Read Episodios de una guerra Online

Authors: Patrick O'Brian

Tags: #Aventuras, Histórico

Episodios de una guerra (40 page)

—Jack, ¿tienes un trozo de cuerda en el bolsillo? No puedo saltar sin atar el montón de papeles.

—Pobrecillo, todavía está medio dormido —susurró Diana.

Subió por el costado como un grumete, se quitó el chal, envolvió los papeles con él y tiró el paquete a la chalana.

«Supongo que nos iremos alguna vez», dijo Jack para sí, moviendo el timón.

Y cuando ellos bajaron por fin, les dijo:

—Diana, siéntate en la proa y no te muevas de allí. Stephen, ata los remos a los escálamos y empieza a remar.

Entonces él desatracó y Stephen dio varias paletadas con fuerza y empezaron a alejarse del
Arcturus.

—¡Guarda los remos! —ordenó Jack—. ¡Amarra esa driza…! ¡No, la driza! ¡Dios mío! ¡Súbela, Stephen! ¡Rápido! ¡Ahora amárrala! ¡Pásala una o dos veces alrededor de la cornamusa!

La chalana dio un bandazo. Jack soltó todo, fue rápidamente hasta la proa y pasó dos veces la driza alrededor de la cornamusa. Luego regresó a popa y cogió el timón. La vela se hinchó, Jack situó la chalana con el viento por el través y puso proa a alta mar.

—Estás malhumorado esta noche, Jack —dijo Stephen—. ¿Cómo pretendes que entienda lo que me dices en la jerga de los marineros si no me das tiempo para pensar? Yo no pretendo que tú entiendas la jerga de los médicos sin que dediques un tiempo a pensar en la etimología de las palabras.

—¡No saber la diferencia entre una driza y una escota después de pasar tantos años en la mar…! —dijo Jack—. Eso escapa a la comprensión humana.

—Eres amable y cortés cuando estás en tierra, pero en cuanto te haces a la mar te conviertes en una persona déspota y autoritaria y dejas de ser sociable —dijo Stephen—. Haz esto, haz lo otro… Sin duda, eso se debe a que estás acostumbrado a mandar y desde hace mucho tiempo, pero no por ello es justificable.

Diana no decía nada. Tenía experiencia suficiente para saber que sólo era posible que los hombres tuvieran un buen comportamiento si comían y, por otra parte, había empezado a sentir náuseas y le asustaba pensar en lo que le esperaba, ya que era propensa a marearse.

La chalana no era una embarcación fácil de manejar, pero una vez que Jack se acostumbró a su modo de navegar logró que avanzara con rapidez a pesar de su tendencia a hundir la proa y a derivar porque tenía el fondo completamente plano y el viento la hacía desplazarse hacia los lados con tanta facilidad como hacia delante. Ahora había mucho espacio para maniobrar y como la chalana tenía un calado de apenas seis pulgadas y podía llevarla por aguas poco profundas sin preocuparse, puso proa al cabo Shirley para pasar por el lado de barlovento de la isla.

No estaban solos cuando llegaron a la salida del puerto, pues otros barcos de pesca salían también. Ahora se veía borrosamente la silueta de la
Chesapeake
a estribor, en la zona donde las aguas eran profundas, apenas a una milla de distancia. Había luz en la cabina, lo cual significaba que ya Lawrence estaba despierto, y en ese momento avisaban que comenzaba la guardia de alba. Enseguida aparecieron más luces en los escotillones y las portas entreabiertas y Jack pudo oír las voces de los ayudantes del contramaestre y muchos ruidos que le eran familiares, ruidos similares a los que había oído en los barcos donde había navegado.

El silencio de la noche se desvanecía. Las gaviotas pasaban por encima de sus cabezas graznando y Boston, allí al fondo de la bahía, se despertaba. Jack miró hacia atrás y pudo ver luces a lo largo del muelle. Pero las luces no serían necesarias durante mucho más tiempo, pues Saturno ya se había ido, se había ido a Tartaria en pos de la luna, y ya había bastante claridad al este.

