Eterna (42 page)

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Authors: Guillermo del Toro & Chuck Hogan

Tags: #Terror

Ahora estaba solo, verdaderamente solo. Y su escondite había sido descubierto.

Agarró una lámpara Luma, empuñó su espada y se lanzó a acabar con algunos chupasangres.

E
ph se dirigió a las escaleras, buscando una salida. Tenía que salir del edificio.

Una puerta daba acceso a una zona de carga y al frío húmedo del aire nocturno. Apagó su linterna e intentó orientarse. No vio vampiros, al menos de momento. El helicóptero sobrevolaba algún lugar situado al otro lado de la biblioteca, en la parte superior del cuadrilátero. Eph se dirigió al garaje de mantenimiento, donde Gus guardaba las armas más grandes. Les superaban ampliamente en número, y combatir con espadas le daba ventaja al Amo. Ellos necesitaban potencia de fuego y armas.

Mientras Eph corría de un edificio a otro, anticipándose a los ataques procedentes de cualquier dirección, advirtió una presencia que corría por los tejados de los edificios del campus. Una criatura lo seguía. Eph solo logró vislumbrar destellos de una silueta, pero le bastó con eso. Estaba seguro de que sabía quién era.

Mientras se acercaba al garaje, observó una luz en el interior. Eso significaba una lámpara, y una lámpara significaba un ser humano. Corrió a la entrada, lo suficientemente cerca como para ver que la puerta del garaje estaba abierta. Vio en su interior el guardabarros de plata de un vehículo, el Hummer amarillo de Creem.

Eph creía que Creem se había marchado hacía mucho tiempo. Dobló la esquina y vio la sombra inconfundible del pandillero en forma de barril, cargando herramientas y baterías en la parte trasera del vehículo.

Eph se movió con rapidez pero en silencio, con la esperanza de sorprender a aquel hombre, mucho más grande que él. Pero Creem estaba en estado de máxima alerta, y algo hizo que se girara, encarándose con el médico. Lo agarró de la muñeca, inmovilizándole el brazo contra la espada, y luego lo empujó contra el Hummer.

Acercó su cara a la de Eph, que olió la comida canina en su aliento y vio las migajas en sus dientes de plata.

—¿Creías que iba a ser superado por un blanco de mierda con un carné de biblioteca?

Creem echó hacia atrás su enorme mano, y la cerró en un puño forrado de plata. Cuando el puño se acercaba a la cara de Eph, una figura delgada corrió hacia él desde la parte delantera del coche, le agarró el brazo y lo condujo hacia la parte trasera del garaje.

Eph se alejó del Hummer tosiendo en busca de aire. Creem forcejeaba en las sombras de atrás con el intruso. Eph encontró su linterna y la encendió.

Era un vampiro, gruñendo y arañando a Creem, que lograba resistir solo por la plata repelente de sus anillos y las gruesas cadenas en su cuello. El vampiro silbó y zigzagueó, golpeando el muslo de Creem con la garra de su dedo medio, cortándolo y produciéndole tal dolor que el grandullón se derrumbó bajo su propio peso.

Eph iluminó con su linterna la cara del vampiro. Era Kelly. Lo había salvado de Creem porque quería a Eph para ella. La linterna se lo recordó, y Kelly gruñó, resplandeciente, olvidándose del hombre herido y dirigiéndose hacia Eph.

Eph tanteó el suelo de cemento en busca de su espada, pero no pudo encontrarla. Metió la mano en la mochila en busca de la otra, pero se dio cuenta de que se la había dado al señor Quinlan.

No tenía nada. Retrocedió tanteando el suelo con los pies, con la esperanza de encontrar la espada, pero fue en vano.

Kelly se acercó y se agachó, con una mueca de ansioso éxtasis cruzando su cara de vampira. Por fin estaba a punto de tener a su Ser Querido.

