Especies en peligro de extinción (9 page)

—¿Qué te pasa? —preguntó Faith sin aliento, apoyándose contra una farola para descansar—. Supuse que querrías hablar con esa reportera.

Él hizo un gesto impaciente, desechando la pregunta.

—Será mejor que llame a Tammy —dijo, buscando el móvil en un bolsillo de los vaqueros—. Puede venir a recogernos aquí, y entonces le contaremos lo de los otros.

Faith esperó mientras hacía la llamada. Cuando colgó, su expresión se tornó alegre al mirar por encima del hombro en dirección a la esquina. El ruido de la multitud seguía siendo audible, puntuado con gritos y chillidos.

—¿A que ha molado? —exclamó—. ¡Ahora todo el mundo está contra Arreglo!

—No sé si puede decirse que
todo el mundo
—murmuró ella, tan molesta como siempre por la tendencia de Óscar a exagerar.

Cuando Óscar se volvió de repente y la miró a la cara, la pilló por sorpresa.

—¿Qué me dices tú, preciosa? —preguntó él, sonando extrañamente urgente— ¿Entiendes ya que debemos hacer todo lo posible para detenerlo antes de que sea tarde? ¿Hacer lo que haga falta, sin limitaciones?

Faith se encogió de hombros.

—No lo sé —murmuró—. Oye, ¿no crees que deberíamos averiguar dónde está la comisaría y...?

—¡No cambies de tema, nena! —Óscar parecía casi furioso— Te he hecho una pregunta. ¿Es que no vas a contestarme?

—¿Qué más da lo que yo piense? —contraatacó ella, sintiéndose de pronto a la defensiva— Estoy aquí, ¿no? Claro que estoy contra todo lo que pueda dañar el planeta, pero...

Estaba a punto de continuar, de admitir que empezaba a pensar que una mala decisión no tenía por qué acabar con una buena relación amistosa. Después de todo, el Dr. Arreglo siempre había sido bueno con ella, y en su vida tampoco había mucha gente en la que pudiera confiar.

Piensa con la cabeza, cariño, no con el corazón,
le reprochó con dulzura la voz de Gayle en su mente.

Respiró hondo, sabiendo que las palabras de su hermana tenían mucho sentido. No era ni el momento ni el lugar para tener una discusión meditada y llena de matizaciones acerca de sus sentimientos por Arreglo, y menos al no estar segura de qué era lo que sentía. Óscar y ella estaban muy excitados por lo que acababa de pasar; lo mejor era dejar que él se calmase antes de intentar hablar con él de algo serio.

—Pero, ¿qué? —exigió saber él, esperando todavía el resto de su comentario.

—Pero nada —dijo ella—. Perdona, debo de estar cansada. Ha sido un día muy largo y aún debo de tener jetlag.

Óscar se encogió de hombros.

—No hay tiempo para descansar estando el mundo en juego —la regañó, aunque de pronto parecía más distraído que furioso.

Ella siguió su mirada y vio aparecer por la curva una furgoneta blanca familiar. Cuando vio a Tammy al volante, supuso que debía de estar esperando cerca a que la llamaran, desde que los dejó en la manifestación.

Óscar y ella se apresuraron a subir a la furgoneta. En cuanto Óscar le contó lo sucedido, Tammy sacó un teléfono, habló rápidamente por él y le dijo a alguien que localizara a los demás en la comisaría de la zona y los sacara de allí, aunque fuese pagando fianza. Luego colgó y se volvió hacia sus pasajeros.

—Bueno. Ya está —dijo con vigor—. ¿Algún cambio en el clima del que debas informar, Óscar?

—Todavía no. Sigue encapotado.

Faith miró a uno y a otro, sintiéndose desconcertada y marginada. ¿Por qué hablaban del clima en un momento así? ¿Y qué quería decir Óscar con encapotado? No había ni una sola nube en el cielo. ¿Hablaban en alguna clase de clave para manifestantes que ella no entendía?

