Fuego mágico (58 page)

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Authors: Ed Greenwood

—Pero hemos de marcharnos de nuevo por la mañana —dijo Shandril, al borde del llanto—. ¿Cómo...?

—él lo entenderá, Shan. él sabe que ya no eres nuestra. ¡Sin duda estará valorando a tu hombre en este momento! Es sólo que no sabía lo que te había ocurrido... ¿No pudiste dejar una nota o decir algo?

Entonces Shandril rompió a llorar sin poder controlarse, volcando todo el miedo, los remordimientos y la nostalgia de los días transcurridos desde que abandonara la posada en busca de aventuras. Lureene la abrazó con fuerza y la meció sin decir nada, hasta que por fin los sollozos de Shandril se apagaron y se convirtieron en una temblorosa respiración.

Entonces Lureene besó su cabeza inclinada y dijo con dulzura:

—No tengas tanta pena, pequeña. Yo te estoy muy agradecida. —Del cuerpo que tenía entre sus brazos salió una especie de gemido interrogante. Lureene la abrazó aún más estrechamente y dijo—: Gorstag estaba tan preocupado por ti, una noche, que no podía dormir. Yo fui a consolarlo. él nunca me habría permitido hacer lo que hice si no hubiese estado tan necesitado de consuelo. Y no me habría solicitado por esposa.

Shandril levantó la mirada; su desordenado cabello le cubría los enrojecidos ojos.

—¿Lo hizo? ¿Gorstag? ¡Oh, Lureene! —Sus lágrimas fueron de felicidad esta vez y abrazó a Lureene con una fuerza contundente.

«Dioses —pensó Lureene, retrocediendo para mantener el equilibrio—, si esto es lo que la aventura hace a una mujer... ¿Una mujer? ¿Shandril? Pero... ¡sí! Ella es una mujer, ahora —se dijo Lureene sosteniéndola por los hombros y recibiendo su risa deliciosa con una cariñosa sonrisa—. ésta no es la chica que se escabulló de la cocina.»

Aquélla era una dama con su propio señor... y algo más. Algo más allá de las armas tan airosamente llevadas en la cadera y en las cañas de las botas... Una especie de tranquila confianza, de poder oculto. Nada de la escandalosa arrogancia de los aventureros que venían a la posada para una noche de juerga y que, a menudo, salían más prudentes y aplacados por las manos y la lengua de Gorstag.

—Shandril, ¿qué es lo que ha pasado contigo? —preguntó con suavidad.

Shandril le dirigió una mirada extraña, casi poseída.

—Oh —dijo en un susurro—. ¿Puedes verlo, entonces, con tanta claridad?

Lureene asintió:

—Sí, pero no sé qué es —y llevó una mano a los labios de Shandril—. No..., no me lo digas, si no quieres. No necesito saberlo.

—Pero debes saberlo —dijo Shandril—. Aunque no es algo fácil de comprender. Espero que Gorstag pueda decirme algo más acerca de por qué lo tengo.

Lureene esbozó de pronto una amplia sonrisa:

—Entonces puede esperar hasta que te hayas sentado, remojado los pies y comido. Despertaré a Korvan.

—No —dijo Shandril con brusquedad. Lureene se volvió y la miró interrogante—. No, por favor —suplicó Shandril—. No lo despiertes. No me puedo fiar de su cocina ahora. Sin ofenderte, tengo mis propias y buenas razones. Yo cocinaré, si me aceptas.

Lureene asintió con aspecto preocupado.

—¿Te ha molestado Korvan? —preguntó frunciendo el entrecejo.

—No es eso —dijo Shandril—. Por favor, confía en mí y no lo llames. Te lo contaré, pero es mejor que no lo despiertes.

—Entonces, no me apartaré de tu lado a menos que tu hombre o Gorstag estén a mano para protegerte mientras estés aquí —dijo Lureene con voz firme—. Puedes contarme lo que quieras después de que hayas descansado —y alargó su mano hacia ella—. Ven cerca del fuego.

