Authors: Ed Greenwood
»Dammasae se había aventurado conmigo y otros más, antes de aquello. Entonces se dio a conocer por un poder natural que poseía, un poder que quería desarrollar con prácticas y experimentos. Ella podía absorber conjuros y utilizar su fuerza mágica como energía bruta, retenida dentro de ella. Podía usar su poder tanto para sanar como para herir bajo la forma de ráfagas de fuego. El culto la capturó para aprender los secretos del fuego mágico para su propio uso, o por lo menos controlar su uso para sus propios planes. No hay duda, ¡si te buscan ahora, es por las mismas razones!
—Para eso —confirmó Shandril en voz baja— o para destruirme. Pero, por favor, Gorstag, ¡continúa, para que al menos pueda conocer su vida! —Sus ojos estaban húmedos cuando Narm la rodeó cariñosamente con sus brazos.
Gorstag cogió su hacha de detrás del mostrador y se dejó caer en una silla frente a ella, dejando el hacha a mano sobre la mesa de al lado. Movió un poco la silla para ver mejor la puerta principal. Fuera, la niebla, iluminada por la luna, se deslizaba por delante de las ventanas.
—Bien —continuó el posadero—. Garthond rescató a Dammasae, la protegió, trabajó la magia con ella... y se enamoraron. Viajaron mucho, buscando tantas aventuras como sólo nosotros, los locos, solemos hacer, y se hicieron promesa de matrimonio ante el altar de Mystra en Puerta de Baldur.
»Aquí se acaba lo que sé con certeza, de modo que paso a exponeros mis propias conjeturas, así como las del mago Elminster y algunos otros. Creemos que un mago del culto, un tal Erimmator, nadie sabe adónde han ido a parar sus huesos para poder preguntarle ahora, maldijo a Garthond en una batalla de magia previa. Aquella maldición vinculó en simbiosis a Garthond con una extraña criatura llamada balhiir procedente de otro plano de existencia.
Shandril se quedó boquiabierta y Narm asintió con aire severo.
—Quizá se trataba de un experimento del culto para descubrir los posibles poderes de cualquier descendiente de una unión entre una hechicera portadora de fuego mágico y un mago dominado por una balhiir.
—Eso me temo —respondió Narm—. Pero, tu historia, Gorstag... ¿qué sucedió después de que contrajeran matrimonio?
—Pues, lo normal entre un hombre y una mujer —dijo Gorstag en un gruñido—. Entonces vivieron tranquilamente en Elturel. A su tiempo nació un bebé, una niña llamada Shandril Shessair. No quisieron volver a la Torre Tranquila ni a los valles, donde el culto esperaba armado y el peligro para su bebé era más grande, hasta que fuese lo bastante mayor para viajar. Así transcurrieron ocho meses.
Gorstag se movió en su silla con los ojos distantes, absortos en cosas del lejano pasado.
—Cabalgamos juntos. Fuimos hacia el este por tierra y, en efecto, el culto estaba esperándonos —el posadero suspiró—. De algún modo, por magia, suponemos, lo supieron y pudieron ver a través de nuestros disfraces. Nos atacaron en el Puente de los Hombres Caídos, en el camino oeste de Cormyr.
»Garthond fue derribado y destruido, pero ganó la victoria para su esposa y su hija y para mí. Aquel día acabó con la vida de nueve magos del culto y otros tres espadachines. Pero él no murió en vano.
»Fue algo espléndido contemplarlo aquel día, Shan. No he visto a un mago manejar el arte tan bien y durante tanto tiempo desde aquel día hasta hoy, ni espero verlo. Antes de caer resplandeció.
Los ojos del viejo guerrero, clavados en la oscuridad de la noche, volvían a estar húmedos otra vez mientras contemplaba recuerdos que los otros no podían contemplar.
