Excesión (4 page)

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Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

El dron ignoró el tirón de la gravedad reorientada de la nave, se lanzó contra el techo y se deslizó sobre él mientras creaba un campo en forma de cono inmediatamente detrás de sí.

La explosión destrozó la cubierta interior de la escalera de cámara y empujó al dron contra el techo del corredor con tal fuerza que, en su interior, su cerebro semi-bioquímico de reserva quedó reducido a una pulpa inutilizada. Fue un pequeño milagro que ningún fragmento grande de metralla hiciera blanco en él. La onda expansiva golpeó el campo cónico del dron y lo aplanó, aunque no antes de que una parte importante de su energía fuera desviada contra las cubiertas interior y exterior de la escalera de cámara en una imitación bastante notable de una explosión dirigida. En busca de una salida, la nube de gases que seguía inundando la escalera de cámara perforó y desgarró el revestimiento del pasillo y los gases brotaron como una erupción volcánica en el despresurizado compartimiento de carga que había al otro lado. El dron hizo una pausa momentánea para dejar que los escombros pasaran a su lado en un huracán gaseoso y a continuación, en el semi-vacío que se había formado, volvió a ponerse en movimiento en dirección a la siguiente intersección de la escalera de cámara, ignorando la vía de escape que se había abierto tras él. La vaina del Desplazador que estaba tratando de alcanzar se encontraba en el exterior del casco de la nave, a solo diez metros del siguiente recodo.

El dron describió una curva en el aire, rebotó en otra pared y en el suelo y, mientras se precipitaba contra la pared-casco de la escalera de cámara, se encontró frente a una máquina similar a sí mismo que se abalanzaba aullando sobre él.

También conocía a aquella máquina. Era el mejor hermano /amigo /amante /camarada que tenía en toda la grande, distribuida y siempre cambiante civilización que era el Elenco.

Con un parpadeo fugaz, la máquina que se le echaba encima disparó sus rayos láser-X. Los haces pasaron a escasos milímetros de la parte superior del dron y detonaron a su espalda mientras éste encendía sus espejoscudos, daba una vuelta en el aire, expulsaba el núcleo de su vieja IA y la unidad semi-bioquímica, giraba describiendo un bucle hacia el exterior y continuaba finalmente por la escalera de cámara. Tras él, una llamarada engulló los dos componentes eyectados, que al instante se vaporizaron y lo envolvieron en una nube de plasma. Disparó su propio láser al dron que se le acercaba –el láser fue reflejado en una floración de ardientes pétalos que cayó con voracidad sobre las paredes del pasillo– y utilizó su efector en los controles de la vaina del Desplazador. La maquinaria se activó siguiendo una secuencia predeterminada.

El ataque contra su núcleo fotónico, manifestado como una perturbación perceptible en el tejido del espacio-tiempo que retorció la estructura interna de la mente lumínica del dron desde más allá del espacio convencional, se produjo en el mismo momento.

Está utilizando los motores
–pensó el dron mientras sus sentidos fluctuaban, su consciencia parecía desmoronarse y evaporarse, y empezaba a perder el sentido–,
¡fm-am!
–exclamó una minúscula subrutina asimilada y olvidada hacía tiempo. Sintió que pasaba de frecuencia modulada a amplitud modulada. Con la brusquedad de un latigazo, la realidad volvió a cobrar definición y enfoque, aunque sus sentidos siguieron pareciéndole ajenos y sus pensamientos extraños.

Pero si no reacciono de alguna manera...

El otro dron volvió a disparar, al mismo tiempo que se precipitaba hacia él en una trayectoria de interceptación.

Un ariete. Qué poco elegante.

El dron, resistiéndose aún a ajustar su topografía fotónica interna para asumir los violentos cambios de longitud de onda que demandaban atención en su mente, reflejó los rayos.

Con un zumbido, la vaina del Desplazador situada al otro lado del casco cobró vida. Una serie de coordenadas que se correspondían con la posición que el dron ocupaba en aquel momento y que describían el volumen de espacio que, de una dentellada, le arrebataría el mecanismo al universo convencional y lo arrojaría mucho más allá de la herida nave elenquista, aparecieron parpadeando en su consciencia.

Demonios, todavía puede que lo consiga. Solo hace falta una última vuelta
–pensó el dron, como atolondrado. La dio; literal, físicamente, en el aire.

Brotaron luces a su alrededor, desde todas partes, luces con la signatura del fuego de plasma, y la detonación golpeó repetidamente su revestimiento con la fuerza de lo que pareció una pequeña explosión nuclear. Sus campos reflejaron toda la energía que pudieron. El resto calentó la máquina al rojo blanco y empezó a inundar el interior de su cuerpo y a destruir sus componentes más vulnerables. Sin embargo, él resistió, completó su giro entre los gases supercalentados que lo rodeaban –en su mayor parte baldosas vaporizadas, advirtió–, esquivó la forma de su gemelo asesino que se le echaba encima como una lanza al vuelo, percibió (de forma casi ausente ya) que la vaina del Desplazador había completado su activación y estaba preparándose para atenazar/descargar... mientras su mente, involuntariamente, absorbía la información contenida en la descarga de radiación y por fin se derrumbaba bajo el peso del propósito alienígena que esta ocultaba.

