Entra en mi vida (41 page)

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Authors: Clara Sánchez

Tags: #Narrativa

—En el cuarto de invitados estoy yo.

—Pues el sofá. Habrá sitio para uno más, ¿no?

En cualquier otra circunstancia me habría sentido incómoda, una intrusa, pero hoy sólo me preocupaba dormir caliente y a salvo, sin tener que esconder en la boca ninguna pastilla.

Capítulo 44

Verónica debe actuar

No había pasado un cuarto de hora cuando se levantó la puerta del parking del edificio y expulsó un Mercedes conducido por el bosnio con Lilí a su lado, y Greta, el doctor Montalvo y Ana detrás, él en el centro y ellas en las ventanillas, y por un instante tuve la impresión de que la mirada de Ana y la mía se cruzaron hasta que ella la desvió a la calle. Una falsa impresión. Tampoco había contado con la posibilidad de que salieran directamente del parking ni de que Laura no fuera con ellos. ¿Qué le habría pasado? No era lógico que la dejasen sola. Todos tenían cara de estar pasando algo gordo. Por muy enferma que estuviese podrían haberla bajado al parking y metido en el coche. Me temblaron las piernas. Me habían temblado cuatro veces en mi vida: en la desaparición de Ángel cuando era pequeño, al ingresar mi madre en el hospital, cuando murió y ahora. En el examen de Selectividad hizo su aparición el hueso de melocotón, pero no llegaron a temblarme las piernas. El cerebro adonde primero debía enviar los mensajes chungos debía de ser a las piernas.

Pues mensaje recibido. Laura se encontraba en peligro si es que no la habían quitado ya de en medio. No podía llamar a la policía, no tenía pruebas de nada. Cogí la mochila del suelo, me la colgué a la espalda y entré en el portal. Del techo colgaba una araña de cristal palaciega, los suelos eran de mármol blanco con motas negras, la barandilla de brillante madera de doscientos años unida a una delicada forja de hierro como la verja del ascensor.

Esta vez el portero salió disparado de detrás del mostrador, también de brillante madera de doscientos años.

—Voy al dentista —dije sin detenerme, sin mirarle.

Se me cruzó delante.

—¡Alto ahí! No vas a ningún sitio.

Ya me habían identificado y habían extendido la alarma entre los suyos. Lo pensé sin palabras, casi sin pensamientos, mientras le daba un empujón al portero tal como había imaginado dárselo al doctor. Estaba escrito que acabaría atacando a ese hombre de traje azul marino, capaz de estar sentado ocho horas mirando la puerta.

—Déjeme en paz —grité.

Él tenía más fuerza que yo, pero yo tenía más rabia y estaba harta de tanta pamplina.

Subí tan rápido como pude. Los tarros de la mochila chocaban entre sí. Al llegar a la puerta pulsé el timbre sin quitar el dedo y gritando: ¡Laura!

¡Laura! ¡Laura! El portero también subió por la escalera, cabreado, rojo. Me cogió por el brazo.

—¡No me toque! —grité.

—Acabo de llamar a la policía.

—Muy bien. Así veremos qué le ha pasado a Laura, ¡cómplice!

Un vecino abrió la puerta.

—¿Qué ocurre, Braulio? ¿Le ha sucedido algo a doña Lilí?

El portero me miró con asco.

—¿Qué dices de Laura? Laura se marchó corriendo hecha una loca hace… unas cuatro horas.

—Pobre Lilí —dijo el vecino.

Bajé las escaleras de dos en dos con el molesto ruido de los tarros a la espalda y el de las botas en el mármol. En la calle titubeé por dónde tirar. ¿Hacia dónde habría ido Laura? Cuesta abajo, seguro, hacia Colón. Sería la tendencia natural de cualquiera que huye y mucho más si se está tan débil como ella. Debió de enterarse de que la llevaban a algún sitio y decidió huir, y ellos estarían buscándola. Por una vez, no se dejó llevar, tuvo iniciativa, así que en el improbable caso de que todo fuese una equivocación y yo estuviese rompiendo una familia, por lo menos Laura habría aprendido a no obedecer y rebelarse. Y en el fondo ella era más rebelde que yo porque yo estaba haciendo lo que mi madre habría querido que hiciese sin ni siquiera tener que pedírmelo. No sé por qué me creía mejor que Laura. Cada uno tiene la vida que tiene.

Cuánto agradecería ahora la moto de Mateo, podríamos buscar a Laura por todas partes.

Capítulo 45

Laura, somos nosotros

Me duché con el gel y el champú de Verónica. Era para pelo rizado como el suyo y mientras me lo secaba me llamó la atención que nadie hablase de la madre, que nadie la mencionara. Verónica apenas hacía referencia a ella, y algo en el ambiente me decía que no debía preguntar. Era como si me persiguieran los secretos, como si siempre hubiera algo innombrable a mi alrededor. También me pregunté qué cara pondría Verónica cuando me viese con uno de sus pijamas.

