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Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

Excesión (6 page)

–¿Qué es esto? –exigió Cinco Mareas mientras levantaba un frasco esférico lleno hasta sus tres cuartas partes de líquido y lo sacudía vigorosamente delante del pico del joven eunuco–. ¿Es una bebida? ¿Lo es? ¿Y bien?

–¡No lo sé, señor! –gimió el camarero–. Parece... parece que sí.

–Imbécil –musitó Cinco Mareas y a continuación le ofreció graciosamente el frasco a Genar-Hofoen–. Honrado invitado –dijo–. Por favor, no dejes de decírnoslo si nuestros esfuerzos te complacen.

Genar-Hofoen asintió y aceptó el frasco.

Cinco Mareas se volvió hacia el camarero.

–¿Y
bien?
–gritó–. No te quedes ahí
flotando.
¡Lleva el resto a la mesa del batallón del Salvaje Parlanchín!. –Con un movimiento fugaz, sacudió uno de sus tentáculos en dirección al camarero, quien se encogió de manera espectacular. Su saco de gas se deshinchó y entonces se alejó corriendo hacia el área del espacio nidal reservada para el banquete, sorteando a los Afrentadores que se encaminaban en aquella misma dirección.

Cinco Mareas se volvió un momento para responder al golpe de saludo de un camarada oficial de la Fuerza Diplomática y a continuación volvió a rotar, extrajo un bulbo lleno de fluido de uno de los bolsillos de su uniforme y lo utilizó para brindar con Genar-Hofoen.

–Por el futuro de las relaciones entre la Afrenta y la Cultura –bramó–. ¡Que nuestra amistad sea duradera y nuestras guerras cortas! –Estrujó el bulbo para echarse el líquido en su pico delantero.

–Tan cortas que no nos demos cuenta –dijo Genar-Hofoen con aire cansino, no porque lo pensase realmente sino porque era la clase de cosa que se esperaba que dijera un embajador de la Cultura. Cinco Mareas resopló despectivamente y, en un movimiento rápido y fugaz, se inclinó hacia un lado, tratando en apariencia de introducir el extremo de uno de sus tentáculos por el ano de un capitán de la Flota que pasaba a su lado. El capitán apartó el tentáculo y chasqueó agresivamente el pico antes de sumarse a las carcajadas de Cinco Mareas y al intercambio de sentidos saludos y atronadores golpes de tentáculo propios de dos amigos muy queridos. Genar-Hofoen sabía que en aquella velada se repetirían escenas parecidas muchas veces. La cena era exclusivamente para machos y por consiguiente cabía esperar que fuera bulliciosa, incluso desde el punto de vista de los Afrentadores.

Genar-Hofoen se llevó la boquilla del frasco a los labios. El geltraje se pegó a la boquilla, igualó las presiones, abrió el sello del frasco y –mientras Genar-Hofoen inclinaba la cabeza hacia atrás– le echó lo que el cerebro del traje consideró un buen vistazo antes de permitir que el líquido de su interior se vertiera en la boca y la garganta del hombre.

~
Agua /Alcohol al cincuenta por ciento, además de trazas de productos químico herbales parcialmente tóxicos. Lo más parecido que conozco es el licor de Leitsersiker
–dijo una voz en la cabeza de Genar-Hofoen–.
Si estuviera en tu lugar, no lo bebería.

~ Si estuvieras en mi lugar, traje, recibirías la embriaguez con alivio porque mitigaría los efectos de tener que soportar tu íntimo abrazo –le dijo Genar-Hofoen a la criatura mientras bebía.

~
Vaya. Así que estamos de mal humor, ¿eh?
–dijo la voz.

~ Gracias a ti.

–¿Está bueno, para tu estrafalario gusto? –inquirió Cinco Mareas, señalando el frasco con los apéndices oculares.

Genar-Hofoen asintió mientras la calidez de la bebida se abría camino desde su garganta al estómago. Tosió, lo que tuvo el efecto de hacer que el gelcampo se hinchara en su boca como un globo de chicle plateado –algo que, había descubierto, era para Cinco Mareas la segunda cosa más graciosa que podía hacer un ser humano con un geltraje, superada solo por un estornudo.

–Insalubre y venenoso. Una copia perfecta. Mis felicitaciones al químico.

–Se las daré de tu parte –dijo Cinco Mareas mientras estrujaba el bulbo de su bebida y se lo arrojaba despreocupadamente a un sirviente que pasaba por allí–. Ven –dijo mientras volvía a coger al hombre de la mano–. Vamos a la mesa. Tengo el estómago más vacío que los intestinos de un cobarde antes de la batalla.

–No, no, no; tiene que ser un movimiento rápido, estúpido humano. Si no, los rasgabuesos lo cogen. Mira...

Entre los Afrentadores, las cenas formales se celebraban siempre en una colección de gigantescas mesas circulares de hasta quince metros de diámetro, dispuestas alrededor de un foso en el que se celebraban luchas de animales entre y durante los platos.

