Authors: John Darnton
—¿Café? —ofreció la doctora al tiempo que señalaba un sofá.
Jude asintió con la cabeza y añadió que lo tomaba con leche y azúcar. Le agradó ver que ella iba personalmente a buscarlo a una especie de pequeña despensa adjunta. Dos puntos a su favor.
Cuando la mujer regresó, Jude volvió a sorprenderse gratamente, pues no se situó tras el escritorio, sino que tomó asiento en un sillón junto al sofá, girada hacia él. La proximidad siempre era una ventaja en las entrevistas, se dijo, y procedió a sacar del bolsillo una micrograbadora y colocar el minúsculo micrófono en un soporte ante la doctora.
—Esto es sólo por si utiliza usted muchas palabras científicas y técnicas —explicó—. Pero si le molesta, lo apagaré.
—No, no. No se preocupe —dijo ella, y por el tono dio la sensación de que era sincera.
Parecía segura y llena de aplomo. Cruzó las piernas y a él le fue posible ver varios centímetros de blanca piel por debajo de la falda.
—Supongo que está usted aquí por el caso de asesinato de los dos abogados gemelos —dijo—. Qué asunto tan horrible.
—Exacto. Para nuestro periódico, cuanto más horrible, mejor.
Ella asintió con la cabeza.
—Me temo que lo mismo les ocurre a todos los periódicos. Sin embargo, me gusta la sección de deportes del
Mirror
.
Esto sí que le impresionó realmente. Tres puntos.
Miró el par de tallas africanas que había en la pared, sobre gruesos estantes de madera blanca. Las estatuillas medían unos veinte centímetros de largo y eran de un material pulido y oscuro como el ébano. A primera vista parecían idénticas: cabezas desproporcionadamente grandes con enormes ojos ovalados, abultadas mejillas surcadas por sesgadas cicatrices, y pequeños tocados minuciosamente tallados y pintados de azul. Ambas llevaban un cinturón de cuentas, un brazalete de bronce en torno a la muñeca izquierda y una pequeña capa hecha con conchas marinas. Por los exagerados genitales se advertía que una era un hombre y la otra una mujer.
La doctora Tierney siguió la mirada de Jude.
—
Ibeji
—dijo—. Son nigerianas, de la parte sur del país. Los indígenas yoruba hacen esas tallas cuando tienen gemelos.
A Jude las tallas le parecieron interesantes y pensó que tal vez le fuera posible utilizarlas de algún modo para su reportaje.
—Los padres encargan las figurillas a los talladores —continuó ella al advertir su curiosidad—, y pagan por ellas grandes sumas, tanto mayores cuanto más adornadas son las tallas. Cada estatuilla representa a uno de los gemelos. Se guardan cuidadosamente y, si los gemelos alcanzan con bien la edad adulta, los
ibeji
se convierten en objetos inútiles y se tiran. O, en estos días, lo más probable es que se los vendan por una insignificancia a un buhonero que a su vez los venderá por una fuerte suma a los turistas.
»Pero en el caso de que uno de los gemelos muera, lo cual sucede con gran frecuencia, la estatuilla que lo representa adquiere un enorme valor espiritual. Se la viste como al niño, se pone comida ante ella, se la acuesta por las noches, y ocupa un lugar destacado en las fiestas y ceremonias familiares. En teoría, ésa es la única forma de apaciguar al gemelo muerto. De lo contrario, sentirá celos, se enfurecerá y arrastrará a su hermano al otro mundo. —Sonrió y añadió—: Eso se debe a que creen que los dos gemelos tienen una única alma.
Jude examinó más detenidamente las dos figuras: los abdómenes ligeramente curvados, las serenas sonrisas, los sesgados y grandes ojos. Su aspecto era extraño y fascinante, como si pertenecieran a otro mundo, a un mundo intemporal. Sin saber por qué, pensó en fetos.
—Son muy bonitas —dijo.
