Entre sombras (30 page)

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Authors: Lucía Solaz Frasquet

Tags: #Infantil y juvenil

—Buena idea —respondió el doctor Bowles—. Dentro de un momento mis hombres escoltarán hasta aquí al resto de los detenidos y decidiremos qué procedimiento seguir.

A pesar de que la ducha la había refrescado, Acacia todavía se sentía bastante cansada, un estado general entre la mayoría de los asistentes a la cena. Ese día se había apresado a dieciocho miembros corruptos, pero la atmósfera estaba lejos de ser festiva. Acacia había conocido a varios de los integrantes de la Orden que acababan de llegar a Oxford y ayudado a organizar cuestiones prácticas como el alojamiento y los salones disponibles. Al día siguiente había de celebrarse una reunión de urgencia con los Grandes Maestros de Oriente Medio, Rusia, Australia, América del Norte y América del Sur a la que todos estaban invitados.

—Lord Crosswell está sumido en un estado casi catatónico —comentó Michael Bowles al despedirse de ellos—. Cree que Enstel es un ángel que ha venido a vengar sus pecados.

—Solo le ha mostrado lo que ha hecho a lo largo de su vida desde la perspectiva de sus víctimas —apuntó Acacia—, como hizo con el profesor Weber.

—Eso es lo que algunos llamarían enfrentarse al infierno —murmuró Rachelle mientras se ponía en pie con gesto agotado—, pues no existe ningún juicio divino aparte del que elegimos imponernos a nosotros mismos.

—No podríamos considerarnos mejores que ellos si utilizáramos sus mismos métodos para castigarlos por sus crímenes —apuntó Eric.

—¿Cuál es la postura de los grandes Maestros al respecto? —quiso saber Acacia.

—Los conozco bien —respondió el doctor Bowles— y todos ellos se caracterizan por una gran sabiduría y compasión. Creo que convendrán que, por difícil que parezca a veces, debemos perdonar a las almas que han caído bajo la ilusión de la avaricia y el poder. Se tomarán medidas, desde luego, pero también se los animará a reflexionar sobre el efecto que sus acciones han tenido en tantas y tantas vidas y se les dará la oportunidad de regresar al camino correcto si ese es su deseo.

—¿El camino de la luz según lo entiende la Orden?

—El camino del equilibrio —puntualizó Michael Bowles con una sonrisa.

Iris los abrazó antes de retirarse, exhausta, a su habitación.

—Estoy tan orgullosa de los dos. No nos hubiera sido posible lograrlo sin vuestra ayuda. Y dadle las gracias a Enstel de mi parte, ¿queréis?

A solas por primera vez en varios días, Eric y Acacia se fundieron en un profundo abrazo.

—¿Vienes conmigo? —susurró Eric besándola con dulzura—. Ahora mismo, la idea de separarme de ti me resulta insoportable.

—Por supuesto —respondió la joven—. Además, aunque yo os he informado de todo lo ocurrido durante la cena, todavía no conozco vuestra parte de la historia.

—Te lo contaré de camino.

Al salir al exterior miraron a su alrededor, extrañados y reconfortados al mismo tiempo al comprobar que la vida en Oxford continuaba como si nada hubiera cambiado. Las noticias tardarían unos días en hacerse oficiales.

—¡Acacia! ¡Eric! —los llamó una voz conocida.

Al girarse en su dirección vieron a Jenna corriendo hacia ellos con tanta rapidez como le permitían sus tacones.

—¡Estaba preocupada! —exclamó tomando a Acacia de los brazos y estudiándola con mirada ansiosa—. ¿Te encuentras bien? Llevo dos días intentando localizarte y no tengo el número de Eric.

—Perdona que no te avisara, Jenna. Todo está bien, pero he perdido el móvil. ¿Vas a Filth?

—Sí, Adam ya me espera allí. ¿Quedamos mañana para comer?

—Claro.

—No desaparezcas otra vez así, ¿vale? —le reconvino inclinándose para darle un beso rápido en la mejilla—. El mundo está lleno de tipos raros.

Mientras se desvanecía en la noche, Eric y Acacia no pudieron evitar echarse a reír.

—Empieza a hablar —le pidió Acacia mientras se ponían en marcha en dirección a Magdalen.

—El profesor Weber me envió a San Francisco —comenzó el joven abrazándola por los hombros—, ignorando que mi madre ya estaba allí. Me dijo que sospechaba que la facción oscura de la Orden había convocado una reunión clandestina y sus instrucciones eran que me infiltrara y le informara sobre lo que estaban tramando. Tuve que obedecer para no levantar sospechas y no traté de decírtelo por si interceptaban el mensaje y eso te ponía en peligro. Durante el vuelo, una de las azafatas me hizo llegar un mensaje de Michael Bowles diciéndome que se dirigían hacia Inglaterra. Ni siquiera sabía que era miembro de la Orden, reclutado y entrenado en secreto durante los últimos diez años.

—¡Oh, qué cansada estoy de este juego de las sociedades secretas! De las facciones secretas dentro de ellas y de los grupos recontrasecretos en las sociedades contrasecretas.

