Especies en peligro de extinción (8 page)

—Bueno, porque supongo que sabrás qué plantas de la selva se pueden comer y cuáles no, ¿verdad? —respondió Hurley, encogiéndose de hombros—. No sé si lo habrás notado, pero nuestro suministro de comida ya parece un tanto, bueno, patético. Pensé que alguien como tú podría ayudarnos a encontrar más cosas de comer.

—Claro, supongo que sí. Pero mi especialidad son los reptiles y los anfibios, no las plantas —al ver que la decepción asomaba en el rostro de Hurley, se apresuró a añadir:— Pero también sé algo de botánica. Desde luego haré lo que pueda. Si hace falta, claro.

Estaba segura de que los rescatarían mucho antes de tener que recurrir a subsistir de la vegetación local. Quizá en ese mismo día. Pero, hasta entonces, le alegraba contribuir a que Hurley se sintiera algo mejor.

—Guay —dijo Hurley, con una sonrisa que le iluminó todo el rostro.

—¡Eh, tíos! —los interrumpió una nueva voz.

Faith miró por encima del hombro para ver al padre de Walter dirigiéndose hacia ellos. Se presentó enseguida como Michael.

—¿Habéis visto a mi hijo? —preguntó impaciente—. Se llama Walt, es así de alto... —alzó un mano para indicar la altura del chico.

—Lo siento, colega, no lo he visto —dijo Hurley, mientras Boone y George se acercaban y se encogían de hombros.

—Yo vi a Walt hace un rato —comentó Faith—. Antes de que lloviera. Iba buscando a su perro.

Michael suspiró.

—Rayos, ¿todavía no se ha rendido? —gruñó—. Bueno, tampoco hace mucho de su desaparición; estaba conmigo durante la lluvia. Fue luego cuando lo perdí de vista.

Michael siguió su camino, y Faith miró a los otros con preocupación.

—Espero que Walt no se metiera en la selva buscando al perro. Si lo hizo...

—Eso ni lo pienses, tía —repuso Hurley negando despacio con la cabeza.

Faith se dio cuenta de que también pensaba en los misteriosos sonidos.

—¿No crees que deberíamos ayudarlo un rato a buscarlo? Podríamos registrar la selva...

Hurley se encogió de hombros inseguro. Pero George asintió con energía.

—Faith tiene razón —dijo—. Si Walt anda vagando por la selva, deberíamos ayudar a su padre a encontrarlo y traerlo —sonrió brevemente, al notar la mirada de sorpresa de Faith—. Yo también soy padre. Y, de paso, podremos buscar más maletas. Serían dos pájaros de un tiro.

Mientras la mujer pelirroja y una pareja de pasajeros se quedaban para seguir clasificando el equipaje, Faith, George, Boone y Hurley se dirigieron hacia donde empezaban los árboles.

—Michael se dirigió hacia allí, hacia esa parte de la playa, así que vamos por esta otra —dijo George enérgico, señalando un lugar donde unos altos y esbeltos tallos de bambú se alzaban sobre la arena.

La sombra que proyectaban los bambúes resultaba refrescante tras el ardiente sol de la playa. Faith siguió a los hombres mientras estos seguían lo que parecía el rastro de un animal, gritando el nombre de Walt cada varios metros.

Llevaban como diez minutos buscando cuando Faith vio una pequeña maleta roja medio oculta en el lecho de hojas, a pocos metros de distancia del sendero. Corrió a cogerla y, cuando se incorporó bolsa en mano, captó un agitar justo encima. Alzó la mirada y lanzó una exclamación tan sonora que los otros la oyeron y se detuvieron.

—¿Qué pasa? —preguntó George preocupado, dirigiéndose hacia ella, abriéndose paso entre las delgadas cañas de bambú—. ¿Faith? ¿Estás bien?

Faith se volvió, intentando seguir el vuelo del pájaro. Pero era demasiado rápido para ella y desapareció tras perderse entre las copas de los árboles.