Shandril se dejó llevar y se sentó en una silla de alto respaldo. Lureene atizó la lumbre hasta encender las llamas, colocó leña nueva y seca y fue en busca de una escudilla. Cuando volvió, la cabeza de Shandril había caído sobre uno de sus hombros y estaba dormida.

Narm sostenía las bridas de ambos caballos, tenso, preparado para huir a toda prisa si fuera necesario. Miró a su alrededor en medio de la bruma del camino iluminada por la luna, pero no oyó ninguna criatura moverse en aquel envolvente silencio. «Espera —había dicho Shandril—. Ven a buscarme sólo cuando hayas permanecido tanto tiempo como para sentir frío. Y si tienes que esperar tanto, procura venir con mucho cuidado, preparado para la lucha.» Narm se revolvió, nervioso. ¿Tenía ya el suficiente frío? Entonces oyó ruidos dentro.

La puerta por la que Shandril había entrado se abrió de golpe. Un hombre corpulento de marcadas facciones, pelo entrecano y ojos grises humedecidos por las lágrimas salió con paso decidido. Extendió su fuerte brazo a Narm y dijo:

—¡Encantado de conocerte y bienvenido a la posada! Soy Gorstag, ¿tú eres el Narm de Shandril?

Narm se encontró con su mirada y tragó saliva.

—Sí, estuve aquí hace casi dos meses con el mago Marimmar. Shandril me ha hablado de vos, señor. Estoy a vuestra disposición.

Gorstag se rió.

—Bien, puedes ser de utilidad —dijo con voz áspera— llevando una montura a los establos conmigo. —Y partió con un caballo y tres mulas a rastras.

Narm lo siguió hasta un lugar donde un soñoliento muchacho encendió una lámpara para ellos y trajo agua, cepillos y forraje. En medio de un agradable silencio, comenzaron a trabajar.

—¿Conoces el arte? —preguntó Gorstag en voz baja al tiempo que ambos se inclinaban sobre el mismo cubo. Narm asintió.

—Fui educado como mago en el Valle de las Sombras. Shandril y yo hemos venido directamente desde allí, donde nos hemos casado bajo los auspicios de Tymora.

De repente, Narm sintió cierta timidez bajo los claros y duros ojos de aquel hombre. Sin decir nada más, se volvió hacia Guerrero, que rezongaba agradecido. Luego se volvió desde el flanco de su caballo y se encontró con la mirada del posadero. Inconscientemente, retrocedió un paso, pero no dijo nada. Por fin, Gorstag asintió con la cabeza y se volvió hacia la primera de las tres mulas.

—Cuéntame, si te parece, cómo conociste a Shandril Shessair —dijo con voz queda. La mula levantó las orejas, pero estaba claro que no era de ella de quien esperaba respuesta. Narm observó por un momento los anchos hombros del posadero.

—La vi aquí por primera vez y... me gustó lo que vi, aunque no hablamos. Por la mañana, partí con mi maestro e hicimos el camino hasta Myth Drannor —los brazos de Gorstag interrumpieron el rítmico cepillado por un momento y después prosiguieron—. Nos encontramos con los demonios, y Marimmar, mi maestro, fue asesinado. Los caballeros de Myth Drannor, que patrullaban por allí, me salvaron a mí de correr la misma suerte. Más tarde volví a Myth Drannor y vi a Shandril desde lejos. Una maga cruel, Shadowsil, la llevaba presa y traté de liberarla. Pedí ayuda a los caballeros y terminamos en unas cavernas donde moraba un dracolich. Shandril y yo quedamos atrapados juntos cuando la caverna se desplomó durante una enorme batalla de magia. Pensamos que nunca conseguiríamos salir, y así...

Narm hizo una pausa para observar a la mula que tenía delante y, después, suspiró y se volvió a mirar a Gorstag:

—Empezamos a preocuparnos el uno por el otro. Yo la amo. Así que la pedí en matrimonio.

