—Debéis disculparme, Gamora… —dijo—. Pero llevo aquí sólo un rato, y no acabo de entender todo lo que me habéis contado. ¿Cómo llegasteis hasta aquí, princesa? ¿Y
por qué
vinisteis? ¡Todo Haven os busca!
La mirada de Gamora se apartó de la suya, y ella hizo un mohín con los labios.
—Me escapé —confesó llanamente.
Una de sus manos vaciló encima de los platos que había en la mesa, hasta que tomó un trozo de un manjar y se lo llevó a la boca.
—¡Hum, qué bueno! —comentó.
Kyre insistió:
—¿Por qué escapasteis?
Gamora se encogió de hombros, aún sin mirarle a los ojos.
—Nadie me hacía caso. Mi padre estaba muy ocupado. Mi madre se encontraba mal. El maestro Brigrandon había vuelto a emborracharse. Y tú no tenías tiempo para mí… —sus ojos coincidieron al fin, aunque la mirada de Gamora fue esquiva y en ella había reproche—. Además, la concha me prometió que vería cosas preciosas, y me fui. ¿Por qué no había de hacerlo? —dijo con otro movimiento de hombros.
Si bien él no tenía recuerdos de su infancia, Kyre empezó a comprender lo que había impulsado a la pobre criatura, así como la soledad y el desconsuelo que debía de haber sentido. También él era culpable, en buena parte. Por eso inquirió con delicadeza:
—Pero… ¿cómo llegasteis hasta aquí? ¿Quién os trajo, Gamora?
La niña, que había cogido otro bocado, detuvo la mano a medio camino.
—Fue la otra señora —explicó, y ahora hubo cierta inseguridad en su voz—. La de los cabellos negros… Es muy extraña, Kyre —dijo, posando en él unos ojos llenos de candidez—. Fui al templo de la playa, y la vi allí. Echó a correr y yo traté de alcanzarla, pero, cuando la atrapé… se portó de una manera rara. Es muy bonita, pero me parece que… está enferma. Calthar me dijo que a veces se encuentra mal, y que no he de hacerle caso… Creo que fue ella la que me trajo, aunque la verdad es que no lo recuerdo muy bien.
La explicación de Gamora era insólita e incongruente, pero una imagen quedó grabada en la mente de Kyre.
¡La señora de los cabellos negros!
Recordó enseguida el irreal aspecto de la muchacha que había visto en la franja de guijarros… La joven de los cabellos negros había huido de él. En cuanto a Calthar… DiMag la había llamado «vampiro»…
—Gamora —dijo, y tomó entre las suyas las manos de la niña, consciente de que debía romper su inocente entusiasmo, aunque eso significara destruir también su felicidad—. Gamora… ¿No os dais cuenta de dónde estáis? ¡Estos seres son los enemigos de Haven!
El rostro de la niña se nubló, poco convencido.
—Es lo que siempre decía todo el mundo, sí, pero…
—¡Y es verdad! Vuestros padres están medio locos de dolor, temerosos de que os haya sucedido algo… ¿Cómo os imagináis que se sentirían, si supieran que precisamente os halláis en la fortaleza de sus enemigos?
—¡No lo entiendes, Kyre! —protestó la niña, con súbita tristeza en los ojos—. Calthar dice…
Él la interrumpió severamente.
—¡Calthar dice! ¿Por qué habéis de hacer caso de Calthar?
—¡Porque es muy simpática conmigo! Hizo unas promesas, y las cumplió todas. Cuando la conozcas, Kyre, cambiarás de parecer.
Repentinamente, Kyre supo qué había cambiado en Gamora. Su voz, su acento y sus gestos eran los de siempre. Pero detrás del brillo de sus ojos había un vacío, una desorientación, como si todo lo que antes había sabido, creído o experimentado hubiese sido borrado de su mente.
Gamora estaba embrujada.
—Le he hablado mucho de ti a Calthar —continuó la niña con afán—, y espera conocerte —de pronto torció la cabeza de un modo casi imposible y exclamó entusiasmada—: ¡Ahí la tienes!
