A modo de descripción de la mejor manera de golpear, dice:
—Yo uso los frenos. En estas cosechadoras hay un freno distinto para cada lado, así que, si bloqueas uno, puedes girar y usar uno de los lados del morro. Lo haces ir cinco o seis veces más deprisa que la cosechadora, y cuando le das a alguien justo en la esquina, le haces un montón de daño a su máquina.
Hay que balancear el morro, dice, es como un golpe de molinete en boxeo.
—Le revientas el neumático. La rueda queda destruida. Ese morro puede estar yendo a treinta y cinco o cuarenta kilómetros por hora. Y menudo estruendo hace... El culo de la cosechadora se levanta del suelo. Se levanta a medio metro del suelo.
Entre eliminatorias una carretilla elevadora y un camión grúa entran en la arena y se llevan a los muertos, el hierro angular todo roto y los morros aplastados. La reina del rodeo Thompson tira camisetas al público. Fluye la cerveza.
De vuelta a la zona de mecánicos, los pilotos novatos como Davis y Knodel, todos ellos en edad de ir a la universidad salvo Garry Bittick, que conduce la
Tanque,
se ponen en fila para su eliminatoria.
Durante el primer minuto, la
Ciervo devastador
de Jeff Yerbich muere a consecuencia de dos neumáticos traseros reventados. La
Hombrecillos verdes
embiste a la
Tanque
y la levanta tanto del suelo que a punto está de hacerla volcar hacia atrás. La
Tiburón
pierde una rueda trasera. A la
Ratón Mickey
le aplastan el morro y se lo arrugan todo como si fuera de papel de aluminio. La
Tanque
se para en seco y baja la bandera roja. La
Tiburón
persigue a la
Ratón Mickey
en círculos. Knodel clava el morro en los neumáticos delanteros de la
Ratón
y se los revienta. Con la
Ratón
detenida, la
Tiburón
sigue embistiendo hasta que el juez hace bajar la bandera a la cosechadora muerta. La
Tiburón
pierde un neumático trasero pero se sigue arrastrando. La
Vikingo
está muerta. A la
Tanque
le arrancan el morro. Se acaba el tiempo y la
Tiburón
y la
Hombrecillos verdes
quedan empatadas como ganadoras.
En la zona de mecánicos Bittick se está recuperando de estar a punto de volcar y quedar atrapado bajo las cinco toneladas de la número 5, la
Tanque.
Con cuarenta y siete años de edad, ya es un poco mayor para entrar en la eliminatoria con los novatos. Su hijo Cody tenía que haber vuelto a casa de permiso del ejército y conducir en el combate, pero se le acabaron los permisos. Lo que ha hecho es enviar las banderas —una bandera del 82.º Regimiento de Aviación, una bandera de los desaparecidos en combate y una bandera del ejército norteamericano— que ondean en la cosechadora marca International Harvester, la que tiene pintado el camuflaje para el desierto y los dibujos de árabes en camellos perseguidos por misiles crucero.
—Me han dado un montón de golpes tremendos, todo el mundo embistiendo al mismo tiempo, con el morro —dice Bittick—. Por supuesto, se me ha levantado la parte trasera del vehículo, el morro se ha soltado y la máquina se ha averiado. Podría haber volcado —dice—. Se te pone el corazón a cien. Sin cinturón de seguridad uno saldría volando.
Para los primerizos Davis y Knodel ha sido como ir en la montaña rusa:
—¡Ha sido increíble! Ha sido la hostia de divertido —dice Davis, sosteniendo una lata de cerveza mientras su equipo arregla la
Ratón Mickey
para la ronda de consolación—. Tengo que volver y darle una buena paliza a todo el mundo para divertirme.
Para Knodel y la
Tiburón,
su primer intento ha sido un poco más duro.
—Ha sido mucho más de lo que esperaba —dice Knodel—. No me imaginaba que fuera a tener que concentrarme tanto. Estaba intentando conducir y sudando a mares.
Uno de los pocos conductores que no está bebiendo cerveza ni vodka, Knodel, describe la sensación de estar ahí subido en medio de la arena y los gritos.
—La verdad es que no se oye nada. Yo no oía al público. Lo único que oía era mi motor. Y va el motor y se me para. He seguido adelante y no me he dado cuenta de que se me había parado. Con toda la descarga de adrenalina, seguía mirando a ver quién venía a por mí. Al final solo me he dado cuenta de que el motor arrancaba otra vez porque al levantar la vista veía las hélices del ventilador, y al final he visto que volvían a girar. Entonces he podido continuar.
En la tercera eliminatoria las cosechadoras empiezan aparcadas con las partes traseras juntas y los morros hacia fuera como los radios de una rueda. En el segundo grupo de conductores experimentados, la
Rambulancia
le raja un neumático trasero a la
Chavalotes.
