Espejismo (25 page)

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Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantasia

Pese a lo azorado que estaba, lo que veía y oía, y el olor a sal de la ciudadela le fascinaban como si estuviera bajo un hechizo, de modo que, cuando Akrivir se detuvo sin avisarle, chocó con él.

Akrivir, que había caído de nuevo en un taciturno silencio, señaló un túnel lateral que se apartaba de la vía pública. Los ojos de Kyre se sintieron atraídos hacia ese túnel, y transcurrieron unos minutos antes de que su visión se adaptara al fulgor que daba luz a sus paredes cinceladas y curvas. El pasadizo entero debía de estar abierto a través de una veta de cuarzo puro: brillaba y centelleaba en un arco iris de colores que cobraban sorprendente vida gracias a una miríada de lámparas que pendían del techo, y a la vívida luz pudo distinguir Kyre preciosas figuras de peces y conchas, y extrañas formas para las que no tenía nombre, y que decoraban la entrada. Se internaron en el túnel y, a medida que caminaban por él, Kyre sólo era capaz de admirar boquiabierto la maravillosa belleza del lugar .Quien hubiera realizado aquel trabajo en la roca viva, era un auténtico maestro.

El pasadizo era breve y terminaba en una puerta que, cosa increíble, parecía hecha de una sola concha gigantesca, en la que las estrías verdes y de color de coral creaban una perfecta simetría. Se abrió fácilmente, con sólo tocarla, y Kyre pasó a través de ella para encontrarse en una sala de elevadísimo techo.

Por un instante creyó estar de nuevo en el abovedado Salón del Trono del castillo de DiMag. La estancia era enorme, tenía una hilera de altos y arqueados ventanales y estaba dominada por un gran estrado donde descansaba un pesado sillón de talla. Entre los ventanales colgaban tapices tejidos en diversos tonos azules, verdes y grises, surcados aquí y allá por hilos de un intenso color carmesí que llamaban poderosamente la atención. Al pie del estrado había una larga mesa y varias sillas vacías. Kyre fijó la vista en todo ello, tratando de asimilar la conmoción que le producía aquella escena vagamente familiar. Y entonces se dio cuenta de que las ventanas no eran verdaderas, sino formas de puro cuarzo blanco y opaco, que daban a la nada. Y vio, asimismo, que los cortinajes no eran de lino, ni de algodón, o lana, sino de productos del mar: algas y sartas de coral y pieles de los más diversos e innombrables seres marinos. La mesa y las sillas estaban hechas con piezas de concha, exquisitamente labradas y ensambladas a cola de milano con armónicas curvas. Y el gran sillón no era de madera, sino de una sola pieza de jade extraída del fondo del mar.

Akrivir indicó la mesa. Cuando se acercaron, Kyre descubrió que, en ella y delante de una de las sillas, había un servicio aguardando, como invitación a un solo comensal. Alrededor vio fuentes llenas de algo que debía de ser comida, pero que a Kyre le pareció extraño y dudoso. Akrivir dijo, al mismo tiempo que le ofrecía la silla:

—Puedes sentarte y comer. Tendrás que esperar un rato.

Kyre obedeció, aún desconcertado. Tomó un cuchillo de plata artísticamente trabajado, pero de momento no hizo más que tocarlo distraído. Al ver que no acababa de servirse, Akrivir suspiró y, al azar, empezó a poner en su plato diversas exquisiteces de las que había en las fuentes. Kyre apenas le hizo caso. Estaba demasiado sorprendido por el trato que recibía de quienes, en teoría, eran sus enemigos mortales. No cesaba de contemplar el suntuoso salón, y sus ojos se embebían del centelleo del cuarzo, del frío resplandor del mármol, del fugaz chisporroteo de unas pequeñas fuentes…
¿Eran fuentes?
Sí, no eran una ilusión de la vista. Comprobó Kyre, que caían cual pequeñas cascadas a lo largo de las paredes, para verter sus aguas en pequeñas pilas cercanas al suelo. Eso le hizo recordar que, en el mundo donde se hallaba, el agua reinaba de manera indiscutida.