En los viejos tiempos, en los banquetes que organizaban los militares y las capas superiores de la sociedad Afrentadora, las luchas entre grupos de alienígenas capturados habían sido un divertimento especial pero razonablemente frecuente, a pesar del hecho de que organizar estas batallas solía ser muy caro y acarreaba toda clase de dificultades técnicas debido a las diferentes químicas corporales y presiones implicadas (por no mencionar que a menudo representaban un peligro muy real para los invitados a la cena que presenciaban el espectáculo. ¿Quién podía olvidar el horrible suceso que tuvo lugar en la mesa cinco de los Cicatriz Profunda allá por el '334, cuando todos los invitados sufrieron una atroz aunque honorable muerte a causa de la explosión de un foso de lucha presurizado en cuyo interior se habían simulado las condiciones atmosféricas de un gigante gaseoso?). De hecho, entre la gente realmente importante, una de las objeciones que con más frecuencia se ponían a la adhesión de la Afrenta a la asociación informal de otras especies astronavegantes era que la obligación de comportarse civilizadamente con las especies menores –en lugar de ofrecer a los salvajes la posibilidad de poner a prueba su valor frente a la gloriosa fuerza de las armas Afrentadoras– había acarreado un notable eclipse de la espectacularidad de las cenas de gala.

No obstante, en la actualidad, y en ocasiones realmente especiales, se celebraban todavía peleas entre delincuentes o entre dos Afrentadores que quisieran dirimir una disputa de naturaleza honorable. Tales enfrentamientos solían requerir que a los contendientes se les ataran las piernas, se los encadenara el uno al otro y se les entregase un cuchillo no mucho más grueso que una aguja, lo que garantizaba que la pelea no terminara demasiado pronto. Genar-Hofoen nunca había sido invitado a una de estas peleas y pensaba que no iba a serlo jamás. No era una de esas cosas que uno deja presenciar a un alienígena y, por otro lado, la disputa por los asientos era casi tan feroz como el espectáculo que todo el mundo deseaba presenciar.

Para aquella cena –celebrada para conmemorar el mil ochocientos ochenta y cinco aniversario de la primera batalla espacial librada por la Afrenta contra un enemigo digno de este nombre– los espectáculos preparados guardaban cierta relación con los platos que se servían. Así por ejemplo, coincidiendo con el primer plato, se llenó parcialmente el foso de etano y se soltaron en su interior unos peces luchadores de una naturaleza especial. Cinco Mareas disfrutó enormemente explicando al humano las particularidades de estos peces, cuyas bocas eran tan especializadas que no podían alimentarse normalmente y tenían que criarse absorbiendo los fluidos vitales de
otra
especie de pez creada ex profeso para encajar en sus mandíbulas.

El segundo plato estaba formado por unos pequeños y sabrosos animales que a Genar-Hofoen le recordaban a simpáticos peluches. Corrían por un surco ancho abierto en la parte alta del foso, junto al extremo interior de la mesa circular, perseguidos por una criatura alargada y de aspecto viscoso con un montón de dientes en cada extremo. Entre vítores y risotadas, los Afrentadores bramaban, golpeaban las mesas, intercambiaban apuestas e insultos y pinchaban a las criaturillas con sus tenedores mientras se metían versiones cocinadas y preparadas de los mismos animales en los picos.

Los rasgabuesos componían el plato principal y mientras dos jaurías de estas bestias –cada una de ellas del tamaño de un humano corpulento pero dotada de ocho brazos– se hacían trizas en el pozo con mandíbulas protésicas erizadas de dientes como cuchillos y proto-zarpas, en la mesa se servía carne de rasgabueso en dados sobre enormes tajaderos de materia vegetal compactada. Los Afrentadores consideraban que aquel era el punto culminante del banquete. A los comensales les estaba permitido utilizar un arpón en miniatura –con mucho, el cubierto de aspecto más impresionante que había en cada juego– para arrebatar pedazos de carne de los tajaderos de los demás y –con la hábil sacudida del cable que Cinco Mareas estaba tratando en aquel momento de enseñar al humano– transferirlos al propio pico, tentáculo o tajadero sin que lo interceptara otro comensal o sin que se le cayera sobre el saco de gas.

–La gracia del asunto está en que –dijo Cinco Mareas mientras lanzaba su arpón contra el tajadero de un almirante que en este momento estaba distraído porque acababa de fallar a su vez un lanzamiento– la pieza más propicia es la que está más lejos. –Con un gruñido, dio un tirón y le arrebató el trozo al otro Afrentador un instante antes de que el oficial que había a la derecha del almirante pudiera interceptar la captura. El bocado cruzó el aire en una elegante trayectoria que concluyó el propio Cinco Mareas levantándose ligeramente para cazarla con el pico. Se volvió a derecha e izquierda para responder con saludos a los aplausos admirativos que le ofrecieron los tentáculos de sus camaradas y a continuación volvió a recostarse en el soporte acolchado en forma de Y que le servía como asiento–. ¿Lo ves? –dijo mientras lo engullía con ostentación en un solo movimiento y escupía el arpón y su cable.

