Tras inspeccionar toda la zona, la criatura se tumbó boca arriba y empezó a observar el cielo azul con sus ojos de color obsidiana. Las almendradas órbitas volvieron a parpadear y, para sorpresa de Gus, las pestañas no nacían en lo alto de los ojos, sino alrededor de ellos. La pequeña criatura observó a continuación a su rescatador, con gesto dolorido. La cabeza era bastante grande y tenía forma de bombilla. De la piel de color verde claro no nacía ni un solo pelo. La mayor parte del cuerpo, que era del tamaño de un niño, estaba cubierto de sangre de color verde oscuro. En una parte estaba seca y en la otra seguía fluyendo, aunque muy lentamente, de alguna de las pequeñas heridas. La criatura extendió la mano lejos de su cuerpo y señaló hacia el cielo. Tendió los pequeños y delgados dedos hacia las nubes, casi con ansia, y los dejó luego caer otra vez hasta el polvoriento suelo.
Gus miró hacia el cielo y luego a los profundos ojos de la criatura, que se iban cerrando lentamente. Las extrañas pestañas se plegaron de nuevo desde los lados y los ojos quedaron envueltos desde las sienes hasta la pequeña nariz.
—No creo que vaya a poder llevarte de vuelta a Marte ni a ningún sitio así. Mira, chico, ni siguiera puedo llevarte hasta Phoenix, pero quizá pueda curarte un poco y dejarte en manos de alguien que sepa qué hacer contigo. Oye, y no me importaría conocer a ese que hay ahí arriba entre las rocas, si es que es amigo tuyo.
La criatura abrió los ojos y apretó la pequeña boca de delgados labios; Gus no pudo saber si el gesto era de dolor o de rabia. Luego, los grandes ojos se dirigieron hacia las rocas que había encima de ellos, como si hubiera podido entender lo que Gus acababa de decir. El pequeño ser volvió a mirar a Gus y llevó su mano derecha hasta el cuello de la camisa vaquera del viejo y apretó, al tiempo que cerraba los ojos a causa del dolor y del esfuerzo. Después dejó de apretar y la mano cayó hacia el suelo; entrecerró los ojos y todo su cuerpo se estremeció.
El buscador de oro se agachó y cogió en sus brazos al pequeño superviviente. Lo apoyó contra su pecho sin dificultad, apenas pesaba. La cabeza se balanceaba de dolor, finalmente, la apoyó contra la sucia camisa. Gus confió en que la fuerza de los latidos de su corazón no acabara de matar a aquella pequeña cosa.
Al notar cómo el pequeño cuerpo perdía toda rigidez, Gus supo que el herido se había desmayado. Se quedó mirando su rostro, que se mostraba ahora sereno. Sus rasgos eran delicados, la boca estaba relajada. Se fijó en la pequeña nariz, que no era más que una protuberancia con dos orificios que imaginó que serían las fosas nasales. Se movían, así que supuso que la criatura seguía respirando.
Gus estiró el cuello y empezó a caminar hacia el extremo por el que había accedido al valle. Rodeó el inmenso agujero en el suelo en el que había estado a punto de caer. Mientras lo sobrepasaba, no se dio cuenta de que el pequeño ser apretaba el puño en un acto reflejo. Sin embargo, el hombre sí pudo advertir que el miedo se apoderaba de su mente en el momento de abandonar el valle y dejar atrás los misteriosos restos del accidente. No conseguía desprenderse de la imagen de aquel inmenso agujero ni de la sensación de que algo, desde las rocas, lo observaba, y esos dos pensamientos lo espoleaban hacia delante como si fuera el mismo Satanás el que viniera ahora tras él.
El ser más grande de color gris observó el rescate del cuidador, de aquel ser que en su mundo tenía la condición de esclavo, y no reprimió un gruñido de su boca. Vio al hombre emprender el largo camino montaña abajo. Los ojos amarillos se entrecerraron mientras contemplaba la figura que se alejaba. De nuevo volvió a dejar unas profundas marcas en la roca, producto de sus poderosas uñas.
El Gris se puso en pie y fue cojeando hacia la pequeña abertura en el valle de la montaña. Ahora tenía que perseguir no solo a uno, sino a dos enemigos de su misma especie.
Grupo Evento. Base de la Fuerza Aérea de Nellis, Nevada
8 de julio, 8.50 horas
Jack llevaba despierto desde las cuatro de la mañana revisando los expedientes del personal de seguridad. Su nuevo departamento no estaba tan mal como había pensando en un primer momento. Tenía asignados algunos hombres de mucha valía. El sargento Mendenhall contaba con las más altas valoraciones. Jack calculó que con ese expediente el joven debería ser elegido para una Escuela de Aspirantes a Oficial. Cerró el expediente de Mendenhall y echó un trago de café. Miembros de todos los departamentos empezaban a acudir a la cafetería. Mientras miraba, apareció una cara conocida, que estaba justo a mitad de un bostezo. Cuando se vieron, Sarah McIntire sonrió y saludó a Collins con la mano. Jack hizo un gesto con la cabeza y volvió a sus expedientes.