Kyre alzó la vista y vio una figura muy alta que había entrado en el salón y avanzaba hacia ellos. Valiéndose de algún medio que él ignoraba, Calthar había acertado perfectamente el momento. La precisión de su llegada hizo que sintiera un helado estremecimiento en su interior.
Gamora se volvió hacia él con cara resplandeciente de triunfo.
—¡Ahora verás, Kyre,
ahora verás
… !
Kyre se levantó mientras Calthar se acercaba. Sus movimientos fueron inconscientes: una involuntaria combinación de cortesía con un instinto de no querer estar en desventaja cuando se enfrentara a ella. Le impresionaba su estatura, porque era como él; la débil fosforescencia de su piel, el nimbo de relucientes cabellos plateados… Su gracia, casi propia de un reptil; el delgado pero voluptuoso cuerpo que asomaba debajo de los jirones de su vieja túnica… Y, sobre todo, le impresionaron sus ojos. Eran fuego derretido en un rostro que —absurda paradoja— resultaba repulsivamente hermoso. Aquellos ojos atraían a Kyre con tanta fuerza como si, con un chasquido de los dedos, Calthar le hubiese apresado con un encantamiento.
El hipnótico momento se rompió cuando Calthar se detuvo a dos pasos de Kyre y extendió una mano.
—¡Bienvenido a nuestra ciudadela, Lobo del Sol! Su voz era gutural, de contralto, e inesperadamente cálida. Kyre unió sus dedos a los de ella y, al establecer ese contacto, sintió algo semejante a una fría cascada de afiladas agujas que recorriera todos los nervios de su columna vertebral. No cabía duda de que aquella mujer tenía poder. El modo en que le miró le hizo comprender que sus ojos penetraban mucho más que la simple superficie de su rostro.
Gamora había bajado de la silla, y dando saltitos se colocó junto a la bruja.
—¿Verdad que es muy guapo, Calthar? ¿No es como yo te decía?
La niña miraba rápidamente de uno a otro, y al fin añadió orgullosa:
—Cuando sea mayor, me casaré con él.
Calthar miró a Kyre por encima de la cabeza de la pequeña, y en su seca sonrisa hubo cierta diversión.
—Estoy segura de que será un digno consorte, cariño —dijo, y su empleo de tan afectuosa expresión heló la sangre a Kyre.
Calthar retiró una silla y tomó asiento con sinuosa gracia. Sometió a estudio al joven durante unos instantes más, y después habló así:
—Gamora me ha hablado mucho de ti, Lobo del Sol. Por lo visto, en Haven tienes al menos una amiga fiel y verdadera…
Kyre miró de soslayo a la niña, preguntándose qué le habría contado a aquella mujer.
—Lo sé —dijo.
—Y, de hecho —prosiguió Calthar—, sólo por ella estuviste dispuesto a venir a nuestra ciudadela. ¿No es así?
—En efecto, sí.
No ganaría nada escondiendo la verdad. Calthar sonrió.
—Y al demostrar tu gran lealtad a la pequeña princesa, inconscientemente me has prestado un gran servicio a mí. Cariño —repitió, a la vez que acariciaba los cabellos de Gamora—, necesito hablar con tu Lobo del Sol, y nuestra conversación te aburriría. En tu habitación te espera un regalo. Un nuevo juguete. ¿Por qué no vas a ver qué es? Luego te llevaré a Kyre.
Gamora vaciló. No sabía qué prefería. Deseaba permanecer al lado de su amigo, pero…
—¿Un regalo? —preguntó, dudosa—. ¿Para mí?
—Te aguarda en tu cuarto. Vea verlo.
La curiosidad pudo más que cualquier otra consideración.
—Voy, sí —dijo.
