Iris y Eric los observaron en silencio, advirtiendo deslumbrados el modo en el que el resplandor de Enstel se incrementaba todavía más al conectar con Acacia. La adoración que sentían el uno por el otro era incuestionable y la belleza que creaban juntos resultaba de una intensidad irresistible.
—El tono dorado denota una vibración muy alta y pura —apuntó Iris—, algo extremadamente inusual cuando estos seres se encuentran encadenados al plano físico. En ellos siempre hay un elemento oscuro, un resentimiento, un ansia de escapar, pero vuestra interacción es distinta por completo. Es evidente que es el amor lo que os une, con lazos mucho más poderosos que el control o la subordinación.
Acacia continuó asistiendo a sus clases con normalidad y le sorprendió comprobar que sus estudios le siguieran pareciendo importantes a pesar de todo lo que había descubierto en los últimos meses. Habían comenzado las clases de otra de sus asignaturas optativas, Antropología de la Medicina, y tenía que preparar su primer ensayo. Esa tarde habían estado reflexionando sobre las asunciones básicas y los conceptos que motivaban las diversas formas de curación, tanto médicas como religiosas. Le interesaban especialmente los temas que estudiaban el ritmo y el sonido de las canciones empleadas por los chamanes, la biomedicina y los principios de la medicina china.
—Vaya una brujería más académica —murmuró para sí moviendo incrédula la cabeza mientras se dirigía a la biblioteca—. ¿Qué importa que el mundo se venga abajo mientras pueda seguir teniendo acceso a mis libros?
Varios días después de la marcha de Iris, Eric y Acacia se encontraron en el parque de Magdalen. Hacía frío, pero necesitaban aire fresco y ambos acogieron la brisa helada con satisfacción. Eric había desaparecido, como tenía por costumbre, y al verlo después de cuatro días le llamó la atención el aspecto tan demacrado que presentaba.
—¿Estás bien? —le preguntó reparando en sus profundas ojeras y en su aire general de derrota.
Hubiera deseado tanto tocarlo, pasar los dedos por sus revueltos rizos castaños, darle un abrazo que aliviara su carga y dispersara las sombras, pero antes de que pudiera hacer siquiera un gesto en su dirección, Eric se encogió de hombros y comenzó a andar con las manos hundidas en los bolsillos del abrigo.
Acacia notó la cálida presencia de Enstel a su lado, los dedos enlazándose entre los suyos, y siguió a Eric en silencio.
—¿Me vas a contar por qué ahora mismo no se tienen noticias de otros espíritus como Enstel? —le preguntó después de un rato.
Eric asintió con gravedad. Acacia lo vio echar una ojeada a su alrededor con el fin de asegurarse de que estaban realmente solos.
—Enstel está aquí, ¿verdad?
Acacia asintió. Eric le había pedido que, por seguridad, permaneciera invisible y no se materializara más que en la privacidad de sus habitaciones. Aunque no les había revelado de quién se tenían que proteger, Enstel había seguido sus instrucciones.
—Además del riesgo que supone su invocación —comenzó Eric—, hay otro motivo. El número de personas capaces de hacerlo siempre ha sido escaso, pero todavía más desde que los miembros de la Orden empezaron a morir de forma misteriosa.
—¿Asesinados? —preguntó Acacia con los ojos muy abiertos—. ¿Por los mismos que perseguían a mi madre?
—Creo que sí.
—¿Cuántos años lleva esto sucediendo?
—Unos veintitrés. Sospecho que mi padre fue la primera víctima.
—Oh, Eric… creía que había sido un accidente.
—Encontraron su cuerpo sin vida en Chapel Porth, una playa a unas dos millas de St. Agnes. Según las pruebas forenses, parece ser que resbaló, cayó por el acantilado y se ahogó estando inconsciente. Cada vez estoy más convencido de que no se trató de un suceso fortuito.
Aunque ni el rostro ni la voz de Eric dejaban traslucir emoción alguna, Acacia había aprendido a detectar las inflexiones más sutiles. En ocasiones abierto y hablador, otras cerrado herméticamente, supo sin lugar a dudas que, a pesar de su contención, Eric albergaba heridas sangrantes en su interior.
—Eric, ¿sabes cómo murió mi padre? —se forzó a preguntar.
—Un incendio en su casa —respondió en tono neutro—. Los bomberos pensaron que podría haber sido causado por una vela que se dejó encendida durante la noche.
—¿Murió quemado vivo? —exclamó Acacia tratando de contener el horror que le agarrotaba la garganta.
Eric hizo un gesto negativo con la cabeza.
—Seguramente el monóxido de carbono acabó con él primero. Creo que los asesinos pensaron que tanto tu madre como tu padre se encontraban en el interior. Quizás tu madre logró escapar o había ido a visitar a alguien y no estaba en casa esa noche.
Continuaron paseando en silencio durante unos minutos. La presencia de Enstel reconfortó a Acacia, mitigando el opresivo dolor de su pecho.