Fue la voz de Akrivir lo que le sacó de su trance.

—Come —insistió éste—. No hay nada envenenado. Para demostrar la veracidad de sus palabras, tomó un puñado de comida y se lo llevó a la boca sin miramientos. Kyre bajó de las nubes y, sin importarle lo que elegía y sin preocuparle la posibilidad que estuviese emponzoñado, pinchó algo que parecía una pequeña fruta con espinas y la probó. La piel cedió al morderla, y un tenue y delicioso sabor inundó su boca, hormigueándole en la lengua. Kyre alzó la vista, sorprendido, y Akrivir contuvo una carcajada antes de verter un líquido de pálido color dorado en la copa que Kyre tenía junto a su codo derecho.

—Prueba esto —dijo—. Verás que las dos cosas combinan bien.

También la bebida era excelente. Kyre no sabía si era fuerte o inofensiva, pero su gusto le hizo desear más.

Fue necesario que oyera pasos para darse cuenta de que su acompañante se había alejado de la mesa y se disponía a abandonar la estancia sin despedirse ni pronunciar palabra alguna. Kyre se levantó rápidamente, con idea de llamarle. Pero antes de que pudiera hablar, Akrivir se detuvo, miró hacia atrás y meneó la cabeza, anticipándose a lo que pudiese decir Kyre. Por un breve instante hubo algo semejante a simpatía en sus ojos. Luego, volvieron a endurecerse y Akrivir se fue definitivamente, dejando solo en el salón a Kyre.

Éste permaneció inmóvil durante unos segundos, en una desgarbada postura, medio de pie y medio sentado aún, sin apartar la mirada de la puerta de concha, mientras poco a poco se hacía consciente de su soledad. Verse abandonado en un lugar tan vasto y frío producía una sensación desconcertante, y Kyre se dejó caer despacio en su silla. Sus anfitriones —si es que así se les podía Ilamar— querían que aguardase allí, y que comiera. Muy bien: les complacería. Consideró que tenía poco que perder. Por muy bien que le trataran, no dejaba de ser un prisionero, un rehén del que dependía la vida de su amiga Gamora. Esperaría, pues, a que en su momento se dignaran decirle qué deseaban de él.

Contempló los manjares que tenía en el plato y, en un intento —aunque no del todo afortunado— de dominar los violentos latidos de su corazón, se puso a comer con prudencia y decisión a la vez, como el hombre que sabe que aquello puede ser lo último que coma en su vida.

Gamora miró con ojos muy abiertos a la mujer que tenía a su lado y dijo con voz atemorizada:

—No creí que viniera…

Calthar la estudió con tranquilidad, divertida ante la admirativa inocencia que revelaba la dulce cara de la niña. Luego contestó en voz alta:

—Debes aprender a confiar en mí, hija, y a entender mis palabras.

La pequeña parpadeó y miró de nuevo a través de la ventana de cuarzo que le permitía dominar el salón donde se encontraba el solitario huésped. La ventana era un invento de Calthar. Desde el salón tenía sólo una superficie opaca, pero quien mirara desde el exterior veía todo el amplio aposento, aunque un poco desdibujado, y el hecho de que algo tan simple fuese divulgado como una obra genial por el Consejo de la ciudadela enfurecía a la bruja hasta el frenesí. Gamora apoyaba las palmas de las manos en el cuarzo, como si quisiera fundirlo para poder entrar en el salón. Parecía reflexionar muy en serio cuando, de pronto, se volvió hacia Calthar e inquirió:

—¿Por qué ha venido?

—Por ti, cariño.