La chalana se alejaba cada vez más de la costa y mientras tanto se oía el murmullo del agua al pasar por los costados. Jack tenía la caña del timón bajo la corva y sujetaba la escota con la mano. El viento no era muy fuerte, pero el hecho de que la marea estuviera bajando había contribuido a que alcanzaran una velocidad de cuatro o cinco nudos. Jack notó que habían llegado al océano, pues las olas eran más fuertes, aunque atenuadas por la proximidad de la isla.

—¿Qué pasa? —preguntó de repente.

—Diana está mareada —respondió Stephen.

—¡Pobrecilla! Dile que se apoye en la borda de sotavento.

Aumentó la claridad. La isla, ahora muy cerca, dejó de ser una mancha borrosa y se convirtió en una masa oscura de contorno bien delimitado. Diana estaba desmadejada y se había tumbado en el fondo de la chalana. Jack la miró y pensó: «Las cosas tienen que empeorar antes de mejorar». En ese momento, una bandada de gaviotas pasaron por encima de sus cabezas emitiendo sus características risotadas sarcásticas y dejaron caer sus excrementos sobre la cubierta. Y seguían avanzando.

El viento empezó a amainar. Si la embarcación continuaba derivando así, Jack tendría que dar bordadas para doblar el cabo. El viento seguía amainando y seguramente se encalmaría al salir el sol.

No debía desaprovechar el viento. «No hay ni un momento que perder», pensaba Jack. Sin embargo, dar bordadas le haría perder muchos. Ahora podía ver el litoral de la isla muy cerca e incluso veía personas caminando por ella y la espuma de las olas alrededor del cabo. Más cerca, cada vez más cerca…

Entonces soltó la escota y cogió uno de los remos confiando en que la fuerza de la corriente les ayudara a doblar el cabo. Sintieron dos sacudidas, esquivaron una roca y por fin doblaron el cabo. Un hombre les gritó desde la isla y Jack le saludó agitando la mano en el aire y luego volvió a coger la escota. Llegaron a la zona donde había grandes olas que venían del sureste, en dirección opuesta a la corriente, y la chalana empezó a danzar y se oyeron de nuevo en la proa los ruidos que acompañan a las náuseas.

—Tapa a Diana con mi gabardina —dijo Jack, quitándosela sin dificultad, puesto que tenía un brazo fuera, sujeto por el cabestrillo.

Stephen ya la había tapado con su chaqueta, pero ella temblaba todavía. Parecía tener convulsiones y apretaba los puños y le castañeteaban los dientes.

Ahora se encontraban frente a la isla Lovell. Había un grupo de barcos de pesca junto a la costa y por detrás de éstos se veía el cielo azul iluminado por los brillantes rayos que llegaban del este. Enseguida vieron el limbo del sol, al principio borroso y luego muy claro. El viento cambiaba de dirección caprichosamente y de repente una fuerte ráfaga azotó la popa de la chalana e hizo desviarse la proa hacia una enorme ola que se acercaba. Diana se empapó, pero permaneció inmóvil en la proa y no se quejó.

—Achica el agua con los botes donde está el cebo —dijo Jack—. Ésa es la isla Lovell. Creo que pasaremos por el lado de barlovento.

—Está bien… Hay una sustancia gelatinosa dentro de estos botes. Veo la cabeza de un decápodo.

—Tíralo y achica el agua —ordenó Jack.

—Creo que esos son los barcos de pesca que salían del puerto delante de nosotros —dijo Stephen, señalando las embarcaciones con la cabeza—. Pero, ¿qué barco es ese?

Por las brillantes aguas al sur de la isla se deslizaba un cúter cuyos tripulantes remaban con furia. Navegaba de bolina a gran velocidad y llevaba un rumbo que iba a converger con el de la chalana dentro de muy poco tiempo si los hombres seguían remando a ese ritmo.

—¿Crees que podemos navegar un poco más rápido? —preguntó Stephen.

Jack negó con la cabeza. Luego fue hasta la proa y arrió la vela despacio. El cúter continuaba avanzando en dirección a ellos. Sus hombres iban armados con alfanjes, hachas y pistolas y desde la popa un oficial les repetía: «¡Remar con fuerza! ¡Remar con fuerza!».

