Casado con Julia en el 109 a. de J.C., Mario y su amigo epistolar Publio Cornelio Rufo partieron a la guerra contra Yugurta de Numidia. No obstante, Mario no era el jefe supremo de las tropas romanas; el cargo lo ostentaba el aristócrata Metelo (quien posteriormente recibiría el apelativo de Metelo el Numidico en recuerdo de esta campaña en —frica, y a quien Mario peyorativamente llamaba el «Meneítos»). Acompañaba a Metelo el Numídico su hijo Metelo Pío.
La guerra en África progresaba poco, dado que Metelo el Numídico no era un buen general. En el 108 a. de J.C., Mario solicita que le releven de su cargo de primer legado para poder regresar a Roma y presentarse a las elecciones consulares del 107 a. de J.C., pero Metelo le niega el permiso y Mario desencadena en Roma una campaña por medio de cartas de quejas y críticas a su superior por su actuación en la guerra, que, finalmente, logra éxito, haciendo que Metelo le releve de servicio en África.
Pero antes de que Mario deje África, la adivinadora siria Marta le predice que será siete veces cónsul de Roma —algo sin precedentes— y que se le llamará Tercer Fundador de Roma; aunque también le vaticina que será Cayo, sobrino de su esposa, el hombre más importante en la historia de Roma. Se trataba de un niño aún por nacer, pero Mario da crédito a la profecía.
A su regreso a Roma, Mario es elegido segundo cónsul para el año 107 a. de J.C., y se vale del ente legislativo llamado Asamblea plebeya para aprobar una ley que despoja del mando de la guerra contra Yugurta a Metelo el Numídico para asumirlo él mismo.
Sin embargo, se enfrenta al problema de cómo obtener tropas, ya que las seis legiones que Metelo mandaba en África han quedado asignadas al primer cónsul que comparte el mandato con Mario, y en Italia prácticamente no había personal reclutable para el ejército por las cuantiosas bajas sufridas en campañas de los últimos quince años debido a la incompetencia de sucesivos generales de ascendencia aristocrática. Por otra parte, las importantes amistades de Metelo el Numidico, ofendidas porque Mario le hubiese arrebatado la dirección de la guerra contra Yugurta, se coligan para impedir que éste pueda reclutar soldados.
Pero Mario, espíritu heterodoxo, ha imaginado una cantera de reclutamiento impensada: el cap ite censi o censo por cabezas, la clase más baja de ciudadanos romanos desheredados; y en ella decide reclutar su ejército. ¡Una medida revolucionaria!
A los soldados romanos se les había exigido siempre ser propietarios de tierra y tener los medios para pagarse el armamento y accesorios, y era la clase de agricultores acomodados la que durante siglos había nutrido los ejércitos de Roma. En la época en que suceden los acontecimientos del libro, esa clase estaba casi extinguida, y sus modestas propiedades habían pasado a manos de senadores o destacados comerciantes-caballeros. Se habían formado enormes fincas llamadas latifundia, trabajadas con mano de obra esclava, dejando sin empleo a los hombres libres.
Al anunciar Mario que iba a reclutar sus soldados entre la clase del censo por cabezas, se alzó un clamor sin precedentes; pero, luchando y rebatiendo tercamente a aristócratas del Senado y a comerciantes adinerados, Mario logró que la Asamblea plebeya aprobara su ley, y obtuvo una segunda ley para que el Tesoro de Roma financiara su ejército y equipara a sus menesterosos legionarios.
Mario se embarca de nuevo para África, con sus seis legiones de desheredados que el Senado estima incapaces de valor y lealtad, y acompañado de su cuestor (un magistrado de segunda categoría encargado de la tesorería), un tal Lucio Cornelio Sila, que acababa de casarse con Julilla, la hija menor del viejo César, y que, por consiguiente, era cuñado suyo.
Sila era la clase de persona casi totalmente opuesta a Mario. Aristócrata de impecable linaje patricio, bien parecido, era un personaje que había visto vedado el acceso al Senado por su extrema pobreza, hasta que, merced a una serie de crímenes, heredó de su querida Nicópolis y de su madrastra Clitumna. Ambicioso y cruel como nadie, Sila también creía en su destino singular, pero sus primeros treinta y tres años los había pasado en los poco afamados ambientes del mundillo teatral, y ello le había hecho poseedor de una peligrosa doble vida. En una Roma cuyos ciudadanos mostraban una radical animadversión hacia la homosexualidad, Sila se vio obligado a ascender esforzadamente hacia la fama renunciando a su amor por Metrobio, un actor griego adolescente.
Mario tardó casi tres años en derrotar al númida Yugurta, si bien la captura del rey africano la llevó a cabo Sila, con el cargo ya de legado y consolidado como su más leal lugarteniente. Pese a ser tan distintos en orígenes y personalidad, los dos se llevaban muy bien, y el ejército de Mario cumplió extraordinariamente en combate, con lo que no hubo lugar para críticas por parte del Senado.
