Ender el xenocida (9 page)

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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia ficción

—Por eso es tan difícil tomar en serio los experimentos de Ganges.

—Los experimentos de Ganges fueron cuidadosos y sinceros.

—Pero nadie más consiguió los mismos resultados.

—Nadie más los tomó lo bastante en serio para ejecutar los mismos experimentos. ¿Le sorprende eso?

—Sí —dijo Valentine. Pero entonces recordó cómo se ridiculizó la idea en la prensa científica, mientras que era aceptada inmediatamente en el ámbito de los lunáticos e incorporaba a docenas de religiones marginales. Una vez sucedido eso, ¿cómo podía esperar un científico tener una carrera si los demás lo consideraban defensor de una religión metafísica?—. No, supongo que no.

La imagen de Miro asintió.

—Si el rayo filótico enlaza en respuesta a la voluntad humana, ¿por qué no podemos suponer que todos los enlaces filóticos tienen voluntad? Cada partícula, toda materia y energía…, ¿por qué no podría ser cada fenómeno observable en el universo la conducta volitiva de los individuos?

—Ahora hemos ido más allá del hinduismo gangeano —señaló Valentine—. ¿Hasta qué punto debo tomarme esto en serio? Estás hablando de animismo. El tipo más primitivo de religión. Todo está vivo. Piedras y océanos y…

—No —la interrumpió Miro—. La vida es la vida.

—La vida es la vida —repitió el programa de ordenador—. La vida es cuando un solo filote tiene la fuerza de voluntad para unirse a las moléculas de una sola célula, para entrelazar sus rayos en uno. Un filote más fuerte puede unir muchas células en un solo organismo. Los más fuertes de todos son los seres inteligentes. Podemos conferir nuestras conexiones filóticas a donde queramos. La base filótica de la vida inteligente es aún más clara en las otras especies conscientes conocidas. Cuando un pequenino muere y pasa a la tercera vida, es la fuerte voluntad de su Pilote lo que conserva su identidad y la pasa del cadáver mamaloide al árbol viviente.

—Reencarnación —dijo Jakt—. El filote es el alma.

—Sucede con los cerdis, al menos —declaró Miro.

—Y con la reina colmena también —intervino la imagen—. La razón por la que descubrimos las conexiones filóticas en primer lugar fue porque vimos cómo los insectores se comunicaban entre sí más rápido que la luz: eso nos mostró que era posible. Los insectores individuales forman parte de la reina colmena: son como sus manos y pies, y ella es su mente, un vasto organismo con miles o millones de cuerpos. Y la única conexión entre ellos es el enlace de sus rayos filóticos.

Era una concepción del universo que Valentine nunca había considerado antes. Por supuesto, como biógrafa e historiadora, por lo general concebía las cosas en términos de personas y sociedades; aunque no era completamente ignorante en el tema de la filótica, tampoco tenía una formación profunda sobre el tema. Tal vez un físico advertiría de inmediato que toda esta idea era absurda. Pero claro, tal vez un físico estaría tan encerrado en el consenso de su comunidad científica que le resultaría más difícil aceptar una idea que transformaba el significado de todo lo que conocía. Aunque fuera cierta.

Por otra parte, la idea le gustaba lo suficiente para desear que fuera cierta. De los miles de millones de amantes que se habían susurrado «Somos uno», ¿era posible que algunos de ellos lo hubiesen sido realmente? De los miles de millones de familias que se habían sentido tan unidas para parecer una sola alma, ¿no sería grandioso pensar que en el nivel más básico de la realidad era así?

Jakt, sin embargo, no se sintió tan cautivado por la idea.

—Creía que no íbamos a hablar sobre la existencia de la reina colmena —objetó—. Pensaba que eso era el secreto de Ender.

—Es verdad —concedió Valentine—. Todo el mundo en esta habitación lo sabe.

Jakt le dirigió una mirada impaciente.

—Creía que íbamos a Lusitania a ayudarles en su lucha contra el Congreso Estelar. ¿Qué tiene todo esto que ver con el mundo real?

—Tal vez nada —dijo Valentine—. Tal vez todo.

Jakt enterró su rostro en las manos durante un instante, luego volvió a mirarla con una sonrisa que en realidad no era tal.

—No te había oído decir nada tan trascendental desde que tu hermano se marchó de Trondheim.

Eso le hizo daño, sobre todo porque sabía cuál era la intención. Después de todos estos años, ¿Jakt estaba aún celoso de su vínculo con Ender? ¿Lamentaba todavía el hecho de que ella se preocupara por cosas que no significaban nada para él?

—Cuando él se marchó, yo me quedé —replicó Valentine.

En realidad estaba diciendo: aprobé el único examen que importaba. ¿Por qué dudas de mí ahora?

Jakt se sintió avergonzado. Era una de sus mejores cualidades: cuando advertía que se había equivocado, se retractaba de inmediato.

—Y cuando tú te marchaste, yo me marché contigo —dijo.

Lo cual significaba: estoy contigo, ya no estoy celoso de Ender, y lamento haberte hecho daño. Más tarde, cuando estuvieran a solas, se dirían de nuevo estas cosas abiertamente. No serviría de nada llegar a Lusitania con sospechas y celos por ninguna de las dos partes.