Ángel me preguntó si quería que preparara el sofá y descansar un rato, pero sólo pensar en dormir me daba náuseas. Le dije que preferiría sacar a pasear a
Don
y que podría ponerme alguno de sus chándales viejos. Elegimos uno de hacía tres años, cuando Ángel medía medio metro menos, y un anorak. Se vino con
Don
y conmigo y me preguntó qué me apetecía para cenar, pero no me preguntó qué me había pasado ni cómo había encontrado a su padre ni nada de nada. Y no es que no tuviese curiosidad ni que yo le fuera indiferente, es que lo sabía ya, más o menos se lo imaginaba.

—Me alegra que hayas sido valiente —dijo y tiró un palo para
Don
.

El parque era espacioso, con césped y árboles grandes, debía de ser muy alegre en verano y muy melancólico en invierno, como ahora. Me sentía un fantasma en este parque de mi otra vida. Con mi hermano de mi otra vida.

Estuvimos hablando de baloncesto, que era lo que más le interesaba, hasta que regresamos.

La casa era un adosado con un pequeño jardín algo descuidado. Se notaba que no estaban mucho en casa. La cocina era grande y me gustaba la mesa de madera maciza, muy usada. Ahí habría desayunado antes de irme al colegio si hubiese vivido con ellos, y no habría importado que se me cayese la leche porque estaba llena de manchurrones. El salón era clásico y había una mesa de caoba del estilo de los muebles de Lilí. A
Don
le habían colocado una manta junto a las cristaleras que daban al jardín, con un hueso de goma y una pelota. En una pared había una fotografía ampliada y enmarcada de la que sería la madre y que se parecía mucho a Verónica. Era un auténtico fantasma entre tantos detalles familiares. En esta otra casa no había nada mío, ni un solo recuerdo. Aunque trajera aquí el escritorio de madera labrada y las sillas forradas de terciopelo rosa palo y las pantuflas con cara de perro y todos mis zapatos y bolsos y mi ropa, mi pasado no estaría aquí. Pero no quería que Ángel pensara que era una desagradecida y traté de estar lo más animada posible. Le pedí que no se preocupara por mí y que estudiara.

Ya no me preocupaba que Lilí me buscara, ya no tendría que hacerse la inválida. Me tumbé en el sofá y me entretuve en escribir en un cuaderno los números de teléfono que recordaba, los nombres, las direcciones. Hice una lista de mis alumnas, porque en cuanto la situación se solucionara quería volver a las clases.

Claro que la situación no podía solucionarse, sino aclararse. En cuanto todo se aclarara recuperaría las clases, me ofrecería a dar más cursos y con ese dinero podría compartir un apartamento con alguien. Con la ayuda de Verónica enseguida me haría con un pequeño guardarropa y me olvidaría de los zapatos de diseño. Sería como la gente de mi edad y todo lo que tuviese sería auténticamente mío y no de Lilí. Me alegraba haberme marchado con, como suele decirse, una mano delante y otra detrás.

Ángel puso música en su cuarto y
Don
de vez en cuando levantaba la cabeza y me miraba. Había oscurecido. Era de lo más extraño.

Capítulo 46

Verónica te busca

No podía dedicarme a dar vueltas sin sentido. Si yo fuese ella, le habría pedido ayuda a alguna amiga. No nos había dado tiempo de hablar de nuestras vidas, sólo de nuestras familias, la familia lo ocupaba todo en un momento en que para la gente de mi edad tenían mucha más importancia los amigos y la calle. La persona más alejada de su madre y su abuela de la que tenía noticia era su prima Carol, la actriz, a la que ella parecía admirar mucho. Quizá cuando fue a verla idearon un plan para liberarla, podría haber estado esperándola con el coche y haberla llevado a casa de algún amigo o a algún hotel. Carol debía de ganar mucho dinero.

Para no hacer un viaje en balde, llamé por teléfono desde una hamburguesería a la cadena de televisión que emitía la serie. Dije que era periodista y que necesitaba localizarla para hacerle una entrevista. Tuve que esperar hasta que me dieron el número de su representante. Se llamaba Nacho, y Nacho, después de unas cuantas mentiras mías, dijo que dentro de una hora hacía un descanso en la grabación y podría atenderme.

Llegué antes de tiempo a la dirección que me dio y la esperé en una sala destartalada donde había unos canapés y bocadillos muy poco tentadores que seguro que Carol, para mantener su delgadez, ni tocaba. También había unas grandes jarras con café y me serví un poco en un vaso de plástico que no parecía usado. No sabía cuánto se alargaría el día. Me encontraba destemplada y no me quité el abrigo; a mis pies estaba la mochila, que podría hacer pensar que ahí llevaba grabadora o cámara de fotos. Por eso, cuando alguien me preguntaba qué hacía allí, contestaba que era periodista, miraban la mochila y me sonreían. Y de la misma forma reaccionó Carol cuando al fin apareció vestida normal, no como en la serie, situada en un espacio intemporal entre el siglo XVIII y principios del XX.

Llegó sonriente, encantadora. Dijo que acababan de grabar un capítulo impresionantemente bueno.

