Especies en peligro de extinción (12 page)

Un momento después, Óscar subía al coche y se sentaba junto a Faith mientras Tammy cerraba la puerta y se dirigía al asiento del conductor. Esta vez su sonrisa parecía más sincera, y enseguida le rodeó los hombros con el brazo y se inclinó para besarla en el cuello.

—Lo digo de corazón, nena —dijo ronco, acercando tanto su cara a la de ella que esta pudo oler la salsa italiana que tomó en el almuerzo, varias horas antes—. Me perdonas lo que te dije, ¿verdad? Por favor, dime que sí, o me muero, de verdad. Lo eres todo en el mundo para mí, nena. De verdad. No sé por qué te dije esas cosas. He sido un gilipollas.

—No te preocupes —susurró ella a su vez, conmovida por su tono de voz—. Supongo que los dos decimos tonterías. No pasa nada.

—Estupendo —dijo con una sonrisa, besándola luego.

Ella se esforzó por apartar todo lo demás de su mente y le devolvió el beso hasta que los otros empezaron a burlarse de ellos. Entonces los dos rompieron a reír y se separaron. Óscar la cogió de la mano y ella se recostó en el asiento, sintiéndose cansada y algo confusa... pero sobre todo feliz.

No tardaron en ponerse en camino, abriéndose camino por la hora punta de Sydney. Faith supuso que volvían al hotel, pero al cabo de unos minutos llegaron a un aparcamiento casi vacío. Miró por la ventana y se dio cuenta de que habían llegado al laboratorio de la LIDA.

—¿Qué hacemos aquí? —preguntó.

—Sorpresa —dijo Tammy, sonriéndole. Supuse que tendríais hambre tras estar toda la tarde de manifestación. He pedido que nos trajeran de cenar para todos.

Los otros estallaron en aclamaciones, y Faith sonrió con ellos. Hasta el momento, el laboratorio era el único sitio de todo Sydney donde se sentía más cómoda. Esperaba poder pasar un rato en privado con Óscar para aclarar las cosas, pero supuso que eso podía esperar.

No tardaron en estar sentados alrededor de la gran mesa redonda de la sala principal del laboratorio, atiborrándose de comida para llevar y hablando sobre los acontecimientos del día. Faith seguía sintiéndose incómoda con el grupo, sobre todo cada vez que la conversación derivaba hacia Arreglo. Pero hizo lo posible para que eso no afectara mientras se concentraba en la comida.

En un momento dado, al final de la comida, vio que Rune se levantaba de la mesa, sujetando entre los dedos una patata frita de maíz.

—Toma, serpientita, serpientita —canturreó, dirigiéndose hacia el fondo de la habitación y levantando la patata sobre uno de los tanques.

—Eh —dijo Faith, alzando la voz—. No hagas eso. Las serpientes son carnívoras. No comen patatas fritas.

Tammy la miró.

—Ya la has oído —dijo cortante—. No des de comer a las serpientes —mientras Rune ponía los ojos en blanco y se llevaba la patata a la boca, Tammy se volvió hacia Faith con una sonrisa de agradecimiento—. Bien visto, Faith. Está bien saber que en nuestro grupo hay alguien con tantos conocimientos. Eso me da una idea de campanillas. ¿Tienes algo que hacer esta noche después de cenar?

Faith miró a Óscar.

—No lo sé —dijo—. Óscar y yo hemos hablado antes de dar una vuelta, hacer turismo...

—Dejemos eso para otra ocasión, nena —repuso Óscar con un bostezo—. Estoy demasiado cansado.

Creo que miraré mi e-mail con los demás y me meteré pronto en la cama.

—Estupendo —dijo Tammy alegre—. Entonces, Faith, si no te importa, ¿podrías ayudarme esta noche a cuidar de las serpientes? —hizo un gesto hacia los tanques— Yo solo sé lo básico; desgraciadamente al encargado de hacerlo le ha salido un compromiso y no puede venir.

—Claro, me encantará echarte una mano —respondió Faith al punto.