—Es agotador, estoy de acuerdo contigo —respondió Eric riendo—. Al hacer escala en Dallas, en lugar de continuar el viaje a San Francisco, tomé el siguiente vuelo a Londres. Fue en el aeropuerto donde recibí tu mensaje haciéndome saber que ibas a reunirte con el rector. Intenté llamarte, pero no logré contactar contigo. Aunque sabía que Enstel te protegía, te aseguro que nunca he padecido tanto en un viaje, atrapado en un avión e incapaz de hacer nada. En realidad, hasta que te he visto aparecer en la capilla, han sido los peores días de toda mi vida.

—Yo tampoco lo he pasado exactamente bien.

—Lo siento tanto… Ha debido ser un horror enfrentarse a solas con el rector.

—¿Lo dices porque ha intentado matarme de deshidratación y volverme loca con sus mentiras? Por suerte, ya me habías puesto sobre aviso acerca de su gran habilidad a la hora de manipular mentes ingenuas como la mía.

Eric la estrechó contra él y la besó en la sien.

—Sabes lo mucho que te quiero, ¿verdad?

—Desde luego que lo sé. Y yo a ti. Y ahora continúa con tu historia.

—En Heathrow me recibieron mi madre, Michael y un grupo de esos hombres y mujeres de negro que no parecen tener nombre ni identidad. Esperamos la llegada desde Amberes de Rachelle, quien ya sabes que es una experta en hechizos, y algunos de los miembros que has conocido hoy. Vinimos todos juntos a Oxford, tratando de improvisar un plan de acción sobre la marcha.

—Enstel estuvo tratando de ponerse en contacto contigo.

—Lo sé. Por alguna razón, parece que solo pudo hacerlo una vez estuve de regreso en Inglaterra. Me pregunto si el doctor Weber hizo algo para mantenerme aislado. Enstel había logrado comunicarse con mi madre mientras me esperaban en el aeropuerto. El que el rector te hubiera secuestrado lo precipitó todo, invalidando los planes que habían acordado durante la reunión en San Francisco. Además, era algo tan fuera de su
modus operandi
que teníamos que actuar con cautela y rapidez al mismo tiempo. Parece que nadie se había percatado de su inestabilidad mental. Enstel no le podía decir a mi madre dónde te encontrabas hasta que lograra desentrañar los hechizos que mantenían tu localización en secreto. Michael envió a varios de sus hombres y mujeres a diferentes localizaciones para detener a algunos sospechosos. Estábamos en Oriel Square cuando nos vimos rodeados de varios sujetos armados. Michael y sus hombres lograron escabullirse y continuaron con tu búsqueda mientras Rachelle, mi madre y yo nos dejábamos conducir a Merton. Allí apareció el doctor Weber. Nos acusó de traición por no haberlo incluido en los planes para derrocar al rector y no tardó en iniciarse un enfrentamiento abierto. Rachelle comenzó a desactivar a sus hombres con una serie de hechizos que los dejaron inconscientes y, cuando Weber se dio cuenta de lo que estaba haciendo, por poco acaba con ella.

—¿Cómo sabía el profesor Weber dónde encontraros?

—No lo sé. Siempre ha sido un hombre de muchos recursos y sospecho que hubiera logrado escapar de no haber sido por vuestra intervención. Mi madre y yo apenas podíamos protegernos a los tres de sus ataques y encontrar al mismo tiempo el modo de reducirlo. Incluso vivimos algunos ridículos intentos de lucha cuerpo a cuerpo.

—¡Oh, vaya! ¡Siento haberme perdido eso! —se rió Acacia.

Habían alcanzado la puerta principal de New Building. Acacia se puso seria y tomó las manos del joven, en cuyos nudillos desollados había reparado durante la cena.

—Por suerte, ya ha terminado todo, ¿verdad? No más luchas ni secretos.

Percibiendo un cambio pulsátil, Eric bajó la mirada hasta las manos que todavía sostenía Acacia y los dos observaron cómo la piel se regeneraba hasta recuperar su estado normal. La joven sonrió al sentir la suave caricia de Enstel en su mejilla.

—Ah, querido, ya puedes materializarte a tu voluntad —murmuró feliz—. Te hemos echado de menos.

—¿Querrá pasar la noche con nosotros? —preguntó Eric en un susurro esperanzado.

—Preguntémosle… —sugirió la joven, esfumada toda traza de agotamiento con la mera presencia del espíritu.

Acacia se estiró con languidez, sintiendo el cosquilleo de la hierba bajo sus piernas desnudas y la brisa jugueteando con el borde de su vestido de verano. Tendidos bajo un sauce llorón en un recodo tranquilo y poco frecuentado del río Cherwell, reclinó la cabeza en el pecho de Eric y suspiró contenta. El trimestre estaba a punto de acabar y hasta el clima parecía estar celebrándolo con una serie de días cálidos y soleados.

—Creo que podría acostumbrarme a esto —murmuró apreciando el efecto de los rayos del sol sobre sus párpados cerrados.

—El tema de tu tesis aprobado —dijo Eric acariciándole el cabello—, uno de los mejores directores en el campo y la grabación de tu primer disco en un par de semanas.