Pero su mirada desapareció, sustituida por una expresión asombrada y de miedo mientras contemplaba a Eph con los ojos entornados.

El señor Quinlan había llegado. Se acercó a Eph, con su espada de plata cubierta de sangre blanca.

Kelly comenzó a bufar sin parar; tensó su cuerpo, lista para saltar y escapar. Eph no sabía qué palabras o sonidos articulaba el Nacido en la cabeza de ella, pero lo cierto es que la distrajeron y la enfurecieron. Eph miró la otra mano del señor Quinlan y no vio la bolsa de Fet.

El libro había desaparecido.

Eph, que estaba ahora en la puerta del Hummer, vio dentro las armas automáticas que Gus le había entregado a Creem. Mientras el Nacido presionaba a Kelly, Eph subió al vehículo, agarró el arma más cercana y se la colgó del hombro. Salió del vehículo y disparó a Kelly, que estaba detrás del señor Quinlan; la metralleta cobró vida repentina en sus manos.

Erró su primera ráfaga. Ella se movió, lanzándose sobre el techo del Hummer para evitar la descarga. Eph se apostó en la parte trasera del vehículo para encontrar un ángulo de tiro desde el que matar a Kelly, que saltó antes de que él apretara el gatillo. Se echó a correr por un lateral del edificio mientras Eph le disparaba, pero encontró un saliente que le permitió trepar hasta el tejado, donde estaba a salvo de las balas.

Eph volvió de inmediato al garaje, donde Creem se había puesto de pie y trataba de llegar al Hummer. Eph caminó hasta él, apuntando a su voluminoso pecho con la metralleta todavía humeante.

—¿Qué coño es esto? —gritó Creem, mirando la sangre que manchaba su pantalón rasgado—. ¿Con cuántos chupasangres habéis combatido?

Eph se dirigió al señor Quinlan.

—¿Qué ha pasado?

El Amo. Huyó. Muy lejos.

—Con el
Lumen

Fet y Nora llegaron corriendo, casi sin aliento.

—Vigílalo —le dijo Eph al señor Quinlan, antes de irse a eliminar posibles enemigos. Pero no vio ninguno.

Fet examinaba a Nora en busca de gusanos de sangre. Aún trataban de recuperar el aliento, exhaustos por el miedo y el fragor del combate.

—Tenemos que irnos de aquí —dijo Fet, jadeando.

—El Amo tiene el
Lumen
—dijo Eph.

—¿Estáis todos bien? —preguntó Nora, al ver a Creem en la parte trasera con el señor Quinlan—. ¿Dónde está Gus?

—¿Me has oído? —insistió Eph—. El Amo lo tiene. Ha desaparecido. Estamos perdidos.

Nora miró a Fet y sonrió. Fet describió un círculo con el dedo y ella se dio la vuelta para que él pudiera abrir la cremallera de la mochila que llevaba en la espalda. Sacó un paquete de periódicos viejos y lo desenvolvió.

Dentro estaba el
Lumen
sin la cubierta de plata.

—El Amo se llevó la Biblia de Gutenberg en la que yo estaba trabajando —explicó Fet, sonriendo más por su propia astucia que por el feliz desenlace.

Eph tuvo que tocarlo para convencerse de que era real. Miró al señor Quinlan para confirmar que era cierto.

—El Amo se va cabrear mucho —señaló Nora.

—No. Me quedó muy bien. Creo que se sentirá satisfecho —comentó Fet.

—Mierda —exclamó Eph, mirando al señor Quinlan—. Deberíamos irnos. Ahora mismo.

El señor Quinlan agarró a Creem por el cuello.

—¿Qué ocurre? —preguntó Nora, refiriéndose al trato tan rudo que el señor Quinlan le daba a Creem.

—Creem fue quien trajo al Amo aquí —dijo Eph, apuntando al pandillero brevemente con el arma—. Pero ha cambiado de opinión y ahora nos ayudará. Nos llevará al arsenal para conseguir el detonador. Aunque antes necesitamos la bomba.