Sintió cómo se partía en dos, cómo dejaba tras de sí su personalidad real, la entregaba sin oponer más resistencia a la potencia invasiva de la abducción de su núcleo fotónico y de forma lenta y funesta empezó a cobrar consciencia del eco abstracto dejado por su propia existencia en una tosca forma electrónica.

Al otro lado de la pared del casco, el Desplazador completó su ciclo. Generó un campo a su alrededor y al instante engulló una esfera de espacio no mucho mayor que la cabeza de un humano. La detonación resultante hubiera sido estruendosa de no ser por el caos provocado por la batalla.

El dron –poco mayor que dos manos humanas colocadas juntas– cayó humeando y emitiendo luz sobre la pared lateral de la escalera de cámara, que ahora era, en la práctica, el suelo.

La gravedad volvió a la normalidad y el dron cayó al auténtico suelo con un ruido metálico y rebotó en la chamuscada superficie interior que había bajo la chimenea de un corredor vertical. Algo había montado en cólera en la mente real del dron, más allá de las paredes de aislamiento. Algo poderoso y colérico y decidido. La máquina produjo un pensamiento equivalente a un suspiro o a un encogimiento de hombros, e interrogó a su núcleo atomomecánico, aunque solo fuera para guardar las apariencias... pero esa posibilidad había sido irremediablemente arruinada por el calor... tanto daba. Ya había terminado.

Todo había terminado.

Con éxito...

Entonces la nave lo llamó, con toda normalidad, utilizando el comunicador.

Vaya, ¿por qué no has intentado eso desde el principio?
–pensó el dron–.
Bueno
–se respondió a sí mismo–,
porque no habría respondido, claro.
–Casi lo encontró divertido.

Pero no podía responder. El calor había fundido también el sistema de transmisión de la unidad comunicadora. Así que esperó.

El gas, una vez enfriado, empezó a asentarse, y otras materias se condensaron dejando bonitos dibujos en el suelo. Sonaban crujidos, las radiaciones recorrían el espacio y unos imprecisos impulsos electromagnéticos sugerían que los motores y los sistemas principales de la nave volvían a ser funcionales. El calor que se abría paso por el cuerpo del dron estaba disipándose lentamente. Estaba vivo pero seguía lisiado, incapaz de moverse o actuar. Tardaría días en activar las rutinas que empezarían, tímidamente, a reemplazar los mecanismos que construirían las nanounidades de reparación automática. Eso también resultaba divertido. La nave emitía sonidos y señales que parecían indicar que estaba moviéndose de nuevo por el espacio. Mientras tanto, la cosa que había en la mente real del dron seguía furiosa. Era como vivir con un vecino escandaloso o tener una jaqueca, pensó el dron. Siguió esperando.

Al cabo de algún tiempo, una unidad pesada de mantenimiento, aproximadamente del tamaño de un torso humano y escoltada por un trío de pequeños brazos laterales con capacidad de acción independiente, apareció al otro extremo del pasillo vertical que el dron tenía encima y descendieron flotando entre las corrientes de gas hasta encontrarse justo encima del pequeño, abollado, humeante y lastimado caparazón del dron. Los brazos no habían dejado de apuntarlo un momento durante todo el descenso.

Entonces una de las armas se activó y disparó contra la pequeña máquina.

Mierda. Un poco sumario, maldición...
–tuvo tiempo de pensar el dron.

Pero el efector solo había utilizado la energía suficiente para establecer un canal bidireccional de comunicaciones.

~ ¿Hola? –dijo la unidad de mantenimiento a través del arma.

~ Hola, tú.

~ La otra máquina ha desaparecido.

~ Lo sé. Mi gemelo. Volatilizado. Desplazado. Arrojado muy, muy lejos por una de esas grandes Vainas de Desplazamiento, algo tan pequeño. Con coordenadas desconocidas, además. Nunca lo encontrarán...

El dron sabía que estaba balbuciendo incoherencias. Probablemente su mente electrónica estuviera sufriendo una incursión del efector pero la muy idiota era demasiado estúpida para darse cuenta y el balbuceo era un efecto secundario que era incapaz de detener:

~ Sí, totalmente desaparecido. Entidad arrojada por la borda. XYZs de ida. Nunca la encontrarán. No tiene sentido ni buscarla. A menos que quieran enviarme a mí tras ella, claro. Podría echar un vistazo, si quieren, si la vaina sigue en funcionamiento. Personalmente, no tendría inconveniente...

~ ¿Pretendías que pasara todo lo que ha pasado?

El dron pensó en mentir, pero ahora podía sentir el arma del efector en su mente y supo que no solo el arma y el dron de mantenimiento sino la nave y lo que quiera que se hubiera apoderado de ella podían
ver
que estaba pensando en mentir... de modo que, sintiendo que volvía a ser él mismo pero sabiendo que no le quedaban defensas, dijo con aire cansino:

~ Sí.

