Entre sombras (26 page)

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Authors: Lucía Solaz Frasquet

Tags: #Infantil y juvenil

—No me siento forzada en absoluto. Más allá de las prisiones del amor condicional, las relaciones deberían basarse en la libertad y el respeto mutuo. No necesito a nadie más.

Eric asintió, todavía inseguro.

—Enstel podía elegir entre permanecer conmigo o volver a casa y decidió quedarse —continuó la joven—. Sé que soy libre de elegir mi propio camino y te escojo a ti para recorrerlo juntos, si tú quieres.

Eric la contempló en silencio, su expresión angustiada un claro reflejo de la confusa mezcla de emociones que bullía en su interior.

—Hay algo que quiero contarte… —comenzó.

—A Enstel siempre le han gustado las duchas —le interrumpió Acacia con suavidad.

—¡Lo sabes!

—Me lo mostró ayer cuando intercambiamos energía.

Acacia posó la mano en su rostro y buscó la profundidad de sus ojos azules, asegurándole en silencio que todo estaba bien.

—Enstel y yo… Nuestras vidas se encuentran ligadas de modo inextricable. Siempre ha estado y estará presente en cualquiera de mis relaciones.

—Lo entiendo y nunca me interpondría entre vosotros dos.

Eric bajó la mirada y respiró hondo, permitiendo que salieran a la superficie los miedos y dudas que hasta entonces no se había atrevido siquiera a formular.

—Durante todo este tiempo he temido no ser capaz de ofrecerte nada que Enstel no pueda proporcionarte de un modo mucho mejor. Me es imposible competir con él, un simple humano.

—Ah, mi amor… —murmuró Acacia con ternura mientras le acariciaba el rostro con la punta de los dedos—. No existe motivo de competición o comparación. Tú eres perfecto tal y como eres y es así como te quiero. Como te queremos. No podría ser de otra forma. ¿Y acaso no sabes que a Enstel y a mí nos encantaría que compartieras tu vida con nosotros?

Eric sintió una cálida sensación de inusitada felicidad extendiéndose por todo su ser, dispersando el enorme peso que había albergado en su corazón. Su rostro se expandió en una sonrisa infinita y supo que, cualquier prueba que el futuro les tuviera deparada, podrían afrontarla juntos.

Al terminar una clase sobre arqueología funeraria, Acacia se dirigió al centro, donde había quedado con Jenna para ir de compras. Le parecía curioso cómo su vida había retomado una extraña normalidad tras los intensos acontecimientos y lecciones de las vacaciones.

Jenna acababa de empezar a salir con Adam, un aplicado alumno de Bioquímica, y de repente había decidido que todo su armario estaba anticuado. Aunque convencida de que Adam no le prestaba la más mínima atención a las tendencias de moda femenina, Acacia agradecía la oportunidad de pasar un rato con su amiga sin pensar en conspiraciones internacionales y peligros acechantes.

Cuando estaban en su tercer probador, Robbie llamó por teléfono.

—¡Estaremos allí en cuarenta minutos! —fue lo único que Acacia logró entender a través del ruido del tráfico.

Acacia se quedó un momento mirando el teléfono. ¿Estaremos? ¿Él y quién más? ¿Y con qué intenciones? Robbie seguía siendo tan impulsivo e impredecible como siempre.

—Jenna, un amigo del colegio va a llegar en un rato. ¿Quieres conocerlo?

—¿Es guapo? —respondió Jenna detrás de la cortina del probador.

—Por supuesto.

—Entonces sí. Ya sabes que superficial es mi segundo nombre.

Jenna descorrió la cortina y posó para ella.

—Y ahora responde con sinceridad a dos preguntas de máxima importancia: ¿qué tal me quedan estos pantalones y cuánto tiempo crees que puede llevarle a Adam desembarazarse de ellos?

Estaban terminando de pagar cuando Robbie volvió a llamar y quedaron en encontrarse en una cafetería cercana.