Seguía sintiéndose culpable por aceptar un viaje tan caro a Australia, por mucho que cumpliera con su parte yendo a la manifestación. Podía ser su oportunidad de devolverle el favor a Tammy, aunque solo fuera un poco. Eso significaba que volvía a retrasar su conversación con Óscar, pero igual eso no tenía tanta importancia. Él ya parecía haber olvidado la pelea. Igual también debería olvidarlo ella.

Óscar y los demás se fueron poco después, dejando a Faith y a Tammy a solas en el laboratorio. Las dos trabajaron con compañerismo durante un rato, limpiando jaulas, humedeciendo las serpientes que lo necesitaban y realizando el mantenimiento básico de los tanques y del equipo. A medida que trabajaban, Faith fue contando a la mujer mayor algo más sobre su relación con Óscar, además de sus últimos pensamientos sobre Arreglo.

Tammy escuchaba compasiva, asintiendo en ocasiones.

—Tienes que hacer lo que te dicte el corazón —dijo ella cuando Faith acabó—. Ya sabes que no soy una gran fan de Arreglo. Pero creo que deberías hacer las paces con él, si es lo que quieres, diga lo que diga Óscar.

—¿De verdad? —dijo Faith, sorprendida ante el alivio que sintió al oírla decir eso. Tampoco es que necesitara la opinión de nadie. Pero le gustaba tener la aprobación de alguien como Tammy.

—Y, ya puestos, ¿por qué esperar a volver a casa? —siguió diciendo Tammy—. Seguro que, si quieres, puedes hablar con él en la conferencia. Podrías llamarlo mañana a su hotel.

—Oh, no sé —dijo Faith, sintiendo timidez ante esa mera idea—. Ahora que me he decidido a hacerlo, no me importa esperar a volver a casa. No quiero molestarlo cuando está tan ocupado.

—Hmm —Tammy pareció querer abundar en el asunto, pero de pronto cambió de tema—. Oye, Faith, acabo de acordarme de algo que quería preguntarte. ¿No sabrás cómo ordeñar una serpiente?

Faith asintió, sabiendo que Tammy se refería al método para extraer veneno a una serpiente.

—Claro —dijo—. Lo he hecho muchas veces.

—¿Sabes el tío que debía haber venido a trabajar esta noche...? Pues, se suponía que debía ordeñar tres de nuestras serpientes para enviar mañana el veneno a nuestros investigadores. Y si nos retrasamos...

—No digas nada más. Estaré encantada de ayudar —dijo Faith con una sonrisa—. Tú enséñame a cuál hay que hacérselo.

Tammy señaló las dos serpientes pardas comunes del laboratorio y una
taipan
de tamaño mediano. Luego se puso a barrer el suelo, mientras Faith trabajaba.

Cuando sujetaba por la cabeza una de las serpientes, obligándola a hundir los colmillos en un trozo de látex extendido sobre la boca de un recipiente de cristal, Faith pensó divertida que la mayoría de la gente no consideraría lo que hacía como una forma de divertirse estando de vacaciones en Australia. Pero la verdad era que no se lo había pasado mejor desde su llegada. Resultaba muy agradable sentirse útil para variar.

—13—

—¡Eh, tú! Eres Faith, ¿verdad? Tienes un momento. Necesitamos tu ayuda.

Faith alzó la mirada para ver a Boone caminar hacia ella. Dio un paso más fuera de la selva para entrar en el sol.

—Er, claro —dijo— , ¿Qué necesitas que haga?

Boone señaló la playa.

—Estamos apartando parte de los restos del avión. ¿Está contigo tu amigo George? Nos vendría bien algo más de músculo.

No se molestó en decirle que, en ese momento, George y ella no eran precisamente amigos.

—Yo... yo... hace rato que no lo veo —dijo con cuidado, lo cual era técnicamente cierto; no lo veía desde que lo dejó en el claro con su revanchista caza a la serpiente, entre quince y veinte minutos antes.