Gamora dirigió una tímida sonrisa a Kyre y corrió en dirección a la puerta. A medio camino recordó su categoría y adoptó un paso más moderado, parándose un instante para observarles por encima del hombro y saludar. Bastó ese abrir y cerrar de ojos para que Kyre viera de nuevo aquel vacío en su mirada. Luego, la puerta se cerró detrás de ella y Kyre quedó a solas con Calthar.
Y muy lejos de allí, en Haven, un sexto sentido trajo a su mente el sonido de los gritos de Simorh…
Calthar sonrió a la vez que estiraba sus largas piernas, al apoyarse en la silla situada junto a Kyre.
—Como he dicho hace unos momentos, me has prestado un gran servicio, Lobo del Sol.
Kyre la observaba, fascinado por su especial gracia pero demasiado cauteloso para demostrarlo.
—Lo he hecho por Gamora —replicó brevemente.
Calthar se avino a hacer una concesión.
—Desde tu punto de vista, sí. No voy a discutirlo. Pero hay otra persona por la que tu presencia aquí es igualmente importante. Y lo que tiene un valor para ella, también lo tiene para mí. Has de saber, Kyre —continuó, empezando a caminar por el salón—, que, a todos los fines y efectos, soy sólo yo quien gobierna esta ciudadela. Pero todo cuanto hago, todo cuanto decreto y dispongo, lo hago únicamente por Talliann.
Cabellos negros y un rostro mortalmente blanco… La .franja de guijarros y la gélida mirada de la Hechicera… Una muchacha que le resultaba familiar y a la que, sin embargo, no reconocía…
La imagen pasó fugaz por la mente de Kyre, y la impresión tuvo que asomar a su cara, porque Calthar rió quedamente.
—Sí. Era Talliann, la que viste cerca de las ruinas del templo.
Calthar comprendió enseguida que el juego iniciado valía la pena. Le constaban los poderes que Talliann poseía, por mucha que fuera la inocencia o la desorientación con que los manejara. Una duda había sido la de si la influencia de la joven sería suficiente para atrapar al paladín de Haven con tanta facilidad como había atrapado ella a su propio pueblo. Ahora, esa duda quedaba mitigada.
La sacerdotisa buscó, ondulante, una nueva postura en su asiento. Era evidente que saboreaba la incapacidad de Kyre para dejar de mirarla.
—Talliann quiere volver a verte —dijo—, y mi máximo deseo es el de satisfacerla. Por eso eres tratado como un invitado…
—¿Un invitado? —exclamó Kyre, arrancado de su embeleso por la evidente contradicción, y el encanto que pudiera haber en Calthar se desvaneció al interrumpirla él con enojo—. ¿Un invitado? No opino lo mismo. Vuestro emisario dejó bien claro que la seguridad de Gamora dependía de mi sumisión… y ese mensaje fue subrayado de manera bien grosera por otro de vuestros esbirros cuando me sacaron del mar. ¿Es esa vuestra idea de cómo un anfitrión complaciente debe comportarse?
—¿Qué otro ardid podría haberte persuadido de la conveniencia de venir? La pequeña princesa no corre peligro, Kyre. Nunca lo ha corrido. Me serví de ella para atraerte hacia aquí, pero puedes creer que éste ha sido mi único delito.
Calthar mentía. El vacío que se abría detrás de la brillante mirada de Gamora le revelaba la verdad. Aun así, y a pesar de lo que sabía, el interés de Kyre aumentó de manera incontenible. El joven preguntó, sin delatar la inquietud que le devoraba:
—¿Por qué había de ser yo importante para Talliann?
Calthar hizo un gesto de vacilación antes de replicar:
—Porque creo que puedes ayudarla.
—¿Ayudarla, yo? Señora —objetó con cautela—, vengo de Haven, la ciudad de vuestros enemigos. No soy amigo vuestro, ni de Talliann. No os debo nada, ni poseo absolutamente nada que pueda ser de interés para vos. ¿Por qué, pues, habría de poder ayudaros en algo, aunque estuviera dispuesto a ello?