—¡Robbie! —exclamó Acacia al verlo emerger de un coche deportivo amarillo ataviado con gafas de sol, pantalones ajustados y un pañuelo de seda al cuello—. ¿A qué debo este honor?

—No quiero que nadie te robe antes de que firmes con nosotros —respondió Robbie besándola en la mejilla—. Permíteme que te presente a Albert Lindley, productor ejecutivo de Vintel Records.

—Encantada —lo saludó Acacia con un apretón de manos—. Esta es mi amiga Jenna.

Jenna se había quedado sin habla y Acacia le dio un discreto codazo para lograr que reaccionara. Albert Lindley era exactamente lo que se suele esperar de un productor musical, un treintañero a la moda con un peinado de diseño y aire estudiadamente indiferente.

Se sentaron con sus cafés, Robbie admirando el escote de Jenna sin tratar de disimular su interés y la chica intentando controlar su aturullamiento.

—Albert, no sé lo que Robbie te habrá contado —empezó Acacia—, pero esta visita me ha cogido totalmente desprevenida.

—Nos gusta tu trabajo y hemos preparado una propuesta para tu primer álbum —respondió el productor sin que nada en su tono o expresión traicionara su interés real—. Tenemos algunas ideas sobre canciones, músicos, sesiones de grabación, publicidad, marketing y promoción.

—¿Todo esto a partir de una grabación casera? —preguntó Acacia atónita tomando la carpeta que le tendía.

—Cuentas con material de sobra —le aseguró Albert—. Y de gran calidad.

—Pero en estos momentos no puedo comprometerme a nada.

—Podríamos organizarlo todo para tus vacaciones de verano —apuntó Robbie, servicial.

Acacia observó incrédula los documentos que le mostraban. Había incluso un diseño preliminar para la portada con una foto suya que ni siquiera hubiera sospechado que Robbie poseyera. Si la vida académica o la brujería no resultaban ser como había esperado, quizás su futuro estaba en la música, pensó con ironía.

—Hasta hemos traído un precontrato —añadió Robbie con un guiño.

—Todavía estoy en segundo y no sé si tendría tiempo para giras —se escuchó decir. Al parecer, parte de ella se estaba tomando el asunto en serio.

—Ya está previsto —le aseguró Albert Lindley apartándose el mechón de cabello que insistía en caerle sobre el ojo—. Acacia, tu música posee una cualidad muy especial y sería una pena no explorar ese talento.

—¿Tendría control creativo?

—Siempre podemos llegar a un acuerdo —respondió Albert con una sonrisa evasiva.

—Estoy convencida de eso —replicó la joven.

La conversación prosiguió durante un rato, hasta que Acacia se dio cuenta de que ya era casi hora de su reunión con la Sociedad Antropológica. Se despidió prometiendo ponerse en contacto con ellos tan pronto como hubiera estudiado la propuesta.

Robbie la abrazó con cariño antes de subir al coche.

—Mucha gente mataría por un contrato así, lo sabes, ¿verdad? —le susurró.

—Y estaría loca si no aceptara —le aseguró Acacia—. Te estoy muy agradecida, Robbie.

—El agradecido soy yo —contestó el joven con una sonrisa traviesa—. Si aceptas firmar con nosotros, pasaré a la historia como tu famoso descubridor.

—¿Por qué no me habías dicho nada de esto? —la interrogó Jenna en cuanto los vio desaparecer.

—Porque no pensé que fuera a llegar a nada —le confesó Acacia—. Pero así es Robbie.

28

Miró a su alrededor, observando las amenazadoras nubes tormentosas que cubrían el cielo, y pensó en Eric. No había recibido noticias suyas desde el día anterior, cuando se habían despedido al amanecer. No siempre podía decirle cuándo ni adónde viajaba y lo echaba de menos. Suspiró, sabiendo que incluso la comunicación telepática era poco segura.