—Ese pájaro —exclamó, buscando en vano otro atisbo de él—. Creo que lo vi ayer...

Para entonces, los otros estaban ya a su lado.

—Tía, ¿has visto un avión de rescate o algo parecido? —comentó Hurley—. Sonabas muy emocionada.

—No, nada de eso —dijo Faith, casi sin aliento por la maravilla—. ¡Mejor aún! Creo que acabo de ver un
Psephotus pulcherrimus,
¡una cacatúa del paraíso!

Los tres hombres intercambiaron miradas dubitativas.

—Vale —dijo Hurley—. ¿Y eso por qué es tan emocionante?

Faith se rió ante su expresión de desconcierto, sintiéndose cada vez más alegre.

—Se cree que las cacatúas del paraíso están extintas desde los años veinte. Si de verdad aquí hay uno vivo... bueno, ¡es una gran noticia!

—Ya —dijo Boone despacio—. Si tú lo dices. Er, no quisiera ofender, pero ¿estás segura? Debe de haber como miles de especies de loros y cacatúas, y seguro que muchos se parecen...

—Estoy segura —le aseguró Faith— , Bueno, bastante segura. Verás, sólo lo he visto un momento. Pero mi hermana coleccionaba estampas de especies extintas. Tuvo en el baño durante años una lámina enmarcada de una cacatúa del paraíso; me sé de memoria hasta la última pluma de su cuerpo. Si pudiera verlo mejor, podría identificarlo con más seguridad.

Cada centímetro de su cuerpo temblaba por la excitación. ¿Podría haber allí cacatúas del paraíso?

—Supongo que esto prueba que sí estamos en una isla, como dijo alguien anoche —comentó distraída, mientras volvía a mirar las copas de los árboles por si volvía a ver el ave—. Es la única manera en que ha podido permanecer tanto tiempo sin ser descubierta. Creo que sé en qué dirección voló; igual si corro puedo alcanzarlo y verlo mejor...

—Espera —Boone la detuvo posando una mano en su hombro cuando estaba a punto de echar a correr por entre los bambúes—. No sé si eso será buena idea.

Hurley asintió vigorosamente.

—Sí —dijo estremeciéndose—. No querrás encontrarte con... ya sabes.

—Además, ¿a quién le importa un pájaro estúpido? —añadió George, pareciendo impaciente—. Ahora mismo tenemos cosas más importantes en las que pensar.

Faith seguía perdida en la sensación de maravilla que la envolvía y solo pudo mirar a George con asombro. ¿Es que no había oído nada de lo que había dicho? Pese a todos los problemas que tenían, nada podía ser más importante que confirmar si de verdad había visto una cacatúa del paraíso.

—Tú no lo entiendes —dijo con tono urgente—. Se considera que esa especie desapareció hace años. ¿No ves lo que significa que encontremos uno viviendo aquí? —Buscó en su mente palabras para poder explicárselo—. Es una oportunidad de que el mundo recupere algo que consideraba perdido para siempre, algo especial...

—Sé realista —repuso George, poniendo los ojos en blanco—. Los pájaros serán muy bonitos, pero primero están las personas.

—Sea como sea, no vale la pena discutir esto ahora —repuso Boone, en tono impaciente—. Ahora lo más importante es permanecer con vida hasta que nos rescaten, ¿vale? —dirigió a Faith una sonrisa a modo de disculpa— Si no es así, nadie llegará a enterarse de lo de ese pájaro tan raro.

George miraba fijamente a Faith, pareciendo no darse cuenta de lo que Boone había dicho.

—Si los amantes de los árboles como tú dedicarais menos tiempo a salvar hasta el último pájaro, insecto o lagarto, igual podríais contribuir a solventar algunos de los problemas de verdad que tiene el mundo.

—Vamos, tíos —intentó interrumpir Hurley—. Igual deberíamos...

Faith apenas le oyó.

—¿Estás de broma? —gritó, sorprendida ante la actitud de George—. La mayoría de los problemas "de verdad" del mundo lo tienen
todo
que ver con amar los árboles. Todos somos parte de este planeta y...