Mientras Mario y Sila aunaban sus esfuerzos en la guerra de África, un nuevo peligro amenazaba a Roma: una gran migración de pueblos germánicos (cimbros, teutones, queruscos, marcomanos y tigurinos) había invadido la Galia (la Francia actual) infligiendo sonadas derrotas a los ejércitos romanos mandados por incompetentes aristócratas que se negaban a colaborar con colegas del generalato a quienes consideraban inferiores.
Mario es elegido inesperadamente cónsul por segunda vez y se le asigna el mando de la guerra contra los germanos. A pesar de la oposición de Metelo el Numídico y de Marco Emilio Escauro, princeps senatus (presidente de la cámara), toda Roma estaba convencida de que Mario era el único capaz de vencer a los bárbaros, y ello fue el motivo de ese segundo consulado al que no se había presentado candidato.
Acompañado de Sila y de Quinto Sertorio (un primo de Mario, entonces con diecisiete años), en el 104 a. de J.C. conduce a sus legionarios del censo por cabezas, ya avezados veteranos, a la Galia Transalpina para aguardar allí la embestida de los germanos; pero éstos se hacen esperar, y Mario ocupa a la tropa en trabajos de obras públicas, mientras Sila y Sertorio, disfrazados de galos, parten a averiguar cuáles son las intenciones de los bárbaros. En el 103 a. de J.C., Mario vuelve a ser elegido cónsul, y, gracias a los buenos oficios de Lucio Apuleyo Saturnino, accede por cuarta vez al cargo en el 102 a. de J.C., el año de la llegada de los germanos, cuando sus enemigos del estamento senatorial estaban a punto de quitarle el mando.
Gracias a la buena labor de espionaje de Sila y Sertorio, Mario conocía la sorprendente estrategia de los germanos, que, dirigidos por un notable caudillo, el rey Boiorix, que había dividido la migración en tres grandes contingentes para proceder a la invasión de Italia con un frente de tres puntas. Uno de los contingentes, el de los teutones, avanzaría siguiendo el río Rhodanus (el Ródano), penetrando en la península por los Alpes occidentales; otra división formada por los cimbros (al mando del propio Boiorix) invadiría la Italia central norte por el paso alpino del Brennero; el tercer contingente, de composición bastante abigarrada, tenía previsto cruzar los Alpes orientales y avanzar en dirección a Venecia, confluyendo así los tres grupos en la península italiana para lanzarse a la conquista de Roma.
El colega consular de Mario en el año 102 a. de J.C., Quinto Lutacio Catulo, era un rancio aristócrata de la familia de César con grandes ínfulas, pero sin talento militar, como muy bien sabía Mario. Al elegir como posición de combate las proximidades de la actual Aix-en-Provence para interceptar a los teutones, Mario se vio obligado a dejar en manos de Catulo César la misión de hacer frente a los cimbros. (El tercer contingente de germanos retrocedió en dirección a Germania mucho antes de la fecha que tenían prevista para cruzar los Alpes.) Con su ejército de veinticuatro mil hombres, Catulo César recibió órdenes del Senado de avanzar en dirección norte para interceptar el avance cimbro, pero Mario, desconfiando de él, le envió a Sila como lugarteniente, con órdenes de hacer cuanto pudiese por salvar a las valiosas tropas de Catulo César, pese a los graves errores que éste pudiese cometer.
A finales del verano del 102 a. de J.C., los teutones, en número superior a cien mil, llegaban a la posición de Mario, que contaba con un ejército de unos treinta y siete mil hombres. En una brillante batalla, Mario hizo una carnicería entre los indisciplinados y rudimentarios bárbaros, cuyos supervivientes se dispersaron y dejaron de constituir una amenaza para Italia por el oeste.
Pero, aproximadamente al mismo tiempo que Mario exterminaba los teutones, Catulo César, Sila y el reducido ejército romano penetraban en el valle alpino del Athesis (el actual río Adigio) para enfrentarse a los cimbros que acababan de cruzar el paso del Brennero. Como no había espacio para maniobrar con las legiones, Sila instó a Catulo César a ordenar una retirada, pero, al negarse éste tercamente, Sila promovió un motín y salvó al ejército, conduciéndolo sin incidentes al valle del Po para acuartelarlo en Placentia (la actual Piacenza), mientras los doscientos mil cimbros —mujeres, niños y animales— se dispersaban al este del valle del Po.
Elegido cónsul por quinta vez, gracias a su clamorosa victoria sobre los teutones, Mario traslada el grueso de su ejército en el 101 a. de J.C. al norte de Italia y lo fusiona con el de Catulo César. Con esa fuerza de cincuenta y cuatro mil hombres, en pleno verano de aquel año, se libra la batalla definitiva contra los germanos en Vercellae, en las estribaciones de los Alpes occidentales, en la que perece Boiorix y los cimbros son aniquilados. Mario ha salvado a Italia y a Roma de los germanos, que durante los cincuenta años siguientes serían una fuerza diezmada.
