No hay constancia del origen del nombre de Lind.
En el extremo sur del pueblo están las plazas de los rodeos, donde las tribunas circundan tres lados de la plaza de arena y las liebres pastan en un aparcamiento de grava, junto a los restos mellados y oxidados de los concursantes jubilados del combate de cosechadoras.
Se trata de cosechadoras, esas máquinas grandes y lentas que se usan para cosechar el trigo. Todas las cosechadoras tienen cuatro ruedas: dos ruedas delanteras gigantescas que llegan hasta el pecho y dos traseras pequeñas que llegan hasta las rodillas. Las ruedas delanteras son las que llevan a cabo la tracción. Las traseras se encargan de la dirección. En caso de necesidad —por ejemplo, cuando alguien te arranca las ruedas de detrás— se puede dirigir con las delanteras. Cada una de estas tiene freno individual, así que para girar a la derecha solo hay que parar la rueda derecha y dejar la izquierda en marcha. Para girar a la izquierda se hace lo contrario.
La parte delantera de cada cosechadora es una pala ancha y baja que se llama morro. Se parece un poco a la pala que tiene delante un bulldozer, pero es más ancha, más baja y está hecha de lámina de metal. Sirve para recoger el trigo. Luego el trigo del morro es tamizado, trillado y metido en un camión. El conductor va sentado, a dos metros del suelo, junto al motor. En lo tocante al tamaño y la forma, parece que el conductor vaya montado en un elefante de acero rectilíneo.
Aquí, el morro es lo que se usa para reventar los neumáticos ajenos. O para arrancarles el morro a los demás. O para destrozarles la correa de transmisión. Es por eso por lo que en los años anteriores la gente llenaba los morros de cemento o bien los soldaba con capas de placas acorazadas o los recortaba para que a las demás cosechadoras les resultara más difícil engancharse.
Pero ahora eso va contra las normas. Muchas normas cambiaron después de que Frank Bren atropellara a su padre en 1999, le rompiera la pierna y le dejara una rueda delantera gigantesca aparcada encima. Desde entonces Mike Bren ha ido cojo.
Este año Frank conduce la número 16, una Gleaner CH pintada de amarillo brillante, llena de banderas americanas ondeantes y con un lazo enorme de cinta amarilla hecho de contrachapado. La ha bautizado:
Espíritu de América, la cinta amarilla.
—La descarga de adrenalina cuando estás ahí es magnífica —dice Frank Bren—. No es tan bueno como el sexo pero se le acerca. El ruido de metal aplastado es simplemente genial.
El resto del año Bren conduce un camión de transporte de grano. El cultivo de trigo de secano comporta que no hay irrigación y tampoco hay mucho dinero. En la década de 1980 los padres del pueblo estaban buscando una forma de conseguir dinero para el centenario de Lind. Dice Mark Schoesler, el conductor de la número 11, una cosechadora Massey Super 92 de 1965 pintada de verde y bautizada
Tortuga:
—El instigador fue Bill Loomis, de Camiones y Tractores Loomis. Repartió cosechadoras viejas entre la población. Las vendió a bajo precio. Las cambió por otras cosas. Se prestó a cualquier tipo de trato que la gente quisiera llevar a cabo. Y salió tan increíblemente bien que nadie pudo dejar de hacerlo.
Ahora, en la decimoquinta edición, unas tres mil personas acuden y pagan diez dólares por cabeza para ver cómo Schoesler embiste con su cosechadora a otras diecisiete máquinas, una y otra vez, durante cuatro horas, hasta que solo una de ellas sigue funcionando.
Las normas: el morro tiene que estar como mínimo a cuarenta centímetros del suelo. Solo se pueden llevar veinte litros de gasolina y el tanque de gasolina tiene que estar protegido por el depósito del trigo en la parte central de cada cosechadora. Se pueden usar solamente diez piezas de hierro angular para reforzar la máquina. Hay que quitar todo el cristal de la cabina. No se pueden rellenar los neumáticos de calcio ni de cemento para conseguir mejor tracción. Hay que tener por lo menos dieciocho años, llevar casco y cinturón de seguridad. La cosechadora ha de tener por lo menos veinticinco años de antigüedad. Hay que pagar cincuenta dólares en concepto de inscripción.
Los jueces le dan a cada participante una bandera roja que sirve para señalar que uno sigue en el combate.
—Si bajas la bandera estás fuera —dice Jared Davis, de dieciocho años, que conduce la número 15, una McCormick 151—. Si se te rompe la cosechadora y ya no puedes hacerla funcionar ni hacerla moverse, te dan un lapso de tiempo después del cual bajas la bandera y estás fuera.
En la parte trasera de la número 15 de Davis hay un dibujo a mano de un ratón enseñando el dedo de forma obscena. La número 15 se llama
Ratón Mickey.
Davis dice:
—Se trata de gente normal que se quiere divertir. Gente trabajadora normal y corriente. Uno ventila sus frustraciones y tiene la oportunidad de destrozar cosas.