Antes de que pudiera reunir valor para hablar, Tammy se volvió hacia ella con una cálida sonrisa en los labios.

—Bueno, Faith. Como tenemos algo de tiempo hasta que reunamos a los demás, ¿por qué no te llevo a dar una vuelta por el laboratorio local de la LIDA? Tenemos unos fantásticos proyectos de investigación con serpientes venenosas. Esa es tu especialidad, ¿no?

A Faith le sorprendió un poco que lo supiera.

—¡Claro! —barbotó, encantada ante la invitación. Desde que llegaron a Australia no había tenido oportunidad de ver o aprender cosas sobre las serpientes que la habían convencido para viajar hasta allí— ¡Me encantará!

—¡Bien! Vamos para allá, entonces.

Mientras Tammy ponía la furgoneta en marcha y se internaba en el tráfico, Faith se recostó contra el asiento, feliz ante este inesperado giro de los acontecimientos. Hasta ese momento, el viaje a Sydney había estado lleno de mucha tensión y muy poca diversión. Estar en un laboratorio era justo lo que necesitaba para sentirse como en casa, incluso en aquella tierra lejana.

—9—

Faith apenas llevaba unos minutos de vuelta en la playa cuando oyó que la llamaba George. Alzó la mirada de la maleta con ropas de mujer que estaba clasificando y le vio correr hacia ella cargado con una maleta verde muy castigada pero muy familiar.

—¡Mi maleta! —exclamó.

El se detuvo ante ella con una sonrisa.

—Uno de los chicos acaba de traerla de la selva, y vi tu nombre en la etiqueta —dijo sin aliento—. Supuse que querrías recuperarla cuanto antes.

—Gracias —le sonrió insegura, recordando al instante la desagradable discusión que tuvieron poco antes entre los bambúes, y el incidente con la araña del día anterior.

—Oye, perdona si te molesté antes —dijo, con una tímida sonrisa, como si adivinase lo que ella pensaba—. Ya sabes, por lo de ser amante de los árboles. No quise decir nada malo con eso. A veces me paso demasiado. Supongo que por eso mi ex-mujer me llamaba Bocazas.

—Oh —a Faith le conmovió la disculpa—. Er, está bien. No tiene importancia.

No era precisamente cierto. Tardaría un tiempo en olvidar algunas de las cosas que le había dicho, pero eso no significaba que no pudiera perdonarlo, y menos cuando se esforzaba por ser amable. Igual era mejor que estuvieran de acuerdo en su desacuerdo y lo dejaran estar.

Cuando George se alejó, Faith se apartó un poco del montón de equipajes y depositó su maleta en la arena. Se sentó ante ella, la abrió y miró el contenido, familiar aunque revuelto. Dio las gracias porque sus libros hubieran sobrevivido relativamente intactos al choque y a la lluvia. Cogió unas sandalias de debajo de los libros y se las puso tras quitarse las Keds prestadas, sintiéndose un poco más persona.

—¿Qué haces? —preguntó una voz sobre su hombro izquierdo.

Alzó la mirada y encontró a Walt parado junto a ella.

—¡Oye! —exclamó, sorprendida y complacida de verlo— ¿De dónde sales? Tu padre te ha estado buscando, ¿sabes?

—Lo sé —repuso Walt encogiéndose de hombros—. Me encontró. Yo sólo buscaba a Vincent por ese lado de la selva —hizo un gesto hacia un extremo de la playa—. No sé porqué ha tenido que ponerse así; si apenas me adentré en la selva. ¡Seguía pudiendo ver el mar desde donde estaba!

Disimuló una sonrisa ante la expresión de incredulidad herida del chico.

—Estoy segura de que sí. Pero no puedes culpar a tu padre por preocuparse. No sabemos gran cosa de este sitio, y podría ser peligroso alejarse de esa manera.