El no la dejó acabar.

—Vale, vale —dijo, dándole una patada a un retoño de bambú—. Un mismo mundo verde; ya lo he oído antes y sigo sin convencerme. ¿Es que los tuyos no habéis oído hablar de la supervivencia del más apto? ¿Eh? ¿Por qué debemos gastar tiempo y dinero en proteger a criaturas que no pueden sobrevivir por sí solas? A mí me parece que eso sí que es ir en contra de la naturaleza.

Las manos de Faith volaron a sus mejillas mientras luchaba por encontrar palabras con que responder. Había oído antes argumentos similares, y siempre se había sentido asombrada y frustrada ante ellos. ¿De verdad creía George en lo que acababa de decir? ¿De verdad creía que las cosas eran tan simples?

¿La supervivencia deI más apto?,
pensó, las lágrimas amenazaron con asomar a sus ojos cuando la cara de Gayle surgió en su mente.
Supongo que pensará lo mismo de la gente enferma...

—Debo decir que estoy decepcionado —George no parecía darse cuenta de lo alterada que estaba ella—. No te había tomad o por una radical. Me pareciste demasiado lista para serlo, corazón.

—No soy una radical —protestó Faith, pero lo dijo con un hilillo de voz y supo que no tenía sentido seguir discutiendo. George no sabía nada de ella y empezaba a pensar que no le interesaba saberlo—. Muy bien. Pues, entonces, ¿vamos a buscar a Walt?

—Eso está mejor —George sonó satisfecho—. Vamos por aquí. ¡Walt! ¿Walt? ¿Estás por ahí, colega? —dijo abriéndose paso entre las cañas.

Los demás no dijeron gran cosa mientras le seguían. Faith fue tras ellos, alternando entre la euforia por lo visto y la culpa por rendirse tan pronto ante los argumentos de George. ¿Es que no había aprendido ya la lección?

Pero era inútil. Nunca había sido muy buena en los debates; cuando estaba bajo presión, su mente se dejaba dominar enseguida por las emociones, lira uno de los motivos por los que siempre evitaba los enfrentamíentos...

—8—

—El Dr. Arreglo responderá a algunas preguntas.

—¡Yo tengo una pregunta para ese cabrón!

Faith hizo una mueca al reconocer la voz estentórea de Mo. La mujer estaba muy cerca de ella y daba saltos, gritando y agitando los brazos.

—¿Cómo puede vivir consigo mismo? —gritó—. ¡Esa es mi pregunta!

Casi la totalidad de la considerable multitud que se había reunido para asistir a la primera conferencia de prensa con acceso libre que daba el Dr. Arreglo en Australia alargó el cuello para poder ver a Mo. Faith casi podía notar los ojos curiosos que se clavaban en su pequeño grupo de tíos raros. Avergonzada por que la vieran con ellos, se movió para esconderse detrás de Óscar, alegrándose de que se hubieran visto temporalmente separados de los demás por un par de hombres con sobrepeso vestidos de ejecutivo. Por supuesto, la cosa no mejoró cuando Óscar empezó a señalar al auditorio con los dos dedos índices y a gritar:

—¡Arresten a ese hombre por crímenes contra la naturaleza!

Faith alzó la mirada hacia los escalones de la entrada al centro de convenciones que ahora servían de escenario para esta conferencia de prensa. A esa distancia, el Dr. Arreglo parecía una mota, rodeada de patrocinadores de la convención, guardias de seguridad y periodistas. Aun así, Faith sintió una preocupación irracional por si él miraba a la multitud congregada en la calle y la reconocía. Deseó poder retroceder en el tiempo y encontrar un modo de evitar todo ese viaje.

—¡Arreglo es un mierda! —gritó alguien en el otro extremo de la multitud.

