Espejismo (24 page)

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Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantasia

Pero la criatura marina que le guiaba conocía la urgencia de su misión y, aunque le permitía con gusto alguna ávida exploración, seguía directamente hacia su destino. Para Kyre, aquella criatura era una especie de reluciente fuego fatuo detrás del cual iba, sin detenerse a pensar si lo que hacía era sensato o no. El milagro le tenía demasiado subyugado para que pudiera preocuparse por nada más. Pero al fin hubo algo que sacudió su mente. La suave marea que les arrastraba estaba cambiando. Fuertes corrientes les azotaron, removiendo la arena del fondo y enturbiando las aguas. y encima de su cabeza, Kyre distinguió de pronto una débil y trémula luminosidad, y un sordo ruido lejano pareció hallar eco en sus huesos.

Su compañero se dobló graciosamente para ayudarle cuando, repentinamente confundido e inseguro, Kyre se retorcía en el agua. Le tomó por una muñeca y señaló la superficie antes de emprender el ascenso con enérgicos movimientos de las piernas. Los miembros del joven imitaron por reflejo a los del ser marino… Enseguida, Kyre volvió a experimentar una energía, una vigorizante capacidad para surcar las aguas y de súbito, sus cabezas asomaron al aire cargado de sal.

El habitante del mar arrojó un chorro de agua por la nariz y, a continuación, aspiró rápidamente varias veces seguidas, con suavidad, para introducir oxígeno en sus pulmones. Kyre, desprevenido, se encontró atragantándose y escupiendo en un medio que, de repente, le resultaba extraño. Sólo cuando la criatura marina le agarró la barbilla con una mano y le golpeó el pecho con la palma de la otra, empezó a echar agua —y notó que la garganta funcionaba de nuevo. El cambio fue penoso: un punzante choque de sal húmeda y frío viento. Kyre tosió de manera convulsiva y no opuso resistencia a su guía, que le llevaba a remolque hacia lo que, para sus lacrimosos ojos, era una especie de arrecife. Una ola les ayudó en su camino. El cuerpo de Kyre se arañó dolorosamente con algún saliente de roca y, entonces, unas manos le asieron, tirando de él hacia fuera. El joven luchó por desasirse, porque no deseaba salir del mar, pero sus esfuerzos eran débiles y se vio abandonado de cualquier modo, como un pez fuera del agua, sobre la áspera superficie del arrecife, cubierta de lapas.

Tres hombres les esperaban allí. Dos eran ya mayores. Al tercero, en cambio, se le veía bastante más joven: una llamativa figura de cabellos negros, veteados de plata, con una fea marca de nacimiento en la mejilla. Miró éste con notable interés a Kyre cuando el guía trepó sin problemas a la roca y se situó delante de quienes habían acudido a recibirles.

—He hecho lo que me ordenaron —dijo, con una breve reverencia a los allí reunidos—. ¡Éste es el hombre!

Hodek miró a Kyre, que, todavía magullado, intentaba incorporarse, aunque sin mucho éxito. Ignoró al guía, que esperaba un reconocimiento, y fue Akrivir quien por fin habló.

—Has cumplido bien tu tarea —dijo con cierta frialdad— .Serás recompensado.

A continuación le despidió con un gesto de la cabeza, y el guía se encaminó hacia una oscura celda abierta en la pared de la cueva. Cuando pasaba por delante de él, Akrivir le detuvo. Intercambiaron unas palabras en voz baja y luego, el guía desapareció.

El compañero mayor de Hodek se acarició pensativo la barbilla.

—Es una pena que tengamos que hacer toda esta comedia. Yo sería partidario de eliminar en el acto a esta criatura.

Akrivir sonrió con cinismo, y Hodek se puso ceñudo.

—Toma una espada, si te place, y atraviésala —replicó ásperamente—. Pero serás tú quien rinda cuentas a Calthar, ¡no yo!

