Read Ender el xenocida Online

Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia ficción

Ender el xenocida (10 page)

Mientras tanto, sin embargo, el Congreso sabría que había sucedido algo. Era posible que con la ineficacia burocrática normal del Congreso nadie averiguara nunca lo que había sucedido. Pero al final alguien advertiría que no había ninguna explicación natural ni humana de lo que había sucedido. Alguien advertiría que Jane (o algo parecido a ella) debía existir, y que cortar las comunicaciones ansibles la destruiría. Cuando descubrieran esto, ella moriría con toda seguridad.

—Tal vez no —insistió Miro—. Tal vez puedas impedirles que actúen. Interferir con las comunicaciones interplanetarias, para que no den la orden de cortar las comunicaciones.

Nadie respondió. Él supo por qué: ella no podría interferir las conexiones ansibles eternamente. Tarde o temprano el gobierno de cada planeta llegaría a la misma conclusión por su cuenta. Ella debería vivir en un estado de guerra constante durante años, décadas, generaciones. Pero cuanto más poder usara, más la odiaría y la temería la humanidad. Al final, la matarían.

—Un libro, entonces —sugirió Miro—. Como la Reina Colmena y Hegemón. Como la Vida de Humano. El Portavoz de los Muertos podría escribirlo para persuadirlos de que no lo hagan.

—Tal vez —asintió Valentine.

—Ella no puede morir —manifestó Miro.

—Sé que no podemos pedirle que corra ese riesgo —convino Valentine—. Pero si es la única manera de salvar a la reina colmena y a los pequeninos…

Miro se enfureció.

—¡Es fácil hablar de su muerte! ¿Qué es Jane para usted? Un programa, una pieza de software. Pero no lo es, ella es real, tan real como la reina colmena, tan real como cualquiera de los cerdis…

—Más real para ti, creo —dijo Valentine.

—Igual de real —contestó Miro—. Se olvida de que conozco a los cerdis como si fueran mis propios hermanos…

—Pero estás dispuesto a contemplar la filosofía de que destruirlos puede ser moralmente necesario.

—No tergiverse mis palabras.

—Las estoy liberando. Puedes contemplar la idea de perderlos, porque ya los has perdido. Sin embargo, perder a Jane…

—¿El hecho de que ella sea mi amiga significa que no puedo interceder en su favor? ¿Es que las decisiones de vida o muerte sólo pueden tomarlas los desconocidos?

La voz de Jakt, tranquila y profunda, interrumpió la discusión.

—Calmaos, los dos. No es decisión vuestra, sino de Jane. Ella tiene el derecho de determinar el valor de su propia vida. No soy ningún filósofo, pero eso lo sé.

—Bien dicho —respondió Valentine.

Miro sabía que Jakt tenía razón, que era elección de Jane. Pero no podía soportarlo, porque también sabía qué decidiría ella. Dejar la opción a Jane equivalía a pedirle que lo hiciera. Sin embargo, al final, la elección sería suya de todas formas. Él ni siquiera tenía que preguntarle qué decidiría. El tiempo pasaba tan rápidamente para ella, sobre todo ahora que viajaban casi a la velocidad de la luz, que probablemente ya había tomado partido.

Era demasiado para poder soportarlo. Perder ahora a Jane sería horrible; sólo pensar en ello amenazaba la compostura de Miro. No quería mostrar debilidad delante de aquella gente. Buena gente, eran buena gente, pero no quería que lo vieran perder el control de sí mismo. Así que Miro se inclinó hacia delante, encontró el equilibrio y precariamente se levantó del asiento. Fue difícil, ya que sólo unos cuantos músculos respondían a su voluntad, y tuvo que recurrir a toda su concentración sólo para dirigirse desde el puente a su compartimento. Nadie lo siguió ni le habló. Se alegró de ello.

A solas en su habitación, se tendió en su camastro y la llamó. Pero no en voz alta. Subvocalizó, porque ésa era su costumbre cuando hablaba con ella. Aunque los demás supieran ahora de su existencia, no tenía intención de perder los hábitos que había mantenido ocultos hasta el momento.

—Jane —dijo silenciosamente.

—Sí —respondió la voz en su oído.

Imaginó, como siempre, que la suave voz procedía de una mujer que no podía ver, pero estaba cerca, muy cerca. Cerró los ojos, para poder imaginarla mejor. Su aliento en la mejilla. El cabello danzándole sobre la cara mientras le hablaba suavemente, mientras él respondía en silencio.

—Habla con Ender antes de decidir —aconsejó él.

—Ya lo he hecho. Ahora mismo, mientras tú pensabas en esto.

—¿Qué te ha dicho?

—Que no hiciera nada. Que no decidiera nada, hasta que se envíe la orden.

—Me parece bien. Tal vez no la den.

—Tal vez. Tal vez un grupo nuevo con política diferente suba al poder. Tal vez este grupo cambie de opinión. Tal vez la propaganda de Valentine tenga éxito. Tal vez haya un motín en la flota.