Se oyeron unas aclamaciones dispersas. Rune agitaba el puño, precariamente subida a los anchos hombros de Junior. La multitud murmuraba, y el ruido fue aumentando a medida que la gente reaccionaba ante los gritos belicosos que se oían aquí y allí. De pronto fue como si un día antaño luminoso y soleado se cubriera repentinamente de nubes. Se respiraba peligro en el aire, como si algo fuera a explotar.

—¡Detened al traidor! —aullaba Rune.

Faith miró a Óscar.

—¿Seguro que aquí estamos a salvo? —le preguntó, con palabras que casi se perdieron en el ruido.

Él le sonrió, pero sus ojos se paseaban nerviosos entre la multitud.

—No te preocupes, nena —dijo—. Estoy seguro de que...

La última parte de su frase se perdió en un repentino estallido. Faith apenas vio por el rabillo del ojo algo —¿una botella de refresco?— que giraba sobre las cabezas del gentío en dirección a los escalones.

—Muy bien, se acabó —gritó un policía australiano, moviéndose entre la multitud en dirección al grupo de Faith, seguido por varios policías más.

Faith tragó saliva, preguntándose si habría sido uno de sus compañeros quien tiró el objeto. La verdad es que no le sorprendería. Al menos sabía que no fue Óscar porque en ese momento lo estaba mirando.

El clamor de la multitud aumentó, y Faith volvió la mirada hacia lo alto de los escalones para ver cómo una pareja de policías se llevaba a Arreglo. Sintió alivio al ver que se lo llevaban antes de que las cosas se desmandaran aún más.

—Bueno, amigos —dijo uno de los agentes, un rubio fornido con la tez morena por el sol, que ya había llegado hasta ellos—. ¿Alguien sabe algo de lo sucedido?

—¡Mirad, son los cerdos! —gritó Rune.

Faith hizo una mueca, deseando poder hundirse en el suelo y desaparecer. ¿Cómo había podido acabar en esa situación? Retrocedió horrorizada cuando una pareja de policías bajó a Rune de los hombros de Junior y se los llevaba a los dos.

—¡No los toquéis! —gritó Óscar, lanzándose hacia delante.

—Espera —siseó ella, agarrándolo y tirando de él hacia atrás cuando intentaba unirse a ellos—. No hagas ninguna estupidez, ¿quieres?

Clavó una mirada ansiosa en Rune, que forcejeaba melodramáticamente con el policía que la sujetaba. Junior y Mo también gritaban y contraatacaban, pero Z-Man debía de haberse perdido en la multitud. Óscar parecía dispuesto a intervenir en la pelea, pero cuando Faith volvió a tirarle del brazo, esta vez con más fuerza, se encogió de hombros y permitió que ella lo alejara de allí.

—Igual tienes razón, nena. Vamonos mientras podamos.

Se deslizaron entre la multitud, dirigiéndose hacia la acera situada frente al centro de convenciones. Cuando la multitud empezó a ralear casi al final de la congregación, pasaron ante un hombre con una videocámara que grababa a una guapa reportera mientras esta intentaba entrevistar a la gente.

—¡Disculpe! —gritó con acento americano la reportera al ver a Óscar—. ¿Puedo hacerle unas preguntas?

Faith se encogió, segura de que Óscar se detendría. Nada le gustaba más que soltar discursos a la prensa cuando tenía oportunidad. Normalmente ni siquiera esperaba a que le preguntaran para gritar sus opiniones a la cámara más cercana.

Pero, para su sorpresa, esa vez no redujo el paso. La cogió del brazo, agachó la cabeza y la arrastró bruscamente hacia un lado, esquivando el micrófono que la reportera intentaba ponerle ante la cara.

Un momento después doblaron una esquina y llegaron a la relativa tranquilidad de la calle contigua.

Other books

The fire and the gold by Phyllis A. Whitney
Something Blue by Emily Giffin
Wink Poppy Midnight by April Genevieve Tucholke
Cautiva de Gor by John Norman
Death Dance by Evans, Geraldine
Carnal Deceptions by Scottie Barrett
Lie of the Land by Michael F. Russell