Evento (25 page)

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Authors: David Lynn Golemon

Tags: #Ciencia Ficción, Intriga

—Se llama Reese, es posible que pasara por aquí anoche o esta mañana muy temprano —dijo muy serio Collins.

Elvis se encogió de hombros y se puso un palillo en la boca con gesto desdeñoso.

—¿Tío, tú sabes la cantidad de gente que pasa por aquí al día? —dijo observando a los tres hombres que acompañaban a Collins.

El comandante echó un vistazo al club vacío y sonrió, mientras la cautivadora melodía de Moody Blues seguía sonando para nadie.

—Sí, debe de ser muy jodido fijarse en alguien con la cantidad de gente que hay aquí.

El imitador de Elvis sonrió y miró al suelo sin mediar palabra.

—¿Le importa si echamos un vistazo? —preguntó Everett.

—Si no tenéis una orden, ni pensarlo —dijo Elvis, levantando la vista y con el gesto serio.

—Hemos pagado por una consumición —dijo Everett con una sonrisa—, ¿no podemos echar un vistacito de nada, por favor? —Hizo un gesto de algo muy pequeño, juntando los dedos pulgar e índice.

—Que te den, poli.

Los cuatro soldados intercambiaron miradas cómplices. El hombre se percató del gesto y eso le puso algo nervioso. Collins pasó por su lado sin que Elvis se diera cuenta y avanzó hacia el interior del club.

—Eh, gilipollas —empezó a protestar, justo antes de notar cómo una mano se colaba bajo su chaqueta y sacaba hábilmente la pistola de la funda escondida—. Eh, tengo un permiso para llevarla.

Everett presionó el seguro y sacó el cargador de munición, luego giró el arma y dejó que las balas cayeran al suelo.

—No lo dudo, a lo mejor te parece una tontería, pero no me gusta nada mezclar Elvis y armas de fuego —dijo Carl.

Collins se acercó al escenario, contemplando la decoración barata del club. Pasó el dedo por la capa de polvo que cubría las tablas; de pronto la oscura sala se llenó de los fogonazos y detonaciones que provocaban las armas de fuego. Collins se echó al suelo y se arrastró por el borde del escenario. Sacó el arma y apuntó al lugar de donde pensaba que provenían los disparos. El ruido se fue apagando en el salón vacío. Se oyeron dos detonaciones más y esta vez pudo ver el resplandor. Procedía de la misma cortina por la que la mujer había desaparecido antes. Collins rodó por el suelo, aunque sabía que los disparos no lo tenían a él como objetivo.

—¿Han alcanzado a alguien? —les gritó a sus hombres, con la pistola y la vista fijas en la cortina.

—Estamos bien, pero a Elvis le han acertado en la cabeza —gritó Everett.

—Mierda. Detrás de esa cortina ha de haber una puerta, los disparos venían de ahí.

—Ve tú delante, nosotros te cubrimos —gritó Everett, apoyado sobre una rodilla y con el arma apuntando a la desgastada cortina.

Mendenhall caminaba agachado hacia donde estaba el comandante, cubriéndose entre los reservados. Everett y O'Connell se pusieron de pie al mismo tiempo y echaron a correr a un lado de la cortina con las armas preparadas. Everett asintió con la cabeza y Collins echó a correr hacia la cortina y se puso de rodillas. En ese momento, se escucharon tres rápidos disparos que parecían sonar a cierta distancia de allí. Los dos hombres se miraron, y Collins señaló hacia la puerta y luego hacia abajo.

Everett pronunció la palabra «sótano» para que O'Connell le leyera los labios.

De pronto la música dejó de sonar en la gramola. Se quedaron mirando al sargento de raza negra; este dejó caer el cable que había arrancado de la pared. Se quedó allí quieto, en medio de los dos oficiales, apuntando con su arma a la cortina.

Volvieron a oírse más disparos, el eco resonó hasta ir amortiguándose, aumentar después un instante y desaparecer.

Farbeaux estaba furioso. Era evidente que el imbécil que había enviado arriba desde el sótano para ver qué pasaba con la visita se había puesto nervioso y había empezado a disparar. No le gustaba tener que admitirlo, pero se había acostumbrado a la profesionalidad con que funcionaban los Black Team de la compañía, no como estos matones que tenía contratado el club. Estaba esperando tranquilamente a que ese idiota incompetente reapareciera para poder dispararle. Con un rápido movimiento, se giró hacia los otros dos que estaban de pie junto a la mesa y descargó dos ráfagas sobre ellos al mismo tiempo que el que estaba más cerca sacaba el arma y disparaba. El francés se salvó por medio metro, pero Reese corrió peor suerte y una bala le dio en la cabeza.

—Lo siento, señor Reese, me temo que debido a las circunstancias no podré cumplir mi promesa —dijo mientras se dirigía a la puerta que llevaba al callejón trasero.

