Escuela de malhechores (28 page)

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Authors: Mark Walden

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Ciencia Ficción

Liberó el otro arpón y se columpió a toda velocidad en dirección al suelo, donde bullían los tentáculos. Al pasar volando junto a la serpenteante masa verde, los tentáculos se irguieron en su busca. Dos de ellos llegaron muy cerca de su cuerpo, pero Otto se desplazaba muy deprisa, por lo que azotaron inútilmente el aire mientras él pasaba como una exhalación y ascendía luego hacia la plataforma, convertida ahora en un hervidero de tentáculos.

¡BUM!

A la espalda de Otto, las cuatro adormideras se dispararon al unísono. La potente onda sónica arrasó el bosque colgante de estalactitas y acabó con su permanencia de siglos en el techo de la caverna. El monstruo emitió un último rugido atronador cuando miles de toneladas de roca cedieron a la fuerza de la gravedad y se estrellaron contra el suelo, haciendo papilla la abotargada cabeza y los vulnerables centros neurálgicos de la bestia y enterrándola para siempre.

La onda embistió la espalda de Otto como un rinoceronte furioso, dejándole sin aliento y arrancándole de las manos el cable del arpón. Sintió que volaba por el aire y un instante después se estrelló contra la pasarela colgante con un impacto atronador. Atontado, se quedó tumbado en el suelo de la pasarela entre un mar de tentáculos convulsos que la muerte del monstruo había vuelto inofensivos. Giró sobre sí mismo y se obligó a sentarse para contemplar la enorme montaña de escombros que cubría el centro de la caverna, parcialmente oscurecido por densas nubes de polvo en suspensión.

«Te has convertido en abono, tía», se dijo riéndose a pesar de lo mucho que le dolían las costillas. Cuando intentó enderezarse, todo su cuerpo protestó. La subida de adrenalina experimentada antes había desaparecido dejando paso a nuevos dolores. Sentía como si todo su cuerpo fuera un enorme moratón.

De pronto, la plataforma se tambaleó bajo sus pies. La onda expansiva no solo había liberado a las grandes estalactitas de su secular aferramiento al techo, también había aflojado las abrazaderas que aseguraban la pasarela a la pared. Se oyó un ruido de metal desgajándose y la pasarela comenzó a ceder. Con todos los músculos de su cuerpo en un grito, Otto echó a correr hacia la puerta que se abría en la pared de roca. Solo le faltaban unos metros para hallarse a salvo, cuando, con un horripilante chirrido, la pasarela se soltó del todo de la pared y se vino abajo.

Cuando el suelo cedió bajo sus pies, Otto se lanzó hacia delante. Se estrelló contra el borde del corredor y se quedó colgado sobre el letal vacío que le separaba del suelo de la caverna. Sus pies intentaron inútilmente encontrar algún punto de apoyo en la roca. Resbaló y cayó, pero en el último instante logró agarrarse al borde de la pasarela con las puntas de los dedos. Intentó desesperadamente tensar los músculos y auparse, pero su cuerpo estaba demasiado extenuado por el trato que había recibido en las últimas horas y sus manos empezaron a resbalar. Cerró los ojos. No tenía miedo, pero estaba furioso por haber llegado hasta allí solo para fracasar al final. Cuando comprendió que iba a caer inevitablemente, una mano dura como el hierro se cerró en torno a su muñeca. Otto miró hacia arriba.

—De mí no se libra uno tan fácilmente, hijo.

La cara de Raven, manchada por la sangre verde del monstruo, devolvió la sonrisa de Otto.