A pesar de todas las normas, todavía se permite beber. Davis da un trago de una lata de Coors y dice:
—Mientras puedas caminar, puedes conducir.
En la zona de mecánicos cubierta de hierba que hay detrás de la plaza de rodeos, Mike Hardung está aquí por tercer año conduciendo la
Gangrena de la mala,
una John Deere 7700 de 1973.
—A mi mujer le preocupa que haga esto, pero es que yo hago muchas chifladuras —dice Hardung—, Como las carreras de cortadoras de césped, o sea, pilotando una cortadora. Es un rollo muy popular. Tenemos la Asociación del Noroeste de Carreras de Cortadoras de Césped. Las pilotamos a más de sesenta y cinco kilómetros por hora.
Sobre los combates de cosechadoras, estar sentado ahí arriba y destrozar una montaña de metal, Hardung dice:
—Es un caos. No sabes dónde estás. Tienes que tener mucho cuidado con los puntos flacos, como la parte de atrás de la cosechadora y los neumáticos. Luego te dejas llevar por el entusiasmo y les das bien fuerte. Yo soy de los que dan bien fuerte.
Hardung señala las poleas y las correas que conectan el motor con el eje delantero y dice:
—Hay que proteger la transmisión para que nadie le pueda dar. Si me arrancan una correa estoy listo.
Algunas cosechadoras tienen transmisión hidrostática, sin palanca de cambio, me cuenta. Cuanto más fuerte empujes la palanca, más deprisa va la máquina. Otras tienen transmisiones manuales. Sus conductores tienen una fe ciega en un embrague y una palanca de cambio. Otros tienen fe ciega en no beber antes del evento. Cada cual tiene una estrategia distinta.
—Yo me meto —dice Hardung—. Y examino el terreno. Ataco a los chungos. A los más pequeños los dejo en paz, a menos que ellos me ataquen primero.
Dice:
—Aquí se revientan los neumáticos. Nos damos tan fuerte que nos arrancamos el morro de las cosechadoras o la parte trasera. Hace un par de años hicimos volcar a uno.
Para reparar los daños entre eliminatorias, Hardung y sus mecánicos de la
Gangrena de la mala
han traído piezas extra y suministros. Partes traseras de cosechadoras. Ejes. Neumáticos. Ruedas. Soldadores. Grúas. Pulidoras. Y cerveza.
—Si el trabajo en el campo sigue empeorando —dice Hardung—, voy a empezar a traer mis cosechadoras nuevas.
Cuando le pregunto cuál le preocupa más, Hardung señala una cosechadora enorme, pintada de azul y con una aleta dorsal sobresaliendo de la parte superior. Tiene unos enormes dientes blancos y un monigote a medio devorar que sobresale de la boca del morro. En la parte delantera, pintado en letras grandes y negras, dice: «Josh».
—Voy a estar vigilando a la
Tiburón
—dice Hardung—. Es grande porque es una cosechadora de colina, y tiene un hierro especial por dentro. Y ruedas de metal fundido. Es una máquina dura.
Josh Knodel es un conductor novato de dieciocho años. Desde que tenía catorce él y su amigo Matt Miller han estado trayendo y reparando a la
Tiburón,
una cosechadora John Deere 6602, y sus padres la han estado conduciendo. En sus dos primeros años se llevaron el primer premio a casa. El año pasado se les averió la máquina cuando tenían un neumático reventado y solamente quedaban otras tres cosechadoras.
—No se puede hacer gran cosa para proteger el neumático en sí —dice Knodel—. Lo que tengo que hacer sobre todo es tener cuidado de que no me acorralen, de no ponerme en una situación en la que una cosechadora se me ponga detrás y me impida retroceder de forma que alguien pueda dedicarse a machacarme los neumáticos. Tengo que intentar moverme todo el tiempo para que nadie me inmovilice.
Dice:
—Primero de todo voy a intentar dejar a todo el mundo en tierra. Les golpearé las ruedas traseras para intentar arrancárselas. Cuando a uno lo dejan así en tierra ya no es ni la mitad de rápido o ágil. Se pierde mucho control. Pierdes un neumático y toda la parte trasera de tu vehículo se arrastra por el polvo. A veces se desprenden las llantas enteras y acabas arrastrando todo el trasero.
»Estoy sobre todo emocionado —dice Knodel—. Llevo toda la vida queriendo hacer esto. Hoy es el día. Pero estoy nervioso. Anoche me costó dormirme —dice—. No recuerdo haberme perdido nunca un combate. En nuestra casa es un acontecimiento importante. Siempre bajamos al pueblo para el rodeo y el combate de cosechadoras. Es un sueño hecho realidad, está claro, el poder venir aquí esta tarde y conducir. Si ganas tu eliminatoria te dan trescientos dólares. Si quedas segundo en tu eliminatoria te dan doscientos y si quedas tercero cien. Pero si ganas todo el combate son mil dólares. Eso es bastante guita.