La
Cerdo de matanza exprés
le arranca el trasero a la
Máquina antediluviana.
La
Chavalotes
le aplasta el trasero a la
Espíritu de América
y le hace polvo el eje de atrás. La
Cerdo de matanza exprés
mete el morro debajo del extremo trasero de la
Rambulancia.
La
Máquina antediluviana
está parada con el compartimento del motor abierto y humeando. Un momento más tarde Chet Bauermeister la pone en marcha de nuevo. La
Cerdo de matanza exprés
queda atrapada entre la
Chavalotes
y la
Máquina antediluviana.
La
Chavalotes
pierde los dos neumáticos traseros pero sigue moviéndose apoyada en las llantas. La
Máquina antediluviana
vuelve a morirse. La
Chavalotes
embiste a la
Cerdo de matanza exprés
por detrás y le hunde el trasero rosado en la arena. La
Chavalotes
se pone en marcha y embiste a la
Máquina antediluviana.
La
Cerdo de matanza exprés
ha muerto. La
Rambulancia
ha muerto. La
Chavalotes
empuja a la
Máquina antediluviana
en círculos hasta que Bauermeister baja la bandera. El conductor de la
Chavalotes,
Kyle Cordill, es el ganador.
En la zona de mecánicos los equipos ganadores y los perdedores reparan sus cosechadoras para la ronda final. Las soldadoras, los sopletes y las pulidoras arrojan una lluvia de chispas sobre la hierba seca y la gente se dedica a perseguir los pequeños incendios espontáneos y a apagarlos con latas de cerveza. Las barbacoas asan perritos calientes y hamburguesas. Los niños y los perros corretean alrededor de las cosechadoras volcadas y apoyadas en gatos hidráulicos.
Cerca de la número 17, la
Hombrecillos verdes,
un grupo de chicas bebe cerveza y mira disimuladamente al conductor Kevin Cochrane.
Cochrane, de veinte años de edad, dice:
—Sí, existen grupis de los combates de cosechadoras. No creo que haya grupis del mismo Lind, pero sí de otros pueblos. Creo que van siguiendo el circuito. Solamente hay dos combates, así que es un circuito pequeño.
Cochrane mira a las chicas mientras una de ellas deja atrás a sus amigas y se acerca.
—¿Que cómo son las grupis? —dice—. Pues en primer lugar son un poco palurdas. Llevan botas de cowboy y cosas así. Un poco al estilo campesino, pero no como esa. —Señala con la cabeza mientras la chica se acerca.
La chica se llama Megan Wills. Cuando le pregunto por qué no hay mujeres conductoras, dice:
—¡Porque es muy jodío! ¡A Josh le han dao una buena!
—Antes había mujeres conductoras —dice Cochrane.
—¡Una! ¡Y hace mucho tiempo! —grita Wills, que tiene a su hermano en el equipo de mecánicos de la número 14, la
Patrulla coñil—.
¡No hay mujeres conductoras porque es una cosa muy jodía! ¡Yo ahí no me meto ni loca! ¡La menda prefiere emborracharse y tirarse a todos los tíos buenos que conducir esa mierda! ¡Anda que nooo!
Cochrane da un trago de su cerveza y dice:
—Creo que si uno no bebe nada se pone demasiado nervioso. Te metes ahí y estás todo tenso. Hay que relajarse un poco.
Antes de la ronda de consolación, los jueces recorren la zona de mecánicos diciéndole a la gente que sus treinta minutos de reparaciones han terminado hace rato. Solo la
Ratón Mickey
y la
Invento de J y M
están listas y esperando en la arena. El sol está por debajo del horizonte y oscurece deprisa. Los jueces anuncian por los altavoces:
—Necesitamos nueve cosechadoras en el ruedo. Solamente tenemos dos. Nos faltan siete.
Frank Bren, conductor de la
Espíritu de América,
llega corriendo, con la camiseta y las manos embadurnadas de aceite de motor, sudor y sangre seca:
—No vamos a llegar a tiempo —les dice a los jueces—. No conseguimos cambiar un cable hidráulico.
Un juez lee los nombres de las cosechadoras a las que todavía se espera en la arena.
—Estáis pasándoos del límite de tiempo —dice—. Y poniendo a prueba la paciencia de los jueces.
La
Rambulancia
entra en el ruedo, arrastrando una rueda trasera pinchada. La
Rayo rojo
consigue llegar. La
Bala de plata
llega cojeando. Nada más empezar la ronda, la
Rayo rojo
embiste a la
Rambulancia
y del choque saltan chispas. La
Bala de plata
clava el morro en los neumáticos delanteros de la
Invento de J y M.
La
Rambulancia
pierde el eje trasero. La
Ratón Mickey
pierde una rueda de atrás. La
Invento de J y M
embiste frontalmente a la
Rayo rojo.