—Ha sido increíble, emocionante —dijo mirando la mochila—. No me he quitado el maquillaje por si vais a hacerme fotos.

Seguramente pensaba que vendría alguien más o hablaba en plural refiriéndose a la revista para la que supuestamente trabajaba.

—Antes de empezar —dijo— quiero que sepáis que esta serie no es una serie cualquiera. Está dirigida a una audiencia por encima de la media…

Tuve que detenerla. No me parecía bien que hiciera este sobreesfuerzo para nada. Se le notaba un cierto cansancio en los ojos aunque ella intentase reavivarlos constantemente.

—¿Sabes dónde está tu prima Laura? —dije poniendo ante ella la palma de la mano para que parara.

Y de pronto todo el cansancio del mundo le afloró en los ojos. Desapareció la sonrisa que le alisaba la cara y se le echaron encima cinco años. Sin duda era mayor que Laura, más vieja en todos los sentidos, había tenido que tragarse muchos sapos para llegar hasta aquí mientras que a su prima se lo habían dado todo hecho. Me miró con ganas de matarme.

—Soy amiga de Laura —añadí.

No dijo nada, apretó las mandíbulas. Estaba profundamente decepcionada y arrancó de una caja toallitas húmedas para limpiarse el maquillaje. No me habría gustado estar en su pellejo y sufrir esta frustración, que una pelagatos como yo se riera de mí.

—Ha desaparecido, se ha marchado de su casa esta mañana y pensé que podría estar contigo. No se me ha ocurrido otra manera de acercarme a ti. Lo siento mucho, no soy periodista.

Su mirada se blindó, la expansión de hacía un momento se replegó, la cordialidad desapareció. Se levantó y sus largas piernas anduvieron hacia la mesa del cátering. Se puso un vaso de agua mientras seguía limpiándose la cara, se lo bebió y se volvió hacia mí. Lanzó las toallitas a la papelera. Había tenido tiempo de rehacerse y pensar.

—¿Qué es eso de que ha desaparecido?

Le conté todo lo que sabía, todo lo que había visto sin omitir ningún detalle. Ella bebía agua y escuchaba. Nunca había visto un pelo tan brillante como el suyo, caía de su cabeza como raso.

—Son cosas de familia, tú no deberías meterte.

—Me siento culpable por lo que le está ocurriendo —dije.

De pronto lo comprendió.

—¿No serás tú esa que dice que es su hermana?

—¿Te ha hablado de mí?

Hizo una mueca de contrariedad.

—Lo que has hecho es muy grave. La has desorientado y desequilibrado. No sabe lo que hace. Espero por tu bien que no le pase nada malo.

Tenía razón, la realidad era que antes de entrar en su vida el mundo de Laura era normal y no era peligroso, mientras que ahora sí. Por algo mi madre no había seguido adelante, porque antes que nada contaba la seguridad de Laura. Yo había actuado a lo loco, con rabia por haber tenido que soportar durante toda mi vida su fantasma.

Recogí la mochila del suelo. Ahora me daba cuenta de que pesaba una barbaridad. Era increíble cómo había podido subir y bajar las escaleras de la casa de Laura corriendo. Iba a decir otra vez lo siento, pero para qué, lo hecho hecho estaba y ya no había remedio. Si ahora pudiera volver atrás quizá dejase las cosas como estaban.

E inesperadamente Carol tuvo un gesto que me sacó de las sombras en que acababa de caer. Echó café en un vaso y me lo tendió. Lo cogí, aunque no pensaba bebérmelo; ya me había tomado uno.

—¿Azúcar?

No, no quería azúcar, pero sentía alegría por poder tener una aliada de la otra parte.

—En cuanto sepas algo, llámame, éste es mi número —dijo escribiendo en un trozo de papel—. Estoy muy preocupada.

Me acompañó hasta la salida entre saludos de la gente que pasaba por allí; era muy conocida y admirada, y respondía con una alegría fresca y maravillosa que debía de esconder en alguna parte de su cuerpo para estas ocasiones. Nunca había estado tanto rato al lado de alguien famoso como Carol, sólo una vez cuando vino al instituto un escritor y me firmó un libro.

• • •

Si Laura no estaba con Carol, no se me ocurría a quién, que yo conociera, podría haber pedido ayuda. No sabía a quién acudir, y ella necesitaba ayuda. La Vampiresa ya me advirtió de que Laura vivía amenazada por un peligro latente. Sólo faltaba que alguien lo destapara y ésa había sido yo. Las piezas habían dejado de encajar… ¿Qué hora era? Quizá pillase aún abierta la oficina del detective Martunis. No tuve más remedio que tomar un taxi que acababa de quedar vacío. Le dije al conductor que era hija de taxista y que se trataba de un caso de vida o muerte. El taxista conocía a mi padre y no me cobró la bajada de bandera. Al cuarto de hora estaba entrando en Martunis Detectives y estaba viendo a María en su sitio hablando por teléfono, sin que ninguna palabra se le escapara a un centímetro de la boca.

Me señaló con la mano los silloncitos grises.

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