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Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

Excesión (59 page)

–Entonces, ¿tú no eres un avatar, no formas parte de la nave?

–Naa; soy una entidad independiente –dijo el pájaro orgullosamente, sacudiendo las alas. Volvió la cabeza casi del todo y miró atrás–. A la que en este momento sigue un puñetero
misil
–dijo, alzando la voz–. Pero no importa. –Giró de nuevo la cabeza y lo miró–. ¿Y

qué has hecho para molestar a la nave? –preguntó. Sus negros ojos parpadearon. Genar-Hofoen tuvo la impresión de que su consternación lo divertía.

–¡Nada! –protestó. El pájaro ladeó la cabeza. Resolló–. Bueno... –Recorrió el lugar con la mirada. Arrugó las cejas–. Sí, bueno, a juzgar por lo que nos rodea, puede que la nave no esté de acuerdo.

–Oh, esto no es nada –dijo el pájaro–. No es más que un Compartimiento. Una especie de hangar. Ni siquiera tiene un kilómetro de largo. Deberías haber visto el del exterior, cuando todavía teníamos un exterior. Teníamos todo un mar. Un mar y una atmósfera entera. Dos atmósferas.

–Sí –dijo el hombre–. Sí, eso he oído.

–En realidad era todo por ella, más o menos. Aunque luego resultó que su majestad tenía también otra motivación. Toda esa materia; la convirtió en motor, ¿sabes? Pero eso fue luego. Antes, era todo por ella.

El hombre asintió. Parecía pensativo.

–Tú eres él, ¿no? –dijo el pájaro. Puso cara de satisfacción.


¿Quién?
–preguntó Genar-Hofoen.

–El que la abandonó. El que estaba aquí, con ella. En el aquí de verdad, quiero decir. El aquí original.

Genar-Hofoen apartó la mirada.

–Si te refieres a Dajeil, sí. Ella y yo vivimos una vez en una torre como esta, en una isla que se parecía a esta.


Ajá
–dijo el pájaro, dando saltos y sacudiendo las plumas–. ¡Ya veo! ¡Así que tú eres el
malo
!

Miró al pájaro con el ceño fruncido.

–Que te follen –dijo.

El pájaro empezó a graznar de risa.


¡Por eso
estás aquí! Jo-jo. ¡Tendrás
suerte
si sales de esta, ya lo creo! ¡Ja ja ja!

–¿Y qué hiciste

, capullo? –preguntó al pájaro, más con la esperanza de molestarlo que por interés genuino en la respuesta.

–Oh –dijo el ave. Se irguió y se alisó las plumas de una forma que pretendía parecer digna–. ¡Era un
espía
! –dijo orgullosamente.

–¿Espía?

–Oh, sí –dijo el pájaro con tono de presunción–. Cuarenta años pasé, observando, escuchando. Informando a mis amos. Utilizaba los Almacenados que iban a regresar. Dejaba mis mensajes en ellos. Cuarenta años sin que ninguno de ellos fuera descubierto. Bueno, hasta hace tres semanas. Metí la pata. Puede que fuera antes. No estoy seguro. Pero hice lo que pude. No se puede pedir más. –Empezó a pavonearse.

El hombre entornó la mirada.

–¿A quién enviabas tus informes?

–No es asunto tuyo –dijo el ave, deteniéndose un momento. Se apartó un par de pasitos por el parapeto, para asegurarse de que no estaba al alcance del humano.

Genar-Hofoen cruzó los brazos y sacudió la cabeza.

–¿Qué pretende esta puta y loca nave?

–Oh, va a ver la Excesión –dijo el ave–. Y a toda mecha, oye.

–¿La cosa de Esperi? –preguntó el hombre.

–De cabeza hacia ella –le confirmó el ave–. Es lo que me ha dicho a mí, al menos. No veo para qué iba a mentirme. Podría hacerlo, supongo. No digo que sea imposible. Pero no creo. Va recta hacia ella. Lleva veintidós días haciéndolo. ¿Quieres mi opinión? Te la voy a dar de todas maneras. Creo que está chiflada. –La criatura ladeó la cabeza–. ¿Sabes lo que es eso?

Genar-Hofoen asintió con aire ausente. No le gustaba cómo empezaban a pintar las cosas.

»Chiflada –repitió el pájaro–. Si quieres saber mi opinión, creo que está loca. Lleva un poco desquiciada las cuatro últimas décadas. Y ahora se le ha ido la olla por completo. Está dando saltos por las colinas y se dirige a toda velocidad hacia el acantilado. Esa es mi opinión. Y llevo cuarenta años por aquí. Sé lo que me digo, sí. Esta cosa está más perdida que un burro en un garaje. Si me deja, yo me marcho en la
Perspectiva amarga
. Es hija de la
Servicio durmiente
. No creo que me tenga manía. No tendría mucho sentido. No. –Entonces, como si acabara de recordar un buen chiste, sacudió la cabeza y dijo:– El malo. ¡Ja! Lo tuyo es diferente. Te vas a pasar cuarenta años aquí, ya lo verás, colega. Vamos, si no se estrella con esa excesión. ¡Ja! ¿Y cómo es que has venido? ¿Querías hacer una visita a la eterna preñada?