»No hay seguro —añade Knodel—. No firmamos nada, lo cual es asombroso. Lo normal sería que el Lions Club nos hiciera firmar algo diciendo que si alguien se hace daño ellos no se responsabilizan, pero yo no he firmado nada. Todos los que hemos venido estamos aquí para pasarlo bien. Nos damos cuenta de que estamos por nuestra cuenta y riesgo.
Las tribunas se van llenando. Al aparcamiento está llegando una larga hilera de coches y camiones. Un camión cisterna se dedica a mojar la arena de la plaza de rodeos.
Al principio del combate, las cosechadoras entran en la plaza y aparcan formando dos largas hileras. Mientras esperan, la multitud se pone de pie. La reina del rodeo de Lind durante tres años consecutivos, Bethany Thompson, vestida con lentejuelas rojas, blancas y azules y sosteniendo una bandera americana, galopa a lomos de su caballo cada vez más deprisa alrededor de las cosechadoras congregadas. A medida que Thompson gana velocidad, con su bandera ondeando al viento, los conductores de las cosechadoras permanecen de pie con la mano derecha sobre el corazón y los tres mil miembros del público recitan la jura de bandera. A la gente que ha venido de visita de la ciudad les dan palmadas o puñetazos en la espalda y les gritan por no quitarse el sombrero.
El combate consta de cuatro eliminatorias: la primera es para los que han participado antes en la competición, la segunda es para los novatos, la tercera vuelve a ser para conductores con experiencia y la cuarta empieza con una ronda de consolación para todas las cosechadoras perdedoras que todavía puedan funcionar. Después de las eliminatorias, los ganadores de las tres primeras entran en la plaza, y todo el que todavía se pueda mover —ganadores y perdedores— lucha a muerte.
Una vez terminada la jura, un juez lee un tributo escrito por el conductor Casey Neilson y el equipo de la cosechadora número 9, una McCormick International 503 de 1972 con luces giratorias de ambulancia azules y rojas en el techo. El amuleto de Neilson es la peluca afro que siempre lleva cuando conduce. La gente lo llama Afro Man. Y él llama a su cosechadora la
Rambulancia.
Se oye por el sistema de megafonía:
—Al equipo de la Odessa Trading Company le gustaría dedicar un momento a dar las gracias a los hombres y mujeres del servicio de ambulancias y del departamento local de bomberos voluntarios por todo su duro trabajo y su dedicación. Si no fuera por vosotros, algunos no estaríamos aquí.
Todas las cosechadoras salvo siete abandonan la arena y empieza la primera eliminatoria.
Un juez dice por el sistema de megafonía:
—Señor, ayúdanos a tener un espectáculo seguro y de calidad esta noche.
De buenas a primeras, Mark Schoesler, a bordo de la
Tortuga,
pierde un neumático trasero. La
Gangrena de la mala
y la
Invento de J y M
hacen chocar los morros. La
Máquina antediluviana,
la
Bala de plata
y la
Patrulla coñil
levantan polvareda y se persiguen las unas a las otras en círculos. A la
Gangrena de la mala
le revienta un neumático trasero. A la
Invento de J y M
le revienta un neumático trasero y el conductor, Justin Miller, parece tener problemas: no puede moverse, está inclinado y desaparece en el interior del compartimento del motor de su cosechadora. La
Bala de plata
está completamente inmóvil, un juez la declara fuera de combate y el conductor Mike Longmeier baja su bandera roja. La
Patrulla coñil
tiene una rueda trasera completamente arrancada y luego pierde el eje trasero, pero sigue adelante, arrastrándose por la arena solamente con las ruedas delanteras. La
Rayo rojo
aplasta la parte de atrás de la
Patrulla coñil.
El compartimento del motor de la
Gangrena de la mala
se abre y empieza a salir humo. A la
Rayo rojo
se le incendia el motor. La
Invento de J y M
regresa a la vida y Miller reaparece en el asiento del conductor. La
Patrulla coñil
se arrastra por la arena. La
Invento de J y M
le arranca la parte trasera a la
Tortuga.
A la
Gangrena de la mala
se le cae la jarra de cerveza. A la
Tortuga
se le desprende el eje trasero. Y Miller vuelve a quedarse parado. Los jueces despiden con la mano a la
Tortuga y
Schoesler baja la bandera roja. La
Invento de J y M
es eliminada, la
Patrulla coñil
es eliminada y la
Gangrena de la mala
queda ganadora.
En la zona de mecánicos el equipo rodea la
Invento de J y M,
aporreando con martillos y puliendo el metal. Saltan chispas de los sopletes de soldar. Se cambian los neumáticos. Miller, directo a la ronda de consolación, dice:
—No me importa quién gane con tal de que podamos golpear lo más fuerte posible durante todo el tiempo que podamos.