Y era la pura verdad. Primero, Calthar había dudado de que el nuevo favorito de Haven pudiera ser movido a satisfacer el deseo de Talliann mediante el señuelo de la niña. Aunque sin decir nada de ello a Hodek y sus seguidores, había tenido serios recelos respecto de la posibilidad de traer la criatura a la ciudadela, y la facilidad con que todo había sucedido no dejaba de sorprenderla.

Sin embargo, no había contado con las cualidades de Gamora…

Calthar carecía de instinto maternal y desdeñó la idea. Pero en la chiquilla que tenía a su lado, aquella jovencísima princesa de Haven designada para regir un día los destinos de sus enemigos jurados, Calthar había descubierto algunas de las cualidades que, con frecuencia, motivaban la caída de otros seres menos pragmáticos. El desafío inicial de Gamora, al despertar y encontrarse en la ciudadela, había despertado cierto envidioso respeto en ella. La niña tenía más valor que Hodek y todos los que la rodeaban. No había llorado ni chillado, ni se había rebajado. Simplemente había exigido, con una imperiosa indignación, sorprendente para su edad, que la soltaran. A Calthar le divertía semejante determinación. Luego, al comprender que era un rehén y que no la pondrían en libertad, Gamora había aceptado su reclusión con una dignidad que denotaba una asombrosa madurez. En efecto, era una niña digna de su posición. Lástima que hubiera nacido en la escoria de Haven. En otras circunstancias, podría haber constituido un material ideal para los planes de Calthar.

Pero los deseos de nada servían. Gamora tendría otra utilidad, y en segundo lugar después de su importancia como cebo para Kyre figuraba su posibilidad de proporcionar a Calthar nuevos conocimientos sobre los asuntos de Haven. La maquinación empezaba a tener sentido.

A Calthar le divertía la ilusión que los gobernantes de Haven se hacían de poder cambiar el curso de los acontecimientos invocando tan inútil profecía. Estaba suficientemente enterada de la verdadera historia del Lobo del Sol como para despreciar la idea de que cualquier ser creado según su imagen podría resucitar la leyenda, y se dijo que, si sus enemigos estaban dispuestos a confiar en una posibilidad tan vana, eran todavía más tontos de lo que había imaginado. En realidad, el nuevo paladín resultaba mucho más valioso para la ciudadela de lo que jamás llegaría a serio para sus creadores. y ahora, con las inocentes revelaciones de Gamora, sus planes comenzaban a salir tal como ella había previsto.

La voz de Gamora interrumpió sus pensamientos.

—Mi madre no pudo dominar a Kyre —dijo la niña con aire sombrío—. Lo intentó, pero…

Cuando vio la atención con que escuchaba Calthar, calló. La bruja descubrió la duda en los ojos de Gamora y dijo con dulzura:

—¿Pero qué, mi pequeña?

—Nada.

Gamora se encogió de hombros y dio media vuelta. Calthar, por su parte, experimentó una singular satisfacción.

Apoyó suavemente una mano en el hombro de la chiquilla, y prosiguió:

—Nadie controla a tu Lobo del Sol, cariño. Ha venido por ti… —y se acuclilló para que sus rostros quedaran aun mismo nivel, antes de agregar—: ¿No te he dicho lo mucho que te quiere? ¿Me crees ahora?

—Yo… —contestó Gamora, a la vez que se mordía el labio—. Así me parecía a mí…

—Mira —dijo la sacerdotisa, tirando de Gamora al acercarse más a la ventana de cuarzo—. Kyre come y bebe. Te prometí que sería tratado como un huésped de honor, y lo cumplo. ¿En Haven no cumplen las promesas que te hacen?

La expresión de Gamora se hizo inescrutable. La niña había enmudecido y no contestaría. No importaba: su silencio era suficiente confirmación y contribuía a debilitar cualquier hostilidad.

Calthar señaló la ventana para atraer la ansiosa mirada de la pequeña.

—Y bien… ¿No quieres entrar a saludar a tu Lobo del Sol?