Miro, por supuesto, era ajeno al hecho de que Jakt y Valentine hubieran declarado ya una tregua. Sólo era consciente de la tensión que reinaba entre ellos, y creía ser la causa.

—Lo siento —se disculpó—. No pretendía…

—No importa —dijo Jakt—. Me he pasado de la raya.

—No hay ninguna raya —manifestó Valentine, dirigiendo una sonrisa a su marido.

Jakt le sonrió a su vez.

Aquello era lo que Miro necesitaba comprobar; se relajó visiblemente.

—Continúa —invitó Valentine.

—Considere todo eso como una suposición.

Valentine no pudo evitarlo: se echó a reír. En parte se rió porque todo el asunto místico gangeano del filote-como-alma era una premisa demasiado vasta y absurda para considerarla siquiera. En parte también para liberar la tensión entre Jakt y ella.

—Es una suposición horriblemente grande. Si ése es el preámbulo, me muero por oír la conclusión.

Miro, comprendiendo ahora su risa, se rió también.

—He tenido mucho tiempo para pensar. Ésa era realmente mi especulación de lo que es la vida: que todo en el universo es conducta. Pero hay algo más de lo que quiero hablarles. Y preguntarles, supongo. —Se volvió. hacia Jakt—. Y tiene mucho que ver con detener a la Flota Lusitania.

Jakt sonrió y asintió.

—Agradezco que me arrojen algún hueso de vez en cuando.

Valentine mostró su sonrisa más cautivadora.

—Bien…, más tarde te alegrarás cuando rompa unos cuantos huesos.

Jakt volvió a echarse a reír.

—Adelante, Miro —dijo Valentine.

La imagen respondió.

—Si toda la realidad es la conducta de los filotes, entonces obviamente la mayoría de los filotes sólo son lo bastante capaces o fuertes para actuar como un mesón o aguantar como un neutrón. Unos cuantos tienen la fuerza de voluntad para estar vivos, para gobernar un organismo. Y una fracción insignificante de ellos es lo bastante poderosa para controlar…, no, para ser un organismo consciente. Pero, sin embargo, el ser más complejo e inteligente, la reina colmena, por ejemplo, es, en el fondo, sólo un filote, como todos los demás. Gana su identidad y su vida del papel concreto que cumple, pero en realidad es un filote.

—Mi entidad…, mi voluntad, ¿es una partícula subatómica? —preguntó Valentine.

Jakt sonrió y asintió.

—Una idea divertida —admitió—. Mi zapato y yo somos hermanos.

Miro sonrió muy débilmente. Sin embargo, la imagen-Miro respondió.

—Si una estrella y un átomo de hidrógeno son hermanos, entonces sí, hay una relación entre usted y los filotes que componen objetos comunes como su zapato.

Valentine advirtió que Miro no había subvocalizado nada justo antes de que la imagen respondiera. ¿Cómo había ofrecido la analogía de estrellas y átomos de hidrógeno el software que producía la imagen, si Miro no la proporcionaba sobre la marcha? Valentine nunca había oído hablar de un programa de ordenador capaz de producir una conversación tan relacionada y a la vez tan apropiada por su cuenta.

—Y tal vez haya otras relaciones en el universo de las que no saben nada hasta ahora —prosiguió la imagen-Miro—. Tal vez exista un tipo de vida que no conozcan.

Valentine vio que Miro parecía preocupado. Agitado. Como si no le gustara lo que la imagen-Miro estaba haciendo ahora.

—¿De qué clase de vida estás hablando? —preguntó Jakt.

—Hay un fenómeno físico en el universo, muy común, que permanece completamente inexplicado. Sin embargo todo el mundo lo da por hecho a pesar de que nadie ha investigado seriamente por qué y cómo sucede. Es éste: ninguna de las conexiones ansibles se ha roto jamás.

—Tonterías —masculló Jakt—. Uno de los ansibles de Trondheim estuvo fuera de servicio durante seis meses el año pasado. No sucede a menudo, pero ocurre.

Una vez más los labios y la mandíbula de Miro permanecieron inmóviles; una vez más la imagen respondió inmediatamente. Estaba claro que ahora no la controlaba.

—No he dicho que los ansibles no se rompan. He dicho que las conexiones, los lazos filóticos entre las partes de un mesón dividido, no se han roto nunca. La maquinaria del ansible puede romperse, el software puede estropearse, pero el fragmento de un mesón dentro de un ansible no ha hecho nunca el cambio para permitir que su rayo filótico entrelace con otro mesón local o incluso con el planeta cercano.

—El campo magnético suspende el fragmento, por supuesto —dijo Jakt.

—Los mesones divididos no duran lo suficiente en la naturaleza para que sepamos cómo actúan de modo natural —dijo Valentine.

—Conozco todas las respuestas estándar —asintió la imagen—. Todas son tonterías. Todas son el tipo de respuestas que los padres dan a sus hijos cuando no saben la verdad y no quieren molestarse en averiguarla. La gente sigue tratando a los ansibles como si fueran magia. Todo el mundo se alegra de que sigan funcionando; si intentaran averiguar por qué, la magia podría perderse y entonces los ansibles se detendrían.