El otro hombre se estremeció, apartándose hacia un lado, y Kyre, cuya confusión había cedido poco a poco, pudo levantar al fin la cabeza.

—¿Quién sois vos? —preguntó.

Tenía la voz ronca a causa de la sal, y se le quebró en la última palabra. Se frotó los ojos en un intento de despejárselos, y al enfocar al grupo que tenía delante, recordó finalmente por qué había sido conducido allí.

Hodek le miró con gesto hosco.

—¿Eres tú el llamado Lobo del Sol?

La debilidad de los miembros de Kyre fue reemplazada por… una creciente tensión.

—Gamora… —musitó, para repetir con más fuerza—: ¿Dónde está Gamora?

Hodek suspiró con un teatral gesto de paciencia.

—Yo te he formulado una pregunta correcta. ¡Haz el favor de contestar del mismo modo!

Kyre notó que empezaba a tiritar. Una cueva, situada encima del nivel del mar…
¡Aquello era la plaza fuerte de los enemigos de Haven!

—Sí —se oyó decir a sí mismo—. Soy el llamado Kyre… —y sacudió la cabeza, tratando de vencer los últimos restos del desconcierto y del sobresalto, para repetir luego—: ¿Dónde está Gamora?

—La niña está bien —respondió Hodek.

—¡Quiero verla!

Hodek carraspeó de manera expresamente cortés.

—Creo —comenzó— que, antes de proseguir, deberíamos aclarar uno o dos detalles. Como acabo de decir, la niña está bien… de momento. Mientras tú cooperes con nosotros y hagas la que te ordenemos, en vez de perder el tiempo con fatigosas preguntas, Gamora continuará bien. Si, por el contrario, tú te pones pendenciero, su salud podría empeorar de repente. Así que… ¿empezamos de nuevo? —dijo con una untuosa sonrisa.

Kyre no tuvo más remedio que asentir.

—Bien —declaró Hodek, al mismo tiempo que daba unas fuertes palmadas y Kyre oía el crujido de sus nudillos—. Akrivir te acompañará a tu lugar de destino. No formules preguntas, ni digas nada. Simplemente, síguele.

Dio un paso atrás e hizo señal a Akrivir, quien, sin hablar, indicó con el pulgar la boca de un negro túnel que se abría al fondo de la cueva.

Receloso pero dispuesto a no discutir, dada la clara amenaza referente a Gamora, Kyre le siguió. A la entrada del túnel miró hacia atrás y comprobó que Hodek le vigilaba. Su actitud distaba mucho de ser tranquilizadora, y Kyre volvió enseguida la cabeza.

Cuando Akrivir y su rehén hubieron desaparecido de su vista, Hodek emitió un resuello largo y sibilante. Al igual que el otro consejero, hubiese preferido no participar en aquella ridícula comedia, pero Calthar había insistido en ello, disponiendo hasta el más mínimo detalle y, como de costumbre, sin dignarse a explicar sus razones.

La ya conocida mezcla de deseo, temor y aversión ardió en sus venas al pensar en la sacerdotisa, despertando su viejo sueño de derrotar un día a Calthar en su propio juego. Quizá fuera sólo una ilusión, pero una muy acariciada: nada podría producir mayor satisfacción a Hodek que una inversión de sus respectivos papeles, para ver a Calthar arrastrándose a sus pies.

Su colega tenía aún la vista fija en la boca del túnel, y su voz interrumpió los agradables sueños de Hodek.

—No acabo de comprender por qué quiere Talliann tener aquí a semejante criatura —comentó—. ¿Qué puede desear de ella?

—¿Y cómo puedo yo saber qué mueve a Talliann? —contestó Hodek—. Esa chica está todavía más loca que Calthar. A lo mejor empieza a despertar por fin a la llamada de la carne… —añadió con una sonrisa maliciosa y desagradable, y luego cacareó—: Dejemos que se divierta, mientras pueda… Una vez haya hecho lo que se espera de ella, ya no harán falta más chiquillos problemáticos ni recalcitrantes Lobos del Sol, y Calthar sabrá exactamente qué hacer con ellos. Ya lo veréis, amigo, ¡ya lo veréis! —dijo, dando una palmada en el brazo al compañero.