—Dammasae y yo resultamos heridos, Yo el que más, pero ella lo soportaba peor. Tenía menos carnes que perder y doble dolor y preocupación por aquello por lo que más temía, Shan: por ti. Los cultistas fueron todos muertos, salvo los que huyeron del lugar. Cabalgamos tan rápidos como pudimos hasta Cuerno Alto en busca de asistencia. Lo conseguimos, y Dammasae recibió cuidados médicos. Necesitaba las manos y la sabiduría de Sylune, pero no pudimos alcanzar el Valle de las Sombras a tiempo.
»Tu madre está enterrada al oeste del valle, en una pequeña colina en el lado norte del camino; la más próxima al camino oeste del Montículo del Sapo. Un lugar sagrado para Mystra, ya que una vez se apareció allí hace mucho tiempo, a un
magister
.
Gorstag bajó la mirada posándola sobre las losas, ante su silla.
—No pude salvarla —añadió con una vieja angustia recrudecida en su voz.
Shandril se inclinó hacia él, pero no dijo nada.
—Pero pude salvarte a ti —añadió el guerrero con férrea determinación—. Lo hice —y agarró su hacha y la levantó—. Te coloqué sobre mi espalda y caminé hacia el sur desde el Valle de las Sombras, por los bosques, hasta el Valle Profundo. Mi intención era dejarte con los elfos que conocía y tratar de llegar a la Torre Tranquila para recoger escritos y algunas cosas mágicas de Garthond para ti, pero estaba todavía de camino hacia el sur cuando los elfos que encontré trajeron la noticia de que el culto había allanado la Torre, saqueándola y abriéndose camino hacia los sótanos con explosivos. Después utilizaron las cavernas que se habían formado como una guarida para un dracolich —Rauglothgor el Soberbio— cuyo tesoro había desbordado su propia morada.
»Entonces, confiando en pasar inadvertido a los ojos del culto, pocos de los que me habían visto cabalgando con Dammasae y Garthond quedaban aún con vida para contarlo, vine al Valle Profundo, donde utilicé algunas gemas que había acumulado en mis viajes para comprar una deslucida posada y retirarme.
»Me estaba haciendo demasiado viejo para pasar tantas noches duras sobre el frío suelo. Pocos de mis antiguos compañeros de armas estaban vivos y sanos, y un viejo guerrero que tiene que unirse a una nueva banda de espadas más jóvenes no está más que pidiendo un puñal en las costillas a la primera discusión.
»Te crié como sirvienta, Shan, porque no quería llamar la atención hacia ti. La gente habla si un viejo guerrero retirado vive solo con una hermosa niña, ¿sabes? Tuve que ocultar tu linaje, y, tanto como pude, tu apellido, porque sabía que el culto te habría perseguido si lo hubiese adivinado.
»Aquel combate en el puente, ¿sabes?... Podrían habernos matado a todos con su magia, desde lejos, sin exponerse a nuestras espadas y conjuros a tan alto precio, si todo lo que querían hubiese sido matarnos. No, te querían a ti, niña, a ti o a tu madre. ¡No los dejé coger a ninguna de las dos! Pero mi mayor hazaña fue mantener mi representación durante todos estos años y, al mismo tiempo, procurar que te criases como es debido.
»Porque ellos han seguido curioseando, todos estos años, el culto y otros. Yo sospeché que tu Marimmar, Narm, podía ser también otro mago espiando. ¿Quién puede estar seguro, ahora? Algunos, creo, estaban bastante seguros, pero no querían pelear con sus rivales por tu causa a menos que tú fueses el premio; por eso vigilaban con atención a ver si tú dabas señales de poseer alguno de los poderes de tu madre. Yo temía el día en que lo hicieras. Si resultaba ser una demostración demasiado pública, probablemente no habría tenido tiempo de llevarte con los elfos, los Arpistas o Elminster.
»Desconfiaba del viejo mago, porque son los grandes magos lo que más temen y más codician el fuego mágico y harían los mayores estragos para conseguirlo. Y aun cuando hubiese tenido tiempo de escapar, es posible que no lo hubiese tenido para dejar a Lureene y a los otros a salvo. El culto muy bien podía incendiar esta casa hasta los cimientos, y matar a todos sus ocupantes, si venían a buscarnos y encontraban que me había ido. —Gorstag sacudió la cabeza, mientras recordaba—. Algunos días parecía un avaro escondido, esperando que apareciesen para registrar debajo de cada piedra del patio, detrás de cada árbol del bosque y hasta en el rostro de cada huésped.
