Enigma. De las pirámides de Egipto al asesinato de Kennedy (33 page)

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Authors: Bruno Cardeñosa Juan Antonio Cebrián

Tags: #Divulgación

También se refugiaron en Argentina Adolf Eichmann —ejecutado en Israel— o el líder ustaca Ante Pavelic, pero en las naciones vecinas sucedió lo mismo. Klaus Barbie,
el Carnicero de Lyon
, vivió en Bolivia; Julius Rauff, el primero al que se le ocurrió matar con los gases del motor de los camiones, vivió en Chile y fue asesor de la policía política de la dictadura de Augusto Pinochet; el colaborador de la Gestapo en Francia, Auguste Ricord, se instaló en Paraguay; Herber Cuckurs, uno de los verdugos del gueto de Riga, lo hizo en Uruguay y destacados nazis como Franz Stangl, Franz Wagner o el terrible Josef Menguele vivieron en Brasil.

¿Se realizó una autopsia a un alien en Roswell?

Decir que si o que no es una temeridad. Queda muy bien afirmar que fue un fraude la filmación que recorrió el mundo en junio de 1995, en la que se observaba a varios forenses efectuando la autopsia de un humanoide con aspecto alienígena (al menos, así nos los imaginábamos). Con toda seguridad, cualquiera que nos lea en este momento y que responda a esta pregunta, a buen seguro que responderá esto: «Quedó demostrado que aquello fue un fraude, un muñeco de látex que hicieron pasar por un extraterrestre». Por mor de cómo actúa la sociedad actual, a buen seguro que muy pocos piensan lo contrario. Sin embargo, hay algo muy importante que señalar: nadie pudo demostrar que aquella filmación fuera un fraude.

Esta historia comenzó el 27 de marzo de 1995, cuando las agencias de noticias ANSA y AFP dan a conocer una información encabezada así: «Una película ultrasecreta tomada hace cincuenta años por militares norteamericanos y que muestra a un “extraterrestre muerto” será proyectada este verano en Gran Bretaña durante una reunión internacional de apasionados por el enigma ovni. Un ex cámara norteamericano, ahora de ochenta y dos años, habría hecho una copia de la película y después se la habría vendido a Ray Santilli, un productor inglés de documentales».

Apenas dos meses después, antes de lo previsto inicialmente, la filmación fue proyectada en secreto a un grupo de escogidos por un destacado investigador británico, Philip Manttle, durante un congreso ufològico financiado por el gobierno de San Marino. En la cinta, de noventa minutos, se observa a una serie de «doctores» que rodean una camilla en la cual yace un extraño personaje de aspecto humanoide pero con rasgos verdaderamente diferentes a los nuestros. Aparentemente, se trataba de uno de los tripulantes que aparecieron sin vida en el interior de un extraño artefacto volante que se habría estrellado en julio de 1947 en Roswell, Nuevo México (Estados Unidos). La caída de aquel objeto habría provocado una fulgurante actuación de las Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos con objeto de recuperar los restos y mantenerlos a buen recaudo. Como parte de aquella operación, el ejército habría solicitado al oficial Jack Barnett que registrara en vídeo todo el proceso. Fue Barnett, quien, cincuenta años después, habría decidido romper el sello del secreto y dar a conocer aquella parte de la cinta que estaba en su poder.

Las primeras imágenes de los restos del extraño artefacto caído en Roswell. Podría parecer cualquier cosa, pero el papel que porta el militar —al ser examinado con técnicas digitales— revela la naturaleza desconocida del objeto siniestrado.

Semanas después de aquella primera proyección privada, la grabación fue remitida a las televisiones de diferentes partes del mundo. Su emisión levantó una enorme polvareda, convirtiéndose en la gran noticia ufològica de la década de los noventa. Pero todo hay que decirlo: la reacción general fue de escepticismo. Muchos pensaron que aquel extraño ser no podía ser real y que más bien parecía un muñeco de látex. Pero claro, de haber sido un auténtico ser de otro mundo, ¿acaso hubiera provocado una reacción diferente como consecuencia de la forma en que fue divulgada? Además, a las pocas semanas de la eclosión informativa apareció otra filmación elaborada por una productora, Morgana Productions, que pretendió imitar la cinta original utilizando un muñeco de látex. Y efectivamente lo lograron, ¡pero es que cualquier cosa puede reproducirse gracias a técnicas cinematográficas! Sirva señalar además que el muñeco que utilizaron para su dramatización se modeló meses después de que la filmación original apareciera en los medios de comunicación, con lo que pierde crédito la sospecha infundida con cierta prepotencia por algunos periodistas asegurando que el «extraterrestre» de Morgana era el de la cinta de Santilli.