Puso el expediente de Mendenhall a un lado, en un grupo en el que estaban Everett y cinco más que serían los que compondrían el equipo inicial de reconocimiento si el lugar del siniestro era localizado. Junto a esa carpeta había otro montón de papeles que incluía las listas del equipamiento logístico que necesitarían. Le había impresionado enormemente el equipo que el Grupo tenía allí enterrado bajo el desierto, especialmente las armas y los aparatos de visión nocturna. Su predecesor había sido lo suficientemente riguroso como para saber qué era lo que se necesitaba en las operaciones sobre el terreno. Ahora Collins se preguntaba qué necesitaría para esta misión en particular. Tenía muy claro que habría que delimitar un perímetro de seguridad en tomo a aquel lugar, costase lo que costase. Le dio otro sorbo a la taza y miró cómo Sarah McIntire volvía con un café en dirección a la puerta. Apartó la mirada rápidamente cuando ella reparó en él y volvió a sonreírle.
Tras haber corrido su kilómetro y medio de después del desayuno, haberse duchado y haberse puesto un mono de trabajo limpio, Collins entró en el centro de ordenadores. Alice le había dejado un mensaje para que acudiera allí a encontrarse con ella.
El comandante se quedó de pie observando todo el ajetreo. Mientras estudiaba los expedientes de personal no dejaba de pensar en cómo se estaría desarrollando aquí la búsqueda del platillo. Frente a las consolas había técnicos vestidos con batas blancas a prueba de la electricidad estática, mientras que otros iban de un lado para otro con listados. Las paredes estaban cubiertas de grandes pantallas planas, mientras que otras más pequeñas estaban instaladas sobre cada unidad de trabajo. La pantalla de alta definición más grande de todas estaba colocada en medio de una pared de plástico de color blanco y en ella aparecía un mapa en color de la parte más occidental de los Estados Unidos. Mientras Collins miraba, una línea generada por ordenador dividía el espacio formando una cuadrícula. Una pequeña línea de puntos partía de Panamá, recorría México y luego se dividía en varias líneas al tiempo que cruzaba la frontera de Nuevo México. El comandante se dio cuenta de que en el lugar donde las líneas penetraban en el estado, algún técnico ingenioso había cambiado los puntos por pequeños signos de interrogación. En otras pantallas aparecían datos sin procesar e imágenes en tiempo real de distintas áreas en el desierto que llegaban vía satélite a diferentes bases terrestres. Niles estaba sentado en una de las mesas de los técnicos, mirando la gran pantalla como si estuviera hipnotizado.
—Dios mío, el doctor Compton habrá tenido que mover muchos hilos y comprometerse a hacer favores de aquí al siglo que viene para que le dejaran tantos KH-11 —dijo Everett, que entraba también detrás de Collins.
—Así es; la Agencia de Seguridad Nacional está escandalizada con que usemos su satélite —dijo Pete Golding, el director del Centro Informático. Estaba de pie, a su lado, dando golpecitos en un teclado.
Collins miró a las imágenes proyectadas en la pared.
—¿No hay rastro del sitio donde ha caído?
—No —respondió Golding con tono enfadado; miró a los dos militares, se quitó las gafas y se frotó los ojos—. Esa maldita cosa no está donde pensábamos que estaría según el rumbo que habíamos calculado.
—A lo mejor no ha caído —dijo Carl.
Golding dirigió una gélida mirada al marine, luego se dio la vuelta y se fue sin decir una sola palabra.
—Disculpen a Pete; Niles y él están un poco cansados esta mañana —dijo Alice.
—Usted parece más alegre —repuso Collins.
—Nosotros, los viejos, no necesitamos dormir tanto como los jóvenes.
—Parece que el doctor Compton y el señor Golding necesitan relajarse un poco y echar una cabezadita —comentó Everett.
Alice ladeó un poco la cabeza mirando a Niles, consciente de que estaba impresionado aún por el expediente que el senador le había dejado leer. Se volvió y observó a los dos hombres que tenía al lado.
—Es necesario que esté aquí. Deberían hacerse a la idea de que ahora mismo estamos en pie de guerra. Nunca antes el Centro había sido clausurado ni todos los departamentos desplegados para trabajar en un único Evento. Es absolutamente prioritario que descubramos el lugar del accidente.
—¿Dónde está el senador esta mañana? —preguntó Collins.
Alice sonrió.
—Está durmiendo; descanso ordenado por su asistente personal. —Les guiñó un ojo, luego fue andando hasta el centro de la sala y se quedó un momento mirando más de cerca una de las imágenes de satélite; luego dijo que no con la cabeza y retrocedió—. Puede que nos ladre un poco a los demás, pero por lo menos aún sabe distinguir cuándo tiene razón y cuándo no. Me temo que tanto él como el presidente reciben mucha presión por parte de los jefes del Estado Mayor. Todo aquel que conoce de nuestra existencia piensa que pasamos por encima de las demás instituciones, así que me temo que todos los viejos enemigos de la agencia están aprovechando la situación para atacar.