Capítulo 12

Kyre estaba tremendamente desconcertado. Su nuevo guía le había conducido kilómetro tras kilómetro —al menos, eso parecía— a través del oscuro túnel. No veía nada, y sólo el sonido de las pisadas de Akrivir, que caminaba unos pasos delante de él, le indicaba la dirección. En aquella absoluta negrura, cualquier ruido provocaba un eco desconcertante, y Kyre había perdido todo sentido de la orientación, por lo que le parecía que las tinieblas que tenía delante de sus cansados ojos formaban una sólida pared contra la que, de un momento a otro, podía chocar. Pero el temido golpe no se produjo y, al fin, logró distinguir a lo lejos un tenue resplandor.

Emergieron tan de repente de la oscuridad, que a Kyre le dio un doloroso vuelco el corazón. Durante mucho tiempo no había tenido a su alrededor más que aquel túnel sin forma, con sólo una débil y nacarina mancha clara que parecía acercarse. Después, sin otro aviso, el pasadizo trazaba un agudo ángulo y daba paso a una sorprendente visión.

Kyre lanzó una maldición y buscó apoyo, desesperadamente, cuando el vértigo le azotó como si hubiera chocado con una pared. Akrivir le agarró con maliciosa sonrisa, al verle vacilar, pero Kyre únicamente era capaz de mirar, boquiabierto, la inesperada escena.

Se hallaban en un reborde que asomaba de la elevada e imponente pared de una enorme cueva. Ante ellos, y a cada lado, la roca caía empinada hacia un insondable precipicio engullido por una negrura tan intensa, que Kyre tuvo la horrible sensación de poder asir aquella tiniebla con sólo agacharse y alargar la mano. Al otro lado del mareante abismo, una inmensa pared se alzaba hacia un techo invisible, y el aturdido Kyre tuvo la sensación de que el lejano acantilado que tenía delante estaba tan animado como una escena extraída de un infierno imaginario. Lo surcaban escaleras que parecían grandes golpes de guadaña excavados en la roca por una mano gigantesca y malhumorada, a la vez que, en grotescos ángulos, surgían de la piedra torcidas y delgadas torres y extraños arbotantes, y cada una de las torres parecía agujereada por relucientes ventanas que flameaban con una luz mortecina. Y, aunque Kyre no podía fiarse de sus maltratados y agotados sentidos, hubiese asegurado que, contra ese monstruoso telón de fondo, se destacaban diminutas figuras, apenas fosforescentes, como si la luz las atrajera como una llama a las polillas, confiriendo a toda la escena un aspecto demencial y espantoso. y en alguna parte, tan lejos que ni se atrevía a pensarlo, Kyre percibió el sordo y airado lamento del mar.

Akrivir le tomó del brazo, señalando con su mano libre, y habló por primera vez.

—Por ahí —dijo brevemente.

Kyre miró de mala gana en la dirección indicada. A la derecha del saliente, un tramo de angostas escaleras descendía en una audaz curva, ceñida a la pared de la cueva. Los peldaños parecían terminar justamente allí donde la oscuridad lo devoraba todo, ¿o no? El estómago de Kyre se rebeló al ver que a la escalera se unía un frágil vano de un puente de roca que salvaba el abismo. Desde allí parecía tan endeble e inconsistente como un hilo de telaraña, y todos sus sentidos se resistían ante la idea de lo que Akrivir podía esperar de él. Pero su acompañante no pensaba en darle ninguna explicación, y las emociones habían privado a Kyre de la energía para resistirse. Como en sueños puso el pie en el primer peldaño y luego en el segundo, iniciando el vertiginoso descenso hacia el puente.