Al abrir la puerta, vio varias cosas a la vez. La primera fue un hombre de avanzada edad que caminaba hacia él mientras se llevaba la mano atrás y trataba de sacar algo, probablemente un arma. La segunda fue, según supuso Farbeaux, el compañero más joven que estaba de espaldas observando la llegada de tres hombres vestidos de negro que venían del aparcamiento. Los hombres ya habían desenfundado y estaban empezando a abrir fuego, con lo que el hombre más joven se echó al suelo y, rodando sobre sí mismo, se metió debajo de un coche. Los tres hombres apuntaron luego en dirección a Artillero. El viejo se giró al oír los disparos, luego sus brazos se sacudieron y cayó al suelo al mismo tiempo que Farbeaux abría fuego con su pistola con silenciador y obligaba a los Hombres de Negro a ponerse a cubierto. El francés se acercó al hombre en el suelo y vio que le habían dado en el pecho. Disparó un par de veces más contra los tres Hombres de Negro, al tiempo que aprovechaba para salir corriendo.

Gianelli se había puesto de pie y abrió fuego contra los hombres que estaban a cubierto detrás de los coches aparcados. Estos dispararon a su vez y echaron a correr por el callejón persiguiendo al hombre que huía y que Gianelli había visto salir del club; entonces fue cuando el marine se dio cuenta de que habían abatido a Artillero.

—¡Vamos! —exclamó Collins.

Él fue el primero en pasar al otro lado de la cortina, seguido por Everett. Salieron a lo alto de una escalera que descendía a lo que debía de ser el sótano. Las paredes estaban desconchadas y parecía que la escalera apenas se usaba. Collins, Everett y O'Connell empezaron a bajar. Mendenhall se colocó en lo alto con su pistola de 9 mm apuntando hacia el interior del club.

Un minuto después, un minuto larguísimo de escalones de madera que crujían, Collins llegó al suelo de cemento. La única puerta estaba a metro y medio de él. Sabía que era un blanco fácil para cualquiera que quisiese disparar un par de ráfagas desde el otro lado, pero la situación no le dejaba otra opción. Miró a Everett, que estaba detrás de él. Los dos avanzaron y se colocaron a ambos lados de la puerta. El comandante señaló con el dedo a Everett y después hacia arriba, para que tomara esa dirección, y luego a sí mismo y hacia abajo. Era una maniobra policial clásica que había aprendido en el adiestramiento antiterrorista en Fort Bragg. El teniente abriría la puerta de una patada, seguidamente Collins se tiraría por el suelo y giraría con el arma hacia arriba apuntando a cualquier cosa que hubiera delante de la puerta. A continuación, Everett se asomaría por arriba. En teoría, de esa manera las posibilidades de que resultaran heridos eran muy bajas, y por eso esta técnica es utilizada por policías y militares de todo el mundo.

Lo que Collins vio después de rodar por el suelo fue cuanto menos extraño. La camarera con los pechos al aire que había antes arriba estaba allí muerta, apoyada contra un hombre que se había desplomado contra la pared y que tenía un disparo entre los dos ojos. Una bala perdida le había alcanzado mientras intentaba seguir los pasos de Farbeaux y salir al callejón. Un pequeño reguero de sangre le corría por en medio de los dos pechos caídos.

—Dios mío, comandante, ¿qué coño ha pasado aquí? —se lamentó Everett en voz baja.

Collins no dijo nada; se quedó mirando el cuerpo de Robert Reese, sentado aún sobre la silla giratoria en la que había muerto. Una de las mangas de la camisa blanca estaba subida hacia arriba, así que era bastante probable que le hubieran suministrado algún tipo de droga.

—¡Dios! —exclamó Mendenhall cuando entró en la habitación pasando por detrás de Everett.

Collins hizo un gesto de que guardaran silencio y miro a los dos hombres que estaban tirados en el suelo, alrededor de la mesa de jugar a las cartas. Pudo ver que los habían despachado a muy corta distancia. Jack vio entonces el cuaderno en el suelo lleno de sangre y enseguida se dio cuenta de que estaba lleno de anotaciones sobre el Evento de ayer, escritas con buena letra, tomadas sin prisa. Frunció el ceño al descubrir unas notas sobre la operación Salvia Purpúrea rodeadas de signos de interrogación.

De pronto, se vislumbró una figura al otro lado de la puerta y Jack levantó el arma.

—Comandante —pronunció una voz que le resultaba familiar, y que resonó un poco en los muros del sótano.

—¿O'Connell? —dijo Everett, con la pistola apuntando hacia la puerta.

—Sí, señor —contestó el marine. Los demás vieron cómo O'Connell, llevando a Gianelli, que parecía gravemente herido, cruzó la puerta tambaleándose. Everett y Mendenhall bajaron las armas y lo ayudaron a sujetar a Gianelli mientras Collins cubría todo el movimiento.

—¿Qué demonios…? —susurró Collins.

—Me ha dicho que Artillero está muy grave. —O'Connell decía todo esto mientras apretaba los dientes por el esfuerzo de mantener erguido a su compañero—. Lo he encontrado cuando fui por delante hacia el lugar del que venían los disparos.

Collins hizo un gesto con la cabeza a Everett y a Mendenhall para que salieran a ver qué pasaba fuera.

—Informe, Gianelli. ¿Contra qué nos enfrentamos? —preguntó Collins, agachándose un poco para estar a la misma altura que el herido.