Para sorpresa de Narm, Gorstag asintió con la cabeza y se rió entre dientes:

—Sí, lo mismo me pasó a mí —y entonces dio un chistido y el mozo de cuadra reapareció de inmediato—. Atiéndelos a todos... de la mejor manera, con esmero, como si una gran dama y su caballero los montaran. —Luego hizo un gesto a Narm para que lo siguiera y se volvió de nuevo hacia el muchacho para añadir—: Porque así es, vaya.

Mientras volvían a la posada en medio de aquella brumosa noche bañada por la luna, Gorstag dijo:

—Mi casa está abierta para vosotros dos, pero parecéis tener mucha prisa. ¿Cuánto tiempo podéis quedaros?

Narm titubeó.

—De... debemos salir por la mañana, señor —dijo con calma—. Muchos son los que han intentado asesinarnos, asesinar a Shandril, en realidad, estos días pasados, y no dudarían en intentarlo de nuevo. No nos atrevemos a quedarnos. Elminster nos dijo que no dejáramos de visitaros, y Shandril insistió también, pero el peligro acecha para nosotros aquí, y no debemos extenderlo hasta vosotros.

—¿Puedes decirme algo más? —preguntó el posadero—. Yo no os detendré, y Elminster es un hombre en el que tengo plena confianza, pero me quedaría más tranquilo, Narm, ¡y llámame Gorstag, muchacho!, si supiera hacia adónde y por qué la jovencita a la que he criado todos estos años está cabalgando, y quién quiere hacerle daño y por qué.

—Yo no tengo derecho a responderte, Gorstag —dijo Narm—. Sólo mi señora debería hablar de ello. Puedo decir, sin embargo, que aquellos que nos persiguen lo hacen por distintas razones, pero todos parecen ser poderosos en el arte de la magia. Ahí reside precisamente vuestro peligro y el secreto de Shandril.

Entraron en la posada y encontraron a Lureene mirándoles con un dedo sobre los labios al tiempo que se arrodillaba junto a una silla delante de la chimenea. En cuanto las vio, Narm corrió hacia ellas. Gorstag sonrió detrás de él.

—Duerme —dijo Lureene en voz baja mientras Narm se inclinaba hacia su dama con ansiedad. Shandril movió la cabeza y murmuró algo. Todos se acercaron a escuchar.

—Narm —dijo—, Narm, estamos aquí. Estamos en casa. Espera aquí... despierta a Gorstag... ven con cuidado, preparado para la lucha... —Narm besó su mejilla y, en sueños, ella levantó la mano despacio para pasarla por la cabeza de él, sonriendo. De repente, se mostró alterada—. Iba tras de ti —gimió débilmente Shandril—. Ella iba tras de ti y... ¡no había tiempo! ¡Tenía que abrasarla!

—¡Shan! ¡Shan! —dijo Narm sacudiéndola con suavidad para que se despertara— Está bien..., estamos a salvo.

—Sí, a salvo —dijo Shandril mirándolo, ahora ya despierta—. Por fin a salvo —y besó la mano que él tenía posada en su hombro. Entonces, sus ojos se volvieron hacia Gorstag, que permanecía mirándola con gesto grave—. Lo siento —dijo muy despacio—. No quise causarte ningún dolor. Debí haberte dicho adónde había ido. Fui una tonta.

—Todos hacemos el tonto —dijo Gorstag con una sonrisa—. Estás de vuelta y a salvo, y eso es lo único que importa ahora.

Shandril lo miró agradecida y dijo:

—Me temo que ni podemos quedarnos. Nos persigue demasiada gente para vencerlos o evitarlos a todos si nos quedamos a ofrecer resistencia. Debemos continuar cabalgando por la mañana.

—Sí, me lo ha dicho Narm —respondió Gorstag—. Y dice que a ti te correspondía decirnos por qué. ¿Lo harás, jovencita?

Shandril asintió con tristeza.

—¿Has oído hablar del fuego mágico? —le preguntó.

—Tu madre lo poseía —dijo Gorstag con dulzura—. Oh, niña... Oh, Shandril. Ten cuidado con el culto.

—En efecto, ten cuidado con el culto —dijo Narm con resignación—. Ya hemos luchado con ellos una docena de veces o más, si te refieres al Culto del Dragón.

