Entre sombras (28 page)

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Authors: Lucía Solaz Frasquet

Tags: #Infantil y juvenil

—¿A cualquier coste?

—Claro está que no puedo exigir que los ignorantes estén de acuerdo conmigo, pero hay un número suficiente. Permíteme que satisfaga esa actitud egocéntrica de la que me acusas y te revele lo que ha estado ocurriendo mientras tú te dedicabas a tus ingenuos juegos de investigación. ¿Qué mal puede hacer? Al fin y al cabo, no vas a salir con vida de aquí.

Acacia le lanzó una mirada de soslayo. Se notaba mareada y sin fuerzas. Daría lo que fuera por un vaso de agua.

—Cuando era un joven estudiante de medicina —prosiguió el rector paseando por la pequeña estancia—, Carlyon Venton se percató de la brillantez de mi mente y me reclutó como parte de la Orden que presidía. Abrió para mí un mundo de posibilidades que jamás me hubiera atrevido siquiera a soñar. Confieso que me deslumbró. Y su hija, aunque solo tenía doce años cuando la conocí, también lo hizo. Iris era lo más delicioso que hubiera visto nunca. Por aquel entonces todavía no estaba formada y escuchaba nuestras discusiones sin decidirse por qué partido tomar. Aunque siempre desprecié profundamente las ideas de Carlyon, supe ocultarlo con destreza. Fingía disentir con sus ideas, pero respetarlo a él. No hubiera sido prudente mostrar una oposición abierta. Al fin y al cabo, pretendía hacerme con su hija y con su puesto en la Orden. Conseguí mi segundo propósito. Con cierta ayuda, claro está. Una de mis mayores virtudes siempre ha sido reconocer el talento ajeno y ponerlo a mi servicio. Aunque mis dotes no incluyen habilidades psíquicas, hechizos ni pociones, sí que conozco a quienes son muy capaces de realizarlos. Es por eso que estás incomunicada en esta habitación con tus poderes inutilizados. Pues bien, encargar un complejo hechizo que no dejara rastro fue todo lo que necesité para minar la salud de Carlyon. Mi carisma natural y otros sutiles métodos de soborno, extorsión y manipulación me llevaron a conseguir una mayoría de votos y así fue como me convertí en el Gran Maestro de la Orden en Europa, el más joven en su larga historia. Y los Venton, ocupados como estaban en alabar la bondad del alma humana, ni siquiera sospecharon. Nadie puede negar que, bajo mi mandato, la división europea ha prosperado más que nunca.

Lord Crosswell hizo una pausa y Acacia tuvo que resistir el impulso de sentarse.

—Sin embargo —continuó el rector con un suspiro—, mi primer propósito, poseer a Iris, no corrió la misma suerte. Pese a que jamás mostró ningún interés por mí, no tenía inconveniente en divertirse con ese par de pazguatos, los insufribles Ennor y Kenan. No me preguntes qué veía en ellos, porque todavía es algo que escapa a mi comprensión. Mandé confeccionar filtros amorosos y otros encantamientos, pero nada pareció funcionar. Tengo que admitir que eso me hizo albergar una buena cantidad de resentimiento, pero supe cómo canalizarlo en mi beneficio. Finalmente decidí que, si no podía tenerla, nadie lo haría. Lógico, ¿no te parece?

El rector se giró hacia Acacia. Aunque la joven había vuelto el rostro, sabía que lo escuchaba con atención.