Genar-Hofoen pareció dolido por un momento.

–Así que es cierto. ¿Nunca llegó a tener el niño?

–No –dijo el pájaro–. Sigue dentro de ella. Se supone que está sano y bien. ¿Tú te lo crees? Es lo que me dijeron a mí. No me parece creíble. Yo diría que se ha debido de pudrir. O convertirse en piedra a estas alturas. Pero estás aquí. Sea como sea, ella no va a tenerlo. ¡Ja!

El hombre se pellizcó el labio inferior con los dedos, con aire preocupado.

–¿Para qué decías que habías venido? –preguntó el ave.

Esperó.

»¡Ejem! –dijo en voz alta.

El hombre no parecía haberlo oído. Se encogió de hombros.

–He venido para hablar con una persona muerta. Una Almacenada.

–Se han ido todos –dijo el pájaro–. ¿No te has enterado?

Genar-Hofoen sacudió la cabeza.

–No me refiero a uno de los vivos –dijo–. Uno sin cuerpo, alguien que está Almacenado en la memoria de la nave.

–Naa, también se han ido –dijo el ave mientras levantaba un momento el ala para picotearse por debajo–. Los dejaron en Dreve –continuó–. Descarga completa. Carga. Recarga. Llámalo como quieras. Ni siquiera conservaron copias.


¿Qué?
–dijo el hombre, avanzando un paso hacia el pájaro.

–Hablo en serio –dijo la criatura mientras retrocedía un par de saltitos sobre el parapeto–. De verdad. –El hombre estaba mirándola fijamente–. No, bueno. Es lo que me dijeron. Puede que no sea verdad. No sé por qué iban a mentirme. Pero es posible. Aunque lo dudo. Se han ido. Esa es mi información. Se han ido. La nave me dijo que no quería ni las copias a bordo. Por si acaso.

El hombre lo miró por un momento como un loco.

–¿Por si acaso
qué
? –exclamó, y dio otro paso adelante.

–¡Bueno, no lo sé! –chilló el ave. Retrocedió otro salto y flexionó las alas, preparado para alzar el vuelo.

Genar-Hofoen siguió mirándola con furia un momento más y entonces se volvió, se agarró a las piedras del parapeto con las dos manos y contempló la falsa vista del mar y las nubes.

IX

Entonces estuvo en el lugar equivocado. Tan sencillo como eso. La
Destino susceptible de cambio
miró a su alrededor, incrédula. Estrellas. Solo estrellas. Inicialmente desconocidas, un paisaje estelar que nunca había visto.

No era allí donde había estado un momento antes. ¿Dónde se encontraba la Excesión? ¿Dónde estaban las naves del Elenco? ¿Dónde estaba Esperi? ¿Dónde estaba
ella?

Recurrió a las rutinas básicas de posicionamiento a las que ninguna nave tenía que recurrir después de la primera parte de su crianza y auto-acondicionamiento, durante el equivalente para las Mentes a la infancia. Lo hacían una vez para demostrarle a las Mentes que supervisaban su desarrollo que eran capaces de hacerlo, y luego lo olvidaban, porque nadie dejaba nunca de saber dónde se encontraba, ni siquiera con distancias tan grandes como aquellas. Y sin embargo allí estaba, teniendo que utilizarlas de nuevo. Qué extraño.

Comprobó los resultados. Hubo algo casi visceral en el alivio que sintió al descubrir que seguía en el mismo universo. Por un momento había contemplado la posibilidad de que se encontrara en uno completamente diferente. (Y al mismo tiempo, al menos una parte de su intelecto experimentó un destello paralelo de decepción por la misma razón).

No estaba en las proximidades de Esperi. Su posición se había desplazado treinta años luz, aparentemente en un abrir y cerrar de ojos. El sistema estelar más próximo era uno doble, formado por una gigante roja y una enana azul y blanca completamente normales, llamado Pri-Etse. Las dos estrellas se encontraban, a grandes rasgos, sobre la misma línea imaginaria que había unido a la Excesión con el VSM
No se inventó aquí.
La propia nave había terminado más próxima a esta línea imaginaria.

La
Destino
llevó a cabo una comprobación interna. Incólume. No se había producido invasión, ni contacto.

Reprodujo aquellos últimos picosegundos mientras volvía a comprobar el estado de sus sistemas.

... La Excesión se le echaba encima. Lo envolvió un... ¿qué? ¿Tejido de espacio-tiempo? ¿Una especie de campo ultradenso? Todo ocurrió a velocidades casi hiperlumínicas. El universo exterior desapareció y el momento siguiente fue un instante de nada; sin el menor dato externo, solo una fugazmente diminuta y perfectamente indivisible fracción de picosegundo en la que la
Destino
se vio aislada de todo. Ningún dato recogido por sus sensores exteriores. En el interior de la nave todo siguió trascurriendo con normalidad (o más bien su estado interno permaneció intacto durante este instante infinitesimalmente microscópico –no había pasado tiempo suficiente para que
ocurriera
nada apreciable). En su Mente, los equivalentes hiperespaciales a los cuantos habían tenido tiempo de alterar su estado durante varios ciclos, de modo que el tiempo no se había detenido.