El hombre que estaba junto al oficial se puso de pie y gritó:

—¡Dejen paso!

Entonces las pequeñas embarcaciones se separaron y el cúter pasó entre ellas, luego viró a la izquierda describiendo una gran curva, pasó frente la costa norte de la isla y finalmente desapareció.

—Ése era Lawrence adiestrando a la brigada de abordaje —dijo Jack, izando la vela de nuevo—. Es un capitán duro.

Luego, notando que el corazón le latía mucho más rápido de lo normal, añadió:

—A ese ritmo habrán regresado a la
Chesapeake
dentro de veinte minutos, a pesar de la bajamar. ¿Cómo está Diana?

—Está casi desfallecida, pero se recuperará.

Ambos la miraron. Tenía la cara verdosa y cubierta por el pelo revuelto, los ojos cerrados y la boca apretada. Su aspecto era el de una persona que luchaba tenazmente contra la muerte. Stephen le secó las mejillas y Jack dijo:

—Procuraré estabilizar la chalana. Tú puedes quitarle ese saco de debajo de la cabeza y apartar los botes con cebo, pues tal vez no le guste el olor.

Pasó por el sur de la isla Lovell, a considerable distancia de la costa para evitar que la chalana se moviera excesivamente. Siguió avanzando por las aguas próximas el sur de la isla, con la batería de ésta a sotavento, atravesó un estrecho canal y por fin dobló el cabo. Y allí al norte de las islas Brewster, vio lo que tanto había deseado ver: las gavias y las juanetes de un barco que se acercaba a la bahía procedente de Graves.

No dijo que era la
Shannon
porque no tenía telescopio y no podía asegurarlo, pero tenía la certeza de que lo era.

—Pareces muy contento, amigo mío —dijo Stephen, apartando la vista de la cara amarilla verdosa y dirigiéndola hacia la cara roja y de expresión alegre.

—Sí, lo estoy, te soy sincero —dijo Jack—. Y creo que tú también lo estarás. ¿Ves ese barco cerca de la isla más septentrional?

—No.

—Cerca de la isla más septentrional, la más lejana, la que está a la izquierda. ¡Por Dios! Incluso se le ve el casco…

—¡Ah, ahora lo veo! Y si mi opinión te sirve de algo, te diré que me parece un barco de guerra. Tiene el aspecto característico de los barcos de guerra.

Jack desaprovechó la oportunidad de hacer un chiste a propósito de eso y, riéndose, dijo:

—Es la
Shannon
, que viene a ver la
Chesapeake
como cada mañana. ¡Ja, ja, ja!

La
Shannon
se aproximaba a la costa navegando contra la corriente. La chalana viró y empezó a acercarse a ella navegando de bolina con la intención de cruzar su proa. Se encontraban a dos millas de distancia y a la velocidad que navegaban ambas embarcaciones, la distancia se reduciría media milla cada diez minutos. Jack comprendió que si continuaba avanzando en esa dirección no la alcanzaría, pues el abatimiento de la chalana era demasiado grande, y si viraba podría ir a parar a su estela. «Tal vez haya hablado demasiado pronto», pensó. Entonces se puso de pie y gritó como había gritado pocas veces en su vida:

—¡Eh, el barco! ¡Eh,
Shannon
!

Después de unos momentos de gran ansiedad, vio que ponían en facha el velacho de la fragata. Su velocidad fue disminuyendo y por fin la chalana pudo abordarse con ella, pero al hacerlo golpeó fuertemente la parte central del casco. En la cubierta se oyó una voz, una voz familiar, que gritó:

—¡Cuidado con la pintura! ¡Maldita sea! ¡Cuidado con la pintura! ¡Apártate o dispararé un cañonazo que atravesará el fondo de tu barco!

Después, en un tono más suave, añadió:

—¿Traes langostas hoy, Jonathan? Lánzale un cabo, Paul.

Jack agarró fuertemente el cabo y sintió un gran alivio. Ahora podía bromear.