—He estado investigando el paradero del resto de tu familia. Kenan era hijo único y tus abuelos, tanto maternos como paternos, murieron hace años. También la hermana de tu madre, Talwyn Olde, conocida por sus habilidades psíquicas y su talento curativo, desapareció poco después de la muerte de tus padres. Un accidente de tráfico esta vez.
Acacia se dio cuenta de que Eric estaba esforzándose por mantener la calma y sintió a Enstel transmitiéndoles una suave energía tranquilizadora.
—Esto ha estado ocurriendo a nivel global. El asesinato de los miembros de la Orden y de personas relacionas con ella suele ser discreto y muchas veces parecen accidentes comunes. No obstante, está claro que no se trata de una coincidencia. El rector y otros profesores dirigen desde aquí la operación destinada a desenmascarar a quien sea que se encuentre detrás de esto. Es a lo que me he estado dedicando en los últimos años, pero siempre parecen adelantársenos. Resulta devastador, el esfuerzo que supone localizar y contactar con los miembros de la Orden diseminados por todo el mundo para descubrir que hemos llegado tarde.
—Lo siento tanto, Eric —murmuró Acacia.
—Cada vez cuesta más encontrarlos. Saben que están en peligro y hacen todo lo posible por borrar su rastro. Cegados por el miedo, no saben ya distinguir a sus amigos de sus enemigos. Y, ¿cómo culparlos?
Aunque nunca le había hablado de su trabajo en la Orden, ahora se daba cuenta de que iba mucho más allá del terreno académico y entendía el desaliento con el que regresaba tras algunas de sus desapariciones.
—El profesor Weber me envió un mensaje pidiéndome que vaya a verle la semana que viene.
—Sí, ya me ha hablado de su intención de reclutarte —respondió Eric con la mandíbula tensa.
—Quiero ayudaros de cualquier modo posible a descubrir al asesino de nuestros padres.
Eric dejó de caminar y clavó en ella sus impenetrables ojos azules.
—Acacia, esto va mucho más allá de la venganza personal. Lo entiendes, ¿verdad?
Se removió inquieta en medio de la noche, incapaz de volver a conciliar el sueño después de la pesadilla que la había despertado. Eric y ella huían de un enemigo invisible, corriendo en medio de un paisaje escarpado que no reconoció. Solo sabía que estaban en serio peligro y el pánico le impedía respirar con normalidad. Delante de ella, Eric empezó a escalar un acantilado. Se giró y le tendió una mano para ayudarla. Casi podían percibir la presencia de sus perseguidores, cada vez más próximos, mientras se esforzaban por ascender tan rápido como les era posible. Entonces, la roca en la que se sujetaba Eric cedió y al caer la arrastró con él al vacío. Cuando todo parecía perdido y la muerte algo inevitable, una fuerza poderosa los elevó en el aire poniéndolos a salvo.
Acacia se sentó en la cama, abrazándose las rodillas y reflexionando en profundidad. Enstel siempre había estado allí para ella, pero ¿a qué costo?
Suspiró con alivio al percibir, un rato más tarde, el cálido resplandor dorado del espíritu materializándose a su lado.
—¡Oh, querido, abrázame! —le pidió.
Enstel la rodeó entre sus brazos y le transmitió una corriente de energía que la calmó de inmediato.
¿
Qué ocurre, pequeña
?
—Te das cuenta de que yo continuaré envejeciendo mientras tú permaneces igual, ¿verdad? ¿Qué ocurrirá cuando muera?
¿
Por qué te preocupas de eso ahora
?
No puedo quitármelo de la cabeza. ¿Qué te pasará a ti cuando ya no esté aquí?
Regresaré a mi hogar
.
¿
Dónde está tu hogar
?
En otra dimensión
.
¿
Qué pasaría si pudiera romper el hechizo de mi madre, si fuera capaz de liberarte de la obligación de cuidar de mí
?
Enstel la miró con expresión extraña.
No quiero que hagas tal cosa
.
Serías libre
.
Ya soy libre. Deseo estar a tu lado y lo estoy
.
Pero ¿cómo sabes qué es tu voluntad? ¿Cómo sabes que tu deseo no es parte del hechizo?
Porque Tegen solo me ordenó que permaneciera a tu lado y te protegiera hasta que cumplieras los dieciséis años
.
Acacia lo miró boquiabierta.
Tu madre no quería ni podía encadenarnos de por vida. Pensó que a esa edad tendrías capacidad plena para decidir por ti misma
.
Cuando aquella noche me salvaste de los tres borrachos
…
No estaba obligado a hacerlo
.
Entonces, poco después de que renegara de ti ya eras libre de volver a casa… Y elegiste quedarte a mi lado
.
Enstel acarició su rostro con delicadeza.
¿
Cómo no hacerlo
?
—¿Cuál era ese truco para expandir el tiempo? Creo que para terminar todo el trabajo preliminar para la tesis antes de Pascua y poder dedicarme a la brujería voy a necesitar al menos un par de meses extra.
Eric sonrió.
—Sabes que brujería es solo una forma de llamarlo. Somos mucho más que eso.