—Nadie piensa así —rebatió Valentine.

—Todo el mundo lo hace —replicó la imagen—. Aunque requiera cientos de años, o mil años, o tres mil, una de esas conexiones debería haberse roto ya. Uno de esos fragmentos de mesón debería haber cambiado su rayo filótico; sin embargo, no lo ha hecho nunca.

—¿Por qué? —preguntó Miro.

Al principio, Valentine asumió que estaba haciendo una pregunta retórica. Pero no: miraba a la imagen igual que los demás, pidiéndole que le explicara el motivo.

—Creía que este programa informaba de tus especulaciones —se sorprendió Valentine.

—Lo hacía —contestó Miro—. Pero ahora no.

—¿Y si hay un ser que vive entre las conexiones filóticas entre los ansibles? —preguntó la imagen.

—¿Estás segura de que quieres hacer esto? —preguntó Miro. Otra vez se dirigía a la imagen en la pantalla.

Entonces la imagen cambió, para convertirse en el rostro de una mujer joven a la que Valentine no había visto nunca.

—¿Y si hay un ser que habita en la telaraña de rayos filóticos que conectan los ansibles de cada mundo y cada nave en el universo humano? ¿Y si está compuesta de esas conexiones filóticas? ¿Y si sus pensamientos se desarrollan en el giro y la vibración de esos pares separados? ¿Y si sus recuerdos se almacenan en los ordenadores de cada mundo y cada nave?

—¿Quién eres? —preguntó Valentine, hablando directamente con la imagen.

—Tal vez soy quien mantiene vivas todas esas conexiones filóticas, de ansible a ansible. Tal vez soy un nuevo tipo de organismo, uno que no entrelaza rayos, sino que los mantiene enlazados para que nunca se rompan. Y si eso es cierto, entonces si esas conexiones se rompen alguna vez, si los ansibles dejan de moverse…, si los ansibles guardan silencio alguna vez, entonces yo moriría.

—¿Quién eres? —repitió Valentine.

—Valentine, me gustaría que conociera a Jane —suspiró Miro— Una amiga de Ender y mía.

Jane.

De modo que Jane no era el nombre en código de un grupo subversivo dentro de la burocracia del Congreso Estelar. Jane era un programa de ordenador, una pieza de software.

No. Si lo que ella acababa de sugerir era cierto, entonces Jane era más que un programa. Era un ser que habitaba en la telaraña de rayos filóticos, que almacenaba sus recuerdos en los ordenadores de cada mundo. Si ella tenía razón, entonces la telaraña filótica, la red de rayos filóticos entrecruzados que conectaba los ansibles de cada mundo, era su cuerpo, su sustancia. Y los enlaces filóticos continuaban trabajando sin romperse nunca porque ella lo deseaba así.

—Así que ahora le pregunto a la gran Demóstenes —dijo Jane—: ¿Soy raman o varelse? ¿Estoy viva? Necesito tu respuesta, porque creo que puedo detener a la Flota Lusitania. Pero antes, tengo que saberlo: ¿es una causa por la que merezca la pena morir?

Las palabras de Jane se clavaron en el corazón de Miro. Ella podía detener la flota, se dio cuenta de inmediato. El Congreso había enviado el Pequeño Doctor con varias naves de la flota, pero aún no había dado la orden de usarlo. No podían hacerlo sin que Jane lo supiera de antemano, y con su completa penetración de todas las comunicaciones ansibles, podría interceptar la orden antes de que fuera enviada.

El problema consistía en que no podía hacerlo sin que el Congreso advirtiera que ella existía, o al menos que sucedía algo raro. Si la flota no confirmaba la orden, simplemente sería enviada otra vez, y otra, y otra más. Cuanto más bloqueara los mensajes, más claro quedaría para el Congreso que alguien tenía un grado imposible de control sobre los ordenadores ansibles.

Ella podría evitarlo enviando una confirmación falsa, pero entonces tendría que vigilar todas las comunicaciones entre las naves de la flota, y entre la flota y las estaciones de los planetas, para mantener la pretensión de que la flota conocía la orden asesina. A pesar de las enormes habilidades de Jane, esto quedaría pronto más allá de sus facultades: podía prestar atención a cientos, incluso a miles de cosas a la vez, pero Miro no tardó en comprender que no había manera de que pudiera manejar todas las vigilancias y alteraciones que esto necesitaría, aunque se dedicara a ello exclusivamente.

De un modo u otro, el secreto quedaría descubierto. Y mientras Jane explicaba el plan, Miro supo que tenía razón: su mejor alternativa, la que ofrecía el peligro menor de revelar su existencia, era simplemente cortar todas las conexiones ansibles entre la flota y las estaciones planetarias, y entre las naves de la flota. Dejar que cada nave permaneciera aislada, cada tripulación preguntándose qué había sucedido, y entonces no tendrían más remedio que abortar su misión o seguir obedeciendo las órdenes originales. Tendrían que marcharse o llegarían a Lusitania sin la autoridad para usar el Pequeño Doctor.

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