—¡Qué satisfacción me produjo acabar con Ennor poco después de su boda! Ni siquiera pudo ver nacer a su hijo. Me fue tan fácil estar al lado de Iris en esos tiempos difíciles, consolarla, fingir que compartía su dolor por el accidente fatal de su marido y la enfermedad de su padre. Su madre había muerto varios años antes y no tenía mucho apoyo cerca de ella, perdida en aquel remoto paraje de Cornualles. Aparte de Kenan, ese ser obcecado que se resistía a desaparecer de la escena. Así que al final me harté y pensé que había llegado el momento de hacer algo. Cuando me informaron que su mujer, la dulce Tegen, estaba embarazada, decidí acabar con toda la familia de una vez por todas, ¿por qué no? Toda una línea sanguínea extinguida por mi mero capricho. Me hacía sentir tan poderoso, tener la facultad de decidir sobre la vida y la muerte de personas con mayores habilidades psíquicas que yo. La sensación es embriagadora, pero tú no sabrías de lo que estoy hablando, ¿verdad? Tan idealista e ingenua, jugando a los mártires y a los santos…

Acacia tuvo que hacer un esfuerzo para no ceder al intenso deseo de desplomarse sobre el suelo de cemento. Las piernas parecían incapaces de sostenerla. Volvió a llamar a Enstel, rezando para que sus pensamientos lograran atravesar la maraña de hechizos protectores. Había cometido una estupidez al no escucharlo, al haberse negado a escapar cuando tenía la oportunidad.

—Las personas a mi cargo son muy competentes, mucho. Por eso entenderás mi sorpresa cuando me dijeron que tu madre había conseguido escapar. No fueron capaces de explicarme cómo una débil mujer, a punto de dar a luz, pudo burlarlos. Monté en cólera y les amenacé con las peores torturas si no lograban dar con ella. Por fin encontraron su rastro y la persiguieron a través del bosque. Encontraron su cuerpo sin vida, pero no había rastro del bebé. Cuando Eric me sugirió tu nombre el año pasado como una posible adición a la Orden y me dijo quién eras, no pude creer mi suerte.

—Pero Eric no descubrió eso hasta mucho más tarde —dijo Acacia, consciente de la debilidad de su voz.

—¿Y tú le creíste? Siempre supo quién eras. Oh, ¿no me digas que esta información te rompe el corazón? ¿También le creíste cuando te dijo que te quería, que está enamorado de ti como jamás lo ha estado de nadie? Eric puede ser muy convincente cuando se lo propone… Iris atravesó una depresión muy profunda y durante años fue incapaz de cuidar de él. ¿Y quién mejor para hacerse cargo de la crianza del niño que Alexander, el querido, viejo amigo de la familia? Así fue como pude moldear su joven mente a mi antojo, algo que no había logrado con Iris. Eric me ha jurado lealtad y jamás dudaría de él.

Acacia trató de respirar con normalidad. Se sentía aturdida y un dolor penetrante se había adueñando de su cabeza.

—Y, ¿sabes lo más irónico? Eric me ama como al padre que nunca conoció y está convencido de que yo lo quiero a él como a un hijo. Sin embargo, a menudo fantaseo con la idea de desembarazarme de él también… No de momento, aún me resulta útil. No te habrá contado lo que ha estado haciendo para nosotros, ¿verdad? Contactando familias y miembros de la Orden en todo el mundo con el fin de sumarlos a mi causa. Ni tampoco qué medidas drásticas ha estado tomando cuando se niegan a colaborar… Ha resultado ser muy eficiente nuestro pequeño Eric… Tomás de Torquemada, el Inquisidor General de los Reyes Católicos españoles, el martillo de los herejes, habría estado orgulloso de él.

—¿Consideráis herejes a los que no piensan como vosotros?

—Claro, querida. ¿Qué si no? Y ya sabes lo que se merecen los apóstatas y los traidores, especialmente cuando rechazan la mano que tan generosamente les tendemos.

—Creo que ha perdido la razón por completo y ni siquiera sabe lo que está diciendo.

—¡Ah! —exclamó Lord Crosswell con exasperación—. Continúas siendo partidaria de esa visión bobalicona del mundo… Sois tan estúpidos que incluso cuando tenéis delante de vosotros la evidencia, seguís negándola.

El rector consultó su reloj.