Capítulo 16

L
aura abrió despacio los ojos. Los tentáculos que habían echado la puerta abajo hacía unos segundos se convulsionaban inofensivos en el suelo. Miró a Shelby y a Nigel, que en el otro extremo de la habitación estaban tan estupefactos como ella. Avanzando con cautela entre los tentáculos, asomó la cabeza por la puerta destrozada. Toda la caverna estaba llena de tentáculos inmóviles, a los que no parecía quedar ni rastro de su anterior furia asesina. Shelby y Nigel la siguieron hasta la terraza y contemplaron incrédulos la montaña de vegetación muerta.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Shelby en voz baja mientras empezaban a abrirse más puertas en otras partes de la caverna.

—¿Intervención divina? —dijo Laura.

—Habrán destruido su centro neurálgico —explicó Nigel.

—Bueno, ¿qué más da? —contestó Laura, riendo—. ¡Con tal de que no tengamos que limpiar nosotros todo esto!

Y los tres se dirigieron a la escalera abriéndose paso entre los tentáculos sin vida. Procedente del cuarto de baño sonó una vocecita:

—¿Eh? ¿Eh? ¿Hay alguien ahí?

—Max… Max, ¿me oye?

Raven acarició suavemente la mejilla de Nero, que seguía extremadamente pálido. Sus ojos parpadearon y se abrieron.

—Natalia… —susurró con voz ronca—. ¿La escuela?

—Ya ha pasado todo, Max. El monstruo ha muerto y la escuela está a salvo —Raven sonrió—. Pero sospecho que vamos a necesitar otra instalación hidropónica.

—Sabía que lo conseguiría —replicó Nero sonriente—. Buen trabajo.

—No fui yo. Yo estaba… ocupada en otra parte. Fue Malpense. Él solo llevó a cabo todo el plan. Y funcionó, Max.

—¿Malpense? —la sorpresa de Nero era evidente—. ¿Dónde está? Quiero darle las gracias.

—Le diré que venga, está ahí al lado… —la voz de Raven se apagó.

—¿Qué pasa, Natalia? —preguntó Nero con ansiedad.

Otto y Wing habían desaparecido.

Otto y Wing cruzaron el puente que daba acceso al helicóptero que esperaba en la pista de aterrizaje del cráter. Otto había oído a Nero dar las órdenes de evacuación de emergencia y esperaba que eso significara que el camino hasta la pista estaría despejado. Como había previsto, no se veía a ningún guardia de seguridad. Estaban demasiado ocupados con el caos que reinaba en todos los demás puntos del colegio. Levantó la vista. El cráter estaba abierto y por primera vez en meses vio un claro cielo azul. Era una visión extrañamente conmovedora.

De pronto, Wing, que seguía sujetándose la muñeca rota, redujo el paso y se detuvo en medio del puente.

—Vamos, Wing, es nuestra oportunidad. Sé pilotarlo, fíate de mí.

—Otto —dijo Wing, bajando los ojos—, yo no me puedo ir.

Otto miró a su amigo en el colmo del asombro.

—¿Cómo que no te puedes ir? ¿A qué vino entonces todo lo de anoche? Esta puede ser nuestra última oportunidad —Otto no entendía nada. ¿Qué le pasaba a Wing?

—Intenté decírtelo antes. Es por Nero.

—¿Qué pasa con él? —Otto se estaba enfadando. No tenían tiempo para esas cosas.

—Cuando estaba herido, vi una cosa. Llevaba puesta la otra mitad del amuleto de mi madre.

Otto comprendió entonces por qué Wing tenía aquella expresión de angustia.

—¿No decías que se había perdido? —repuso en voz baja.

—Y era verdad. Hasta hoy. Tengo que saber de dónde lo ha sacado… Tengo que saber si se lo quitó a mi madre.

—Wing, te aseguro que te comprendo, pero esta puede ser la única ocasión que tengamos de salir de esta roca. ¿De verdad es tan importante para ti?

Wing alzó la vista y le miró con tristeza.

—Sí. No puedo irme.

Otto se sintió dominado por la rabia.

—Está bien, si quieres quédate aquí por culpa de la mitad de una joya. Yo me largo.

Y, dicho aquello, echó a andar hacia el helicóptero.