Riendo entre dientes, meneó la cabeza:
—Ahora, tú estás casada, y yo voy a estarlo; y tú fuiste a buscarte a ti misma porque yo no quería decirte quién eras. Y has vuelto, con todos mis enemigos y algunos más en pos de ti. Tú posees el fuego mágico, y yo soy demasiado viejo para defenderte.
—Gorstag —dijo Narm con voz tranquila—. Tú la has defendido. Todo el tiempo que ella lo ha necesitado, la has mantenido a salvo. ¡Ahora todos los caballeros de Myth Drannor han de luchar para defenderla! ¡Ella ahuyentó e hirió, posiblemente de muerte, a Manshoon de Zhentil! Mi Shandril necesita amigos, comida y una cama caliente... y un guardia mientras duerme. Pero, si otros le dan estas cosas, ¡no es ella precisamente quien necesita protección ahora que va a la batalla!
Shandril se rió con tristeza.
—Estáis oyendo hablar al amor —dijo apartándose el cabello de los ojos con gesto cansado—. Te necesito, ahora más que nunca. ¿No viste lo sola que estaba Simbul, Narm? No quisiera estar como ella, sola con su terrible poder, incapaz de confiar en nadie lo bastante para descansar tranquilamente entre amigos y relajar sus defensas.
—¿Simbul? —Lureene estaba boquiabierta—. ¿La Reina Bruja de Aglarond?
Gorstag también pareció atemorizado.
—Sí —dijo con sencillez Shandril—. Ella me dio su bendición. Habría deseado conocerla mejor. Está tan sola...; me duele verla. Sólo tiene su orgullo y su gran arte para seguir adelante.
En un lejano lugar, en una pequeña torre de piedra bajo La Vieja Calavera, Simbul se sentaba sobre la cama donde Elminster roncaba mientras las lágrimas manaban de sus ojos.
—Qué verdad, joven Shandril. Cuánta razón tienes. ¡Pero ya no más! —dijo en voz baja.
Elminster se despertó al instante y estiró la mano para tocar su espalda desnuda.
—¿Señora? —preguntó con ansiedad.
—No te preocupes, viejo mago —dijo con suavidad volviéndose hacia él con ojos empañados—. Simplemente estoy escuchando a Shandril hablar de mí.
—¿Shandril? ¿Controlas sus movimientos?
—No, no me entrometería tanto. Poseo un arte de magia, desde hace mucho tiempo, que me permite oír cuando alguien menciona mi nombre, y lo que dicen por unos instantes más, si están lo bastante cerca. Shandril
está
hablando de mí, y de mi soledad, y de cómo habría deseado conocerme mejor como amiga. Una dulce muchacha. Le deseo el bien.
—Yo también le deseo el bien. ¿Está tranquila, pues, e ilesa, crees?
—Sí, por cuanto puedo apreciar. —Simbul le lanzó una mirada traviesa—. Pero, ¿y tú, señor? Tú estás tranquilo e ileso... ¿y si transformamos tu indolencia en algo más... interesante?
—Aaargh —respondió Elminster con elocuencia cuando ella empezó a hacerle cosquillas mientras él trataba de defenderse débilmente—. ¿No tienes dignidad, mujer?
—No, sólo mi orgullo y mi gran arte, según dicen —respondió Simbul. Su piel relucía como la plata bajo la luz de la luna.
—¡Yo te enseñaré gran arte! —dijo Elminster con un gruñido justo antes de caerse de la cama enredado en un amasijo de colchas y prendas revueltas.
Abajo, Lhaeo se rió para sí al oír las consiguientes carcajadas y se dispuso a calentar otra olla. O se habían olvidado de él o pensaban que se había vuelto completamente sordo... o, por fin, su maestro había dejado de preocuparse por el decoro. Ya iba siendo hora, por cierto.