—Un hombre… salió corriendo… del edificio… —farfulló Gianelli, conteniendo la respiración—. Los otros le tendieron… una emboscada… a él… y a nosotros… Nos atacaron… por la espalda. Le dieron a Artillero, pero le disparaban al tipo que salió… corriendo del club.

Collins miró a su alrededor y descubrió los monitores de vídeo. En aquel que mostraba en blanco y negro la parte trasera del edificio, vio salir a Everett hacia la zona donde daba el sol y desaparecer luego del plano seguido por el sargento.

—Vamos, hijo, larguémonos de aquí —dijo Collins, ayudando al joven marine a levantarse.

Jack cargó con casi todo el peso del herido mientras los tres salían hacia fuera. Cuando atravesaron la puerta trasera, Mendenhall estaba de rodillas, agachado al lado de Artillero, presionándole el pecho. Intentaba detener la hemorragia que estaba dejando sin vida al viejo marine. La pistola del sargento de artillería estaba aún metida entre su cinturón y su camisa. Everett estaba arrodillado a su lado.

—Aguanta, Artillero, te conseguiremos ayuda.

Artillero respiró profundamente mientras se oían unas sirenas a lo lejos.

—Entra y saca a Reese, no nos vamos a dejar a nadie —ordenó Collins a O'Connell.

Mendenhall dejó de mirar a Collins y volvió la vista al jadeante sargento de artillería. De las comisuras de los labios le salía la sangre a borbotones. Mendenhall no sabía qué hacer y no pudo reprimir una lágrima de impotencia.

—¡Coge la cinta que hay en la grabadora encima de la mesa! —le gritó Collins a O Connell. El soldado levanto la mano derecha sin girarse, dando a entender que había recibido la orden mientras corría hacia la puerta trasera.

Everett se puso de pie.

—Quiere hablar con usted, comandante —dijo mirando todavía al sargento de artillería. Luego extendió los brazos hacia el soldado herido.

Collins le pasó con cuidado a Gianelli.

—Llévelo al coche, capitán.

—Sí, señor —contestó Everett.

Collins se agachó junto al cuerpo inmóvil del sargento de artillería Lyle Campos.

Lo siento, comandante —susurró el sargento—. Me cogieron desprevenido.

—Nos pasa a todos, Artillero.

Mendenhall se dio la vuelta.

El marine negó con la cabeza.

—No hay excusa que valga… estoy demasiado viejo para jugar a hacer de soldado.

—Comandante —susurró Artillero mientras sus ojos empezaban a vagar del hombro derecho del comandante hacia el azul del cielo—, los hombres que me han matado, creo que disparaban… al francés…

Collins se acercó aún más.

—¿Al francés?

—Fa… Farbeaux… encajaba… con la descripción… —Campos tosió, la sangre cayó sobre el pecho de la camisa. Sus ojos lo enfocaron durante un momento—. Lo siento, le dejé escapar. Les disparó a esos cabrones… que me… han matado… —dijo Campos, justo antes de morir, con los ojos fijos en el cielo sin nubes.

Jack cerró los ojos del Artillero. A su mente acudieron recuerdos de otras operaciones malogradas. Poco después de decirle al senador que no volvería a formar parte de misiones poco planificadas, allí estaba, sosteniendo en sus brazos a otro soldado muerto. Movió la cabeza intentando dejar de pensar.

Escuchó a O'Connell salir del club, el sargento Mendenhall acudió a ayudarlo con Reese. Collins se puso de pie y se quedó mirando al joven soldado que traía el cadáver del informático. La camisa hawaiana de color amarillo del marine estaba empapada de sangre de Reese, al igual que la cinta de vídeo que llevaba en la mano. Mendenhall metió el cuerpo en el asiento trasero mientras Everett ponía en marcha el coche.

—Será mejor que nos larguemos, señor, parece que toda la policía de Las Vegas está de camino.

Collins se agachó en silencio, tomó en sus brazos, como si fuera un niño, al viejo sargento de artillería, y lo introdujo en el coche.

Jack Collins sabía ahora por qué necesitaban a alguien como él en el Grupo Evento. Sus adversarios no eran meros mercenarios, eran profesionales adiestrados y dotados de importantes efectivos. Era posible que Henri Farbeaux no trabajase para el gobierno francés, pero una cosa era segura: si tenía un local como este en una de las ciudades más seguras del mundo es porque no trabajaba solo, y fueran quienes fueran las personas que lo contrataban, estaba claro que tenían tanto interés por hacerse con ese platillo como lo tenía el Grupo Evento.

El andén estaba lleno de gente, se había extendido el rumor de que un equipo volvía con bajas. Collins sostenía en brazos el cuerpo sin vida del sargento de artillería Campos cuando el brillante monorraíl llegó a la zona de carga y descarga.

Everett encabezaba el grupo y transportaba al soldado Gianelli con movimientos delicados y ágiles. Los técnicos de emergencias sanitarias empezaron a tratar al muchacho en cuanto lo colocaron sobre la camilla. El soldado O'Connell fue caminando al lado de su amigo, hablándole suavemente mientras lo conducían hacia el ascensor.

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