Pero en el exterior... Nada.

Entonces el sustrato de espacio-tiempo o campo se había esfumado y la nave había desaparecido de la existencia tan deprisa que sus sensores no habían podido captar adónde había ido.

La
Destino
reprodujo de nuevo esa sección de sus grabaciones, cada vez más despacio, hasta que estuvo viéndola con el equivalente a fotogramas individuales. La subdivisión más pequeña posible de la percepción y la cognición para la Cultura o cualquier otro de los Involucionados.

Y todo quedó reducido a cuatro fotogramas, cuatro imágenes de historia reciente. En la primera, la Excesión parecía estar avanzando,
acelerando
para salir a su encuentro. En la siguiente, el tejido o campo la había engullido completamente –con un radio que posiblemente rondase el kilómetro, aunque era difícil de asegurar– dejando solo un diminuto agujero conectado al resto del universo, al otro extremo de la Excesión; el tercer fotograma era el del aislamiento completo del universo, y en el cuarto había desaparecido y la
Destino
se había desplazado, o había sido desplazada, treinta años luz en menos de un picosegundo.

¿Cómo coño ha podido hacer eso?
–se preguntó la nave, maravillada.

Se aseguró de que el tiempo estuviera operando correctamente, dirigiendo sus sensores a lejanos quásares que llevaban milenios utilizándose como marcos de referencia temporal. Asimismo, para tener la certeza de que no se encontraba en el centro de una especie de gigantesca proyección, extendió los campos de sus motores, todavía parados, como los bigotes de un vasto animal, tanteando en busca de la red de energía, que (hasta donde ellos sabían) era imposible de falsear y escudriñando exhaustivamente –y al azar– los alrededores en busca de los equivalentes a píxeles o pinceladas.

La
Destino susceptible de cambio
empezaba a experimentar una sensación de júbilo por haber sobrevivido a lo que había temido que fuera un encuentro fatal con la Excesión. Pero seguía teniendo miedo de que algo se le hubiera pasado por alto, de que, de alguna manera, hubieran conseguido hacerle algo sin que se diera cuenta. La explicación más obvia era que la habían engañado, que se había movido por sí sola hasta allí o que había sido desplazada hasta su posición actual por otra fuerza tractora a lo largo de un período de tiempo. La conclusión fundamental era que el intervalo en el que había estado moviéndose había sido extirpado de algún modo de su memoria. Eso sería muy malo. La mera idea de que su Mente no fuera absolutamente inviolable era anatema para cualquier nave.

Trató de convencerse de que lo que había ocurrido era eso. Trató de prepararse para la perspectiva de que otras Mentes tuvieran que investigar –como mínimo– sus procesos mentales para establecer si había sufrido daños duraderos o (espantoso,
espantoso
pensamiento) habían implantado alguna desagradable subrutina (o incluso personalidad) en su estado mental durante el tiempo que, a todos los efectos, había estado inconsciente.

Los resultados de sus exámenes empezaron a llegar.

Alivio e incredulidad. Si se encontraba en el universo real y no en una proyección o –peor aún– un espacio en el interior de su Mente que había sido forzada a imaginar, no había pasado más tiempo del que creía. El universo pensaba que era exactamente la misma hora que el reloj interno de la Mente.

La nave estaba estupefacta. Mientras otra parte de su intelecto, una sección escogida, semiautónoma, estaba reiniciando los motores y descubriendo que funcionaban perfectamente, la nave estaba tratando de aceptar el hecho de que la habían desplazado treinta años luz en un mero instante. Ningún Desplazador era capaz de hacer eso. Ni con algo de su tamaño, ni tan deprisa, ni tan lejos. Y desde luego, no sin que quedase ni el menor rastro del agujero de gusano utilizado.

Increíble. Estoy en una puta Situación de Contexto Exterior
–se dijo la nave, y de repente se sintió tan estúpida y muda como cualquier salvaje frente a los explosivos o la electricidad.

Envió una señal a la
No se inventó aquí.
Luego trató de ponerse en contacto con sus unidades remotas que, presumiblemente, debían de seguir estacionadas alrededor de la Excesión. No recibió respuesta. Y tampoco encontró ni rastro de las naves del Elenco. Por ninguna parte.

La Excesión también era invisible, pero eso era lo normal encontrándose tan lejos.

La
Destino
hizo un movimiento experimental hacia la Excesión. Casi al instante, sus motores empezaron a perder tracción y sus energías parecieron desaparecer en la red como si esta no estuviera allí. Era un efecto progresivo que empeoraba conforme la nave avanzaba, y calculó que si avanzaba un minuto luz más en dirección a la Excesión, perdería por completo el contacto con la red.

Solo había avanzado diez segundos. Frenó ahora que todavía podía y retrocedió hasta encontrarse a la misma distancia de la Excesión que antes. Una vez allí, sus motores volvieron a funcionar a la perfección.

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