—Me alegro de que le gusten —dijo ella contenta—. A mí me encantan.
Tras un breve silencio, Jude puso en funcionamiento el magnetófono, sacó la libreta de notas y dijo:
—Bueno, cuando quiera empezamos.
Comenzó con unas cuantas preguntas de calentamiento. Su edad: treinta años (en efecto, los mismos que él). Nacida en White Fish Bay, Wisconsin. Su padre era médico y su madre, ama de casa. En cuanto a curriculum, había estudiado en Berkeley, cursó el postgrado en Minnesota y pasó tres años en la Facultad de Medicina de Duke.
La mujer le explicó que no atendía a pacientes, sino que se dedicaba a la investigación biológica. Recientemente, se había especializado en estudios acerca de los gemelos.
Él fue anotando las respuestas. La libreta de notas era en gran medida un truco, ya que el magnetófono lo grababa absolutamente todo. Jude había adquirido el hábito de usar la libreta para controlar el flujo de información: podía abrir la espita tomando notas de modo entusiasta, o podía cerrarla poniéndose a juguetear ociosamente con el bolígrafo. Pero no tardó en darse cuenta de que aquella mujer no necesitaba acicates para hablar sobre sus investigaciones. El entusiasmo que éstas le producían quedaba reflejado en el brillo que resplandecía en el fondo de sus oscuros ojos.
—¿Sabe usted por qué los gemelos suscitan un interés tan apasionado en los científicos? Todos los años vamos en peregrinación a sus reuniones en Twinsburg
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, Ohio, instalamos nuestro tenderete y los perseguimos implacablemente, intentando convencerlos de que participen en estudios de todo tipo. ¿Sabe usted por qué?
Jude hizo un ambiguo gesto que lo mismo podía ser un sí que un no.
—Los estudios sobre gemelos son una poderosísima herramienta de investigación —prosiguió ella.
Jude tomó nota.
—Los gemelos monozigóticos, los que proceden de un único óvulo fertilizado que se divide en dos, son un accidente de la naturaleza, una especie de desliz en los engranajes, una grieta en el espejo que nos permite atisbar el otro lado. Se trata de dos individuos que tienen exactamente la misma constitución genética. A todos los respectos y para todos los propósitos, sus genes son idénticos.
—Sí, eso lo estudié en biología —dijo Jude. —Sí, probablemente conoce usted los rasgos más notables de los estudios realizados al respecto. Las coincidencias que parecen desafiar la lógica. Cosas que ya forman parte de nuestro folclore. Dos gemelos idénticos, criados en ciudades distintas, sin contacto entre ellos, sin que ninguno de los dos sepa de la existencia del otro, llevan vidas parecidísimas. A los científicos les encanta estudiarlos, a los periódicos les encanta escribir acerca de ellos, y a todos nos encanta leer sobre el tema.
Fue hasta el escritorio y rebuscó en un cajón.
—Tome, échele un vistazo a esto —dijo tendiéndole un amarillento recorte de prensa—. Un viejo artículo publicado por uno de sus competidores.
Se trataba de una historia publicada por el
New York Post
el 9 de mayo de 1979, acerca de dos gemelos idénticos nacidos en Piqua, Ohio, en 1939, hijos de madre soltera. Fueron adoptados por familias distintas, se criaron a más de setenta kilómetros de distancia y se encontraron el uno con el otro por primera vez cuando contaban cuarenta años. En el artículo se enumeraba una serie de asombrosas coincidencias. Citaba una frase de uno de ellos, que Jude procedió a anotar: «Cuando vi por primera vez a mi hermano, me dio la sensación de que estaba mirándome en el espejo.»
—Tenga cuidado —dijo la doctora Tierney—. Esto puede ser adictivo. Un psiquiatra danés, Juel-Nilsen, le puso nombre: «monomanía monozigótica». —Sonrió, se retrepó en su asiento y, viendo que Jude seguía copiando, preguntó—: No es por nada, pero... ¿eso está permitido?