Sirvió el té, le puso la cantidad justa de leche que le gustaba a Acacia y le alcanzó una taza. Cada vez pasaban más tiempo en su habitación, mucho más amplia y tranquila que St. Swithuns. A Enstel le agradaba estar con ellos y encontraba la habitación de Eric, con sus libros y artefactos antiguos, una fuente inagotable de interés.
Acacia observó a Eric, sus ojos azules rodeados de profundas ojeras, sus hombros exhaustos por el peso de la responsabilidad, de los secretos que acarreaban. Sintió una vez más el impulso casi irrefrenable de besarlo y abrazarlo, pero se contuvo recordando el modo en el que siempre evitaba el más mínimo contacto físico y cómo había literalmente dado un salto la última vez que sus brazos se habían rozado por accidente.
—¿Qué ocurre? —preguntó Eric—. ¿Por qué me miras así?
—Me estaba acordando de James.
—James… ¿tu novio del colegio?
—Me acabo de dar cuenta de que os parecéis mucho. Quizás por eso siempre me has resultado tan familiar. Los dos tenéis una mirada franca, aunque la suya no tenía ese tinte de fatalismo, y los dos sois muy comprensivos y bondadosos, poco dados a juzgar a los demás.
Eric tomó un sorbo de té y carraspeó, tratando de disimular su incomodidad.
—Vamos —dijo—, hoy quiero enseñarte a mantener ocultos tus pensamientos sin que la otra persona se dé cuenta.
—¿Como haces tú? —preguntó Acacia con sarcasmo.
—Si lo hiciera bien no te habrías percatado.
—Pero eso es solo porque mis poderes son excepcionales —replicó con ironía.
—Exacto.
A la joven le tomó por sorpresa la seriedad de su respuesta.
—Todos tenemos diferentes habilidades —explicó Eric— y nos sentimos atraídos hacia diferentes lugares. Los miembros de la Orden con pasión por el conocimiento y la investigación solemos gravitar hacia instituciones académicas. Otros poseen talentos curativos o habilidades psíquicas casi inimaginables y tienden a vivir cerca de la naturaleza, en lugares donde la energía es particularmente intensa, como Glastonbury, las montañas de Tibet, Machu Picchu en Perú o Sedona en Arizona. Lo que no nos es dado de modo evidente, tenemos que desarrollarlo para lograr un equilibrio físico, mental y emocional. Yo he tenido que practicar durante años con el fin de desarrollar mis capacidades psíquicas, como mis padres y el tuyo en su día. Sin embargo, en ti parece confluir con fuerza inusitada lo mejor que la Orden trata de potenciar. Lo noté en cuanto te vi por primera vez y mi madre lo confirmó al conocerte. La telequinesis y el control mental que posees de forma natural no es habitual entre los académicos, por no mencionar el talento curativo.
—Pero ¿cómo? No he curado a nadie en mi vida, ni siquiera a mí misma. Enstel siempre lo ha hecho por mí.
—¿No te has preguntado nunca por qué atraes a tanta gente cuando cantas? Más allá de la belleza evidente de tu voz, la vibración de tu sonido regula y equilibra las energías de aquellos que te escuchan. Ellos no se dan cuenta de modo consciente, pero lo perciben de todos modos. ¿Recuerdas lo que te contó mi madre? Tegen poseía una gran capacidad para curar empleando diferentes métodos y la intuición y sabiduría necesaria para saber cuál aplicar en cada caso.
Acacia miró la taza de té que sostenía entre las manos y que se había quedado fría. Su cerebro comenzó a conectar aspectos a los que nunca había prestado mayor atención y que ahora comenzaban a cobrar sentido.
Eric hizo un gesto sobre la taza y el té comenzó a humear de nuevo.
—Antes de tu iniciación es importante que logres ocultar tus pensamientos frente a otros miembros de la Orden sin que ellos lo noten. Estoy seguro de que te resultará fácil aprender.
—Pero ¿por qué? —preguntó Acacia sin atreverse a especular sobre los motivos que podía tener Eric para querer protegerla de la misma Orden—. Y eso te incluiría a ti también.
—Lo sé y necesito que confíes en mí una vez más. Nuestras vidas podrían depender de ello.
Acacia se sintió repentinamente pequeña sentada en uno de los imponentes sillones de cuero marrón del despacho del doctor Weber. Eran apenas las tres de la tarde, pero el día estaba tan encapotado que apenas sí entraba luz por las ventanas y, a pesar de las numerosas lámparas esparcidas por toda la estancia, la iluminación todavía resultaba bastante tenue y hasta inquietante.
El legendario profesor Weber, uno de los catedráticos más respetados del Departamento de Arqueología, era un hombre atractivo de poco más de cuarenta años, sienes prematuramente canosas y penetrantes ojos oscuros. Acacia lo había escuchado en algunas de sus conferencias, pero era la primera vez que hablaba con él en persona. Lo acompañaban la doctora Hayne, una de sus profesoras del curso anterior, y el doctor Muraki, jefe de la División de Ciencias Matemáticas y Físicas a quien Acacia acababa de conocer.