Se quedaron allí de pie un momento, sin saber qué más decir, luego Niles empezó a dar gritos por algún motivo.
—Por eso les he llamado —dijo Alice mientras Niles cogía una de las páginas que tenía uno de los técnicos—. Esto no tiene buen aspecto.
Niles estaba ya algo más calmado cuando vio a Alice, Jack y Carl en la pasarela que había encima de la zona de tableros, y rápidamente subió las escaleras que llevaban hacia donde estaban y le entregó el papel a Alice.
—Mira a ver qué puedes hacer con esto, ¿quieres? —Presenció los gestos perplejos de Everett y de Collins y trató de explicárselo rápidamente mientras Alice leía sus conclusiones—. Ese hijo de puta de Reese estaba ayer trabajando en el nuevo sistema y descubrió el ataque del platillo a tiempo real. El Europa, nuestro nuevo y potente sistema informático, dice que el muy cabrón realizó una copia de todo. —Niles hizo una mueca y se quitó las gafas, luego miró las caras de las personas que tenía delante—. Reese ha desaparecido. No ha venido al trabajo esta mañana. Hay que encontrarlo, Jack, y rápido, no sé en qué puede estar metido. —Niles se dio la vuelta, se puso de nuevo las gafas y, enfadado, le llamó la atención a uno de los equipos informáticos por inspeccionar demasiado rápido una zona de búsqueda; luego se volvió hacia Collins—. Lo digo muy en serio, Jack. Esto tiene mala pinta. Va en contra de todas las reglas del Centro Informático —dijo, mientras se giraba y se dirigía al piso central a continuar la búsqueda del platillo.
Alice lo vio marcharse con gesto contrariado. Luego revisó otra vez el papel que tenía delante. Se quitó las gafas, miró a los dos hombres que tenía enfrente y se quedó pensando un momento.
Fue caminando con cierta prisa hasta una terminal de trabajo varía y se sentó en la silla giratoria, luego abrió un cajón, revolvió un poco dentro y lo volvió a cerrar. Repitió la misma operación con los otros cajones hasta que encontró lo que andaba buscando. Mientras la observaban, los dos oficiales intercambiaron una mirada inquisitiva.
Finalmente, ella levantó la vista y sonrió.
—Es posible que Reese esté trabajando para un enemigo muy peligroso.
—Está en la lista que confeccionó el senador, al igual que casi todos los que tienen acceso al Centro Informático —dijo Everett.
—¿Debo suponer que no es en absoluto normal que falte así al trabajo? —preguntó Jack.
Alice se quedó un momento pensando mientras miraba el monitor apagado sobre la mesa del ausente.
—No es normal, no, pero como todo el resto de la gente, él tiene sus dependencias dentro del complejo. El sistema informático le habría notificado la alerta por Evento, así que está fuera de la base, no ha comprobado sus mensajes, tal y como dictan las instrucciones. —Hizo girar la silla—. Ha hecho algo malo. Niles tiene razón: hay que encontrarlo.
—¿Qué podemos hacer? —preguntó Jack.
Alice regresó a la pantalla apagada del ordenador, tecleó unas cuantas instrucciones e hizo que la pantalla se encendiera. Al mismo tiempo y sin mirar, echó la mano hacia atrás, pasándole a Collins el papel que Compton le había entregado antes.
Collins cogió la lista que le ofrecía. En unas columnas venía marcada la hora y en las otras unas series que parecían procesos informáticos.
—Es una copia de los últimos procesos que se llevaron a cabo desde esta terminal. Es el procedimiento habitual cuando alguien no viene a trabajar, ha salido de la base y no ha regresado. Automáticamente comprobamos su ordenador para ver cuáles fueron las últimas actividades que emprendió.
Collins le ofreció el papel a Everett, quien también lo examinó.
—Ahí está —dijo Alice, poniéndose recta—. Todas las llamadas telefónicas realizadas desde la base son registradas y grabadas. Parece ser que el señor Reese se valió de su autorización y de su puesto en el Centro Informático para inutilizar los mecanismos de detección de unos teléfonos de El Arca. Intentó borrar sus huellas, pero tratar de hacer eso con Niles y con Pete Golding sirve de muy poco. En un par de minutos han sorteado la protección que Reese había instalado en su disco duro. Por lo que tenemos, de acuerdo con esto —hizo un gesto señalando a la pantalla—, desde el complejo solo se efectuaron dos llamadas a la hora que el barman lo vio entrar en el club. Una se hizo a un domicilio dentro de los límites de Las Vegas, y que ya hemos comprobado; la realizó un sargento a una chica que había conocido en el lago Mead. La otra llamada se hizo a una casa en Vidalia, California. —Alice descolgó el teléfono, marcó unos cuantos números y esperó—. Haga venir al sargento, por favor —pidió, y colgó—. He tenido al sargento Bateman en el Centro de Seguridad manejando algunos componentes, utilizando su red dentro del Europa XP-7, el nuevo sistema de Cray del que hablaba Niles.