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Authors: Bruno Cardeñosa Juan Antonio Cebrián

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Enigma. De las pirámides de Egipto al asesinato de Kennedy (30 page)

Haciendo caso omiso de las encendidas críticas, Schliemann mantuvo sus trabajos de excavación y con los meses fueron apareciendo varios estratos pertenecientes a diversas Troyas, localizándose cuatro. Uno de sus ayudantes, Wilhelm Dórpfeld, descubriría, años más tarde, otras cinco, constatando de ese modo que la Troya de Homero era la situada en los niveles VI y VII y no en el II, como creía el propio Schliemann.

Las aportaciones al conocimiento de la Grecia arcaica efectuadas por este ilustre alemán son indiscutibles. En sus años de labor, no sólo descubrió Troya, sino que también fue fundamental en el hallazgo de las tumbas del círculo A de la mítica ciudad de Micenas, así como en la localización de las murallas ciclópeas de Tirinto. Puede que sus peculiares formas de investigación no fueran las más ortodoxas e impecables del oficio arqueológico y que su obsesión por Homero le impidiera analizar correctamente lo que estaba haciendo en los diferentes yacimientos que destapaba. Es cierto que destruyó —por ignorancia— muchas piezas de valor incalculable y que nunca sabremos si el tesoro de Príamo fue encontrado en el lugar que él dijo. Pero si hoy sabemos que Troya existió, es debido a que un día un joven de imaginación portentosa soñó con hacer realidad las historias leídas en el libro de su vida.

El 26 de diciembre de 1890 fallecía víctima de un colapso mientras paseaba por las calles de Nápoles. Sea cual fuere la procedencia de los tesoros hallados por él, nadie osa discutir que este obstinado buscador de quimeras nos ofreció una de las páginas más brillantes de toda la arqueología universal.

El regimiento Norfolk

Mes de agosto de 1915, frente de los Dardanelos en la costa turca. Desde el mes de marzo fuerzas del Imperio Británico y de Francia intentaban apoderarse del vital punto estratégico que guarda las comunicaciones entre el mar Negro y el Mediterráneo. Era una apuesta arriesgada. Si tenían éxito, podrían eliminar de la alineación de las potencias del Eje al Imperio Otomano, un peligroso enemigo. Por el contrario, si fracasaban, se encontrarían dentro de una trampa mortal a miles de kilómetros de sus bases más próximas. Durante meses la cabeza de puente aliada estuvo formada por un pequeño enclave sometido a constantes bombardeos, en tanto que la flota franco-británica, dueña del mar, proveía a los expedicionarios de provisiones, refuerzos y municiones. Desde un principio la resistencia turca, con apoyo alemán, fue firme, y los progresos aliados fueron mínimos. Se inició entonces, como en el frente occidental, una guerra de trincheras, que produjo una verdadera carnicería que no terminó hasta el mes de diciembre, cuando tras perder a cuarenta y seis mil hombres, los aliados se retiraron.

Una parte importante de las tropas expedicionarias aliadas estaba formada por regimientos y unidades del Imperio Británico, agrupadas en el CUANZ —Comando Unificado de Australia y Nueva Zelanda—, cuyas tropas lanzaron un violento ataque contra posiciones enemigas en la denominada cota 60 el 21 de agosto de 1915. Ese día, veintidós soldados neozelandeses de una compañía de ingenieros afirmaron haber visto al 4º regimiento de Norfolk —en realidad un batallón de doscientos sesenta y siete hombres— avanzar para apoyar el asalto al sur de la bahía de Suvla. Cuando los soldados atravesaban el lecho seco de un río, penetraron en una extraña nube que parecía flotar sobre el suelo. Cuando todos habían entrado en la nube, ésta se elevó, sin que al verse de nuevo el valle hubiese en él ningún ser humano. En cuanto a los turcos, afirmaron no haber capturado ningún prisionero en el sector. ¿Qué extraño suceso había ocurrido allí? Toda esta historia, divulgada gracias a los libros de Jacques Bergier y Peter Kolosimo, nació como consecuencia de una reunión conmemorativa de la campaña de los Dardanelos celebrada en 1965, cincuenta años después de los hechos, y en la que tres soldados neozelandeses de la 3ª sección, 1ª compañía de ingenieros, hicieron estas sorprendentes declaraciones, con la esperanza de que hubiese algún testigo más de aquel extraño suceso acontecido en el lejano verano del año 15. La verdad es que su testimonio es realmente impactante:

Se pudo ver que, a pesar de un viento sur que soplaba con una velocidad de seis a ocho kilómetros por hora, esas nubes no cambiaban ni de lugar ni de forma. Con respecto a nuestro punto de observación, de 150 metros de altura, planeaban con cerca de 60º de elevación (1.200 metros de altura). Bajo ese grupo y en situación estacionaria sobre el suelo, se encontraba otra nube parecida en cuanto a su forma, que medía cerca de doscientos cincuenta metros de largo, sesenta y cinco metros de alto y sesenta metros de ancho. Esa nube era extremadamente densa, hasta el punto de parecer sólida (…). Se vio entonces que un regimiento inglés compuesto de varios centenares de hombres, el cuarto de Norfolk, remontaba ese camino o lecho de río hacia la cota 60. Cuando llegaron hasta la nube, penetraron en ella sin vacilar. Cerca de una hora más tarde, una vez que el último soldado hubo desaparecido en su interior, la nube se elevó muy discretamente del suelo y, como cualquier nube o neblina, subió lentamente hasta juntarse con las otras nubes…