—Me temo que otras obligaciones me aguardan —anunció—. Por mucho que esté disfrutando de este
tête à tête
, ahora debo dejarte. Además, tanto hablar me ha producido una sed terrible. ¿Imagino que a ti también?

En cuanto el rector desapareció, Acacia intentó calmarse. La cabeza le iba a mil por hora y le costaba respirar. No se había sentido tan mal en toda su vida. Tenía que intentar desentrañar los hechizos que la mantenían prisionera, pero ¿qué sabía ella de hechizos? Estando en Cornualles, Eric le había dicho que ni él ni su madre eran expertos en magia ritual, encantamientos ni pociones, pero que podían contactar con alguien que le enseñara. Acacia empezó a dudar de que eso fuera cierto. ¿Acaso no era posible que el mismo Eric hubiera ayudado a preparar la celda para ella?

Cerró los ojos y se obligó a respirar profundamente. Enstel había tardado bastante tiempo en confiar en Eric, eso era cierto, pero al final lo había aceptado por completo. Quizás Eric podría haberla engañado a ella, pero ¿también a Enstel? Además, el rector parecía ignorar la existencia del espíritu. Si Eric fuera como él sostenía, seguramente le habría informado también sobre Enstel, a no ser que quisiera utilizarlo para sus propios fines… Acacia abrió los ojos, intentando despejar los negros pensamientos. Aunque sabía que el rector era un sádico manipulador, debía reconocer que parte de sus insidiosas acusaciones habían hecho mella en su ánimo. Se forzó a dejar de pensar en Eric.

Miró a su alrededor una vez más, tratando de ignorar la desesperada necesidad de beber agua. Se deslizó hasta el suelo y llamó a Enstel de nuevo. Nada ocurrió. Volvió a llamarlo al cabo de unos minutos y a intervalos a partir de ahí. Después de lo que supuso un par de horas, notó cómo una lágrima silenciosa le caía por el rostro y se la secó furiosa, resuelta a no llorar.

¿Qué le habría ocurrido a Enstel? El temor de que le hubieran hecho algo la llenaba de una dolorosa mezcla de terror, furia e impotencia.

Poco a poco, las tinieblas fueron descendiendo sobre ella.

30

La despertó un horroroso estruendo metálico. Alzó la cabeza con esfuerzo y comprobó que el rector había regresado y golpeaba los barrotes con unas llaves.

—¡Pero qué aspecto más terrible tienes! —exclamó Lord Crosswell con jovialidad.

Acacia le lanzó una mirada desde el suelo, demasiado débil para ponerse en pie.

—No tienes ni idea de cuánto tiempo has estado aquí, ¿verdad? ¿Sabías que la muerte por deshidratación se produce entre tres y cinco días? ¿Cuánto crees que te queda?

Acacia apartó la mirada.

—Permíteme que te ilustre sobre los síntomas, cada vez más severos, que debes esperar. Ya habrás notado la fatiga, el vértigo, el dolor de cabeza, las náuseas y hormigueos. Tus frecuencias cardiaca y respiratoria están aumentando para compensar la disminución del volumen del plasma sanguíneo y de la presión arterial, mientras tu temperatura aumenta por la disminución de la sudoración. Cuando pierdas de un diez a un quince por ciento del agua corporal, tus músculos se tornarán espásticos, se te secará y arrugará la piel y la vista se te enturbiará. Entonces empezarán los delirios.

El rector se giró y desapareció para regresar al cabo de unos minutos con un vaso de agua en la mano.

—Quizás en otras circunstancias habría tratado de razonar contigo. El profesor Weber me contó el impresionante modo en el que afrontaste su prueba. En realidad, al lanzarte el pisapapeles solo estaba comprobando tu nivel de presencia y tus reflejos, pero tú nos diste mucho más, ¿no es así? De otro modo, es posible que hubiéramos cometido el error de subestimarte.

Acacia se sintió invadida por el alivio. No había mencionado a Enstel. Quizás todavía se encontraba a salvo.