Fet envolvió el
Lumen
antes de guardarlo en la mochila de Nora.

—Os puedo llevar hasta ella. —Eph subió al asiento del conductor y colocó la metralleta en el salpicadero.

—Llévanos.

—Espera —dijo Fet, saltando al asiento del copiloto—. Necesitamos a Gus.

Los otros subieron y Eph encendió el motor. Los faros delanteros se encendieron, iluminando a dos vampiros que venían hacia ellos.

—¡Espera!

Eph pisó el acelerador para atropellar a los
strigoi
, que saltaron por los aires tras el impacto letal de la defensa de plata. Eph giró a la derecha, a un lado del camino, atravesó un prado de césped, y el vehículo subió por los peldaños de un pasillo del campus. Fet agarró la metralleta y bajó la ventanilla hasta la mitad. Les disparó ráfagas a los grupos de
strigoi
que avanzaban hacia ellos.

Eph dobló la esquina de uno de los salones más amplios, aplastando un viejo soporte para aparcar bicicletas. Avistó la parte trasera de la biblioteca y la acribilló, esquivando una fuente seca y arrollando a dos vampiros rezagados. Salió por la parte delantera de la biblioteca y vio el helicóptero en vuelo estacionario sobre el patio del campus.

Estaba tan concentrado en el helicóptero que hasta el último momento no vio las amplias escaleras de piedra frente a él.

—¡Espera! —le gritó a Fet, que colgaba fuera de la ventana, y a Nora, que preparaba las armas que tenía colgadas a la espalda.

El Hummer se hundió con fuerza y rebotó a lo largo de las escaleras como una tortuga amarilla golpeando una tabla de lavar dispuesta en un ángulo de cuarenta y cinco grados. Se sacudieron violentamente en el interior del vehículo, y Eph se golpeó la cabeza contra el techo. Tocaron fondo con una sacudida final y Eph giró a la izquierda, hacia la estatua de
El pensador
, delante de la Facultad de Filosofía, cerca de donde había estado rondando el helicóptero.

—¡Allí! —gritó Fet, viendo a Gus salir con su Luma violeta de detrás de la estatua, donde se había puesto a cubierto de los disparos procedentes del helicóptero, que se cernía ahora sobre la camioneta. Fet alzó su arma e intentó disparar al aparato con una mano, mientras se sostenía con la otra al techo del Hummer. Eph se dirigió a la estatua, aplastando a otro vampiro antes de frenar para esperar a Gus.

El arma de Fet se detuvo en seco. Los disparos del helicóptero lo hicieron entrar de nuevo en el vehículo mientras la trayectoria de las balas describía dos líneas paralelas, a ambos lados de la camioneta. Gus llegó corriendo y de un salto se subió al vehículo por la parte de fuera, al lado de Eph.

—¡Dame una de esas! —le pidió a Nora.

Nora le alcanzó un arma, y Gus se llevó la metralleta al hombro y comenzó a disparar ráfagas al helicóptero, primero una, dibujando una especie de abalorio en su objetivo, y luego ráfagas rápidas.

Los disparos provenientes del helicóptero cesaron, y Eph vio al aparato recular, girando rápidamente para alejarse. Pero ya era demasiado tarde. Gus le había dado al piloto de Stoneheart, que se desplomó con la mano aún en la palanca de mando.

El helicóptero giró en ángulo y se vino abajo, cayendo a la esquina del patio cuadrangular, donde aplastó a otro vampiro.

—Sí, ¡mierda! —exclamó Gus, al ver que el aparato se estrellaba.

El helicóptero estalló en una bola de fuego. Sorprendentemente, un vampiro emergió del fuselaje, totalmente envuelto en llamas, y comenzó a avanzar hacia ellos.

Gus lo derribó con una ráfaga directa a la cabeza.

—¡Sube! —le gritó Eph a causa del zumbido en sus oídos.