El hecho es que nadie pudo demostrar que la filmación fuera un fraude. Por mucho que la mayor parte de los analistas sospecháramos de su falsedad, nuestra honestidad debe obligarnos a aceptar que no disponemos de evidencias para demostrar quién, cómo y por qué elaboró aquella escena. Además, aparecieron varios análisis científicos ciertamente inquietantes. Por un lado, la empresa Kodak examinó el celuloide de la cinta sobre la que está grabada la autopsia y —sorprendentemente— tenía cincuenta años de antigüedad, si bien la compañía mostró su queja por no haber dispuesto de más cantidad de material para comprobar de forma rotunda el año de fabricación del celuloide. También hubo forenses que certificaron el comportamiento adecuado y correcto de los médicos que aparecen examinando al humanoide en la cinta de vídeo. Además, se comprobó que el cámara que había grabado la cinta fue, efectivamente, un oficial de la USAF en los tiempos del accidente de Roswell. Del mismo modo, las etiquetas que sellaban los rollos de cinta empleados para grabar al humanoide resultaron ser de 1947, si bien presentan algunas características diferentes a las de los habitualmente utilizados en Roswell por aquellas fechas. Por si fuera poco, algunos elementos físicos que aparecen en el lugar de la escena —un reloj, por ejemplo— también parecen datados en el año que nos ocupa.

Dicho todo esto, el análisis racional de los hechos nos sitúa en un cruce de caminos al que llegan dos vías de interpretación diferentes.

Primero: podríamos admitir que la filmación es un fraude, pero sería banal y falso asegurar que fue un «burdo montaje». En primer lugar, porque nadie ha logrado demostrarlo y, en segundo término, porque aun habiendo transcurrido diez años desde el descubrimiento de la cinta, no ha aparecido nadie (ni cámaras, ni actores, ni productores, ni maquilladores, ni iluminadores, etc.) que haya sugerido haber participado en tamaña producción. Y, de haber aparecido, a buen seguro que se hubiera llevado un buen dividendo a modo de exclusiva. Quien participara en ello por alguna razón se mantiene callado. Además, el dinero que obtuvo el productor Ray Santilli por la venta de su cinta no alcanzó, ni mucho menos, el montante que debería haber supuesto la grabación.

Y segundo: dicho lo anterior, no nos queda más remedio que pensar que el autor intelectual del presunto fraude utilizó recursos muy importantes y sofisticados para confundir a los investigadores de ovnis. Supo mantener durante un tiempo la tensión en la sociedad respecto al caso Roswell, permitiendo a la opinión pública asistir a un debate entre «creyentes» y «escépticos», al final del cual los segundos tenían todas las de vencer, habida cuenta de la sensación que transmitía la filmación y de lo atrevido que resultaba sostener que aquel ser era un verdadero alienígena.

Lo cierto es que cuando la filmación apareció ante la opinión pública, las investigaciones sobre el caso Roswell estaban ofreciendo resultados muy positivos. Se vivía con interés la proximidad del cincuenta aniversario del evento, ante la perspectiva de la obligación legal que tenía el gobierno de Estados Unidos de desclasificar toda la información que tuviese sobre el hecho. Se habían conocido, por ejemplo, los rastreos positivos efectuados por los estudiosos estadounidenses Kevin Randle y Donnald Schmitt, que recogieron durante años hasta doscientos testimonios de testigos que aseguraban haber asistido, de un modo u otro, a la recuperación de algo extraño en las inmediaciones de Roswell, a primeros de julio de 1947.

Sin embargo, la filmación del «marciano» provocó en última instancia una oleada de incredulidad entre la opinión pública. Más cuando en ese mismo verano de 1995 se dio a conocer una auditoría de la GAO (Oficina General de Cuentas), efectuada a partir de archivos del Departamento de Defensa a petición de un senador que exigía la verdad sobre el caso Roswell. En el informe se «revelaba» la existencia de un proyecto secreto llevado a cabo en 1947 mediante el lanzamiento de globos denominados Mogul. Según el texto gubernamental, uno de esos globos había provocado el incidente de Roswell. No importaba que aquel globo hubiera caído el 4 de junio en vez del 4 de julio, que es la fecha en la que ocurrió el suceso que nos ocupa…

Aquello dejó el camino despejado para «rematar» la operación cuando llegara el quincuagésimo aniversario del caso. En principio, para lavarse las manos, el gobierno aseguró que parte de la información que según la ley debía desclasificarse se quemó en un incendio fortuito. Finalmente, el 24 de junio de 1997 las Fuerzas Aéreas convocaron una rueda de prensa para dar a conocer otro informe en donde aseguraban que los humanoides capturados en Roswell no eran sino
dummies
, muñecos de pruebas para impactos que habían sido lanzados a varios kilómetros de altura durante unos experimentos militares. Dichos ensayos se realizaron en la década de los cincuenta, pero según el Pentágono, los testigos del caso Roswell habían confundido la fecha del caso. Según esta versión, en los años cincuenta algunos vieron a los globos Mogul caer y otros a los
dummies
estrellarse contra el suelo, creyendo que el suceso había ocurrido antes. Sin embargo, el Pentágono no quiso recordar que el 8 de julio de 1947 —y ahí están las hemerotecas— el diario vespertino
Daily Record Roswell
publicó en primera plana una noticia titulada así: «Las Fuerzas Aéreas capturan un platillo volante». Y es que, sin duda, estaban reflejando la realidad, fuera cual fuera su origen.