—Sí —dijo Gorstag—. Así es —pero no dijo nada más, lo que hizo que Shandril se quedara mirándolo con llameantes ojos de asombro.

Luego se calmó y preguntó con suavidad:

—Por favor, Gorstag, ¿quiénes fueron mis padres?

—¿El sabio no te lo dijo? —preguntó Gorstag mirándola sorprendido también—. Pues bien, tu madre y yo fuimos compañeros de armas. Compartimos aventuras, hace mucho tiempo. Dammasae, la hechicera, se llamaba. Sí, tenía un apellido, pero nunca lo supe. Nació en las tierras de la Costa de la Espada. No le gustaba hablar de sí misma.

—¿Eres tú... mi padre? —preguntó Shandril pausadamente.

Gorstag se rió entre dientes.

—No, jovencita. No, aunque fuimos buenos amigos, Damm y yo, y con frecuencia nos dimos apoyo el uno al otro junto a la hoguera. Tu padre fue Garthond. Era un mago, cuando murió... Garthond Shessair. Tampoco supe nunca dónde había nacido, pero en su juventud había sido aprendiz del mago Jhavanter de Luna Alta.

—Un momento, si me permites —interrumpió Lureene con suavidad—. Esto aumenta la confusión. Déjame ir a la cocina. Gorstag, sirve cerveza y cuenta tu historia como una historia. Si haces una pregunta tras otra, Shan acabará embrollándose como una pelota de lana.

Shandril asintió:

—Me has dicho las dos cosas que más quería conocer. Despliega el resto como mejor puedas. Y trataré de no interrumpirte. Por los dioses, señor, ¿cómo no me contaste todo esto antes? Durante años he estado preguntándomelo, preocupándome y soñando. ¿Por qué no me lo dijiste?

—Tranquila, muchacha. Y yo no soy tu señor. Tú eres tu propia señora, ahora —dijo Gorstag con tono solemne—. Había buenas razones. La gente te buscaba, aun entonces, y me preguntaban de dónde eras. Yo nunca quise mentirte, chiquilla, desde la primera vez que te traje aquí. Oh, tú tenías unos ojos sabios desde el principio. Yo no podía decirte falsedades. Sabía que aquella gente curiosa te hacía preguntas a ti y a las otras chicas cuando yo no estaba cerca. Si hubieses sabido la verdad, ellos te habrían engañado o sonsacado.

»Por eso no te dije nada. Dejé correr los rumores de que yo era tu padre sin darme por aludido, y esperé a que fueras lo bastante mayor para decírtelo. Ahora ya lo eres, y de sobra. Lamento que hayas tenido que escaparte para buscar tu aventura. Fue culpa mía no haber visto antes tu necesidad y no haberte complacido.

—No, Gorstag —dijo Shandril—. No recibí más que bondad de tu parte, todos los dioses son testigos, y no te culpo. Pero, cuéntame la historia de mis padres, por favor. He esperado muchos años semejantes noticias.

—Sí. Bien, pues. Dejemos a un lado las fechas y todo. Ya podremos recomponerlas más adelante. Ahí va la trama principal de la historia. Garthond, tu padre, fue aprendiz del mago Jhavanter.

»Jhavanter, y Garthond con él, lucharon varias veces contra el Culto del Dragón por Sembia, cerca de aquí. Jhavanter tenía una vieja torre en el lado este de las montañas del Trueno a la que llamaban la Torre Tranquila. Garthond moró allí con él hasta que los magos del culto destruyeron a su maestro en un combate. Después de aquello, Garthond continuó cultivando su conocimiento... y su odio por el culto.

»Siempre que tuvo ocasión trabajó contra ellos, destruyó a sus magos menores y aterrorizó a cuantos de ellos no se hallaban protegidos por el arte. Adquirió más poder y sobrevivió a muchos atentados hacia su persona por parte del culto. Por fin, rescató a la hechicera Dammasae de su cautiverio del culto. éstos la llevaban drogada, atada y amordazada en una caravana que se dirigía a una de sus fortalezas.

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