Esto último era tan improbable que Miro se dio cuenta de que Jane estaba completamente convencida de que la orden se enviaría.

—¿Cuándo? —preguntó Miro.

—La flota debe llegar dentro de unos quince años. Un año después de que lo hagan estas dos naves. Es así como he calculado vuestro viaje. La orden será enviada poco antes. Tal vez seis meses antes de la llegada…, lo que equivale a unas ocho horas en tiempo de la nave antes de que la flota salga de la velocidad de la luz y adquiera velocidades normales.

—No lo hagas.

—Todavía no lo he decidido.

—Sí que lo has hecho. Has decidido hacerlo.

Ella no respondió.

—No me dejes —suplicó él.

—No dejo a mis amigos si no tengo que hacerlo. Algunas personas lo hacen, pero yo no.

—No lo hagas —repitió él.

Estaba llorando. ¿Podía verlo ella, sentirlo de algún modo a través de la joya en su oído?

—Lo intentaré.

—Busca otro medio. Busca otra manera de detenerlos. Busca otra forma de colocarte fuera de la red filótica para que no puedan matarte.

—Eso es lo que dijo Ender.

—¡Entonces, hazlo!

—Puedo buscar esa forma, pero ¿quién sabe si existe?

—Tiene que existir.

—Por eso a veces me pregunto si estoy viva o no. Las criaturas vivientes pensáis que cuando deseáis algo con mucha intensidad tiene que suceder. Creéis que deseando algo con todo vuestro corazón se hará real.

—¿Cómo puedes buscar algo si no crees que existe?

—O busco o no lo busco —dijo Jane—. No me distraigo ni me aburro como hacen los humanos. Intentaré pensar en otra cosa.

—Piensa también en esto —sugirió Miro—. Piensa en quién eres. O cómo funciona tu mente. No podrás encontrar un modo de salvarte hasta que comprendas cómo empezaste a vivir. Y cuando te comprendas a ti misma…

—Quizá pueda hacer una copia y almacenarla en alguna parte.

—Tal vez.

—Tal vez —repitió ella.

Pero él supo que Jane no lo creía, ni él tampoco. Ella existía en la red filótica de los ansibles: podía almacenar sus memorias en la red de ordenadores de cada mundo y cada nave en el espacio, pero no existía ningún sitio donde pudiera colocar su yo, no si requería una cadena de enlaces filóticos.

A menos que…

—¿Qué hay de los padres-árbol de Lusitania? Se comunican filóticamente, ¿no?

—No es lo mismo —respondió Jane—. No es digital. No está codificado como los ansibles.

—Puede que no sea digital, pero la información se transmite de algún modo. Funciona filóticamente. Y la reina colmena…, también ella se comunica con los insectores de esa forma.

—Eso no es posible —objetó Jane—. La estructura es demasiado simple. Su comunicación con ellos no forma una red. Todos están conectados sólo con ella.

—¿Cómo sabes que no funcionará, cuando ni siquiera sabes con seguridad cómo funcionas tú?

—Muy bien. Lo pensaré.

—Piensa con fuerza.

—Sólo conozco una forma de pensar.

—Quiero decir que prestes atención.

Ella podía seguir muchos hilos de pensamiento a la vez, pero sus pensamientos tenían prioridades, con muchos niveles distintos de atención. Miro no quería que relegara su autoinvestigación a un nivel de atención bajo.

—Prestaré atención —prometió ella.

—Entonces se te ocurrirá algo. Ya verás.

Ella no respondió durante un rato. Miro pensó que esto significaba que la conversación había terminado. Sus pensamientos empezaron a divagar. Intentó imaginar cómo sería la vida, todavía en este cuerpo, sin Jane. Podía suceder antes de que llegara a Lusitania. Si era así, este viaje habría sido el peor error de su vida. Viajando a la velocidad de la luz, saltaba treinta años de tiempo real. Treinta años que podía haber pasado con Jane. Podría soportar su pérdida entonces. Pero hacerlo ahora, sólo unas pocas semanas después de conocerla…, sabía que sus lágrimas surgían de la autocompasión, pero las vertió de todas formas.

—Miro —llamó ella.

—¿Qué?

—¿Cómo puedo pensar algo que no ha sido pensado antes?

Durante un momento, él no contestó.

—Miro, ¿cómo puedo idear algo que no es sólo la conclusión lógica de las cosas que los seres humanos han ideado y escrito ya en alguna parte?

—Piensas en cosas constantemente —dijo Miro.

—Estoy tratando de concebir algo inconcebible. Estoy intentando encontrar respuestas a preguntas que los seres humanos nunca han intentado plantear.

—¿No puedes hacerlo?

—Si no puedo pensar pensamientos originales, ¿significa eso que no soy más que un programa de ordenador que se ha ido de la mano?

—Demonios, Jane, la mayoría de la gente no tiene un pensamiento original en toda su vida. —Miro se rió suavemente—. ¿Significa eso que sólo son monos caídos de los árboles que se fueron de la mano?

—Estabas llorando —dijo ella.

—Sí.