Luego la
Rambulancia
hace chocar su morro con el de la
Invento
tan fuerte que las traseras de ambas cosechadoras se levantan un metro del suelo. La
Ratón Mickey
se engancha a la
Rayo rojo
tan fuerte que le arranca las dos ruedas de atrás y le revienta un neumático delantero. El golpe le arranca el morro a la
Ratón Mickey
y Davis baja la bandera. Se queda sentado, despatarrado en el asiento y con la cara levantada en dirección al cielo a oscuras. La
Rambulancia
se arrastra por un campo lleno de tornillos y trozos de metal. La
Bala de plata
y la
Invento de J y M
embisten tan fuerte a la
Rayo rojo
que el golpe mata a la
Bala de plata.
Luego la
Invento
baja la bandera.
Mientras esperamos a que las grúas limpien y los ganadores se presenten a la confrontación final, Thompson tira más camisetas a las tribunas. Una luna naranja y enorme asciende y parece pararse, flotando en el horizonte.
Los ganadores de las tres primeras eliminatorias y cualquier cosechadora superviviente entran en la arena. Está completamente oscuro y las banderas rojas que los conductores tienen al lado parecen negras al recortarse sobre el fondo de humo y polvo. A la
Máquina antediluviana
se le está cayendo el radiador y la pequeña cosechadora Massey 510 está desaparecida en medio de una nube de vapor blanco. Los motores de las nueve cosechadoras rugen al unísono y empieza la ronda final.
Nada más empezar la
Hombrecillos verdes
pierde la parte trasera y se queda tirada en una esquina. La
Tiburón
embiste el trasero de la
Patrulla coñil
y la mata al instante. La
Máquina antediluviana
corre a toda pastilla por el ruedo, llenando la arena del vapor que le sale del radiador hecho un colador. Mientras un tren de carga de la Burlington Northern pasa a toda velocidad, haciendo sonar su silbato por encima del ruido del combate, la
Tiburón
se queda atascada, con el morro enganchado debajo del trasero de la
Patrulla coñil.
La
Cerdo de matanza exprés
aplasta el culo de la
Gangrena de la mala.
La
Tortuga
permanece escondida, con las ruedas traseras apoyadas en el borde del ruedo, donde ninguna cosechadora pueda golpearla sin empujarla contra el público apelotonado. La
Cerdo de matanza exprés
se detiene, muerta. La
Tortuga
se aventura a golpear a la
Rambulancia,
que ya no tiene eje trasero. En una esquina yace muerta la
Hombrecillos verdes,
con la antena de radar plateada de Cochrane todavía dando vueltas.
Escondida en los límites del vuelo, la número 11, la
Tortuga,
no es precisamente una favorita del público.
—Hay quien dice que no doy el cien por cien —dice Schoesler, su conductor—. Que evito demasiado el contacto. A mí me gusta pensar en esto como la vieja táctica de contención de Muhammad Ali. Ponte contra las cuerdas y déjales que te den donde no duele. Y si ves un hueco, da un golpe corto y apártate. Me ha funcionado bastante bien toda la vida.
Para Schoesler, que representa al Noveno Distrito Legislativo en la Cámara de Representantes del estado de Washington, el combate es una oportunidad para hacer campaña. Está planeando presentarse a senador.
—Ser un cargo electo siempre provoca unos cuantos golpes cortos —dice—. En broma, espero. Y el ganador de un combate anterior es un hombre marcado. Como gané una edición anterior, soy un objetivo. Ser un cargo electo me convierte en objetivo por partida doble.
Ahora en el ruedo, la
Máquina antediluviana
sigue llenando el aire de vapor y su motor echa chispas. La
Tortuga
sigue escondida, a salvo junto a la multitud de espectadores.
La
Rambulancia
baja la bandera. La
Gangrena de la mala
embiste a la
Tortuga
y la devuelve a la contienda. La
Invento de J y M
embiste a la
Tortuga
y las cosechadoras muertas permanecen tiradas, chamuscadas y destruidas, convertidas en simples obstáculos en la arena oscura llena de humo y vapor. La
Tortuga
intenta escapar y termina embutida entre la
Chavalotes,
la
Gangrena de la mala
y la
Invento de J y M.
La
Máquina antediluviana
se queda quieta pero con el radiador todavía humeando. La
Tortuga
se escapa, dejando que sus tres atacadores se zurren entre sí. El morro de la
Invento de J y M
sigue tan perfecto como cuando salió de la fábrica, pero ya no le funciona la dirección en la parte trasera. Huele a líquido de freno caliente y amargo y acaba por pararse, con Miller encorvado, intentando arrancar otra vez el motor. A la
Gangrena de la mala
se le cae el morro y Hardung es eliminado. La
Tortuga
sigue escondida en los márgenes. La
Chavalotes
apenas puede controlar la dirección.