—Ah, bien —repuso Boone, encogiéndose de hombros y mirando de reojo a un grupo de personas que caminaban junto al agua—. ¿Por qué no vas a ayudar a Locke a mover las cosas pequeñas? Yo intentaré conseguir más ayuda.

—¿Locke?

—El calvo. Con un corte en el ojo.

—¡Ah! Vale.

Sabía muy bien a quién se refería. Debía de ser el hombre mayor que miraba al mar y caminaba a solas por el agua, y que casi todo el tiempo se mantenía apartado de los demás. Al pensar en él, se dio cuenta de que tenía una cicatriz que le recorría verticalmente el lado derecho de la cara, pareciendo dividirle el ojo en dos. De algún modo, era algo que parecía irle, y no la había considerado un corte.

Encontró a Locke separando trozos de metal de entre los restos. Cuando se presentó, él asintió y la miró en silencio por un momento.

—Este lugar es increíble, ¿verdad? —dijo por fin.

Por un momento, ella pensó que se refería al trozo de playa cubierto de restos en el que estaban. Entonces vio cómo sus ojos miraban a la selva que había tras ella. Estaba a punto de asentir educadamente y dejarlo estar, pero algo en la reposada concentración del hombre la inspiró a responder con más sinceridad.

—Sí —dijo tímidamente—. Bueno, esto da bastante miedo. Por el accidente y... bueno, por lo otro. Pero es un sitio precioso. Hay tanta belleza natural...

—Así es —replicó Locke, volviendo a su trabajo—. Nunca he visto nada así. La selva está llena de vida.

Faith asintió.

—He visto mucha vida salvaje... lagartos, arañas, serpientes... —sonrió con timidez—. Las serpientes son lo mío. Soy bióloga, herpetóloga más bien.

—¿Una naturalista? —Locke parecía interesado—. Puede sernos muy útil tenerte aquí si resulta que debemos quedarnos un periodo largo.

—Oh, no sé yo —respondió ella remilgadamente—. Seguro que nos rescatan muy pronto. Además, seguro que no soy tan útil como crees; solo soy una académica, no sé muchas cosas útiles.

Locke sonrió, arrugando el corte que le rodeaba el ojo.

—Cualquier clase de conocimiento es siempre de utilidad, Faith. El truco consiste en saber aplicarlo.

Faith le devolvió la sonrisa.

—Eso parece algo que diría mi hermana.

—Tu hermana debe de ser una persona muy sabia.

—Lo era —Faith tragó saliva— Está muerta. Cáncer.

Locke interrumpió lo que hacía, dirigiéndole una mirada incomprensible.

—Lo siento —dijo finalmente—. Sé lo duro que es perder aun familiar.

Trabajaron un rato en silencio. Faith recogía astillas metálicas de la arena cuando las palabras brotaron de ella con vida propia.

—¿Has oído hablar de la cotorra del paraíso?

Locke la miró.

—Sí, claro. Se extinguió hace décadas. ¿Por qué lo preguntas?

—Er, tienes razón —Faith ya lamentaba haber sacado el tema, pero ahora que había empezado, bien podía terminar—. Está extinguida. O eso se supone al menos... Ayer me pareció ver una en la selva, y otra vez hoy. Pero seguro que solo era una especie parecida —se apresuró a añadir—. Estamos todos deshidratados, y seguro que solo estaba imaginando cosas.

—No te apresures tanto a descartar lo que veas por aquí —repuso Locke sombrío, y después le sonrió, y todo su rostro pareció recomponerse con el cambio de expresión—. Así que, ¿también te interesan las aves? ¿No solo las serpientes?

Faith se rió, aliviada porque él no pareciera considerarla una loca.

—Claro. Uno de mis primeros recuerdos es salir con mi hermana al patio de atrás para observar a las aves. Me gustan todos los animales...

Después de eso, la conversación fluyó con facilidad entre los dos. Le resultaba sorprendentemente sencillo hablar con Locke. A diferencia de la mayoría de los no biólogos con que trataba, él parecía interesado de verdad en lo que ella tuviera que decir.

