Enigma. De las pirámides de Egipto al asesinato de Kennedy (36 page)

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Authors: Bruno Cardeñosa Juan Antonio Cebrián

Tags: #Divulgación

Verne, amigo de criptogramas, escribe en 1871
La vuelta al mundo en 80 días
, cuyo protagonista es Phileas Fogg, extraño nombre para un caballero inglés que adquiere su auténtico significado cuando sabemos su pertenencia a este grupo secreto: Fogg es ’niebla’ en inglés y Phileas es el equivalente etimológico de Poliphilo (además Phileas puede descomponerse en «eas» que en griego es ’todo’ y equivale a Poli). Otros dicen que Phileas viene del latín
filius
(hijo), lo que daría ’hijo de la niebla’. Los partidarios de esta teoría, como Michel Lamy, tienden a vincular la creación del nombre con las iniciales del Reform Club al cual pertenecía el inmutable y flemático inglés. Ve en RC (las iniciales del nombre del club) una alusión a la palabra Rosacruz, grupo ocultista cuya filosofía imitaba la Sociedad de la Niebla. En 1903, en una de las entrevistas que le hiciese Robert Sherard, el autor francés, al hablar de este particular, Verne expresó: «Le concedo cierta importancia a los nombres (…) Cuando encontré el apellido Fogg me sentí complacido y orgulloso. Y era muy popular. Fue considerado un hallazgo real. Pero fue especialmente el nombre, Phileas, el que le dio tal valor a la creación. Sí, los nombres tienen gran importancia. Siga como ejemplo los padrinazgos de Balzac».

Hubo otros miembros que destacaron por su labor literaria y por divulgar sutilmente la existencia de la Sociedad de la Niebla. Gérard de Nerval se inspiró en los mensajes cifrados de
El sueño
para componer algunos de sus relatos, como el titulado «Angelique», que forma parte de su obra
Las hijas del fuego
(1854). George Sand, seudónimo que encubrió a la controvertida Aurore Dupin, se dejará influenciar por la Sociedad Angélica utilizando, para algunos de sus personajes fundamentales, nombres como Ange en su novela
Spiridion
y Angele en
Consuelo
.

Maurice Barrés, otro de los escritores de la Niebla, además de político y amigo del místico Stanislas de Guaita, es el autor de la novela
La colina inspirada
(1913). Hay quien ha creído ver una referencia a Rennes-le-Château, al ser una obra en la que se insinúa la existencia de un gran complot para transformar el cristianismo gracias al apoyo financiero de la casa real de los Habsburgo, con el secreto propósito de instaurar la figura de un gran monarca en Europa. La Niebla estaba relacionada con otra sociedad secreta de la época, la Golden Dawn, fundada en Inglaterra en 1887 y que contaba con una logia en París. Entre sus miembros estaban el premio Nobel William B. Yeats y Bram Stoker, cuyo
Drácula
muestra las ideas e influencias de esta sociedad.

En España existe una edición traducida y comentada de
Hypnerotomachia Poliphili
, por la historiadora Pilar Pedraza, donde se intenta esclarecer su importancia. En la introducción explica: «En realidad, es un poema alegórico… que contiene una ingente amalgama de conocimientos arqueológicos, epigráficos, arquitectónicos, litúrgicos, gemológicos y hasta culinarios». No es de extrañar que encandilara a expertos e investigadores de todos los tiempos, incluidos los intelectuales franceses decimonónicos. Y su influjo continúa. En nuestros días el
Hypnerotomachia Poliphili
se ha convertido en el argumento de un
best setter
. Me refiero a
El enigma del cuatro
(2004), de Ian Caldwell y Dustin Thomason, en el que sus protagonistas, Paul Harris y Tom Sullivan, a punto de graduarse en la Universidad de Princeton, intentan resolver un crimen sabiendo que en las ilustraciones de esa obra se encuentran mensajes y claves ocultas que hay que descifrar, algo que les llega a obsesionar. Los autores mezclan ficción con datos reales, como el hecho curioso de que si se unen las iniciales de los títulos de sus treinta y ocho capítulos, se puede leer:
«Poliam frater Eranciscus Columna peramavit
», es decir, el nombre de su autor, Francesco Colonna, al parecer un fraile dominico veneciano.

Hoy sigue siendo un enigma tanto
El sueño de Polifilo
como La Niebla, cuyos miembros lo tenían como libro de cabecera. No se puede entender la una (la sociedad) sin la otra (la obra). Ya han pasado más de quinientos años y seguimos casi como al principio. Quizá una de las claves nos la dé una frase que aparece en uno de sus jeroglíficos: «Apresúrate siempre despacio».

Haremos caso a esta máxima para que la sociedad que inspiró no se pierda en la «neblina» del tiempo…

La Sociedad Teosófica

Toda gran organización necesita un gran líder y este binomio se dio el 17 de noviembre de 1875, cuando la rusa Madame Helena Petrovna Blavatsky (H. P. B. para sus seguidores) crea la Sociedad Teosófica en Nueva York.