—Modere su lenguaje, señor Falkiner, porque hay una mujer a bordo. Dígale al capitán Broke que deseo hablar con él. ¡Y sáquese las manos de los bolsillos cuando se dirija a mí!

En el rostro ancho y curtido del marino apareció una expresión consternada y de proa a popa se hizo el silencio. Luego Falkiner sonrió y gritó:

—¡Dios mío! ¡Es el capitán Aubrey! Perdóneme, señor. Iré corriendo a la cabina. ¿Va a subir a bordo, señor?

Se oyeron pasos apresurados en la cubierta, gritos, órdenes urgentes y el ruido de las botas de los infantes de marina y enseguida los grumetes bajaron por el costado con cabos forrados de terciopelo. Jack esperó el momento adecuado del balanceo y saltó desde la chalana hasta el costado de la fragata y subió como debía. Cuando llegó a bordo, los infantes de marina presentaron armas y él se quitó el sombrero e inmediatamente apareció Broke, con una servilleta en la mano y unas gotas de huevo resbalándole por la barbilla.

—¡Cuánto me alegro de verte, Jack! —dijo—. ¿Qué haces aquí? ¿Cómo estás? ¿Qué te ha pasado en el brazo?

—¿Cómo estás, Philip? —dijo Jack—. He venido en esa chalana, te lo aseguro. Quisiera una guindola, pues a bordo hay una mujer indispuesta, una prima de Sophie, Diana Villiers. Y tal vez mi cirujano también la use porque es un médico excelente, pero poco hábil como marino.

Subieron a Diana, sudorosa y desfallecida como si fuera una rata muerta, y la llevaron con cuidado hasta la cabina del oficial de derrota. Stephen llegó a bordo después y Jack se inclinó y le dijo al oído:

—Ahora puedo afirmar que hemos escapado. Eres un hombre libre, amigo mío. ¡Enhorabuena!

Luego le presentó al capitán.

—El doctor Maturin, un íntimo amigo mío… El capitán Broke… Philip, ¿por casualidad estabas desayunando ahora? El pobre Maturin está débil e irritable por falta de comida.

* * *

Fue asombroso con qué rapidez volvieron a quedar inmersos en la rutina de la vida naval. Apenas pocas horas después de haber llegado a bordo ya se sentían como en su casa. Les parecía que llevaban semanas e incluso meses en la
Shannon
, rodeados de aquellos olores y sonidos que les eran familiares y sintiendo aquel balanceo tan bien conocido, que era ese día extraordinariamente fuerte. Además de haber encontrado antiguos compañeros de tripulación entre los marineros y los oficiales, la vida en la
Shannon
seguía el mismo orden y era igual en casi todos sus aspectos a la de los demás barcos en que habían navegado. Por eso cuando el tambor empezó a tocar aquella conocida composición para llamar a los oficiales a comer, Stephen sintió que la boca se le llenaba de saliva a pesar de haber tomado un abundante desayuno hacía poco. Y cuando la fragata, después de hacer la inspección como cada mañana, volvió a hacer rumbo a alta mar para continuar el bloqueo, habrían pensado que Boston se encontraba ya a mil millas de distancia si no se hubiera podido ver todavía al fondo de la enorme bahía. La fragata no tenía muy buen aspecto. Era una de tantas fragatas de treinta y ocho cañones y unas mil toneladas que habían pintado con mala pintura en el astillero. Además, llevaba casi dos años en el puesto de América del Norte, casi siempre en duras condiciones climáticas y a menudo con gruesas capas de hielo sobre las vergas, los aparejos y la cubierta, y a consecuencia de ello se habían estropeado todas las guirnaldas y los adornos que tenía en el casco. Sin embargo, había armonía en ella, pues la mayoría de los tripulantes estaban juntos desde que Broke había tomado el mando y se habían producido muchos menos cambios de los que normalmente tenían lugar en los barcos de guerra. Los marineros se habían acostumbrado a estar con sus compañeros, al modo de ser de los oficiales y a su trabajo y formaban una eficiente tripulación.

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