala, plegándola a lo largo del costado del animal.
El dragón hembra empezó a canturrear, siguiendo con los ojos cada uno de los movimientos de Lessa. Empujó a Lessa con la cabeza, y Lessa rascó obedientemente el otro párpado.
El dragón hembra le hizo saber que estaba hambrienta.
—Te traeremos algo que puedas comer directamente —le aseguró Lessa jovialmente, al tiempo que parpadeaba de asombro ante la insensibilidad del dragón hembra. Era un hecho que aquella pequeña amenaza acababa de herir gravemente, si no las había matado, a dos mujeres.
Lessa no podía creer que sus simpatías se inclinaran de un modo tan alarmante hacia el animal. Sin embargo, para ella era la cosa más natural del mundo el deseo de proteger a aquella cría.
El dragón hembra arqueó su cuello para mirar a Lessa rectamente a los ojos. Ramoth repitió ansiosamente lo hambrienta que estaba, después de haber permanecido tanto tiempo dentro de aquella cáscara sin alimento.
Lessa se preguntó cómo conocía el nombre del dragón hembra, y Ramoth replicó: ¿Por qué no debería ella conocer su propio nombre, dado que era suya y de nadie más? Y entonces Lessa se perdió en la maravilla de aquellos ojos magníficamente expresivos.
Indiferente a los dragones bronce que descendían, indiferente a la presencia de sus jinetes, Lessa acarició la cabeza de la criatura más maravillosa de todo Pern, presciente de disgustos y glorias, pero más inmediatamente consciente de que Lessa de Pern era Dama del Weyr de la Dorada Ramoth desde ahora y para siempre.
EL VUELO DEL DRAGÓN
Los mares hierven y las montañas se mueven,
Las arenas queman, los dragones prueban
Que la Estrella Roja pasa.
Las piedras se amontonan y las fogatas arden,
la vegetación se marchita, arma a Pern.
Vigila todos los Pasos.
Piedra de la Estrella vigila, escruta el cielo.
Preparados los Weyrs, todos los jinetes en vuelo;
Que la Estrella Roja pasa.
—Si una reina no está destinada a volar, ¿por qué tiene alas? —preguntó Lessa. Estaba intentando sinceramente mantenerse dentro de un tono razonable.
Había tenido que aprender eso: aunque era de naturaleza bulliciosa, aquí debía comportarse con discreción. Al contrario de la mayoría de los pernenses, los dragoneros podían percibir auras emocionales intensas.
Las espesas cejas de R'gul se unieron en un fruncimiento desconcertado. Cerró de golpe las mandíbulas con exasperación. Lessa conoció su respuesta antes de que la formulara.
—Las reinas no vuelan —dijo secamente;
—Excepto para aparearse —rectificó S'lel. Había estado dormitando, un estado que alcanzaba sin esfuerzo y con frecuencia, a pesar de que era más joven que el vigoroso R'gul.
Iban a pelearse otra vez, pensó Lessa con un gruñido interno. Ella podría soportarlo durante casi media hora, y luego su estómago empezaría a revolverse. La idea que tenían de instruir a la nueva Dama del Weyr en sus «Deberes hacia el Dragón, el Weyr y Pern» degeneraba demasiado a menudo en prolongadas discusiones sobre detalles ínfimos de las lecciones que ella tenía que aprenderse de memoria y recitar al pie de la letra. A veces, como ahora, Lessa mantenía la leve esperanza de que podría enredarles tan apretadamente en sus propias inconsistencias que inadvertidamente revelarían un par de verdades.
—Una reina sólo vuela para aparearse —R'gul admitió la rectificación.
—Desde luego —dijo Lessa con persistente paciencia—, si puede volar para aparearse, puede volar en otros momentos.
—Las reinas no vuelan. —La expresión de R'gul era obstinada.
—Jora nunca hizo volar a un dragón —murmuró S'lel, parpadeando rápidamente en su confusión con el pasado. Su expresión era de vago desconcierto—. Jora no abandonó nunca esos apartamentos.
—Llevaba a Nemorth a los comederos —replicó R'gul en tono irritado.
La bilis ascendió a la garganta de Lessa. Tragó saliva. Tendría que obligarles a marcharse, sencillamente. ¿Se darían cuenta de que Ramoth despertaba a veces demasiado oportunamente? Tal vez manejaría mejor al quisquilloso Hath, el dragón R'gul. En su fuero interno, Lessa se permitió una sonrisa interna, ya que su secreta facultad de oír y hablar a cualquier dragón en el Weyr, verde, azul, pardo o bronce, la tranquilizaba momentáneamente.
—Cuando Jora podía conseguir que Nemorth se moviera —murmuró S'lel, mordiéndose el labio inferior con aire preocupado.
R'gul fulminó a S'lel con la mirada para reducirle al silencio y, habiéndolo conseguido, dio unos golpecitos sobre la pizarra de Lessa.
Reprimiendo un suspiro, Lessa empuñó el estilo. Había escrito ya esta balada nueve veces, con una caligrafía perfecta. Al parecer, el número mágico de R'gul era el diez. Ya que Lessa había escrito cada una de las Baladas Instructivas, las Sagas del Desastre y las Leyes, con una caligrafía perfecta, diez veces. Cierto que no había entendido ni la mitad de ellas, pero se las sabía de memoria.
«
Los mares hierven y las montañas se mueven
», escribió.