Para tal empeño es ayudada por el coronel retirado Henry Steel Olcott, al que conoce un año antes en una pequeña población de Vermont (EE UU), durante una sesión de espiritismo. Creen que ha llegado el momento de transmitir a Occidente las enseñanzas esotéricas de Oriente.

Durante veinte años la vida de Blavatsky es muy oscura. Ella misma dice que viajó por diversos países del mundo en busca de experiencias sublimes. Viaja a Egipto, donde recibe su primera iniciación a manos de un mago musulmán, asiste en Nueva Orleans a una ceremonia vudú, en México forma parte de una cuadrilla de bandoleros para conocer a fondo —según ella— los mecanismos de la violencia del ser humano, y en Londres conoce al «personaje más misterioso del siglo», el maestro hindú Kut Humi Lal Sing, que tuvo una gran importancia para el posterior desarrollo de sus teorías teosóficas. A Kut Humi (
Koot Hoomi)
le llama siempre «el Maestro» o «el Iniciador». Luego regresa a México y de allí parte hacia la India, Ceilán y Singapur. En 1855 se halla en Calcuta, desde donde emprende un viaje a Cachemira e Himalaya, lugares en los que tiene la oportunidad de conocer a todo tipo de monjes, sabios y chamanes.

Incluso estuvo en el Tíbet, donde fue instruida en la sabiduría antigua de la Gran Fraternidad Blanca.

Una vez creada, la Sociedad Teosófica tenía tres objetivos principales:

  1. Formar un núcleo de la Fraternidad Universal de la Humanidad, sin distinción de raza, credo, sexo, casta o color.
  2. Promover el estudio comparativo de las religiones, filosofías y ciencias.
  3. Investigar las leyes desconocidas de la Naturaleza y los poderes latentes en el hombre.

Etimológicamente, teosofía significa el conocimiento profundo (
sophia
) de la divinidad (
theos
). Este término ya fue utilizado en el siglo III de nuestra era por la secta de los Filaleteos o amantes de la verdad.

Blavatsky, Olcott y más tarde el resto de sus discípulos divulgan conceptos, ideas y enseñanzas que sonaban por vez primera en los oídos de la mayoría de los europeos de finales del siglo XIX, como eran los temas sobre la reencarnación, el karma, las creencias en el hinduismo o el budismo, la existencia de los «superiores desconocidos», los Registros Akhásicos y un sinfín de temas.

Blavatsky expone sus teorías en sus obras, entre las que destacan
Lis sin velo
(1877) y
La Doctrina Secreta
(1885), demostrando una erudición que no se corresponde con los estudios realizados. En estas obras afirmaba la existencia de una unidad que subyace en todas las religiones del mundo, cuya raíz está en la teosofía, que se ocupa del misterio de Dios, del universo y del sentido de la vida.

Para los teósofos, el ser humano se reencarna muchas veces en un universo que está compuesto por siete planos. Según Blavatsky, en el transcurso de la evolución del género humano, se desarrollan siete razas que, desde su génesis primigenia hace unos trescientos millones de años, han ido surgiendo a medida que se alcanzaban determinados estadios evolutivos. Dentro del ciclo evolutivo de cada raza-raíz, surgen siete subrazas, una de las cuales será la que se convierta en la siguiente raza. Por tanto, la aparición de una nueva raza supondría la conquista de un escalón evolutivo superior. Continuando el plan evolutivo de los dioses, la quinta Raza, denominada aria (en la que estaríamos ahora), surgió en las regiones de Asia central. Tras largas y penosas migraciones, se asentaron en la cordillera del Himalaya, en una mítica ciudad conocida como Aryavartha (el país de los arios).

Quedan por desarrollarse, según Blavatsky, la sexta y la séptima raza, cuya génesis preconiza una nueva humanidad que convertirá a los seres humanos en seres superiores: «La Humanidad aún deberá esperar millones de años hasta que llegue el día en que se transforme en una raza de dioses».

Tras la muerte de su fundadora en Londres, en 1891, hubo una segunda generación de teósofos como Charles Leadbeater y Anni Besant, la cual sucederá a Blavatsky en la presidencia de la Sociedad. Todos ellos se encargarán de difundir sus ideas con cursos, charlas y libros. Uno de los méritos indudables que tuvo la Teosofía fue servir de germen y de caldo de cultivo para la creación de numerosos grupos esotéricos e iniciáticos que compartían inicialmente sus postulados. Tal es el caso de Alice Bailey (1880-1949), quien difunde la expresión New Age y que, con los años, funda la Escuela Arcana, con muchas ideas prestadas de la Sociedad Teosòfica, al cobijo de los dictados de una entidad llamada El Tibetano, que pertenecería, al igual que Kut Humi, a la Fraternidad de los Maestros Ascendidos. Otros grupos heréticos-teosóficos fueron la Orden Hermética del Alba Dorada (la Golden Dawn) y la Antroposofia.

