Authors: Ed Greenwood
—Fuego mágico, sí, ése del que todos me han hablado.
—¿Todos?
—Sí, Elminster, Storm y los caballeros, y los Arpistas y todos. Las patas de mi mula han encogido dos dedos largos cabalgando tras de ti. Te has vuelto muy importante, muchacha, ya lo creo, y en menos tiempo del que he visto en mis años necesitar a la mayoría de los héroes y leyendas para hacerse famosos —y el enano agitó su hacha—. Así que, veamos ese fuego mágico otra vez antes de trasladar a Narm a algún lugar más seguro.
—Muy bien —dijo Shandril, y se volvió hacia donde yacía el dracolich—. ¿Conoces a éste?
—Jamás lo había visto antes de enterrar mi hacha en él —respondió Delg levantando una ceja—. ¿Importa?
—No, supongo que no —contestó Shandril, y lanzó un rugiente chorro de fuego mágico que hizo saltar en astillas el desplomado cráneo de Shargrailar. Mientras el humo se desvanecía, Shandril miró a Delg y se encogió de hombros con una cara inexpresiva.
—Ten cuidado, Delg, puede no ser del todo seguro estar cerca de mí, estos días —dijo con un suspiro—. Tanta matanza, desde que dejé La Luna Creciente... ¿Es con matanzas como se construyen todas las leyendas?
—Sí —dijo el enano con voz áspera—. ¿No lo sabías? —y se volvió hacia Narm—. Llevemos a tu señor lejos de toda esta carnicería y veamos lo que podemos salvar antes de que se ponga el sol.
—¿Llevemos? ¿Vas a venir con nosotros?
—Sí, si me aceptáis. Iré con vosotros en vuestro viaje de novios.
El enano parecía algo turbado pero la miró desafiante, retorciendo con nerviosismo sus manos sobre el hacha mientras hablaba:
—Yo soy amigo tuyo, Shandril, y permaneceré fiel a ti y a tu señor. Encontrarás a muy pocos así, ten en cuenta, y en la vida se necesita poco más que buena comida y buenos amigos. La compañía ha desaparecido ahora, excepto tú..., así que el viejo Delg cabalgará contigo.
»Si llegas a Luna de Plata sin percances, y para entonces te has cansado de mí, te dejaré. Espero que no sea así..., aunque, cuando uno tiene mi edad y acompaña a chicas bonitas, la gente se hace toda clase de ideas falsas, ¿sabes?
El viejo enano le pasó su hacha:
—Sostenla mientras traslado a tu mago... Tranquilo, muchacho, muy pronto te sentirás mejor. Lo sé, he vivido suficientes batallas hasta hoy como para saberlo... Un poquito más allá... El sol no esperará a que termine con mi cháchara.
Y no lo hizo, pero fue una feliz acampada en aquella puesta de sol.
A la mañana siguiente, el enano caminaba junto a la joven pareja en dirección oeste, adentrándose en las montañas. Era un día claro. Los verdes valles se extendían tras ellos a medida que ascendían las ondulantes colinas hacia el Desfiladero del Trueno. Todo estaba en calma. Un halcón negro solitario se remontó a gran altura en aquel aire azul y despejado, y el día pasó sin ataques ni lanzamiento de fuego mágico ninguno. Delg contó a Narm feroces historias sobre la osadía de Shandril en los días de la Compañía, y Narm, ya recobrándose, le contó a Delg las peripecias de ella en Myth Drannor y la batalla en la guarida de Rauglothgor, y cómo había hecho volar en pedazos la cima de una montaña. El enano miró a Shandril con renovado respeto y, riéndose, le dijo:
—Vaya... ¡la próxima vez no te pediré que me sostengas el hacha!
El sol estaba ya cerca del ocaso cuando, por fin, alcanzaron las alturas del Desfiladero del Trueno y se volvieron a mirar atrás la interminable sucesión de árboles. Siguieron con la vista el camino que se empequeñecía a medida que descendía y descendía y se alejaba más y más de ellos... hasta Luna Alta, ya en la brumosa distancia.
—¿Quién podría decir, mirándolo, que este hermoso paisaje fuera tan peligroso? —dijo Narm en voz baja.
Delg lo miró, pero no dijo nada.
—No te preocupes —dijo Shandril poniéndole una mano en el brazo—. Nos hemos encontrado el uno al otro, y eso hace que todo haya valido la pena.
Juntos reemprendieron el camino, pensando en las mañanas que vendrían, mientras las estrellas comenzaban a brillar tenuemente sobre ellos. Y se sentían muy felices.
[1]
Los elfos (N. del T.)
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