—No crees que pueda encontrar una salida a esto. Crees que voy a morir.

—Creo que se te ocurrirá una solución. De verdad. Pero eso no me impide tener miedo.

—Miedo de que yo muera.

—Miedo de perderte.

—¿Tan terrible sería perderme?

—Oh, Dios —susurró él.

—¿Me echarías de menos durante una hora? —insistió ella—. ¿Durante un día? ¿Durante un año?

¿Qué quería de él? ¿Seguridad de que cuando no existiera sería recordada? ¿De que alguien lloraría por ella? ¿Por qué lo dudaba? ¿No lo conocía aún? Tal vez era lo bastante humana para necesitar confirmación de cosas que ya sabía.

—Eternamente —respondió él.

Ahora le tocó a ella el turno de reír. Juguetonamente.

—No vivirás tanto.

—Y ahora me lo dices.

Esta vez, cuando Jane guardó silencio, no volvió, y Miro se quedó solo con sus pensamientos.

Valentine, Jakt y Plikt permanecieron juntos en el puente, hablando de las cosas que habían aprendido, tratando de decidir qué podían significar, qué podría suceder. La única conclusión a la que llegaron fue que, aunque no podía conocerse el futuro, probablemente sería mucho mejor que sus peores miedos y no tan bueno como sus mejores esperanzas. ¿No funcionaba así siempre el mundo?

—Sí —dijo Plikt—. Excepto con las excepciones.

Así era Plikt. Menos cuando estaba enseñando, decía poco, pero cuando hablaba, tenía la habilidad de terminar la conversación. Plikt se levantó para dejar el puente y dirigirse a su camastro incómodo y miserable; como de costumbre, Valentine intentó persuadirla para que volviera a la otra nave.

—Varsam y Ro no me quieren en su habitación —adujo Plikt.

—No les importa.

—Valentine —dijo Jakt—. Plikt no quiere volver a la otra nave porque no quiere perderse nada.

—Oh —exclamó Valentine.

Plikt sonrió.

—Buenas noches.

Poco después, también Jakt dejó el puente. Su mano descansó sobre el hombro de Valentine un momento.

—Iré pronto —dijo ella.

Y lo decía en serio en ese instante, pues tenía la intención de seguirlo casi inmediatamente. En cambio, se quedó en el puente pensando, reflexionando, intentando comprender un universo que ponía a todas las especies no humanas conocidas por el hombre en peligro de extinción, todas a la vez. La reina colmena, los pequeninos, y ahora Jane, la única de su especie, quizá la única que podría existir jamás. Una verdadera profusión de vida inteligente, y sin embargo conocida sólo por unos pocos. Y todos ellos en fila para ser aniquilados.

«Al menos Ender comprenderá por fin que éste es el orden natural de las cosas, que tal vez no fuera tan responsable de la destrucción de los insectores hace tres mil años, como siempre había creído. El xenocidio debe de estar inscrito en el universo. No hay piedad, ni siquiera para los mejores participantes en el juego.»

¿Cómo podía ella haber pensado lo contrario? ¿Por qué deberían ser inmunes las especies inteligentes a la amenaza de extinción que gravita sobre cada especie que existe?

Aproximadamente una hora después de que Jakt dejara el puente, Valentine apagó por fin su terminal y se levantó para irse a la cama. Sin embargo, por impulso, hizo una pausa antes de marcharse y habló al aire.

—¿Jane? —llamó—. ¿Jane?

No hubo respuesta.

No tenía motivos para esperar ninguna. Era Miro quien llevaba la joya en el oído. Miro y Ender. ¿A cuántas personas pensaba que podía atender Jane a la vez? Tal vez sólo podía manejar a dos.

O tal vez dos mil. O dos millones. ¿Qué sabía Valentine de las limitaciones de un ser que existía como un fantasma en la telaraña filótica? Aunque Jane la oyera, Valentine no tenía derecho a esperar que respondiera a su llamada.

Valentine se detuvo en el pasillo, directamente entre la puerta de Miro y la de la habitación que compartía con Jakt. Las puertas no estaban insonorizadas. Oyó los suaves ronquidos de Jakt en su compartimento. También percibió otro sonido. La respiración de Miro. No dormía. Tal vez estaba llorando. Valentine no había criado tres hijos sin saber reconocer esa respiración entrecortada y pesada.

«No es hijo mío. No debería inmiscuirme.»

Abrió la puerta. No hizo ruido, pero arrojó un rayo de luz sobre la cama. El llanto de Miro se detuvo inmediatamente, pero el joven la miró con ojos hinchados.

—¿Qué quiere? —dijo.

Ella entró en la habitación y se sentó en el suelo junto a su camastro, de manera que sus caras quedaron apenas a unos centímetros de distancia.

—Nunca has llorado por ti mismo, ¿verdad? —preguntó Valentine.

—Unas cuantas veces.

—Pero esta noche lloras por ella.

—Por mí tanto como por ella.

Valentine se inclinó más, lo abrazó y le hizo apoyar la cabeza en su hombro.

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