Se veía venir. A principios del siglo XX se produce una crisis en sus fines y su estructura, sobre todo cuando Besant creyó haber encontrado en el joven hindú Jidd Krisnamurti al maestro mundial, al «nuevo Jesucristo», según una revelación que había recibido de los Maestros Ascendidos, destinado a ser el Instructor del Mundo. Esto generó que Rudolf Steiner, uno de los miembros más activos de la Sociedad Teosòfica y secretario general de la sección en Alemania, tuviera sus discrepancias con Besant, pidiera su dimisión y creara la Sociedad General Antroposófica en 1913, con sede en Dornach (Suiza). Krisnamurti, mosqueado con ese trato tan exclusivo y posesivo, rechazó en 1929 ese papel mesiánico y siguió su trayectoria filosófica y espiritual de manera independiente. Con la actitud de Anni Besant esta Sociedad sufrió un duro golpe, aunque volvió a tener cierto papel destacado en algunos países, como sucedió en España gracias al impulso que le dio Mario Roso de Luna.

Actualmente, la Sociedad Teosòfica tiene su centro y sede mundial en Adyar, Estado de Madrás, en el sureste de la India y está estructurada bajo el sagrado número siete.

En cada nación donde está establecida se constituye una sección nacional a cuyo frente se coloca un presidente o secretario general. Para que se constituya una sección nacional se requiere que existan, como mínimo, siete ramas, y cada una de ellas ha de estar compuesta, al menos, por siete miembros que decidan trabajar juntos.

En un texto teosòfico divulgado por los boletines de la escuela se dice que «todo aquel que esté dispuesto a estudiar, a ser tolerante, a aspirar a mucho y a trabajar con perseverancia, es bienvenido como miembro y dependerá de él convertirse en verdadero teósofo».

Ni más, ni menos.

La Golden Dawn

El siglo XIX fue, sin lugar a dudas, una época sorprendente. Los avances científicos fueron tan asombrosos y los avances en todos los campos del conocimiento y del saber tan grandes que se despertó un optimismo y una exagerada confianza en la técnica como salvadora de todos los males que aquejan a la sociedad humana y a las naciones. Este progreso se manifestaba ante todo en la capacidad para dominar la naturaleza y sus elementos y en la creación de máquinas que nos permitían mejorar nuestro nivel de vida, nuestra capacidad de viajar y desplazarnos y de lograr un mundo mejor. Sin embargo, esta glorificación del industrialismo generó un rechazo en algunos sectores de la sociedad, que se manifestó en dos vías totalmente diferentes. La primera, en la aparición de movimientos políticos e ideologías que defendían la causa de los más desfavorecidos, como el marxismo y las ideas socialistas; y, la segunda, en un interés cada vez mayor por el estudio de todo lo relacionado con el espíritu humano. Tanto masones como espiritistas, rosacruces y demás logias reivindicaron la existencia de un legado ancestral, que provenía de las primeras civilizaciones humanas y que había permanecido oculto, custodiado por grupos iniciáticos, cuyos miembros habían sido especialmente formados en complejas ceremonias, para ser custodios de la ciencia secreta de los antiguos.

A pesar de lo dudoso de todas sus afirmaciones y de la escasa seriedad de la mayoría de estos grupos, tuvieron un éxito extraordinario en toda Europa, pues daban a sus seguidores aquello que deseaban con ansia, ser los depositarios de un conocimiento legendario cuyas raíces se perdían en la noche de los tiempos. Una de las más notables sociedades secretas de esa época había nacido en Gran Bretaña, entonces la nación más poderosa del planeta, en el año 1888. Su nombre original era Hermetic Order of the Golden Dawn (la Orden Hermética del Alba Dorada) y tuvo tanto éxito que influyó de forma decisiva en muchas de las sociedades que se crearon en las islas Británicas en las décadas siguientes, así como en muchas de las formas y manifestaciones de la magia y el ocultismo en el siglo XX.

El objetivo de la Golden Dawn era recoger y proteger el legado esotérico de Occidente y su tradición legendaria y mítica. Su fundador fue William Wynn Wescott (1848-1925), un médico de Londres especializado en práctica forense y al que le apasionaba el ocultismo y el esoterismo. Para crear su sociedad secreta se unió a otro médico al que conocía, ya jubilado, antiguo rosacruz y buen cabalista, llamado William Robert Goodman (1828-1891), y a un especialista en magia llamado Samuel Liddell McGregor Mathers (1854-1918), que sería realmente el verdadero inspirador de que la Golden Dawn dispusiese de complicados y sofisticados ritos iniciáticos, que debían conducir a los miembros de la orden por las sucesivas fases o escalas del conocimiento.

Para poder crear y mantener toda una estructura mágica, se basaron en el llamado
Cipher Manuscript
, del que se decía que era una obra antigua que contenía los ritos escritos en clave de una sociedad secreta perdida en las brumas del tiempo. En realidad, era el manuscrito cifrado elaborado por un masón inglés que tenía el proyecto de crear una sociedad que nunca llevó a cabo, pero su ingeniosa forma de plantear los ritos de iniciación y el ascenso de grado en la orden tuvieron tal éxito que luego inspirarían las normas de conducta interna de decenas de sociedades esotéricas y de logias.

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