Gamora la miró dudosa, y Calthar emitió una suave risa.

—Ya te he dicho que yo mantengo mis promesas. Ven, entraremos juntas. Primero le saludas tú. Después, yo me uniré a vosotros y me presentaré también. Me has hablado tanto de él, que ansío conocerle.

Tendió una mano a Gamora y después de una breve duda, la niña introdujo sus dedos entre los de la sacerdotisa. Calthar sonrió mientras la conducía hacia la puerta.

—¡Kyre!

La familiar voz llegó de modo tan inesperado, que Kyre hizo un brusco movimiento, volcó la copa y derramó el vino por encima de la mesa. Al mirar hacia el otro extremo del vasto aposento vio una pequeña figura morena que corría hacia él con los brazos extendidos y, lleno de asombro, se levantó y le salió al encuentro a toda prisa.

—¡Kyre!

La impulsiva carrera de la niña terminó en una colisión y, cuando él la levantó en el aire, Gamora le rodeó el cuello con los brazos, besándole sonoramente en ambas mejillas.

—¡Oh, Kyre! ¡Has venido por mí! ¡Y estás aquí de veras!

—¡Princesa!

El joven la abrazó con fuerza, mucho más emocionado de lo que hubiera podido imaginar. Luego recordó las circunstancias que les rodeaban, depositó a la pequeña en el suelo, la apartó un poco con el brazo y la examinó con el máximo interés.

—¿Estáis bien, Gamora? ¿No os han hecho ningún daño?

—¡No, Kyre, claro que no! —respondió Gamora, riendo ante una idea que le parecía tan absurda—. ¡Este sitio es una preciosidad, una
maravilla,
y la señora es muy buena conmigo!

—¿La señora? —exclamó Kyre, preocupado por algo que descubriÓ en la mirada de su pequeña amiga—. ¿Qué señora?

—Me regaló esto —dijo Gamora, y se llevó una mano a los cabellos para enseñarle un aro de piezas de nácar bellamente trabajadas que sujetaba su revoltijo de oscuros bucles—. Y también esto —agregó, señalando un collar que hacía juego con el adorno de la cabeza—. Y una pulsera y un anillo, y un vestido nuevo, ¿ves? Dice que soy una princesa —continuó, después de moverse con infantil coquetería—, y que una princesa debe tener una corona y muchas joyas y ropas bonitas… ¿Te parezco guapa, Kyre?

—¡Desde luego que sí! —afirmó Kyre, sabedor de que la niña necesitaba su aprobación, aunque a él no acabara de gustarle todo aquello—. Sois una princesa de la cabeza a los pies, Gamora. No obstante…

La chiquilla le interrumpió con un nuevo río de palabras.

—Y ella dijo que tú vendrías, si yo lo deseaba. Me lo prometió y has venido… ¡Dijo la verdad!

De tanto hablar de
ella
… Kyre preguntó al fin:

—¿Quién es
ella,
princesita? ¿Quién es esa señora?

Finalmente, Gamora dejó de parlotear y dar vueltas.

—Se llama Calthar —explico—. Manda aquí, y todos le tienen miedo. Yo también lo tenía, al principio, pero creo que ya no me asusta. Al menos, no mucho… ¡Es tan amable, Kyre, y me enseña tantas cosas bonitas!

Cesó el nuevo torrente de palabras, y la niña miró fascinada a su alrededor.

—Aquí no había estado todavía. ¡Es realmente precioso!… —añadió.

De nuevo la extraña expresión… Debajo de aquella ruidosa alegría había algo, y la sospecha de Kyre fue en aumento. Antes de que la chiquilla pudiera proseguir, la tomó por debajo de los brazos y la sentó en la silla vacía que había junto a la suya, atento a descubrir lo que se escondía detrás de la aparente felicidad. Ella le miró con una radiante sonrisa, y él hizo un esfuerzo por sonreír también.

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