Posiblemente. Si se produce un gran cataclismo en el interior de la tierra. Uno de los guardianes de Fax en el Fuerte de Ruatha había contado en cierta ocasión una historia de la época de su bisabuelo. Toda una aldea del litoral en Fuerte del Este se había sumergido en el mar. Aquel año se habían producido unas mareas monumentales y, más allá de Ista se decía que había surgido una montaña en la misma época, con su cima vomitando fuego. Años más tarde se había apagado. El verso podía referirse a eso. Era posible.
«
Las arenas queman...
» Cierto, en verano se decía que la Llanura Igen podía resultar insoportable. Ninguna sombra, ningún árbol, ninguna cueva, sólo desierto de arena. Incluso los dragoneros rehuían aquella región en pleno verano. Pensando en ello, las arenas de la Sala de Eclosión siempre estaban calientes, bajo el pie. ¿Se calentaban alguna vez lo suficiente para quemar? ¿Y qué las calentaba, después de todo? ¿Los mismos fuegos internos invisibles que calentaban el agua en las piscinas de todo el Weyr de Benden?
«
Los dragones prueban...
» Tan ambiguo como para permitir media docena de interpretaciones, y R'gul ni siquiera sugería una como oficial. ¿Significaba que los dragones demuestran que pasa la Estrella Roja? ¿Cómo? ¿Emitiendo un grito especial, similar al que emiten cuando uno de los de su especie pasa a morir al
inter
? ¿O se demostraban los dragones a sí mismos de alguna otra manera cómo pasaba la Estrella Roja? ¿Además, desde luego, de su tradicional cometido de quemar a las Hebras que caían de los cielos? Oh, había muchas cosas que aquellas baladas no decían, y que nadie explicaba nunca. Sin embargo, originalmente, tenía que haber existido un motivo.
«
Las piedras se amontonan y las fogatas arden / La vegetación se marchita, arma a Pern.
»
Más enigmas. ¿Amontonaba alguien las piedras en las fogatas? ¿Se referían al pedernal? ¿O se amontonaban las piedras por sí mismas como en una avalancha? El autor de la balada podía haber sugerido al menos la estación involucrada... ¿o lo hacía, con «
la vegetación se marchita
»? Pero la vegetación atraía específicamente a las Hebras, lo cual era el motivo, tradicionalmente, de que no estuviera permitida alrededor de las viviendas humanas. Pero las piedras no podían evitar que una Hebra se ocultara bajo tierra y se multiplicara. Sólo las emisiones de fosfina de un dragón comedor de pedernal eliminaban a una Hebra? Y en la actualidad, pensó Lessa con una débil sonrisa, nadie, ni siquiera los dragoneros —con las notables excepciones de F'lar y los miembros de su escuadrón—, se molestaba en ejercitarse con pedernal, y mucho menos en arrancar la hierba seca de las casas. Últimamente, las cumbres de las colinas, completamente áridas durante siglos, se cubrían de verdor en primavera.
«
Vigila todos los Pasos
.»
Lessa grabó la frase con el estilo, pensando para sí misma: para que ningún dragonero puede abandonar el Weyr sin ser detectado.
La política de inacción de R'gul como caudillo del Weyr estaba basada en la idea de que si nadie, Señor o súbdito, veía a un dragonero, nadie podría ser ofendido. Incluso las patrullas tradicionales eran enviadas ahora sobre zonas deshabitadas, para que la agitación acerca del «parasitario» Weyr remitiera. Fax, cuya abierta disensión había puesto en marcha aquel movimiento, no se había llevado la causa a su tumba. Se decía que Larad, el joven Señor de Talgar, era el nuevo caudillo.
R'gul como caudillo del Weyr. Esto enfurecía a Lessa, ya que el dragonero era obviamente inadecuado para tal caudillaje. Pero su Hath había cubierto a Nemorth en su último vuelo. Tradicionalmente (y esa palabra empezaba a asquear a Lessa por los pecados de omisión atribuibles a su nombre), el caudillo del Weyr era el jinete del dragón que cubría a la reina. Oh, R'gul encajaba en el papel: un hombre alto, robusto, físicamente vigoroso y dominante, con un rostro de facciones duras que sugería una personalidad severamente disciplinada. Sólo que, en opinión de Lessa, la disciplina estaba descaminada.
F'lar en cambio... se había disciplinado a sí mismo y había disciplinado a su escuadrón en lo que Lessa consideraba la dirección adecuada. Ya que él, al contrario del caudillo del Weyr, no sólo creía sinceramente en las Leyes y Tradiciones que seguía, sino que las comprendía. De vez en cuando Lessa había logrado entender una lección nebulosa gracias a un par de frases pronunciadas por F'lar a su intención. Pero, tradicionalmente, sólo el caudillo del Weyr instruía a la Dama del Weyr.
¿Por qué, en nombre del Huevo, no había cubierto a Nemorth Mnementh, el gigante bronce de F'lar? Hath era un noble animal, de bella estampa, pero no podía compararse con Mnementh en tamaño, con las alas extendidas, ni en fuerza. Si Mnementh hubiera cubierto a Nemorth, habría habido más de diez huevos en aquella última puesta.
Jora, la difunta y no llorada Dama del Weyr, había sido obesa, estúpida e incompetente. Acerca de esto todo el mundo estaba de acuerdo. Supuestamente, el dragón reflejaba a su jinete tanto como el jinete al dragón. Los pensamientos de Lessa se hicieron críticos. Sin duda, a Mnementh le había resultado tan antipático el dragón hembra como a F'lar le resultaría antipático el jinete... que no cabalgaba, se rectificó a sí misma Lessa, mirando sardónicamente al soñoliento S'lel.