Jude alzó la vista y vio que la mujer miraba el cuaderno de notas que él tenía entre las manos.
—Ah, se refiere a si puedo copiar lo que publicó el
Post
. Ya conoce usted el dicho: «Si se puede fusilar, ¿para que molestarse en investigar?» —La frase no pareció hacerle gracia a la doctora, así que Jude añadió—: Sí, es perfectamente lícito en tanto en cuanto se cite la fuente.
Ella hizo un gesto de asentimiento y continuó:
—Muchos de los estudios sobre gemelos separados al nacer se efectuaron en la Universidad de Minnesota, en las Ciudades Gemelas
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, naturalmente. Allí hay un hombre con el que tuve el honor de trabajar brevemente, el profesor Thomas J. Bouchard, Jr. Fundó una organización llamada Centro de Estudios sobre Gemelos Adoptados. Quedó enganchado por el tema en 1979 y, tal vez le interese a usted saberlo, fue a raíz de la lectura de un artículo sobre los gemelos de Piqua.
»Jim Lewis y Jim Springer. Por mera coincidencia, a los dos les pusieron el mismo nombre de pila. Eran casi idénticos en todos los aspectos: ambos medían uno ochenta y tres, pesaban alrededor de ochenta kilos, tenían el cabello oscuro y los ojos marrones. No todos los gemelos monozigóticos conservan el parecido físico hasta tales extremos. Pero la auténtica sorpresa llegó con el examen comparativo de las vidas de ambos: los dos se habían casado con mujeres llamadas Linda, los dos se divorciaron y los dos contrajeron segundas nupcias con mujeres llamadas Betty. Jim Lewis le puso a su primogénito el nombre de James Alan. Jim Springer le puso a su primogénito el nombre de James Alien. Lo que resulta de veras intrigante es la similitud en los pequeños detalles, en la estructura de sus vidas cotidianas. De pequeños, ambos tuvieron perros llamados Toy. Sus familias iban a pasar las vacaciones a la misma playa de Florida. Ambos trabajaban como policías. Tenían las mismas aficiones: las maquetas, el dibujo, la carpintería. Incluso les gustaba la misma cerveza, la Miller Lite, y fumaban la misma marca de cigarrillos, Salem. Les efectuaron diversas pruebas y los resultados fueron idénticos, como si una sola persona las hubiera realizado dos veces.
Jude estaba tomando nota aplicadamente. Aquél era buen material. Casi todo se había publicado hacía dos décadas, pero quizá le fuera posible reciclarlo y encajarlo en su reportaje.
—No es necesario que tome notas —dijo ella—. No pretendo desalentarlo, pero casi todo lo que le estoy diciendo fue reproducido en una revista hace pocos años.
A Jude se le cayó el alma a los pies. Ella se puso en pie, rebuscó entre los papeles de un estante y volvió a sentarse con un ejemplar de
The New Yorker
entre las manos. Él miró la fecha y la anotó: 7 de agosto de 1995.
—Le buscaré la parte referida a los trabajos iniciales de Bouchard. —Se ofreció abriendo la revista por una página marcada mediante un clip. Luego le echó un vistazo al texto y lo resumió para su visitante—: Entre los primeros gemelos que estudió había dos mujeres, Daphne Goodship y Barbara Herbert. Ambas fueron adoptadas y vivieron en las proximidades de Londres sin conocerse durante treinta y nueve años. Se encontraron la una con la otra en una estación de metro en mayo de 1979. Las dos llevaban vestido beige y chaqueta de terciopelo marrón. Entre ellas había infinidad de pequeñas similitudes: las dos tenían meñiques ligeramente curvados, por ejemplo, lo cual les había impedido a ambas aprender a escribir a máquina y a tocar el piano. Ambas tenían los tobillos debilitados a causa de sendas torceduras que una y otra sufrieron a la misma edad: los quince años. A los dieciséis, ambas asistieron a un baile en el que conocieron a los hombres con los que posteriormente se casaron. Ambas tuvieron abortos la primera vez que se quedaron embarazadas; cada una alumbró luego dos niños, seguidos por una niña. Tenían tics y gestos idénticos: reían igual, y las dos levantaban la nariz al nacerlo. Y un montón de otras cosas. Y la misma pauta se repite una y otra vez en pareja de gemelos tras pareja de gemelos.