—Otto, por favor, necesito que me ayudes. Tú has sido para mí un amigo extraordinario y no estoy seguro de poder sobrevivir aquí solo. Sé que me puedo defender físicamente, pero mentalmente… Yo no tengo tu fuerza. Sin ti tengo miedo de que la oscuridad de este sitio me consuma.

Otto se detuvo con la mano posada en el picaporte de la puerta del helicóptero. Jamás en su vida había tenido un amigo como Wing. Al estar siempre ocupado en intentar demostrar que era más listo que todo el mundo, nunca había tenido ni tiempo ni ganas de pensar en su propia soledad. Pero algo en su interior había cambiado. Wing se había jugado la vida por él sin titubear y él ahora se lo iba a pagar abandonándole allí. Pensó también en Laura y en Shelby, en su promesa de sacarlas de allí, de llevarlas lejos de HIVE. ¿Podía dejarlos a todos? En su mente resonaron las palabras que Nero había pronunciado ese mismo día. «¿Se puede saber adonde vas?», se preguntó a sí mismo. Apartó la mano del picaporte y se volvió para mirar sonriente a Wing.

—Habrá que hacer algo para acabar con esos ronquidos —le dijo.

Nero estaba sentado a su mesa, repasando el último informe sobre los desperfectos sufridos. Había costado varias semanas limpiar la escuela de los restos del experimento científico de Nigel Darkdoom sobre mutación de plantas y sus ingenieros le habían comunicado que la construcción de una nueva cúpula hidropónica llevaría meses. El jefe de seguridad le había dicho también que seis de sus guardias habían perdido la vida en la batalla contra el monstruo y Nero había dado estrictas instrucciones para que sus familiares, si los tenían, recibieran discretamente todo el apoyo que HIVE pudiera ofrecerles. Milagrosamente, no había habido ningún herido grave entre los estudiantes. Un par de huesos rotos, pero nada más. Hubiera podido ser mucho peor.

En circunstancias normales habría castigado a los cuatro alumnos que habían intentado huir, pero, visto su heroísmo durante la crisis, no había tomado ninguna medida contra ellos. Malpense en particular había mostrado un arrojo fuera de lo normal. No había duda de que el muchacho desarrollaría su extraordinario potencial si conseguían mantenerle en la isla durante los próximos seis años. Nero le había llamado a su despacho poco después de la crisis para agradecerle su magnífico esfuerzo para salvar la escuela. Pero también le había dicho que no quería volver a oír hablar de nuevos planes de fuga.

Malpense le había respondido mirándole directamente a los ojos:

—No se preocupe, doctor, no volverá a oír nada a ese respecto.

Nero también había dado órdenes estrictas para que todo el que supiera lo que había pasado guardara silencio sobre el papel jugado por Nigel Darkdoom al crear el monstruo que estuvo a punto de destruir la escuela. Un par de miembros del personal y de las fuerzas de seguridad habían solicitado la expulsión del muchacho como responsable del desastre, pero Nero se había negado a sus exigencias. Lo ocurrido demostraba que el joven Darkdoom tenía un gran potencial sin explotar. De hecho, en determinadas circunstancias aquel monstruo incluso podría haber resultado útil. El muchacho tenía más de su padre de lo que se pensaba.

Exactamente a la hora indicada se encendió la pantalla de vídeo adosada a la pared. Como de costumbre, el Número Uno estaba sentado en la oscuridad. Nero no había hablado con él desde lo ocurrido y aunque había informado sobre el incidente a su superior anónimo, no estaba del todo seguro de cuál iba a ser la reacción del Número Uno. Y no esperaba precisamente con ilusión su conversación con él.

—Buenos días, Maximilian. Veo que ha pasado unas semanas muy interesantes —dijo la figura en sombras.

—Sí, señor. Fue un incidente lamentable, pero la escuela prácticamente ha vuelto ya a la normalidad.