Unos minutos después estaban hablando de pautas de extinción cuando George salió de la selva. Se dirigió hacia ellos, mirándola con timidez.

Locke también se dio cuenta.

—Hola —le dijo a George— , Si no estás ocupado, a Faith y a mí nos vendría bien algo de ayuda para mover este trozo de metal —dijo, tamborileando con la mano un pedazo de fuselaje especialmente grande.

—Claro —dijo George de inmediato, chasqueando los nudillos mientras caminaba hasta ellos—. ¿Dónde lo queréis?

Locke y él cogieron el pedazo por cada extremo. Lo alzaron a la de tres y lo movieron a un lado, descubriendo así todo el equipaje que había debajo. Tras espantar unos cuantos cangrejos que lo habían convertido en lugar de residencia, Faith se puso a abrir las maletas y a clasificar el contenido.

Mientras ellos se llevaban el pedazo de fuselaje a otro lado, Faith los observaba de reojo, sobre todo a George. Se comportaba como si no hubiera pasado nada anormal entre ellos, pero ella no estaba segura de poder hacer lo mismo. Sentía nauseas cuando pensaba en la expresión de su rostro al coger la rama, en las cosas que dijo.

Cuando los dos hombres volvieron, Faith se aclaró la garganta. Normalmente lo habría dejado correr y luego le habría dado vueltas a la situación en privado, volviéndose así medio loca. Pero, de algún modo, el mero hecho de estar en esa isla hacía que se sintiera más valiente. Igual era que tras sobrevivir al accidente, ya no le asustaba tanto una conversación difícil.

—George —dijo ella con calma—. Respecto a lo que pasó en la selva hace un rato...

—¿El qué? —repuso él cortante, mirándola con cierto temor— No pasó nada. No tiene importancia; no vale la pena hablar de ello.

—Pero las cosas que dijiste...

George ladró una risita.

—Oye, soy un tío de mal genio —dijo—. Siento haberme dejado dominar por él. No quería alterarte, corazón. De verdad. Lo mejor que puedes hacer es ignorar la mayoría de las cosas que digo. No soy muy listo —riéndose de su propia gracia, se volvió hacia Locke— , ¿Sabes la pequeña Faith? Es muy lista... ¡Tiene un título universitario y todo! ¿Qué te parece?

Faith se mordió el labio. Se daba cuenta de que George se sentía mal por lo sucedido, y sospechaba que quería compensárselo sin tener que disculparse. O puede que no quisiera admitir ante Locke que se había asustado ante una serpiente inofensiva.

—Muy bien —Locke sonrió benigno—. ¿Y qué haces tú en el mundo real, George?

—Vendo terrenos —George gruñó mientras cogía otro pedazo de metal—. Vengo de Indiana. Compro granjas viejas y terrenos abandonados. Los convierto en algo útil, haciendo subdivisiones con ellos para construir edificios. Me gano bien la vida.

Faith se dio cuenta de que no tenía ni idea de cómo se ganaba la vida George. Y ahora que lo sabía, se explicaba su actitud negativa hacia sus ideas. Su trabajo podía considerarse como la antítesis de la conservación del medio ambiente.

—Interesante —Locke hizo una pausa mientras desenterraba una gran maleta de la arena—. ¿Por eso estabas en Australia, George? ¿Por negocios?

—No, fue por un asunto personal. —repuso George, frunciendo el ceño, mirando el pedazo de metal retorcido que sostenía. Por un momento le pareció que no iba a seguir explicándose. Luego se encogió de hombros—. Qué diablos. Estamos todos aquí atrapados, así que bien puedo contároslo —suspiró, y sus ojos adquirieron una expresión distante—. Fui para ver si conseguía meterle algo de sentido a mi hija. Acaba de cumplir los veintiún años y acaba de dejar la universidad para vivir en Sydney con su novio sabelotodo amante de los árboles —miró a Faith— , Se parece un poco a ti; tiene tu misma constitución y color del pelo.

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