El rector comenzó a beber con deliberada lentitud.

—Ah, ¡deliciosa! Tan fresca y pura… En cierto sentido, es una pena asistir al espectáculo de tu deterioro. Ese cerebro privilegiado, perdido, todo ese talento, tirado a la basura. Y nunca sabremos de qué eres realmente capaz. Claro está, Eric no llegó a enseñarte nada de valor auténtico… ¿de qué podría servirte aquí el poder acelerar el crecimiento de las plantas o hacer levitar unas cuantas piedras? El profesor Weber también echará de menos tu belleza. Siempre ha tenido debilidad por las chicas monas. En estos tiempos uno tiene que pretender apreciar las aportaciones femeninas, aunque personalmente siempre he considerado el sexo débil una distracción innecesaria.

La estudió un momento con los ojos entrecerrados.

—Innecesaria y peligrosa —repitió—. Lo cierto es que, en cierto sentido, me has defraudado. Esperaba un espíritu más combativo.

—Jesús dijo: «No resistas el mal» —murmuró Acacia con voz apenas audible—. La resistencia siempre refuerza. Al luchar en contra de algo, lo alimentamos y le damos más poder.

Alexander Crosswell echó la cabeza hacia atrás y rió con estruendo.

—Y mira adónde lo llevó su actitud. ¡Al mismo lugar que a ti! Hay gente que nunca aprende…

Acacia empezó a levantarse con trabajo, apoyándose en la pared, la cabeza gacha, y se dirigió con paso tambaleante al fondo de la celda, donde la iluminación era un poco más tenue.

El rector la contempló divertido.

—Te molesta la luz, ¿eh? El malestar general se irá intensificando hasta que desearás haber muerto cuando te correspondía.

Acacia no respondió, pero sus hombros se hundieron un poco más y los cabellos le cayeron lacios y sin vida sobre el rostro en la penumbra.

—Ya has experimentado los primeros espasmos musculares, ¿no es así? —preguntó el rector casi con amabilidad—. No alcanzo a entender esa aceptación pasiva. Dime, si tuvieras la ocasión, ¿no te encantaría clavarme los dedos en los ojos? ¿Arrancarme el corazón? ¿Sería eso suficiente para vengar la muerte de tus padres y del resto de tu familia?

De repente, el vaso que sostenía se deslizó entre sus dedos y cayó al suelo rompiéndose en añicos. Acacia alzó la mirada y vio la expresión de horror en su rostro.

—Lord Crosswell —pronunció lentamente con voz rasposa—, tengo el honor de presentarle a Enstel. Ha tenido que absorber gran parte de su energía vital, como habrá notado, para reponerse del desgaste que le ha supuesto llegar hasta aquí. No le importa, ¿verdad? Primero se ha visto obligado a encontrar y desactivar a la persona encargada de mantener y reforzar los hechizos de la habitación y luego ha tenido que desentrañarlos y desmantelarlos. Comprenderá su necesidad.

Acacia sonrió con labios pálidos y resquebrajados.

—Ah, no puede hablar, ¿verdad? Enstel, mi amor, ¿te importaría dejarle respirar un poco? ¿Lo suficiente para que no muera asfixiado? No queremos que nadie nos acuse de malos modales.

El rector tomó aire como un pez arrojado a la orilla de la playa. Estaba macilento y todo su cuerpo temblaba sin control.

—En cuanto a que Eric no me enseñó ningún truco de valor, permítame que le saque de su error.

Acacia levantó un brazo en dirección a la puerta de hierro, que se abrió con una serie de ligeros
clicks
.

—Podría haberlo hecho de un modo mucho más efectista y espectacular —señaló mientras abandonaba la celda con paso cada vez más seguro—, pero la cerradura nos va a ser útil.

Acacia tomó las llaves que el rector guardaba en el bolsillo de su traje y lo observó mientras, con los ojos desorbitados, se dirigía hacia el interior de la celda.

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