—Pero —Jude la interrumpió—, teniendo en cuenta todas las variables que se dan en una vida y la cantidad de gemelos que hay en el mundo, ¿no son de esperar algunas coincidencias aparentemente absurdas? Lo que quiero decir es que si usted y yo comparásemos nuestras vidas, probablemente también encontraríamos similitudes sorprendentes. A lo mejor los dos fuimos al mismo concierto de rock en 1976, o usamos la misma pasta de dientes, o tenemos tíos con los mismos nombres de pila. Y, como es natural, todas las discrepancias que no encajasen, las desecharíamos.
Ella sonrió y asintió con la cabeza.
—Su escepticismo me parece sumamente elogiable. Supongo que, siendo usted periodista, se trata de una deformación profesional. Y admito que, en gran medida, yo pienso como usted. O, mejor dicho, pensaba.
La doctora cruzó las piernas y Jude volvió a ver los turbadores y blancos muslos. Resultaba difícil apartar la mirada de ellos.
—Pero el universo de personas al que nos referimos es reducido. El número de gemelos monozigóticos está creciendo debido a los tratamientos de fertilidad, pero sigue siendo reducido. Supone poco menos de un cuatro por mil del total de nacimientos. Y de ellos, el número de los que, por una u otra razón, crecen separados es minúsculo. En la época en que Bouchard comenzó sus estudios, sólo existía constancia de diecinueve casos de gemelos separados y luego reunidos. Ahora son más. Hay referencia bibliográfica de ciento veintiún casos, acerca de los que se han escrito más de treinta libros. Sin embargo, la cantidad sigue siendo reducida, y el cúmulo de coincidencias que se encuentra en una muestra tan reducida resulta enorme.
»Sí, dos personas cualesquiera de la misma edad , usted y yo, por ejemplo, podrían sentarse a comparar notas y a repasar sus vidas y sus gustos, y sin duda encontrarían una gran cantidad de cosas en común.
Ella le sonrió, y él le devolvió la sonrisa, preguntándose: «¿Habrá querido decir usted y yo especialmente?».
—En realidad, se trata de algo que yo misma he probado a hacer. Quiero decir que formé grupos de control usando a parejas de desconocidos escogidas al azar para ver qué tenían en común. Si a dos personas se las encierra en una habitación, suelen descubrir que tienen bastante cosas en común. Pero no tantas como los gemelos separados, ni referidas a todos los aspectos de sus biografías. Lo que resulta interesante de tales estudios es que las similitudes se producen una y otra vez en las mismas facetas de la vida. Es como si tales coincidencias estuvieran preprogramadas. Si en un gemelo se encuentra predisposición al alcoholismo, o al tabaquismo, o al suicidio, o al insomnio, lo más probable es que en el otro gemelo también se encuentre. ¿Por qué suelen pasar por el mismo número de matrimonios y divorcios? ¿O tener las mismas profesiones y hobbies? Incluso muchas de sus actitudes sociales y políticas son idénticas. ¿Por qué los gemelos terminan opinando lo mismo sobre la pena de muerte, o sobre las madres que trabajan, o sobre el
apartheid
? ¿Por qué les gusta la misma marca de café? Y sin embargo, y a ver si a usted se le ocurre una explicación para esto, no ocurre lo mismo con el té —dijo, y bajó la vista a su taza vacía—. Por cierto, ¿le sirvo más café?