—Eso deduzco de sus informes. También veo que el que merece ser felicitado por haber resuelto la situación es el joven Malpense.

Nero sabía que los informes que había enviado eran en general exactos, pero dudaba que el Número Uno supiera lo cerca que habían estado del más absoluto desastre.

—Sí, señor, demostró tener una notable iniciativa.

—Igual que en su intento de fuga, desde luego. ¿Cree que podría llegar a representar un problema?

—No, señor. Como sabe, estoy acostumbrado a tratar con los estudiantes más… precoces.

—En efecto. Sé que no necesito recordarle las consecuencias que tendría que se le escurriese entre los dedos.

—No, señor. Lo entiendo.

—Bien. Puede dar gracias por que el chico no resultara herido gravemente en los acontecimientos de aquel día, Nero. Si Malpense muere, no hará solo el viaje al otro mundo.

—Sí, señor. No es fácil mantenerle protegido constantemente de forma discreta, pero seguiremos haciendo lo que podamos.

—No me interesa que hagan lo que puedan. No ha de sufrir ningún daño. Sin excusas.

—Entendido.

—De acuerdo. ¿Necesita recursos extraordinarios para la reconstrucción de las zonas afectadas?

—No, señor, creo que lo tenemos todo controlado.

—Muy bien. El mes que viene asistirá usted a la reunión del Consejo General del SICO en Viena.

Aquello no era exactamente una pregunta.

—Sí, señor, me lo han notificado.

—Va a ser una reunión importante, Nero. Tengo varios asuntos graves que tratar con todos ustedes.

—Lo espero con impaciencia —mintió Nero.

—Estoy seguro, Maximilian. Eso es todo.

La pantalla se apagó y Nero exhaló un largo suspiro de alivio. Todo el mundo sabía que el Número Uno era una persona totalmente imprevisible: demasiada gente que había creído complacerle se había encontrado con que su siguiente cita tenía lugar en un tanque bien surtido de pirañas. El hecho de que él siguiera respirando indicaba que seguía teniendo la confianza de su superior. Sabía que si Malpense hubiera terminado convertido en un aperitivo del destructivo monstruo creado por Darkdoom, él mismo habría sido el siguiente en caer en las fauces de la bestia. No le gustaba nada estar a oscuras sobre algo de lo que evidentemente dependía su vida. Tenía que averiguar más cosas sobre el muchacho y bien aprisa.

El Número Uno contempló la desaparición del sereno rostro de Nero de la pantalla de vídeo. A Nero siempre se le había dado muy bien disimular su nerviosismo, pero el Número Uno sabía que, tras la catástrofe que había sufrido la escuela, el director de HIVE no estaba seguro de cuál sería su destino. Y hacía bien en preocuparse: el Número Uno no toleraba los errores, ni siquiera de uno de sus más fieles colaboradores. El miedo era una herramienta notablemente eficaz y el jefe del SICO sabía utilizarla a la perfección.

Se arrellanó en su butaca sonriendo. Nero era un hombre implacable y artero, pero tenía debilidades y, entre ellas, la devoción por su escuela ocupaba el primer lugar. Los que conocían su vida anterior se habrían asombrado ante la solicitud con que protegía HIVE y a sus estudiantes. Era como una de esas historias empalagosas sobre una terrorífica fiera salvaje que cuidaba con amor maternal a una carnada de gatitos huérfanos.

Debido precisamente a esa faceta protectora de Nero, el Número Uno sabía que tenía que actuar con cautela. No estaba seguro de poder contar con su lealtad si descubría lo que tenía en realidad pensado para el joven Malpense. Sonrió una vez más mientras repasaba mentalmente lo que tenía planeado para el futuro del muchacho. Un día, Nero y el chico descubrirían exactamente en qué consistía ese plan. Es más, era esencial que lo descubrieran. Y ese día, Otto Malpense desearía no haber nacido.

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