—Deberíamos establecer un código secreto —murmuró para sí mientras le mandaba un mensaje al móvil diciéndole que se dirigía al despacho del rector—. «Manzana» por «me he marchado en una misión secreta; regresaré en cuanto haya salvado el mundo».

Rememoró con soñadora nostalgia su último encuentro, cuando Enstel se había sumado a ellos, transformado la experiencia en algo tan intenso como extraordinario. Habían estado besándose y deleitándose en el otro durante horas, pero había sido la interacción de sus energías lo que había logrado transcender el mero éxtasis físico, conduciéndolos hasta límites insospechados. La unión había sido simplemente mágica y le costaba imaginar una conexión más perfecta.

Cruzó la calle y, con una rápida ojeada a su alrededor, entró en el edificio sintiéndose segura. Antes de recibir el inesperado mensaje del rector, Enstel había salido a alimentarse. Aunque Eric afirmaba que el rector no poseía habilidades psíquicas dignas de mención, prefería que Enstel no estuviera con ella. No sabía si alguien más se hallaría presente y no quería arriesgarse a que se detectara su existencia.

Saludó a la secretaria de Lord Crosswell, quien le indicó que podía pasar al despacho.

—¡Acacia! —exclamó el rector con una sonrisa afable—. Muchas gracias por venir habiéndote convocado con tan poca antelación. He tenido una cancelación de última hora en mi agenda y he pensado en ti. Hacía tiempo que quería hablar contigo. ¿Has tenido unas buenas vacaciones? ¿Está bien tu familia? El comité me ha comentado que tu propuesta de tesis es bastante impresionante.

—Gracias —respondió Acacia sin poder evitar un escalofrío. ¿Cómo no sentirse vigilada con cada rincón de su vida bajo escrutinio?

—¿Qué tal va tu entrenamiento? Confío en que Eric Mumford esté siendo un buen mentor.

—El mejor.

—Estupendo. He recibido un informe suyo sobre tus avances. Todo parece estar correcto, por lo que ha llegado el momento de hablar sobre la ceremonia de iniciación.

—No estoy segura de querer continuar adelante.

—¿Qué quieres decir? —preguntó el rector frunciendo las cejas con sorpresa.

—Con el debido respeto, no estoy preparada para el voto de obediencia y no puedo adherirme a unos principios en los que no creo.

—¿Sabes lo que estás diciendo? —preguntó Lord Crosswell, la voz contenida—. ¿Eres consciente del honor que representa ser invitada a formar parte de la Orden del Templo Blanco?

—Precisamente porque lo soy, no puedo comprometerme a servirla a medias.

—Explícate, por favor. En toda la historia de la Orden no he oído jamás que nadie se negara a recibir esta distinción.

—No comparto sus valores.

—¿Me estás diciendo que estás en contra de preservar unos conocimientos que, de no haber sido por nosotros, se habrían perdido para siempre en manos ignorantes? —preguntó el rector en un tono más divertido que incrédulo.

—No estoy de acuerdo con sus valores morales, para ser más específicos.

—¿Has hablado de esto con Eric?

—Él no sabe nada de mi decisión.

—Así que has estado recibiendo instrucción de la Orden sin intención de unirte a nosotros —comentó el rector con calma—. Eso se califica de un modo bastante desagradable.

—No era mi intención aprovecharme de las circunstancias, se lo aseguro. Lo he estado pensando detenidamente en los últimos días y solo he tomado la decisión esta mañana. Siento que la Orden opera sobre un principio basado en el egoísmo y mi conciencia no me permite formar parte de algo así.

—¿Te importaría explicarte?

—Para mí, estas sociedades sedientas de saber, cegadas por el conocimiento, se creen superiores a otros seres humanos, superiores incluso a Dios. Y la ciencia basada en un ego sin conciencia nos llevará a la destrucción. El ego es un sistema de pensamiento basado en la ilusión de la separación, el miedo, el egoísmo y la muerte. Es lo que genera la noción de la supervivencia del más fuerte, cuando nos identificamos con nuestro cuerpo y con nuestra mente.