Entonces empezó a cantar en voz baja «Oh, por el amor de un mago», porque tenía la seguridad de que Storm se hallaría ocupada, allá abajo en el valle, y no podría oír lo mal que cantaba.
«éstos son los sacrificios que hacemos por el amor», pensó. Arriba, se oyeron más risas.
—Se está haciendo temprano, no tarde —dijo Gorstag cuando vio a Shandril dando cabezadas sobre su plato de sopa—. Debes ir a la cama enseguida; y os aconsejo, Narm, que os quedéis durmiendo tanto como necesitan vuestros cuerpos, antes de que partáis en un viaje tan largo, sin cobijo seguro en ninguna parte.
—Todavía no te hemos dicho todo, Gorstag —dijo en voz baja Narm—. Nos hemos unido a los Arpistas, al menos, por ahora, y vamos a Luna de Plata, a ver a la Alta Señora Alustriel, a pedirle refugio y adiestramiento.
—¡A Luna de Plata! —exclamó asombrado Gorstag—. Eso sí que es un viaje, para dos seres tan jóvenes sin aventureros que os ayuden. ¡Ah, si yo fuera tan sólo veinte primaveras más joven! Aun así podría ser una empresa peligrosa. Procurad buscar protección junto a las caravanas. Dos personas solas no pueden sobrevivir en el árido oeste de Cormyr por mucho tiempo, ¡por mucha magia de que dispongan!
—Habrá que hacerlo —dijo Shandril con tono severo y determinado—. Pero, trataremos de tener en cuenta tu consejo y nos pegaremos a las caravanas. Y, si no tienes inconveniente, dormiremos aquí hasta mañana. Con enemigos o sin ellos, yo no puedo aguantar mucho más tiempo despierta.
—Venga —dijo Lureene—, a la cama, niña. En tu antiguo sitio, en el ático. Gorstag y yo dormiremos al final de las escaleras, al otro lado de la cortina. No voy a dejarte sola mientras estés aquí.
—Sí —murmuró Shandril mientras se levantaba lentamente apoyándose en la mesa.
En la oscuridad del pasillo que conducía hacia la cocina y la escalera del ático, unos fríos ojos los observaron un último instante antes de que su dueño se volviera. «Entonces la muchacha ha vuelto, ¿no? Ciertos oídos darían mucho por enterarse de esto con prontitud.»
—¿Gorstag? —preguntó Lureene soñolienta—. ¿Feliz, cariño? Pon esa hacha aquí, a mano, y vente a la cama ya.
—Sí —respondió Gorstag—. Hay algo que debo encontrar antes, amor.
Y, perdiéndose por el rincón más oscuro del ático, al final, más allá de las escaleras, arrastró hacia un lado un arca más grande que él. Hizo algo en una de las vigas del techo —bien abajo, entre el polvo— y se quedó con un pedazo de la viga en sus manos. Luego cogió algo de un pequeño y pesado cofre y volvió a colocar todo como estaba antes.
Llevando en la mano lo que había cogido, cruzó las anchas tablas del suelo del ático hasta la cortina y llamó con suavidad:
—¿Narm? ¿Shandril?
—Sí, ambos estamos despiertos. Pasa —respondió Narm desde el lecho donde yacían juntos.
Gorstag entró y entregó a Narm algo que colgaba de una cadena:
—¿Absorbes la magia de las cosas con tu simple tacto, Shan, o sólo cuando lo deseas?
—Sólo cuando invoco el fuego mágico, creo —respondió Shandril clavando los ojos en el medallón que Narm sostenía—. ¿Qué es eso?
—Es un amuleto que impide tu detección y localización por medio de la magia y la mente tal como las utilizan algunas repugnantes criaturas. Consérvalo y póntelo cuando duermas. Quítatelo sólo cuando necesites hacer uso del fuego mágico, o inutilizarías su poder mágico. Llévalo puesto esta noche, y puede que ganes un día de ininterrumpido descanso mañana. Ojalá tuviera uno para cada uno de vosotros, pero el oscuro nigromante de cuyo cuello lo corté hace mucho tiempo sólo tuvo necesidad de llevar uno.