Sin embargo, desde el primer momento, hubo una serie de factores que hicieron pensar a los expertos que su declaración no era exacta, aun a pesar de contener detalles muy precisos. Por lo pronto, el 4º de Norfolk no era un regimiento entero, sino un batallón, y además terminó con bajas, pero intacto, la campaña de los Dardanelos. Los testigos se referían sin duda al 5º batallón de dicho regimiento, que desapareció en un ataque, pero de acuerdo con los archivos británicos no el 21 de agosto, sino el 12, a unos cinco kilómetros de distancia de donde se encontraban los ingenieros neozelandeses y no en la posición que ellos indican. Lo sorprendente es que hay otro texto que, en lo sustancial, parece coincidir con lo afirmado por los tres camaradas de armas y que consta en los documentos de la Comisión de los Dardanelos. A finales de 1917 esa comisión, creada para evaluar lo sucedido en la desastrosa campaña, terminó su informe definitivo, el cual fue entregado al alto mando aliado. Según se indica en el mismo, una densa bruma que reflejaba los rayos del Sol cubrió la bahía de Suvla el 21 de agosto de 1915 —sí, el 21, como afirman los testigos, no el 12—. Este hecho, que no era en absoluto extraño, pues sucedía de forma habitual en la zona, generó una enorme dificultad a los soldados aliados para poder percibir con exactitud la posición de los blocaos, casamatas y trincheras turcas, al tiempo que permitía a los defensores hacer blanco con mucha más precisión en las densas masas de infantes atacantes. En cualquier caso, lo cierto es que el documento hace referencia a la niebla, la identifica como un fenómeno meteorológico anómalo, pero usual en el cálido verano de la región, e indica que a lo largo de la tarde de dicho día tropas del CUANZ —tres mil hombres en total— se lanzaron al asalto de la cota 60, ataque en el que fueron apoyados por el 4º batallón del regimiento real de Norfolk. La comparación de la narración de los testigos neozelandeses con lo descrito en el informe oficial es sumamente curiosa, pues parece que los soldados que describen el supuesto fenómeno extraño de la nube separaron dos sucesos reales, la nube y el ataque, como si fuesen algo independiente, cuando en realidad era algo perfectamente conocido por los combatientes aliados al dar comienzo el avance.

Por otra parte, los documentos hablan con claridad de una extensa bruma y no de una nube de doscientos cincuenta metros posada sobre el suelo, tal y como se afirma en los testimonios de los testigos, que describen un fenómeno tan extraño que de haberse producido, sin duda, no hubiese pasado desapercibido a los observadores de ninguno de los bandos, siempre alerta ante cualquier estratagema nueva del enemigo.

Lo cierto es que el 5º batallón de infantería del regimiento real de Norfolk fue dado por desaparecido ante las trincheras turcas tras los trágicos sucesos del 21 de agosto de 1915. Pero los valientes soldados, que se lanzaron colina arriba contra las trincheras otomanas en apoyo de sus compañeros australianos y neozelandeses que atacaban la cota 60, en medio de las explosiones de las granadas, de la metralla y de los proyectiles de las ametralladoras, nunca fueron a ninguna parte, al menos sus cuerpos, pues a partir del 23 de septiembre de 1919, terminada la guerra, se recuperaron ciento veintidós de sus cadáveres. Los otros ciento cuarenta y cinco restantes quedaron mezclados con la tierra para siempre, deshechos por la metralla, los impactos de la artillería y el calor del verano, que aceleró la putrefacción de los cuerpos, lo mismo que pasó con los cuerpos nunca recuperados de veintisiete mil de los treinta y cuatro mil caídos de las fuerzas aliadas en la terrible batalla. En cuanto a sus almas, esperamos que hayan podido descansar en paz.

El experimento Filadelfia

Probablemente, hay pocas leyendas contemporáneas más arraigadas que la del experimento Filadelfia, según la cual un buque de la US Navy fue utilizado durante la II Guerra Mundial para participar en un experimento de invisibilidad. Novelas, ensayos y películas lo han convertido en un mito.

La historia fue popularizada por Morris Ketchum Jessup, un antiguo vendedor de repuestos de automóviles, que en 1956 se había hecho muy famoso en Estados Unidos con una obra sobre el fenómeno ovni, que se presentaba ante la opinión pública como «doctor Jessup» y que decía ser astrofísico —había estudiado astronomía en la Universidad de Michigan, pero nunca consiguió el doctorado—. Jessup recibió unas cartas en las que un misterioso Cari Allen —que firmaba la segunda de ellas— afirmaba que la US Navy había efectuado una serie de pruebas de propulsión electromagnética siguiendo la teoría del Campo Unificado de Albert Einstein. En una de las cartas, Allen describía los efectos del experimento sobre la tripulación de un barco de la armada norteamericana: un marinero se había vuelto invisible, otro se quedó paralizado, de los cuerpos de algunos marineros salieron llamas y otros desaparecieron para siempre poco tiempo después de volver a casa. Según decía, era marinero del
Andrew Furuseth
, en octubre de 1943; su buque se encontraba cerca del que había sufrido el experimento, pero no daba su nombre.