—Eso es todo lo que tenemos —replicó el rector.

—Pero somos capaces de pararnos un momento y observar nuestra mente, nuestros pensamientos, ¿no es así? ¿Y quién observa nuestra mente? Si fuéramos nuestra mente, ¿cómo podríamos observarla? Al identificarnos con ella en lugar de con los seres espirituales que somos en realidad, convertimos el intelecto, el conocimiento, la ciencia y la tecnología en nuestros dioses sin tener en cuenta las consecuencias. Es necesario que empecemos a vivir desde el corazón, que sean los sentimientos y no los pensamientos los que nos guíen. Debemos dejar atrás el viejo paradigma de la mente, que no hace sino perpetuar el mundo de la ilusión.

—Veo que Iris te ha instruido bien —comentó el rector con tono amargo.

Se giró y señaló un cuadro a su izquierda.

—¿Sabes de quién es este retrato?

Acacia contempló la imagen de un hombre pálido vestido de negro con el cuello isabelino del siglo
XVI
y larga barba blanca.

—John Dee —continuó el rector respondiendo a su propia pregunta—, famoso matemático, astrónomo, astrólogo, ocultista, asesor de la reina Isabel I, alquimista, filósofo hermético y fundador junto a Edward Kelley de la magia enochiana. Este sistema de magia ceremonial se basaba en la evocación y mandato de los espíritus. Dee y Kelley aseguraban que recibían información directamente de los ángeles. Comparada con otras teorías mágicas, este sistema es notablemente complejo y difícil de entender. He dedicado gran parte de mi vida a estudiarlo y he consultado con los mayores expertos del mundo. Mi sueño siempre ha sido lograr invocar uno de los espíritus de los que tanto he leído, aquellos tan poderosos que podían ayudar a sus amos a conquistar el mundo. Al parecer, ya no queda nadie capaz de efectuar semejante prodigio, pero no pierdo la esperanza.

Acacia suprimió un escalofrío. El rector se refería sin duda a un espíritu del nivel de Enstel y no se atrevía a imaginar qué ocurriría si supiera de su existencia.

—Conozco a John Dee.

—¿Ah, sí? —preguntó el rector enarcando las cejas con divertido interés.

—Christopher Marlowe se basó en una leyenda alemana para escribir
La trágica historia del doctor Fausto
, pero también se dice que se inspiró en la figura de John Dee.
Fausto
era un académico e intelectual insatisfecho que vendió su alma al diablo a cambio de conocimientos sin límite, poderes mágicos y placeres mundanos. Dee también estaba insatisfecho con su progreso a la hora de aprender los secretos de la naturaleza y con su falta de influencia y reconocimiento. Se volvió hacia lo sobrenatural con el fin de adquirir conocimientos, sobre todo a través del contacto con lo que llamaba ángeles.

—¡Ah, los ángeles! Esas mágicas criaturas, tan elusivas… ¿Por qué tengo la sensación de que me estás comparando con el doctor Fausto?

—Son muchos los nombres que pueden atribuirse como inspiración para el protagonista. Doscientos años después de Marlowe, Goethe parece que también mencionó a los alquimistas Agrippa y Paracelso como sus modelos. Lo interesante es que Goethe cambia el impulso que mueve a Fausto, de modo que lo que lo acerca a la brujería no es la codicia o la maldad, sino el ansia de saber, el deseo de grandeza y plenitud. Mefistófeles le ayuda a conseguir lo que quiere, incluso a seducir a la joven e inocente Gretchen. Por desgracia, la sed de conocimiento de Fausto no está acompañada por una conciencia moral. No considera las consecuencias de sus actos y solo cuando sus deseos egoístas destruyen a Gretchen y a su familia, el doctor experimenta dolor y vergüenza.

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