—Y tú vas a comenzar tu carrera docente.

—Nada comparado con convertirse en estrella de la canción.

—Cierto… —respondió la joven con una sonrisa irónica.

—Acacia, quería hablarte sobre la Orden.

La joven se incorporó y lo miró con el ceño ligeramente fruncido.

—Sabes que no todas las sociedades secretas operan igual, ¿verdad? —continuó Eric en tono conciliador apoyándose sobre los codos—. Los esenios, la orden mística a la que pertenecían Santa Ana, San José, la Virgen María, Jesús, San Juan Bautista y otros muchos, practicaban las leyes de la unidad y daban la bienvenida a todos, judíos, gentiles, hombres y mujeres.

—Lo sé, forma parte de mi investigación. La jerarquía religiosa judía los consideraba radicales por su creencia en la astrología, la numerología y la reencarnación.

—Las sociedades, como las religiones, no son más que una herramienta —razonó Eric sentándose—. No son ni buenas ni malas. Todo depende de cómo se las use. Para mucha gente son su introducción a la espiritualidad y solo se convierten en un problema cuando se ven como todo lo que existe.

—Y estoy de acuerdo. La adherencia estricta a cualquier forma de pensamiento convencional, religioso o de cualquier otro tipo, solo cierra nuestras mentes y genera sufrimiento innecesario.

—Ahora que Iris es la Gran Maestra, ¿no quieres reconsiderar tu decisión? Nos gustaría tanto que fueras parte de la Orden.

—Lo he estado pensando, pero la idea de jurar obediencia continúa siendo un gran obstáculo. Me parece más importante ser congruente conmigo misma y con mi conciencia que seguir órdenes ciegamente. Y todo ese secretismo…

Una sutil ondulación en la energía acompañada de un resplandor dorado les indicó la llegada de Enstel. Lo contemplaron mientras se materializaba frente a ellos, un ser luminoso de belleza más deslumbrante que nunca.

—¿Qué te parece, Enstel? Eric quiere seducirnos con malas artes para que seamos parte de la Orden.

—Acacia… —protestó Eric.

—Los secretos implican control y eso solo crea miedo y desconfianza. Ocultar el conocimiento se ha utilizado durante siglos para manipular a la gente y creo que ya es hora de acabar con el reino de las sombras, eliminar el dominio de la elite y exponer todos los secretos a la luz.

—Enstel, ayúdame —le pidió Eric—. Tú sabes lo que quiero decir.

El espíritu se limitó a dedicarles una de sus radiantes sonrisas y se tendió a su lado con un movimiento grácil. Los jóvenes lo imitaron. Recostados con las cabezas tocándose formaban una equilibrada hélice de tres aspas.

—En realidad, mi madre está reevaluando todo lo que constituye la Orden —prosiguió Eric, todavía reacio a tirar la toalla—. Opina que esos votos y actitudes medievales son contrarios a la libertad, la madurez y la responsabilidad personal por las que aboga y hay muchos a favor de su eliminación.

—En ese caso, pregúntame cuando se hayan aprobado los nuevos estatutos —replicó Acacia.

Eric esbozó un sonrisa, sabiendo que, aunque había dado la discusión por concluida, no descartaba la idea por completo.

La joven exhaló un suspiro satisfecho y extendió los brazos, yendo al encuentro de Eric y Enstel. Entrelazaron sus manos, dejándose invadir por la deliciosa aura de paz y armonía que creaban cuando se encontraban los tres juntos.

—Enstel me dijo en una ocasión que en el mundo espiritual hay una ausencia completa de autoridad y jerarquía —murmuró Acacia—. No puede haber un jefe puesto que todos somos iguales en Dios, en nuestra esencia divina. Algunos seres se encuentran temporalmente en niveles más altos de conciencia que otros y pueden parecer superiores, pero saben que no lo son, ni lo pretenden.

—¿Y cuál es el objetivo de esos seres?

—Ayudarnos a encontrar la libertad.

La energía comenzó a vibrar con mayor fuerza a su alrededor. La atmósfera se tornó más ligera y luminosa, los colores más brillantes, los sonidos más nítidos. El universo en su totalidad estaba con ellos. Cerraron los ojos y permanecieron en silencio, envueltos en el profundo amor que los unía.

—Cuando uno se atreve a conocerse a sí mismo y a ser quien es —reflexionó Eric con una conciencia que ya no era solo la suya—, la sensación se revela sublime.

Su sonrisa feliz se expandió ingrávida hasta alcanzar a Acacia y a Enstel, sus corazones henchidos de gratitud por el mero hecho de estar vivos y saberse uno.

Acariciados por los tibios rayos del sol, arropados por el murmullo del agua, el canto de los pájaros y el suave arrullo del viento entre las hojas, sintieron que todo era perfecto.

AGRADECIMIENTOS

Deseo expresar mi agradecimiento a Mariola Solaz y Álvaro Cazeneuve por las lecturas tempranas y el entusiasmo constante; a Amalia López por lanzarse a la aventura; a mis alumnos, pasados, presentes y futuros, por enseñarme tanto. A todos ellos, en fin, por ser quienes son.

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