Cuando Jessup se encontraba escribiendo su segundo libro, el comandante Darrell Ritter de la ONR —Departamento de Investigación Naval— recibió un ejemplar de su primer libro lleno de anotaciones escritas en tres colores distintos: azul, azul-violeta y verde. El contenido de las anotaciones versaba sobre presuntos casos ovni y comentarios sobre detalles de la naturaleza de los ovni que nadie más conocía. El ONR hizo unas cuantas copias del libro a través de una compañía llamada Varo Manufacturing of Garland, Texas, e invitaron a Jessup a viajar a Washington para analizar el libro con ellos e intentar descifrar las anotaciones. Jessup descubrió que algunas habían sido escritas por Allen —la edición anotada del libro es hoy un artículo de coleccionista entre los ufólogos—, lo que le convenció de la realidad del experimento. Buscó la ayuda de dos amigos suyos, el naturalista Ivan T. Sanderson y el zoólogo J. Manson Valentine, para intentar esclarecer las cosas. Por desgracia, Jessup nunca pudo llegar al fondo de la cuestión. La noche del 20 de abril de 1959, fue encontrado en su coche en Dade County Park, cerca de su casa. No hubo autopsia, porque se consideró un caso claro de suicidio.

Tras la muerte de Jessup el asunto pareció olvidarse, pero ganó un gran impulso gracias a un libro de Berlitz y Moore, quienes afirmaron haber conocido al enigmático Carl Allen. Para entonces, el problema principal era determinar quién era Carl Allen. Investigaciones realizadas en los últimos años han aportado mucho sobre él, gracias al investigador Robert A. Goerman, un vecino de la familia Allen. Cari Meredith Allen nació en Springdale, Pennsylvania, el 31 de mayo de 1925. Era el mayor de cinco hermanos. Su padre era inglés y su madre mitad francesa —aunque Allen solía contar que sus padres eran irlandeses o gitanos—. Fue un estudiante brillante, tenía unas dotes especiales para las matemáticas y aprendió a hablar varios idiomas con soltura. Era un bromista y le gustaba engañar a la gente con sus mentiras y juegos extraños. Entró en la Marina en 1942. Luego se unió a la marina mercante y sirvió en el
Andrew Furuseth
. Tras una disputa con el sindicato, en 1952, abandonó la Marina para dedicarse a viajar por Estados Unidos, de un trabajo a otro. Según la historia que contó a Moore, pasó un tiempo en San Altos, México, donde vivió con una pandilla de gitanos, y empezó a llamarse Carlos Miguel Allende. En 1969 confesó que sus comentarios sobre el libro de Jessup habían sido mentiras para desprestigiar al autor, pero diez años después se retractó. Allen dijo que el barco experimental era el DE 173, número que correspondía con el
USS Eldridge
. En 1978 se hizo una película de ciencia ficción titulada
Thin Air
(1978), donde se menciona explícitamente el nombre del
USS Eldridge
y se describe el experimento de 1943. Al año siguiente se publicó
The Philadelphia Experiment: Project Invisibility
, la obra de William L. Moore y Charles Berlitz. Este libro también difundió el mito de que el barco se llamaba
USS Eldridge
. En 1984 se produjo otra película,
The Philadelphia Experiment
, que tuvo un fuerte impacto en la opinión pública —aunque no tuvo buenas críticas.

Respecto al
USS Eldridge
, no hay nada que no se sepa. Construido entre 1942 y 1943 por la Federal Shipbuilding and Drydocks, Newark, New Jersey, sirvió de escolta para petroleros y barcos mercantes en el norte de África, el Mediterráneo y en el sur de Europa. Al acabar su servicio en el océano Atlántico fue transferido al Pacífico, donde operó hasta el final de la guerra. Retirado del servicio en 1946, fue vendido a Grecia el 15 de enero de 1951, donde cambiaron su nombre a
León
. Su paradero nunca fue un secreto, razón por la cual existen decenas de fotografías suyas.

Finalmente, el 26 de marzo de 1999, el
Philadelphia Inquirer
publicó un artículo titulado «Philadelphia Experiment. Didn’t Happen Says Former Crew Members» («El experimento Filadelfia. Nunca ocurrió, según los antiguos miembros de la tripulación»). En este artículo se detallan conversaciones con los marineros que habían servido en el
USS Eldridge
en la época del experimento. Según los testimonios de decenas de veteranos, ni siquiera estuvo en Filadelfia, a pesar de que el barco hizo muchas visitas a puertos de la costa este. Los diarios de a bordo han demostrado que su memoria funciona bien, incluyendo la de Bill Van Allen, capitán del
Eldridge
entre 1943 y 1944.

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