–Ya veo –dijo Genar-Hofoen, que todavía estaba recobrando lentamente el arpón tras su última intentona fallida. Estaba sentado a la derecha de Cinco Mareas, en un asiento en forma de Y que habían modificado sencillamente colocándole una tabla encima de las puntas. Sus pies colgaban sobre el foso de los desperdicios, que circunvalaba el perímetro de la mesa y que, según le informaba el traje, despedía un hedor muy del agrado de los gourmets Afrentadores. Se encogió y estuvo a punto de caer de su asiento al hacerse a un lado para esquivar un arpón que pasó por su izquierda, a muy poca distancia.

Genar-Hofoen recibió con elegancia las carcajadas y exageradas disculpas del oficial Afrentador situado cinco asientos más allá y que había tratado de alcanzar el plato de Cinco Mareas, y en un alarde de diplomacia, recogió el arpón y el cable y se los devolvió. Con las piernas colgando sobre el foso de los desperdicios, siguió cogiendo pedazos diminutos de comida imposible de identificar de los contenedores presurizados que tenía delante y transfiriéndolos a su boca con un utensilio de gelcampo con forma de mano de cuatro dedos. Se sentía como un niño cenando entre adultos.

–Casi se te llevan, ¿eh, humano? ¡Ja, ja, ja! –bramó el coronel de la Fuerza Diplomática que se sentaba junto a Cinco Mareas. Con uno de sus tentáculos, dio a Genar-Hofoen una palmada tan fuerte en la espalda que estuvo a punto de derribarlo sobre la mesa–. ¡Ups! –dijo el coronel y, de un fuerte tirón, lo devolvió a su asiento.

Genar-Hofoen sonrió educadamente y recogió las gafas de sol de la mesa. El coronel de la Fuerza Diplomática respondía al nombre de Granenfado. Era uno de esos nombres con los que la Cultura se encontraba con deprimente frecuencia entre los diplomáticos Afrentadores.

Cinco Mareas le había explicado que el problema era que a algunas secciones de la Vieja Guardia de la Afrenta les avergonzaba ligeramente que su civilización poseyera un servicio diplomático, de modo que trataban de compensar lo que temían que a otras especies pudiera parecerles un peligroso signo de debilidad asegurándose de que solo los más peligrosos y xenófobos Afrentadores se convirtieran en diplomáticos, para asegurarse de este modo de que a nadie pudiera ocurrírsele la peligrosamente ridícula idea de que la Afrenta estaba volviéndose blanda.

–¡Vamos, hombre! ¡Intenta otro lanzamiento! ¡El que no puedas comerte los malditos bichos no significa que no debas participar en la diversión!

Un arpón arrojado desde el otro extremo de la mesa atravesó el pozo en dirección al tajadero de Cinco Mareas. El Afrentador lo interceptó con habilidad y lo devolvió con una estruendosa carcajada. El propietario del arpón se agachó justo a tiempo y, con un aullido y el siseo de un escape de gas, el cubierto fue a clavársele en el saco a un camarero que pasaba por allí.

Genar-Hofoen lanzó una mirada a los pedazos de carne que Cinco Mareas tenía en el tajadero.

–¿Por qué no puedo sencillamente arponear la carne de tu plato? –preguntó.

Cinco Mareas se irguió bruscamente.

–¿El plato de tu
vecino?
–bramó–. ¡Eso sería hacer trampas, Genar-Hofoen, o una invitación especialmente insultante a un duelo! Que me aspen, ¿qué clase de modales os
enseñan
en la Cultura esa?

–Te ruego que me perdones –dijo Genar-Hofoen.

–Perdonado –dijo Cinco Mareas. Sus apéndices oculares asintieron, devanó el cable de su arpón, se llevó al pico un pedazo de carne de su propio plato, cogió una bebida y, junto con todos los demás, golpeó la mesa con un tentáculo mientras uno de los rasgabuesos caía sobre la espalda de otro y le desgarraba el cuello.

–¡Buena jugada! ¡Buena jugada! Siete; ese es mi perro. ¡El mío! ¡He apostado por él! ¡Sí! ¡Yo! ¿Lo ves, Arbolgás? ¡Te lo dije! ¡Ja, ja, ja!

Genar-Hofoen sacudió ligeramente la cabeza y sonrió para sí. En toda su vida no había estado en ningún lugar tan inequívocamente alienígena como aquel, el interior de un bocel gigante lleno de gas frío y comprimido que orbitaba alrededor de un agujero negro –que a su vez orbitaba alrededor de una enana marrón situada a años luz de la estrella más próxima–, con el exterior tachonado de naves –la mayoría de ellas con las formas dentadas y bulbosas de las embarcaciones de la Afrenta– y lleno a reventar de felices astronavegantes de la Afrenta y de representantes de las especies asociadas que eran sus víctimas. A pesar de lo cual, se sentía como en casa.

~
Genar-Hofoen; soy yo, Scopell-Afranqui
–dijo otra voz en la cabeza de Genar-Hofoen. Era el módulo, que le hablaba a través del traje–.
Tengo un mensaje urgente.

~ ¿No puede esperar? –pensó Genar-Hofoen–. Estoy bastante ocupado en este momento con asuntos de rigurosa etiqueta.

~
No, no puede. ¿Puedes volver aquí? Inmediatamente.

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