—Supongo —Walt se arrodilló en la arena, y miró el interior de la maleta—. Jo, haces las maletas todavía peor que yo.

—Normalmente no es así. Pero esta vez tuve que hacerlas muy deprisa.

—¿Por qué? —preguntó él curioso.

Faith se mordió el labio, deseando haber dicho que sí que hacía mal las maletas y dejarlo correr. Para distraerlo, cogió uno de los libros de la maleta.

—Oye, igual te gusta este —dijo, intentando parecer alegre—. Hojéalo —lo abrió y le enseñó una brillante lámina a todo color de una esbelta serpiente amarilla— , ¿Ves esta? Es una
taipan
o serpiente de escama pequeña, hay gente que la llama serpiente feroz. Vive en Australia, y tiene el veneno más potente de todas las serpientes del mundo.

—¡Joo! No lo sabía. —Walt parecía adecuadamente impresionado. Señaló otra serpiente en la misma página—. ¿Y cuál es esta?

—Es una cabeza de cobre —dijo Faith con una sonrisa mientras miraba la imagen.

Walt clavó en ella una mirada de desconcierto.

—¿Qué tiene tanta gracia?

—Ah, perdona —señaló la foto—. Es que me ha recordado algo que hizo una vez mi hermana mayor. Un año, por Halloween, pegó un montón de peniques a un sombrero y lo llevó puesto con su ropa normal. Nadie consiguió averiguar de qué iba disfrazada, solo yo.

Walt la miró perplejo por un segundo, y luego se le iluminó el rostro.

—Ya sé. Los peniques son de cobre; ¡era una cabeza de cobre!

—¡Justo! —Faith sonrió ante el recuerdo.

—Tu hermana parece guay.

—Sí.

Un grito cercano los interrumpió en ese momento. Walt se puso en pie de un salto y corrió para ver lo que pasaba. Faith cerró la maleta y la dejó en la arena, siguiendo al chico más despacio.

Al rodear un gran trozo de fuselaje, lo único que pudo ver al principio fue un anillo de personas mirando algo que había más allá. Entonces oyó un gruñido apagado y unos gritos de pavor. Cuando uno de los que miraban desplazó su peso, pudo ver a dos hombres enzarzados en una pelea. Para su asombro, pudo reconocer en uno de los luchadores a Sayid, el que encendió las hogueras. El otro era Sawyer; Faith le había visto aquel día en varias ocasiones, hurgando en los montones de maletas cuando creía que nadie lo veía, pero no había hablado con él desde su primer e incómodo encuentro ante la hoguera. Michael, el padre de Walt, estaba parado justo dentro del círculo, agitando los brazos sin conseguir impedir que los dos hombres se pegaran. El resto del público parecía conformarse con quedarse mirando pasivamente, como si presenciara un combate de boxeo. Walt ya se había abierto paso entre la gente y miraba a los dos hombres con ojos muy abiertos.

Faith también se quedó mirando a su vez, horrorizada, mientras Sayid esquivaba diestramente un puñetazo y propinaba a Sawyer un gancho salvaje en el plexo solar. Este se dobló un segundo, incorporándose luego para arrojar un puñado de arena contra el otro hombre. Cuando Sayid apartó la cara para evitar la arena, Sawyer saltó hacia delante y se agarró a él. Los dos golpearon el suelo con fuerza, donde siguieron golpeándose con fuerza. Algo se movió en un lado del círculo y un segundo después apareció Jack, seguido de la Srta. Pómulos Altos y el ingles barbudo que conoció la noche anterior ante la hoguera. Jack se precipitó hacia delante casi de inmediato.

—¡Eh, separaos ya! —gritó— ¡Separaos! ¡Dejadlo ya!

Agarró a Sawyer y lo arrancó de Sayid, que pareció dispuesto a salir tras él, pero Michael lo cogió antes de que pudiera hacerlo.