Sea como fuere, entre la aparición de la filmación del humanoide en 1995 y la explicación oficial de 1997, la credibilidad del caso Roswell quedó completamente herida y la opinión pública pasó a confundir el suceso con una «leyenda urbana». Pese a ello, dudar de que algo extraño cayó en aquella localidad de Nuevo México el 4 de julio de 1947 no es sino un ejercicio de autonegación de la realidad.

El proyecto HAARP

A mediados de marzo de 2005, se supo que los científicos y militares que lideraban el programa HAARP habían logrado, de forma accidental, crear una aurora boreal de forma artificial. Los teletipos y las agencias de noticias de todo el mundo se hicieron eco tímidamente de lo que en realidad era una noticia muy importante: la muestra del inmenso poder del calentador ionosférico que constituye uno de los grandes proyectos científico-militares de la nación más poderosa del planeta. Pero ¿qué es HAARP?

En Gakona, una remota localidad de Alaska, se eleva un majestuoso bosque de antenas levantadas por las Fuerzas Armadas de Estados Unidos y por una serie de corporaciones y compañías que trabajan para ellas. Corresponden al programa de Investigación de la Aurora Activa de Alta Frecuencia, más conocido por sus siglas en inglés como HAARP —High Frequency Active Aural Research Program—. Según el gobierno de Estados Unidos, sus funciones son muy claras: reemplazar el antiguo sistema ROTHR, mejorar las comunicaciones con la flota de submarinos nucleares de la US Navy más allá del horizonte, bloquear las comunicaciones del enemigo y realizar funciones de termografía para detectar armas nucleares y minerales varios kilómetros bajo el suelo. Serviría también para sustituir el efecto del impulso electromagnético de las bombas nucleares explosionadas en la atmósfera y sería también una herramienta eficaz de disuasión que obligaría a revisar buena parte de los acuerdos de paz y de no proliferación de armas nucleares, así como un medio ideal para la prospección de yacimientos de petróleo, gas natural y minerales. Y, entre otras cosas, supondría también un instrumento válido para detectar posibles ataques de aviones o misiles en vuelo rasante, algo muy complicado para los radares actuales. Sabemos que de las doce patentes que —aparentemente— forman parte del núcleo de HAARP, la número 4.686.605, del físico texano Bernard Eastlund, hace referencia a «un método y un equipo para cambiar una región de la atmósfera, ionosfera y/o magnetosfera», y estuvo clasificada por orden expresa del gobierno de Estados Unidos durante todo un año. En realidad, el calentador ionosférico de Eastlund es diferente a otros conocidos hasta la fecha: la radiación de radiofrecuencias (RF) se concentra y enfoca en un punto de la ionosfera, consiguiendo proyectar una cantidad de energía sin precedentes.

HAARP es comparable con el viejo sistema ROTHR en varios aspectos. HAARP y ROTHR son sistemas de comunicación que funcionan de forma similar, aunque ROTHR usaba tecnología de los años ochenta hoy ya superada. Los dos sistemas consisten básicamente en grupos de antenas receptoras y transmisoras que son capaces de lanzar potentes ondas electromagnéticas de alta frecuencia, usando la ionosfera como espejo para hacer llegar sus ondas más allá del horizonte y poder comunicarse con submarinos nucleares portadores de vectores estratégicos ICBM. Lo sorprendente es que detrás de estas capacidades militares orientadas a las comunicaciones avanzadas hay algo más, y es que tiene capacidad de ser usado con otros fines no declarados que el Departamento de Defensa de Estados Unidos se ha obstinado en negar. También se ha afirmado con claridad, desde principios de los años noventa del siglo pasado, que HAARP constituye uno de los pilares esenciales de la futura defensa de los intereses geoestratégicos del Pentágono, y que es capaz de controlar procesos ionosféricos. Su transmisor consiste en trescientas sesenta antenas de veintidós metros de alto, que pueden emitir poderosas cargas electromagnéticas hacia la ionosfera logrando su calentamiento hasta producir un agujero no menor de cincuenta kilómetros de diámetro en la misma. HAARP cuenta, además, con apoyos poderosos. El más importante es el inmenso complejo militar industrial en el que decenas de empresas viven de los contratos de las Fuerzas Armadas, pero también de la Universidad de Alaska. Si el proyecto sale bien, el ejército de Estados Unidos lograría dotarse de un escudo defensivo relativamente barato, mientras que la Universidad lograría un avance decisivo en la manipulación geofísica más avanzada que jamás haya tenido lugar desde la bomba atómica.

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