Gus miró a Eph con gesto desafiante, pues le molestaba mucho recibir órdenes. El pandillero quería quedarse allí y matar a todos los chupasangres que se habían atrevido a invadir su territorio.

Pero entonces vio a Nora con el cañón de su arma en el cuello de Creem. Eso lo intrigó.

—¿Qué ocurre? —preguntó Gus.

Nora abrió la puerta de una patada.

—¡Entra de una puta vez!

F
et guio a Eph por el este a través de Manhattan, luego al sur en dirección a la calle 90 y de nuevo al este a orillas del río. No había helicópteros ni señales de que nadie los siguiera. El Hummer brillante y amarillo resultaba poco menos que estridente, pero no tenían tiempo para cambiar de vehículo. Fet le mostró a Eph dónde aparcar, ocultos dentro de una construcción abandonada.

Se apresuraron a la terminal del transbordador. Fet siempre había visto un remolcador atracado allí para un caso de emergencia.

—Creo que es este —dijo, dando un paso detrás de los controles mientras abordaban la embarcación, y se adentraron en las aguas turbulentas del East River.

Eph había relevado a Nora y vigilaba a Creem.

—Será mejor que alguien me explique esto —dijo Gus.

—Creem estaba aliado con el Amo —le explicó Nora—. Delató nuestra posición. Trajo al Amo hacia nosotros.

Gus se dirigió a Creem, aferrándose a la borda del remolcador.

—¿Es cierto?

Creem mostró sus dientes de plata. Estaba más orgulloso que asustado.

—Hice un trato, Mex. Uno bueno.

—¿Trajiste a los chupasangres a mi casa y a Joaquín? —Gus ladeó la cabeza y levantó su cara frente a la de Creem. Parecía a punto de estallar—. A los traidores los cuelgan, pedazo de mierda. O los ponen frente a un pelotón de fusilamiento.

—Bueno,
hombre
, debes saber que yo no era el único.

Creem sonrió y se volvió hacia Eph. Gus miró en su dirección, al igual que todos.

—¿Hay algo más que no sepa? —preguntó Gus.

—El Amo vino a mí a través de tu madre. Me ofreció un trato por mi hijo —confesó Eph—. Y yo estaba loco o débil, o como vosotros prefiráis llamarlo. Pero lo pensé. Yo… mantuve mis opciones abiertas. Ahora sé que era un partido imposible de ganar, pero…

—Tu gran plan —dijo Gus—. Tu gran «lluvia de ideas» para ofrecerle el libro al Amo como una trampa. ¡Esa no era una trampa!

—Lo era —replicó Eph—. En caso de que funcionara. Yo estaba jugando en ambos bandos. Me hallaba en una situación desesperada.

—Todos estamos jodidamente desesperados —dijo Gus—. Pero ninguno de nosotros entregaría al resto.

—Estoy siendo sincero. Sabía que era reprochable. Y todavía lo juzgo así.

De pronto, Gus se abalanzó sobre Eph con un cuchillo de plata en la mano. El señor Quinlan se interpuso con un movimiento certero, reteniéndolo contra su pecho con la palma de su mano.

—Déjame atacarlo. Déjame matarlo ahora mismo —le dijo Gus.

Goodweather tiene algo más que decir.

Eph se balanceó en dirección contraria al movimiento del barco; en ese momento, el faro de la isla Roosevelt se hizo visible en la lejanía.

—Sé dónde está el Sitio Negro —reveló.

Gus lo miró por encima del hombro del señor Quinlan.

—Tonterías —dijo.

—Lo he visto —dijo Eph—. Creem me noqueó y tuve una visión.

—¿Tuviste un puto
sueño
? —bramó Gus—. ¡Está pirado! ¡Este tipo es un loco de mierda!

Eph se vio obligado a admitir que su sueño era poco más que una locura. No sabía muy bien cómo convencerlos.

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