Mientras los dos hombres seguían gritándose roncamente, Faith retrocedió, asqueada por la erupción aparentemente espontánea de violencia. ¿Por qué no puede la gente vivir su vida sin molestar a los demás? No tenía ni idea de por qué se peleaban, pero estaba segura de que no había ninguna razón lo bastante buena como para excusarlo. Estaban todos atrapados en esa situación, ¿por qué poner las cosas más difíciles de lo que ya estaban?

Faith decidió de pronto que ya se había relacionado lo suficiente con la gente en las últimas veinticuatro horas y aprovechó la distracción que ofrecían los luchadores para alejarse. Le sentaría bien estar sola para variar, para relajarse y pensar sin preocuparse por nada más.

Rodeó el borde de la selva, moviéndose con rapidez y en silencio hasta perder de vista los restos del avión y la gente de la playa. Entonces aminoró el paso, disfrutando del sonido de la brisa marina al agitar las hojas que oía a un lado y del suave ritmo de la resaca al otro. Mientras caminaba, no dejaba de mirar la selva, esperando otra oportunidad de ver la cacatúa del paraíso.

Muchos eran los pájaros que volaban entre el follaje, pero ninguno se parecía al que buscaba. Recordó que las otras veces estuvo más lejos de la playa y se internó unos pasos en la sombra de los árboles, parándose entonces en seco. El corazón se le aceleró al verse dominada por una necesidad irresistible de volver corriendo a la luminosa y abierta seguridad de la playa.

No me extraña,
se dijo.
¿Quién puede querer arriesgarse a tropezar con lo que sea que hace esos ruidos terribles?

Pero, en el fondo sabía que ese no era el único motivo por el que tenía miedo. Por algún motivo, la idea de internarse sola en esa naturaleza virgen hacía que se sintiera nerviosa y temerosa.

Frunció el ceño al darse cuenta. Era una sensación nada normal en ella. Algunos de los recuerdos más felices de su infancia estaban relacionados con sentirse parte de la naturaleza, paseando sola por los bosques de su casa de infancia, sabiendo que se había perdido pero sin importarle. Siempre supo que no le pasaría nada mientras pudiera sentir la arena bajo los pies, ver el cielo sobre su cabeza y oler la vida fluyendo de la corteza y la savia y las hojas que le rodeaban.

No, desde luego no era una reacción normal en ella la de asustarse por estar sola y rodeada de naturaleza. Había cosas que la ponían nerviosa, pero esta no era una de ellas...

—10—

El estómago de Faith se le hizo un nudo cuando Tammy se volvió para sonreírle desde el asiento del conductor.

—Ya casi hemos llegado —dijo alegremente la mujer australiana.

Faith forzó una sonrisa, en un intento de que la otra no notase su ansiedad. Siempre se sentía nerviosa con las personas y los lugares nuevos, sobre todo cuando no sabía qué esperar de ellos. Mientras miraba por la ventana de la furgoneta se preguntó cómo sería el laboratorio de la LIDA. ¿Un lugar ultramoderno, enorme y brillante, lleno de biólogos de primera fila que la harían sentirse como un patán?

No te canses,
pensó, imitando algo que su hermana le decía muchas veces. Después de todo, iba camino de convertirse en una bióloga de primera. ¿Acaso no la habían aceptado en uno de los programas de licenciatura más duros del país? ¿Acaso no había pasado todo el año anterior estudiando con el mundialmente famoso Dr. Luis Arreglo?

Hizo una mueca, recordándose que probablemente no sería muy buena idea mencionar ese nombre en concreto...

—¿Animada para ver el laboratorio de serpientes? —preguntó Óscar, inclinándose para apretarle el hombro.

—Claro —repuso, sonriendo débilmente, sin molestarse en explicar cómo se sentía. Óscar no era de los que se preocupan demasiado por nada, y disfrutaba con todo lo nuevo y desconocido.

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