Era la reacción que esperaba Calthar, que disimuló su gozo y se inclinó hacia él. Kyre no retrocedió, cosa que satisfizo a la sacerdotisa, pero al sentir en su brazo la mano de largas uñas de la extraña mujer, sus músculos se encogieron.
—¿De veras somos tus enemigos? —preguntó con suavidad—. Desde que estás aquí, no has sido tratado con violencia, ni con poca amabilidad. Nadie te ha amenazado… Nada habrás podido ver que sugiera odio… —y continuó al ver una reluctante confirmación en el rostro del hombre—. Tú puedes venir de Haven, Kyre, pero no
eres
de Haven. Eso sé a través de Gamora. En consecuencia, sólo debes lealtad a quienes han demostrado ser tus amigos, y creo que reconocerás cómo te hemos ayudado al traerte a nuestra ciudadela.
Kyre no pudo negar que su argumento era válido. Hasta el momento sólo conocía el punto de vista de Haven respecto del conflicto entre las dos ciudades. Ignoraba por completo las razones o las injusticias que habían dado pie a tan interminable guerra. Haven no le había tratado demasiado bien, hasta entonces, y además estaba Talliann. Saboreó el nombre, que le resultaba familiar, extrañamente familiar.
Talliann
…
Calthar adivinó la semilla de incertidumbre que había en su mente, y experimentó el placer interior de la venganza. Por eso dijo, con cierta dulzura y no sin una insinuación de aparente disgusto:
—Me aventuro a confiar en el instinto que me indica que… el primer encuentro que tuviste con Talliann no te dejó del todo indiferente, y que su bienestar tiene alguna importancia para ti…
¡A la extraña luz de la estancia, sus ojos parecían haberse encendido, y Kyre sintió que algo se encogía y contraía en su interior. Calthar había dado de lleno en su punto más débil. Aquel primer encuentro junto al templo, por fugaz que fuera, le tenía embrujado. Aún recordaba todos los detalles de la impresión sufrida al darse cuenta de que conocía a la muchacha. De algún modo, Talliann poseía la clave de su perdida identidad, y ahora, ahora tendría ocasión de verla de nuevo. Pese al temor de lo que pudiese ocurrirle a Gamora y el peligro que ambos corrían, no quería dejar escapar aquella oportunidad.
Su pulso se había acelerado, y en la garganta tenía una rara sensación de ahogo cuando dijo:
—Decís que yo puedo ayudar a Talliann. ¿Por qué habría de necesitar ella mi ayuda?
Calthar suspiró y se contempló los desnudos pies.
—Porque, Kyre, Talliann está angustiada.
—¿Angustiada?
—No es una palabra que me guste emplear, pero no se me ocurre ninguna mejor —prosiguió Calthar—. Es muy… infantil. Se ve sujeta a cambios de humor y caprichos que nadie puede comprender. Tan pronto se apodera de ella la alegría, como la pena o la furia, llevada por unas emociones que ni yo misma acierto a adivinar. Hay momentos en que está perfectamente lúcida, pero es más frecuente que su cabeza sea una vorágine incontrolable para ella. Por su propio bien, ha de ser atendida y vigilada constantemente, para que no se haga daño de manera inconsciente. Talliann no tiene mundo, ni el menor sentido del riesgo personal.
—¿Intentáis decirme que ha enloquecido?
La bruja meneó la cabeza con energía.
—No. Quizás esté algo descentrada, pero no loca. Talliann es como una hija para mí —agregó, mirando ahora a Kyre con aparente candor—. Para todos nosotros, su bienestar y su felicidad están por encima de cualquier otra cosa. («Y eso —pensó con interna satisfacción es la pura verdad.») Confieso, Kyre, que no entiendo sus motivos para querer tenerte aquí. Pero le produjiste una gran impresión y, cuando habla de ti, lo hace con más coherencia que en otros momentos. Eso me da esperanzas. ¿Supones, acaso —dijo con una mayor acritud en la voz— que, de no tener una poderosa razón, dejaría correr libremente por mi ciudadela a un estimado paladín de Haven?