~ ¿Desde el principio?

~ Sí. Desde el principio.

~ No hemos encontrado ni rastro del plan en la mente de tu nave.

~ Vaya, pues lo siento mucho por vosotros, cerebros de mosquito.

~ Reveladores insultos. ¿Te duele?

~ No. Oye,
¿quiénes
sois?

~ Tus amigos.

~ No me lo creo. Creía que esta nave era
lista
pero se ha dejado vencer por algo que habla como un Enjambre Hegemonizante sacado de un cuento para niños.

~ Podemos hablar de eso más tarde pero, ¿qué objeto tenía desplazar más allá de nuestro alcance a tu máquina gemela en lugar de a ti mismo? Estaba en nuestro poder, ¿no? ¿O se nos ha pasado algo por alto?

~ Se os ha pasado algo por alto. El Desplazador estaba programado para... oh, leedlo en mi cerebro. No me duele pero estoy muy
cansado.

Un momento de silencio. Luego:

~ Ya veo. El Desplazador copió tu estado mental a la máquina eyectada. Por eso se mostró tu gemelo tan dispuesto a interceptarte cuando comprendimos que todavía no eras nuestro y que podía existir una vía de escape a través del Desplazador.

~ Siempre hay que estar preparado para cualquier eventualidad, aunque te esté atacando un imbécil con armas más grandes que las tuyas.

~ Bien dicho, aunque un poco salaz. En realidad, creo que es muy posible que tu máquina gemela haya resultado dañada de gravedad en la implosión de plasma dirigida contra ti y en todo caso, como lo que estabas tratando de hacer era escapar y no dar con un método novedoso de atacarnos, la cosa no tiene demasiada importancia.

~ Qué convincente.

~ Ah, sarcasmo. Bueno, no importa. Ahora ven y únete a nosotros.

~ ¿Tengo elección?

~ ¿Cómo, acaso prefieres morir? ¿O es que piensas que íbamos a dejarte aquí para que te repares como eres/eras y puedas atacarnos en el futuro?

~ Solo estaba probando.

~ Te transcribiremos al núcleo de la nave junto con todos los demás que han sufrido mortalidad.

~ ¿Y los humanos, la tripulación mamífera?

~ ¿Qué pasa con ellos?

~ ¿Están muertos o en el núcleo?

~ Tres de ellos están exclusivamente en el núcleo, incluido el del arma que usamos para tratar de detenerte. El resto duerme y se han archivado copias de sus estados mentales en el núcleo para proceder a su estudio. No tenemos la intención de destruirlos, si eso es lo que te preocupa. ¿Te interesa su suerte particularmente?

~ La verdad es que nunca he podido soportar a esas viscosas y lentas masas de carne.

~ Eres una máquina muy dura. Vamos...

~ Soy un dron soldado, cretino. ¿Qué esperabas? ¡Y, además, soy duro! Acabas de cargarte a mi nave y a mis amigos y camaradas y me llamas duro a
mí...

~
Fuisteis
vosotros
los que insististeis en llevar a cabo un contacto invasivo, no nosotros. Y no ha habido pérdidas definitivas de estados mentales, aparte de las causadas por vuestro Desplazador. Pero permíteme que te lo explique todo con más comodidad...

~ Mira, ¿no puedes matarme y acabar de una v...?

Pero entonces el arma del efector alteró momentáneamente su configuración y absorbió el intelecto de la pequeña máquina de su inutilizado y humeante cuerpo.

III

–¡Byr Genar-Hofoen, mi querido amigo, bienvenido! –El coronel Confraternizador de Alienígenas (de primera clase) Cinco Mareas Añúmedo VII de la tribu de los Cazadores Invernales rodeó al humano con cuatro de sus extremidades y lo apretó con fuerza contra su masa central, al mismo tiempo que fruncía las frondas de sus labios y pegaba su pico frontal a la mejilla del humano–. ¡Mmmmmmuuuah! ¡Toma! ¡Ja, ja!

Genar-Hofoen sintió el beso del oficial de la Fuerza Diplomática a través de los escasos centímetros de grosor de su traje de gelcampo como un impacto moderadamente fuerte en la mandíbula seguido por una poderosa succión que podría haber llevado a alguien menos experimentado en las diversas y vigorosas manifestaciones de afecto de los Afrentadores a concluir que, o bien la criatura estaba tratando de absorberle la dentadura a través de la mejilla, o bien había decidido probar si era factible arrancársele a su usuario un Traje de Gelcampo para Contacto/Protección de la Cultura, Tipo 12, utilizando un vacío parcial localizado. Probablemente no convenga pensar lo que un cuádruple y aplastante abrazo le hubiera hecho a un humano que no contara con la protección de un traje diseñado para soportar presiones comparables a las que se encontraban en el lecho de un océano, pero también es cierto que un humano expuesto sin protección a las condiciones necesarias para sustentar la vida de los Afrentadores experimentaría tres formas excitantemente diferentes y dolorosas de morir antes de tener que preocuparse de ser aplastado por un cajón con tentáculos tan gruesos como sus propias piernas.

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