Sin embargo, Metelo el Numídico, el príncipe del Senado Escauro, Catulo César y demás enemigos de Mario se empecinaron en su oposición a él por el hecho de que fuera aclamado como Tercer Fundador de Roma y elegido cónsul por sexta vez en el año 100 a. de J.C.
Aquel año, en Roma, la lucha se trasladó de los campos de batalla al propio Foro, en el que se sucedieron sangrientos disturbios en medio de una exacerbada demagogia política. El partidario de Mario, Saturnino, había conseguido (con ayuda de su colega Glaucia, y merced al asesinato de otro tribuno de la plebe) ser reelegido para asegurar que durante su mandato se concedían parcelas a los veteranos del censo por cabezas que habían servido en el ejército del polémico cónsul de Arpino.
Era el principal inconveniente de reclutar en las legiones hombres sin propiedades; al no tener nada y recibir poca paga, Roma estaba obligada a recompensar sus servicios una vez concluidas las campañas, y Mario les había prometido tierras, aunque fuera de Italia. Su propósito era difundir la cultura y costumbres romanas por el territorio en expansión de las provincias (en las que Roma poseía vastas extensiones de tierra pública) mediante un asentamiento en el extranjero de estos veteranos del censo por cabezas. De hecho, la controvertida cuestión de conceder tierras públicas de Roma a los ex combatientes de las clases inferiores, contribuiría enormemente en último extremo a la caída de la república romana, pues el Senado, insensible y de escasa visión, se negaría persistentemente a ceder a los deseos de los generales respecto a la concesión de tierras. Esta postura haría que, con el tiempo, los veteranos del censo por cabezas optaran por mostrarse leales a los generales (predispuestos a la cesión) antes que a Roma (que por medio del Senado se las negaba).
La oposición senatorial a las dos leyes agrarias de Saturnino fue obstinada y violenta, pese a que el tribuno de la plebe contaba con cierto apoyo por parte de las clases altas. La primera ley se aprobó sin complicaciones, pero la segunda sólo pudo aprobarse porque Mario obligó a los senadores a jurar que la acatarían; Metelo el Numídico se negó a prestar juramento y partió voluntariamente al exilio tras pagar una cuantiosa multa, estipulada por rehusar el juramento.
Pero el príncipe del Senado, Escauro, había burlado al menos habilidoso Mario durante los debates en el Senado sobre la segunda ley, haciéndole admitir que cabía la posibilidad de que las dos leyes de Saturnino pudieran no ser válidas. En tal coyuntura, Saturnino, hasta entonces absolutamente leal a Mario, se volvió contra él y contra el Senado, y comenzó a urdir la ruina de ambos.
Por desgracia para Mario, su salud le jugó una mala pasada en aquellas circunstancias, y un infarto le obligó a retirarse de la palestra política durante unos meses, tiempo aprovechado por Saturnino para sus intrigas.
Estaba prevista la llegada de la cosecha de trigo a Roma en otoño, pero por los efectos de la sequía aquel año en todo el Mediterráneo, ésta fue escasa; por cuarto año el populacho romano sufría carestía y abusivos precios en el trigo, y Saturnino entrevió la oportunidad de convertirse en el Primer Hombre de Roma, no mediante el cargo de cónsul, sino el de tribuno de la plebe, para dirigir las masas que a diario se congregaban en el Foro para protestar de la escasez de grano. Saturnino presentó una ley sobre abastecimiento de trigo financiado por el Estado, no para ganarse a las clases bajas, sino, en realidad, a los comerciantes y a ciertos gremios cuyos negocios se veían amenazados; los votos de las clases bajas eran negligibles, mientras que los de comerciantes y gremios representaban una fuerza considerable para lograr su apoyo y derrocar al Senado y a Cayo Mario.
Casi recuperado del infarto, Mario convocó una reunión del Senado el primero de diciembre del 100 a. de J.C. para debatir lo que debía hacerse para contrarrestar las iniciativas de Saturnino, que ya pretendía presentarse por tercera vez al cargo de tribuno de la plebe, y hacer que su colega Glaucia lo hiciera al de cónsul. Ninguna de las candidaturas eran en puridad ilegales, pero la mayoría las desaprobaban por ir contra la costumbre.
El ambiente se caldeó durante las elecciones consulares al asesinar Glaucia a otro candidato; Mario convocó al Senado, que promulgó un decreto inapelable (una especie de ley marcial), y todos sus miembros y seguidores se dirigieron a sus casas a armarse y presentar batalla en el Foro. Saturnino y Glaucia contaban con que las clases bajas, amenazadas de hambruna, se sublevaran, pero éstas no estuvieron por la labor y optaron por retirarse mansamente a sus barrios. Con Sila de lugarteniente, Mario venció a las limitadas fuerzas que le quedaron a Saturnino, quien buscó refugio en el templo de Júpiter Optimus Maximus, pero se vio obligado a rendirse al cortar Sila el abastecimiento de agua al Capitolio.