Akrivir iba delante. Kyre se forzó a concentrarse en el irregular colorido de sus cabellos, para apartar de sí el temor de lo que podía haber debajo del cortante borde exterior de la escalera y, medio hipnotizado y entumecido, llegó al fin al punto donde el esbelto puente se lanzaba hacia el vacío.

Apenas se dio cuenta de que lo cruzaba. Ni él mismo supo de qué escondidas reservas mentales se servía para caminar sobre el abismo. De una forma u otra, sus pies se colocaban uno delante del otro y, poco a poco, el lejano acantilado de absurda arquitectura se fue aproximando hasta que, mareado de miedo y por la tensión vivida, Kyre bajó a trompicones del vibrante vano del puente y se halló en el mismo corazón de la ciudadela de los habitantes del mar. Sus piernas amenazaban con fallarle, en respuesta al esfuerzo realizado, y Akrivir le miró con paciencia. Cuando, finalmente, consiguió enderezarse, creyó descubrir en los azules ojos del hombre un destello de divertida simpatía.

—El paso del puente requiere cierta práctica —comentó Akrivir.

—Sin duda…

Kyre reprimió el impulso de reírse, consciente de que la risa podía degenerar en histeria, pero animado por el hecho de que su acompañante parecía dispuesto a hablar por fin, se aventuró a preguntar:

—¿Adónde me conducís?

Akrivir meneó la cabeza, esbozando una nueva sonrisa.

—No me preguntes, porque no te daré ninguna respuesta. Al menos, no por ahora —agregó, después de vacilar unos momentos—. ¡Sigamos!

Tomando otra vez del brazo a Kyre, le apartó del puente para introducirle en un túnel que podía ser gemelo del anterior. Pero ese corredor fue corto: en menos de un minuto llegaron a un amplio pasillo iluminado por lámparas colgadas de cadenas y con desviaciones laterales a intervalos. y en ese laberinto había sonido de voces, de pasos y… gente.
¿Gente?
Kyre se lo preguntó a sí mismo, confundido… Oía voces, sí, risas, gritos, y todo ello formaba un coro sin orden ni concierto, procedente de las más diversas direcciones. Akrivir condujo a Kyre a través de unas cavernas que podrían haber sido una deliberada parodia de los mercados de Haven. Allí había calles y plazas, carreteras y avenidas… El acantilado entero era una especie de conejera; una ciudad dentro de una roca situada dentro del mar. ¡Un auténtico microcosmos viviente! A medida que penetraban más en la ciudadela, las distantes voces se hicieron más perceptibles, y Kyre empezó a ver más y más elementos de aquel pueblo que habitaba tan demente lugar. Salía la gente de sus casas o interrumpía sus quehaceres para ver pasar a los dos hombres, y las impresiones grabadas en la perpleja mente de Kyre eran tan variadas como lo hubiesen sido en cualquier congregación de personas en Haven. Aquí había un hombre de mirada torva y recelosa; allí, una pareja de ancianos sin dientes le señalaba, a la vez que murmuraban algo entre sí y meneaban la cabeza… Más allá, un chiquillo desnudo, de cabellos plateados, y tan bello que podría haber sido la personificación de la inocencia. La madre tiró de él antes de que se acercara demasiado al desconocido… Kyre comprendió que, allí, realmente era un intruso. Se trataba de un mundo diferente de Haven; de un mundo poblado de seres para los que él era un monstruo, un ser extraño. Tenía la piel de un color distinto; el cabello, también de otro color; su rostro y sus miembros tenían que parecerles deformes; los ojos y la boca resultaban desproporcionados para los habitantes del mar… Si la humanidad se regía por unas normas, en aquella ciudadela él había de ser horrible, nada humano…

Sin embargo, era capaz de respirar agua, como ellos, y sabía blandir la lanza de doble hoja como a aquellos guerreros les enseñaban.

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